Hugo O´Donnell
Hugo O´Donnell
Hugo O’Donnell y Duque de Estrada (Madrid, 1948) es licenciado en Derecho y Comandante de Infantería de Marina. Ostenta el título de Duque de Tetuán. En el año 2001 fue elegido Académico Numerario de la Real Academia de la Historia. Es Vocal del Patronato del Museo Naval. Vicepresidente de la Comisión Española de Historia Militar y su representante ante la Comisión Internacional de Historia Militar. Miembro electo de la Royal Historical Society del Reino Unido. Profesor del Instituto de Historia y Cultura Militar.
Es Premio Nacional de Historia (año 2000), Premio Virgen del Carmen de la Armada en dos ocasiones y Premio «Santa Cruz de Marcenado» (año 2004). Está en posesión de la Gran Cruz del Mérito Naval y de la Gran Cruz de Honor y Devoción de la Orden de Malta.
Autor de una docena de libros históricos y de centenares de artículos publicados en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus obras destacan: España en el descubrimiento, conquista y defensa del Mar del Sur, La campaña de Trafalgar. Tres naciones en pugna por el dominio del mar y El litigio por el pecio de la fragata «Mercedes».
MH. Este año hemos conmemorado los centenarios del descubrimiento del Pacífico, la muerte de Blas de Lezo y el nacimiento de Jorge Juan ¿Estamos ante un reverdecer de la historia naval o es tan sólo la imagen superficial de una disciplina ya asentada?
R. Estamos, sin duda, ante un incremento del interés por los grandes acontecimientos de nuestro pasado naval. Se ha procurado responder a esta tendencia, que ha probado ser un auténtico clamor, pero a un nivel casi exclusivamente divulgativo. Desgraciadamente los esfuerzos, limitados por la crisis, se han encauzado preferentemente a dar a conocer lo ya sabido, no a profundizar en nuestros conocimientos ni a aclarar nuestras incógnitas. Tras el afán por atender al consumo interno y a agradar al público se esconde el peligro de actuar en detrimento del rigor y del deber de docencia. Pasado el evento, es más difícil encontrar subsidios para la investigación, que es nuestro verdadero legado a la posteridad.
Las conmemoraciones del Descubrimiento de América, de Lepanto, de la Gran Armada contra Inglaterra de 1588, de Trafalgar… vinieron acompañadas de estudios especializados que perduraron cuando las luminarias de corta duración se extinguieron, mostrando a los españoles de entonces y del futuro la relevancia de los hechos a la luz exclusiva de las fuentes fidedignas, ofreciendo a la Historiografía internacional las sólidas bases sobre las que la nuestra se asienta. Aplaudo la divulgación, pero no sólo hay que extender los conocimientos, sino, como en toda ciencia, avanzar en ellos.
MH. La publicación de su libro “El litigio por el pecio de la fragata Mercedes. Razones históricas de España” ha sido para muchos de nosotros una revelación de lo mucho que hay por hacer en la protección del patrimonio naval sumergido. ¿Cree Vd. que llegaremos a tiempo de salvarlo? ¿Tiene una incidencia real la Convención de la Unesco de 2001 para la salvaguardia del patrimonio cultural subacuático?
R. Nuestro patrimonio sumergido, correspondiente a todas las épocas de nuestra riquísima historia, es el mayor existente. Bien lo saben sus depredadores, que han elaborado listas exhaustivas de identificaciones, localizaciones y expectativas de beneficio. Cuanto más se tarde en tomar medidas efectivas, menos se podrá, no ya recuperar, sino tan solo proteger lo nuestro. Muchos son los problemas y de muchas clases: políticos, administrativos, económicos… La triste experiencia de los tiempos que corren es que las leyes tienen importancia testimonial; sus efectos y ejecución dependen, en el mejor de los casos, de las prioridades de los obligados a hacerlas cumplir y de los legisladores que deben mejorarlas para cerrar los portillos por los que se cuelan los cazatesoros. En mi opinión, la mayor aportación de la Convención ha sido que, a partir de ella, buena parte del halo de falso romanticismo –parecido al del pirata de película-
MH. Pocos saben que la Armada castellana, junto con la francesa, destruyó a la inglesa en La Rochelle, en 1372, y pocos años después llegó incluso a amenazar a Londres. Siete siglos después, y muchas batallas navales por medio, ¿cómo son nuestras relaciones con los marinos británicos?
R. Unos y otros somos conscientes de un pasado de continua conflictividad. Sólo la amenaza mayor de Francia nos ha hecho aproximarnos ocasionalmente a los ingleses y el fantasma de un desembarco español en sus islas, por absurdo que esto pueda parecer, ha permanecido vivo en la memoria histórica inglesa. Pese a lo dicho, creo que nuestras relaciones actuales son de honrada y cordial colaboración en el marco de la defensa europea y que están presididas por un respeto mutuo al que los historiadores más serios han contribuido con gran eficacia. No es una casualidad la existencia de tanto “hispanista” de mérito, mientras que, de nuestro lado, la fundamental aportación académica a las conmemoraciones conjuntas citadas, especialmente las referidas a “La Invencible” y a Trafalgar transformaron el criterio imperante, valorando positivamente lo español.
MH. Una de las afirmaciones más frecuentes para explicar el expansionismo estadounidense a principios de siglo XX fue la ascendencia que ejerció sobre la marina americana la obra de Alfred T. Mahan, Influencia del poder naval en la historia (por cierto, traducida por marinos españoles en 1900), que vuelve a ser tenida en cuenta en La venganza de la Geografía, de Robert Kaplan ¿Cree Vd. que son hoy todavía aplicables los principios defendidos por Mahan?
