Víctor Navarro Brotons
Víctor Navarro Brotons
Víctor Navarro Brotons (Valencia, 1945) es doctor en Ciencias Físicas y catedrático (jubilado) de Historia de la Ciencia de la Universidad de Valencia. Ha participado en proyectos de investigación financiados por el gobierno español, por la European Science Foundation o por otras instituciones internacionales. Ha participado asimismo en 64 congresos y reuniones científicas nacionales e internacionales y ha sido miembro del comité organizador o científico de varias de ellas, nacionales e internacionales. En los últimos años ha presidido la organización de las reuniones internacionales Universities and Science in the Early Modern Period (Valencia, 1999); Beyond the Black Legend. Spain and the Scientific Revolution (Valencia. 2005) y Ideas and Instruments in the Iberian World in Early Modern Times (Budapest, 2009). Es miembro de la Academia Internacional de Historia de la Ciencia y de varias sociedades de Historia de la Ciencia (History of Science Society, British Society for the History of Science, European Society for the History of Science); fue uno de los fundadores, vicepresidente y secretario de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y uno de los fundadores y vocal de la Societat Catalana d’Història de la Ciència i de la Técnica). Es autor de 26 libros (como autor, coautor o editor) de historia de la ciencia y de varios centenares de trabajos de esta materia en forma de artículos, capítulos de libro, artículos de divulgación, reseñas o entradas de diccionarios y enciclopedias. Co-fundador de la revista Llull ha sido co-director de la revista Cronos de historia de la medicina y de la ciencia y es asesor de diversas revistas de la misma materia. Escribió con J.M. López Piñero la Historia de la ciència al País Valencia y co-dirigió el Diccionario Histórico de la Ciencia Moderna en España. Entre sus publicaciones recientes figuran Historia de la ciencia (en colaboración con J.Ordóñez y J.M. Sánchez Ron); Universities and Science in the Early Modern Period, Dordrecht, Springer, 2006 (M.Feingold y V.Navarro, eds.); Beyond of Black Legend. Spain and the Scientfic Revolution. Mas allá de la Leyenda negra. España y la Revolución Científica, Valencia, Universitat de València, 2007 (V.Navarro y W.Eamon, eds.); Vicenç Mut i Armengol (l614-1687), i l’Astronomia, Palma (Mallorca), Govern de les Illes Balears, 2009; Disciplinas, saberes y prácticas: filosofía natural, matemáticas y astronomía en la sociedad española en la época moderna, Valencia, Universitat de València, 2014.
Ha sido miembro del comité organizador de las tres primeras Escuelas de primavera de historia de la ciencia y divulgación científica que organiza la Societat Catalana d’Hisòria de la Ciència i de la Tècnica junto con el Institut Menorquí d’ Estudis. Ha impartido numerosos cursos, seminarios y conferencias de divulgación relacionadas con la historia de la ciencia tanto en España como en otros países como México, Colombia, Brasil, Portugal o Francia, en universidades, centros de enseñanza secundaria, centros culturales, Residencia de Estudiantes de Madrid, Colegio Español de París, etc. Ha sido comisario en la exposición “100 años de herencia einsteniana» en la Universitat de Valencia (2005) y redactor (co-) del catálogo y ha organizado exposiciones en el Colegio Español de Lisboa, además de colaborar en otras exposiciones. Ha sido comisario, junto al Dr. Jesús Catalá, de la exposición «Darwin: el seu temps, la seua obra, la seua influència», que se ha expuesto en la Universidad de Valencia, en el Institut d’Estudis Catalans en Barcelona y en la Universidad Ramon Llull, también en Barcelona. Guionista del documental científico «Darwin en Valencia», realizado para acompañar a esta exposición sobre Darwin, y coeditor del catálogo de la mencionada exposición. Director científico y co-guionista del documental «Mujeres universitarias: un camino hacia la igualdad». Guionista de otros varios documentales científicos.
MH. En la reseña que Metahistoria publicó hace pocos meses de su reciente obra “Disciplinas, saberes y prácticas. Filosofía natural, matemáticas y astronomía en la sociedad española de la época moderna” destacábamos cómo usted reúne tanto la faceta científica, por su doctorado en Ciencias Físicas, como la histórica, por su cátedra de Historia de la Ciencia en la Universidad de Valencia, y que su sólida formación le permite acercarse al mundo de la ciencia sin menoscabar las técnicas historiográficas. Nos perdonará si empezamos con preguntas quizás excesivamente generales, pero ¿para ser un buen historiador de la ciencia, es necesario ser previamente científico o basta con tener un buen “sentido histórico”, no necesariamente equiparable al “sentido científico”?
R. La historiografía de la ciencia se ha diversificado enormemente en las últimas décadas de manera que en la historia de la ciencia como actividad intelectual tienen cabida practicantes o profesionales de formaciones muy diversas, ya que sus objetos de investigación son asimismo muy diversos y complejos: además de las teorías, las ideas, los conceptos, lo que llamamos descubrimientos, los instrumentos y los métodos, se estudian también las instituciones (academias y sociedades, universidades y centros de enseñanza, gabinetes y museos, centros o institutos de investigación, hospitales, laboratorios – y en el mundo medieval monasterios, catedrales, cortes palaciegas, y si nos trasladamos a otras culturas, habría que añadir madrazas, etc.; además, hay que considerar el campo donde trabajan los botánicos, geólogos, naturalistas, ecólogos), la comunicación científica, la relación de la ciencia con el arte, la técnica, la industria, la guerra, la religión, es decir, la cultura material de la ciencia y el contexto cultural, económico y social de la actividad científica. Se estudia en definitiva la ciencia como una actividad desarrollada en un contexto económico, político, social y cultural determinado. Como puede advertirse, la nueva historia de la ciencia por todo ello requiere un trabajo interdisciplinar y en equipo. En los equipos en los que yo he trabajado había personas procedentes de la historia o de alguna especialidad científica. Pero todos hemos tenido que reciclarnos, por así decirlo: los historiadores han tenido que familiarizarse con la ciencia, a veces con gran esfuerzo, y los de formación científica con la historia, también con esfuerzo, además de los idiomas: lenguas clásicas, alemán, italiano, portugués, etc. En todo caso y para responder ya a su pregunta: no es necesario ser previamente científico, pero sí tener conocimientos científicos que dependerán del campo de estudio elegido, y sobre todo trabajar en equipo con otras personas de formación complementaria. Efectivamente, el “sentido histórico”, como ya apuntaba Paul Tannery, es esencialmente diferente del “sentido científico”, de lo contrario la historia de la ciencia que resulta del mero sentido científico es, en el mejor de los casos, lo que se ha venido en llamar una reconstrucción del pasado de una ciencia, que puede ser funcional para los científicos con fines de legitimación pero poco tiene que ver con la complejidad de la historia. Pero la historia de la ciencia hecha exclusivamente por historiadores sin un buen conocimiento de las cuestiones y problemas que ocupaban a los científicos puede resultar por su parte un mero relato descriptivo y superficial.
MH. ¿La ciencia tiene realmente su propia “historia” o simplemente es uno más de los fenómenos culturales, intelectuales, económicos y sociales en la historia (general) de la humanidad? Su posición como categoría historiográfica propia ¿se puede ver amenazada por la proliferación de disciplinas singulares (historia de la medicina, historia de la química, etc)?
R. Resulta imposible definir la ciencia ya que es un término que cambia continuamente de significado y contenido por su propia naturaleza. Su definición se enfrenta a problemas análogos al de la definición del “arte”. Cuando hablamos de la ciencia del pasado (de la Antigüedad clásica griega, o del Renacimiento, por ejemplo), lo hacemos retrospectivamente, asimilando determinadas realizaciones de esas épocas a lo que hoy entendemos por ciencia (ciencias exactas y de la naturaleza). Son los historiadores de la ciencia, por ello, los que construyen el concepto de ciencia del pasado, y cada generación lo hace de manera diferente (cada generación construye su historia). La ciencia hoy tiene su propia historia en la medida en que hay un buen número de profesionales, puestos académicos, revistas, instituciones, sociedades, que se dedican a la historia de la ciencia o las ciencias. De ninguna manera la existencia de historias de las distintas ciencias significa una amenaza para el proyecto de una historia de la ciencia. Por otra parte, el proyecto positivista se orientaba a una historia de las ciencias subdividido en una general y otra especial y posteriormente aspiraba a una ciencia unificada con la física como fundamental; en nuestra época se considera que este programa ya no es posible. Las diferentes ciencias presentan diferentes culturas y prácticas científicas, si bien existe asimismo una relación e interacción entre ellas en constante cambio y, por supuesto, con el contexto histórico. Como hemos dicho en la cuestión anterior, al final es indispensable el trabajo multidisciplinar y en equipo.