R. Como sucede en el Derecho, los “principios generales”, tienen ese carácter de universales y válidos para toda época. Mahan subrayó lo obvio, pero no nos dimos cuenta que era obvio hasta que lo hizo, como sucede con las verdades más sencillas. Los detalles y las predicciones el tiempo las supera y las confirma o no. Con Kaplan sucederá lo mismo, pero su actualización ha resultado igualmente necesaria.
MH. Una de los objetivos de Metahistoria es acercar al público en general los estudios y trabajos sobre historia ¿Cree Vd. que es posible tal cometido o hay poco interés por la historia, más allá de las obras divulgativas o las denominadas “novelas históricas”? ¿Es posible combinar publicar trabajos rigurosos y serios para lectores no especializado?
R. Creo que es deber de los reconocidamente entendidos orientar y poner énfasis en lo trascendente, orientar los estados de opinión y dirigirla, más que dejarse llevar por ella, formada por otros de criterios ajenos a la ciencia. Lo aparentemente más arduo puede convertirse en atractivo si se tiene la cualidad de saberlo presentar. Hay que saber mucho para hacer ambas cosas: transmitir la verdad sin complejos ni patrioterismos de éxito temporal y limitado y hacerlo de una manera amena y asequible a todos.
MH. A veces parece como si la Academia de la Historia no tuviese en nuestro país el peso que merece y sólo se habla de ella con motivo de polémicas más o menos políticas. ¿Cómo podría la Academia conseguir que los españoles tuviesen más aprecio por su historia?
R. Creo que estamos viviendo unos momentos en que todas las grandes instituciones básicas de nuestra nación se cuestionan, la Academia no podía ser menos. Asesora obligada u opcional, consultada en cada ocasión pertinente por el Gobierno y por otras instituciones y particulares, la labor de la RAH es continua; sus desinteresados informes, elaborados por especialistas y aprobados en su caso por el cuerpo académico, son independientes, completos y rigurosos. Si este aspecto de su actividad permanece desconocido para el gran público, ello se debe en buena parte a que esa es una característica del sistema de consultas, lo que no disminuye el enorme servicio que presta.
Su fin fundacional de aclarar la verdad de los sucesos “desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia, o por la malicia” se atiende cada día. En consecuencia, los “fabulistas”, políticos o no, de la actualidad, la consideran antigualla prescindible.
Su independencia se ha manifestado en el Diccionario Biográfico Español, obra magna reconocida internacionalmente y para el que se ha recurrido a los autores que se ha considerado más competentes y conocedores del personaje en cada caso, sin consideración a ideas políticas o creencias personales. La libertad de cátedra que se les debía conceder fue plena ya que cada cual se hizo responsable de sus propios asertos, como no podía ser de otra manera. ¿Qué mejor forma de acercarse al español medio que proporcionarle una óptima herramienta de consulta, de formación y de trabajo?
El afán didáctico preside las publicaciones, ciclos de conferencias y otras actividades de la RAH, aunque, eso sí, al nivel que le corresponde y que se espera de ella, comparable al de otros instituciones nacionales y mundiales de parecida condición.
MH. La Armada española tuvo, desde comienzos del XVI, una proyección atlántica innegable, que le permitió mantener nuestras rutas comerciales relativamente intactas durante casi tres siglos. También jugó, antes y durante aquellos siglos, un papel clave en el Mediterráneo. ¿Cuál fue la clave de su éxito?
R. La conciencia de frontera marítima, de bloque a defender más allá del limitadísimo alcance de las baterías costeras, fue el factor que determinó que la Monarquía Hispánica se sintiese protagonista obligada en la defensa del Mediterráneo occidental. El Atlántico, fue incluso más “nostrum” que el mar latino. Desde su conquista, América se consideró mucho más que unas tierras productoras de caudales. Fue una de las dos columnas sustentadoras de la Corona. “Utraque unum” rezan sus “columnarios”, sus pesos fuertes, porque no se podían concebir dos mundos aparte y separados. La defensa de sus comunicaciones marítimas supuso una sangría en hombres y medios no inferior a la de Flandes.
MH. Observamos un creciente interés por la Historia Militar: publicaciones, páginas webs, congresos, seminarios, exposiciones… tratan una y otra vez de cuestiones con ella relacionadas. Como coordinador de la obra “Historia Militar de España”, ¿a qué cree Vd. que es debido?
R. No es un fenómeno interno, está ocurriendo por todas partes porque cada vez estamos más interrelacionados. Siempre lo estuvimos respecto al resto de los europeos, porque su historia es también en buena parte la nuestra y España ha sido una de las grandes forjadoras de la Europa moderna. Por otra parte, hace tiempo que dejamos de considerar a España como una singularidad histórica, como una rareza temperamental. Hoy vemos en efecto con gozo la apertura mutua entre el mundo universitario y el militar hasta hace poco muy distanciados; la sociedad lo percibe y ha dejado mayoritariamente de lado todos los prejuicios.
MH. España tiene una riqueza archivística (y documental) tan extraordinaria como desconocida para muchos. ¿En cuál de nuestros grandes archivos se siente Vd. más a gusto?
R. Creo que fue Borges quien se imaginó el Cielo como una inmensa biblioteca. Yo prefiero el archivo, cualquier archivo que yo pueda desentrañar e interpretar. Afortunadamente, la profesionalidad y atención al usuario de los públicos se han mejorado enormemente en España. Volviendo a los cazatesoros, ha habido quien ha abusado de ello. Yo disfruto especialmente en mi archivo familiar.
MH. Por último, una pregunta –o una curiosidad-
quizás algo más personal. Entre los irlandeses que venían a Salamanca, al Colegio del Arzobispo Fonseca (el Colegio de los Irlandeses) después de la reforma Tudor, ¿había ya algún O’Donnell?
R. Aunque mi dinastía fue eminentemente militar –de “archibelicosa” ha sido calificada-