MH. Individualidades, genios y “caldos de cultivo” colectivos se reparten, probablemente, el protagonismo en la historia de la ciencia: ¿influyen ahora más que en otras épocas los factores sociales? ¿Ha acabado por imponerse el carácter intersubjetivo y público del conocimiento científico en los siglos XX y XXI?
R. La ciencia es una construcción humana que se lleva a cabo en culturas y sociedades particulares: la construcción del conocimiento científico es una actividad esencialmente social. Hoy más que nunca los historiadores y sociólogos exploran con nuevos criterios y métodos la influencia de lo social en la ciencia y la famosa dicotomía entre los factores internos y externos en las últimas décadas se ha cuestionado muy seriamente (aunque para analizar un determinado problema científico pueda ser útil). El conocimiento científico ha de ser normativamente intersubjetivo y público, pero ello no excluye de ningún modo la compleja mediación de lo social.
MH. Como en otros ámbitos del saber, existe una cierta tendencia a relativizar la importancia de la que podría denominarse “ciencia occidental” respecto de los países del resto del mundo, y cada uno de éstos -al menos algunos de los denominados periféricos- intenta reivindicar sus propias tradiciones científicas. ¿Tampoco puede sustraerse la historia de la ciencia a estas polémicas, a veces un tanto infantiles?
R. Lo que llamamos “ciencia moderna” occidental es el producto de un largo desarrollo en el que intervinieron elementos muy diversos, algunos de ellos procedentes de las culturas arcaicas, de las clásicas asiáticas, de la islámica y de las indoamericanas, con un peso especial de la tradición griega y helenística. El estudio transcultural y comparado de la “ciencia moderna” del Occidente europeo y de la actividad científica y tecnológica desarrollada en otros escenarios geográficos ya ha dado importantes frutos, poniendo de relieve la necesidad de tener en cuenta todos los aspectos de la vida colectiva para comprender la diferente trayectoria de los correspondientes a los saberes y prácticas en diversas sociedades y culturas y las interacciones e influencias de unas culturas en otras.
MH. Pasemos a España. A estas alturas de la historiografía se va imponiendo –al menos así lo creemos- la tesis de Elliott según la cual nuestra historia no es, en lo sustancial, diferente sino que refleja los mismos fenómenos perceptibles, de un modo u otro, en el resto de Europa. Usted nos corregirá si es preciso, pero nos da la impresión de que sus investigaciones sobre la ciencia española a partir de la Edad Moderna se apoyan en este mismo presupuesto.
R. Al abordar este tipo de cuestiones siempre señalamos de entrada que es necesario delimitar qué se entiende por España en los siglos XVI a XVIII, tan bien precisado por José Antonio Maravall. Y en este sentido, a la hora de evaluar los procesos de evolución cultural y científica y cambio cultural-científico, hay que dar cuenta adecuadamente de los substratos culturales y esclarecer qué fenómenos estimularon el cambio cultural y dirigieron su velocidad y dirección y cuáles limitaron o condicionaron el alcance de tal o tales cambios. Hoy ya resulta indudable que en “España”, en la época moderna se llevó a cabo una actividad científico-técnica similar en muchos aspectos relevantes a la que se desarrolló en otros lugares de Europa, y con algunas peculiaridades o particularidades. Pero en todo caso digna de ser estudiada y considerada a la hora de hablar de la historia de la ciencia y la técnica en Europa en la época moderna.
MH. Publicó usted hace algunos años con William Eamon un trabajo titulado “Más allá de la leyenda negra: España y la revolución científica”. Trataban con él de poner en valor la ciencia ibérica en el conjunto de la ciencia de la Edad Moderna, en un momento en que la importancia de los imperios luso y español era evidente. ¿Podemos hablar ya de una historia de la ciencia moderna “con acento ibérico”?
R. En realidad, el trabajo aludido es una obra colectiva, resultado de una reunión con historiadores de diversas nacionalidades, que el profesor Eamon y yo coordinamos. El objetivo era plantear si un relato sobre la “Revolución Científica” y los orígenes de la modernidad que omite o ignora el mundo ibérico puede tener sentido. Y en esta línea llegamos a cuestionar, de manera un tanto provocativa, el esquema de prioridades habitual en los estudios sobre aquella “revolución”. Además, recordábamos las contribuciones ibéricas en áreas como la cosmografía, medicina, historia natural, cartografía, técnica, o la etnología y la antropología. De todos modos en los últimos tiempos se ha cuestionado seriamente el mismo concepto de “Revolución Científica” como un mito acerca del inevitable ascenso hacia el dominio global de Occidente y acerca de los orígenes y naturaleza de la modernidad. Y en el mito relativo a la historia de la modernidad que los filósofos ilustrados comenzaron a escribir como un melodrama, con la ciencia y la razón conduciendo inexorablemente hacia la verdad y la utopía, la España inquisitorial encarnaba perfectamente el papel de villano. Por todo ello, la nueva historiografía ofrece un marco adecuado para reconstruir y evaluar con rigor, sin estériles apriorismos o construcciones ideológicas, las realizaciones ibéricas en el terreno de la ciencia y la técnica desde una perspectiva comparada.
MH. Afirmaba usted en un acto de homenaje a Jorge Juan con motivo del tercer centenario de su nacimiento (2013) que España es un “país absolutamente desmemoriado”. El mismo Jorge Juan, o Jerónimo Muñoz o Vicente Mut, por poner sólo algunos de los grandes personajes a los que usted ha dedicado especial atención, resultan casi desconocidos para los españoles. ¿Tenemos remedio?
R. Los tiempos que estamos viviendo, en los que de nuevo se abandona, por parte de nuestros gobernantes, la investigación científica, obligando a marcharse a muchos de nuestros investigadores, y no se apoya la cultura, en general, no invitan al optimismo. Mi maestro, el gran historiador de la medicina y de la ciencia López Piñero, insistía en que el destino recurrente de los científicos en España era la marginación social. Era sin duda una afirmación provocativa, pero lamentablemente con un fondo de verdad. Desde que yo me sumé, en los años sesenta, al proyecto de López Piñero de reconstruir con rigor nuestro pasado científico, hasta nuestros días, la historia de la ciencia ha obtenido en España un cierto reconocimiento como disciplina académica, lo que ha hecho posible la existencia de un cierto número de excelentes profesionales dedicados a ella. Pero en los últimos años se está produciendo un retroceso en los logros obtenidos, y también en este campo hay un buen grupo de profesionales con muy buena formación pero con graves problemas para encontrar un puesto de trabajo en su disciplina.
MH. Ha centrado usted algunas de sus investigaciones históricas en los campos de la astronomía, las matemáticas aplicadas, la cosmología y la cosmografía, especialmente durante los siglos XVI y XVII. ¿Se explica su desarrollo en España durante aquellos siglos sólo como resultado de la expansión ultramarina o hay algunas razones más generales?
R. La expansión ultramarina desempeñó sin duda un papel muy importante. Pero también hay otros factores vinculados a la construcción del estado moderno y a otros fenómenos.
El crecimiento urbano y el desarrollo de los estados absolutistas planteó múltiples exigencias administrativas y técnicas, como los problemas de provisión de agua, reclamaciones de tierras, realizaciones de catastros sistemáticos, redes de carreteras, técnicas de construcción de puentes, trazados de mapas para el control del espacio. Además, la actividad mercantil y financiera impulsó también el desarrollo y el cultivo y enseñanza de las matemáticas. A lo que hay que añadir el impacto del humanismo renacentista y no debe olvidarse, en relación con ello, el papel simbólico que desempeña también la ciencia en una época en la que el mecenazgo de las actividades científicas era de la mayor importancia para su desarrollo. De todos modos, en el siglo XVII tuvo lugar en los reinos de la península Ibérica una innegable decadencia, en relación al periodo, anterior, de la actividad científico-técnica, decadencia que no hay que interpretar como ausencia de actividad científica digna de estudio y consideración.
MH. La historia de la ciencia está íntimamente ligada, creemos, a la de la tecnología y ambas reposan, desde hace siglos, sobre los fenómenos relacionados con la investigación. ¿Cuándo se produjo, si es que en algún momento sucedió, la disociación entre ciencias básicas y ciencias aplicadas?
R. En las últimas décadas el esquema tradicional de la tecnología como ciencia aplicada se ha venido invirtiendo dándose en la actualidad una mayor preeminencia a la tecnología sobre la ciencia. En las últimas dos décadas se ha puesto de moda el término tecnociencia, que sugiere una especie de híbrido que combina la tecnología y la ciencia. Además, hay que considerar que la técnica o las tecnologías, son más antiguas que la ciencia, si la ciencia se concibe en los términos de la noción de ciencia propagada por la moderna filosofía de la ciencia: ahistórica, acultural, “matemática” o teórica e independiente o autónoma del contexto. A finales del siglo XX comenzó a producirse un cambio en los esquemas tradicionales, enfocándose la interpretación de la ciencia más hacia la práctica, el laboratorio, la instrumentación y la experimentación. Obras como la de Ian Hacking, Representing and Intervening con su marcado énfasis en la intervención y la manipulación a través de los experimentos y los instrumentos, representa bien esta nueva orientación. Y las de Robert Ackermann y Peter Gallison muestran cómo las nuevas tecnologías o descubrimientos tecnológicos no sólo tienen impacto en la ciencia, sino que estimulan nuevas ciencias. Así, ha surgido una imagen de la ciencia más complicada que en cierto modo parece más una actividad tecnológica en muchos sentidos que puramente teórica, y como consecuencia la tecnología ha dejado de considerarse en gran medida “ciencia aplicada”: estamos ante unas ciencias y tecnologías híbridas, plurales y multiculturales.
MH. En algunas otras entrevistas a destacados historiadores les hemos preguntado por las relaciones entre la investigación universitaria y la que se desarrolla en otros centros de investigación, como por ejemplo los del CSIC. En el ámbito específico de la historia de la ciencia ¿cómo son esas relaciones?
R. La historia de la ciencia es una disciplina que no se puede comparar numéricamente y en cuanto a su implantación académica con la historia, la literatura o la historia del arte, por no hablar de las distintas ramas de la física, la química, la biología, etc., es decir, las llamadas ciencias “duras”. Como área de conocimiento sólo existe desde mediados de los años ochenta y el número de practicantes en la Universidad es muy exiguo. E insisto, hubo un periodo importante de crecimiento, con la creación incluso de algunos departamentos, como el de Valencia, e institutos, como los de Valencia y Barcelona, pero este proceso de modesta expansión se ha frenado bastante últimamente. En Valencia existe un Instituto Mixto, Universidad-CSIC, de historia de la medicina y de la ciencia, pero el próximo mes de diciembre el CSIC se separa del convenio con la Universidad. En todo caso, las relaciones personales y de colaboración entre investigadores del CSIC y de la Universidad siempre han sido y siguen siendo, en general, excelentes. Pero, insisto, se trata de unos grupos muy reducidos de profesionales en situación en algunos casos bastante precaria, sobre todo para los más jóvenes, y no tan jóvenes, con escasas perspectivas de consolidar un puesto en una u otra institución
MH. Desde su atalaya de catedrático universitario ya sin responsabilidades docentes, ¿cómo observa el panorama de sus colegas más jóvenes que cultivan la historia de la ciencia?
R. Nosotros, los de mi generación(es), luchamos para que la historia de la ciencia se reconociera e implantara académicamente, lo que se logró sobre todo a partir de la reforma universitaria del PSOE en los años ochenta y la creación de la estructura departamental y las áreas de conocimiento. Entretanto, salvo los historiadores de la medicina o los practicantes de la historia de la ciencia desde departamentos de filosofía o lógica, enseñábamos otras materias en la universidad o en la enseñanza secundaria. Fuimos en gran medida autodidactas, no teníamos becas (viajábamos a Institutos o centros del extranjero, cuando lo hacíamos, con nuestro dinero personal) y accedíamos con dificultades mil a la literatura (libros y revistas) necesaria de historia de la ciencia. Pero finalmente unos cuantos de aquellos pioneros conseguimos puestos en la Universidad o en el CSIC. Los cultivadores más jóvenes (como mis discípulos o los discípulos de mis discípulos, mis “nietos intelectuales”, como me decía cariñosamente un colega y gran historiador portugués que se considera, con excesiva generosidad, discípulo mío), han tenido becas, han estado en importantes centros del extranjero formándose con los mejores historiadores de la ciencia del mundo occidental, se han aprovechado de nuestra experiencia y de nuestros errores (para no repetirlos, claro) y, en suma, tienen un preparación excelente. Pero su futuro profesional, para muchos de ellos, es completamente incierto. Y como el panorama no es mucho mejor en otros lugares del extranjero, ya que el número de aspirantes a un puesto en historia de la ciencia es cada día mayor y los puestos no crecen (lo que indudablemente es un éxito de la disciplina y su popularidad y un fracaso de las instituciones que tiene que ver con el retroceso de las humanidades en su consideración e importancia), también encuentran dificultades para irse al extranjero.