Luis A. García Moreno
Luis A. García Moreno
Luis Agustín García Moreno (Segovia, 1950) es Doctor en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca y Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Alcalá, desde 1982. Anteriormente ejerció la docencia en las Universidades de Salamanca, Autónoma de Madrid, Santiago de Compostela, Complutense, Zaragoza y varias universidades extranjeras. Fue elegido Académico de Número de la Real Academia de la Historia en 2007. Fundador y director de la revista “Polis”, es miembro de los consejos científicos de varias revistas españolas y extranjeras como Journal of Late Antiquity, Quaderni Catanesi di Studi Antichi e Medievali, Hispania Sacra y Cuadernos de Historia de España. Premio de investigación del Consejo social de la Universidad de Alcalá (1998). Es miembro de la Junta directiva de la Sección Española de la Asociación Internacional de Historia de la Iglesia, de la junta ejecutiva del Comité Español de Ciencias Históricas, del Comité español de la Sociedad Internacional de Estudios Bizantinos del Comité Ejecutivo de la Asociación Española de Orientalistas (1996-2007).
Ha escrito varios centenares de trabajos, entre libros y artículos científicos, principalmente sobre Historia hispana, desde los pueblos prerromanos a los mozárabes, con particular atención a la Historia goda, así como sobre Historiografía y Geografía helenísticas. Entre sus obras destacan: Prosopografía del reino visigodo de Toledo (1974); El fin del reino visigodo de Toledo (1975); España en la edad antigua: Hispania romana y visigoda (1988); Historia de España visigoda (1989); La antigüedad clásica: el imperio romano (1989); El Bajo Imperio Romano (1998); De Gerión a César: estudios históricos y filológicos de la España indígena y romano-republicana (2001); Hispania en la antigüedad tardía: ocio y espectáculos (2001); La construcción de Europa: siglos V – VIII (2001); España medieval y el legado de Occidente (2005); Los judíos de la España antigua: del primer encuentro al primer repudio (2005); Leovigildo: unidad y diversidad de un reinado (2008) y España 702-719. La conquista musulmana (2013).
MH. Debemos comenzar la entrevista con una confesión: hemos dedicado a la historia antigua y altomedieval, también en esta página, menos atención de la que sin duda se merece. Un período tan relevante –y tan extenso- parece quedar, a veces, desplazado por los ulteriores. ¿Cómo reivindicaríamos su importancia?
R. Extenso sí que es. Importante… según para quién y para qué. Indudablemente la Antigüedad próximo-oriental se cuenta por milenios, y tiene un particular exotismo, por lo que a veces atrae la atención de mucha gente, aunque a veces de una forma poco seria. Otra cosa distinta es la Antigüedad Clásica, grecorromana. Aquí están las raíces de nuestra cultura. En todo Occidente ha constituido la base fundamental de la formación humanística que se consideraba esencial que toda persona medianamente culta –nivel de Enseñanza Media- debía tener. De hecho la razón de ser de su estudio –del Latín y del Griego-, como también de la Historia, Literatura y Filosofía era formar para la ciudadanía empapándose los adolescentes y jóvenes de lo que habían hecho nuestros antepasados culturales y étnicos. Respecto de la importancia del estudio y divulgación de la Alta Edad Media, la española pero también de la del resto del Mediterráneo y Europa occidental, tiene más que ver con comprender la génesis y dinámica interna muchas cosas que ahora son de actualidad y preocupan, desde el Islam a los nacionalismos periféricos.
MH. ¿Invasiones bárbaras o meras “migraciones de pueblos”? Las tesis varían según se trate de historiadores romanizantes o germanizantes. A su juicio, con las grandes invasiones de los siglos IV a VI ¿se pusieron las bases de las modernas naciones de Europa occidental o la huella de los germanos invasores no fue perdurable?
R. Es usted una persona informada. La historiografía alemana del XIX y principios del XX siempre habló de migraciones de pueblos (Völkerwanderung). Era una manera de quitar violencia y dramatismo al fin del Mundo Antiguo, despenalizando a los pueblos germánicos de los supuestos destrozos y retroceso cultural, al tiempo de demostrar que casi todas las naciones europeas occidentales de la época debían mucho a esa herencia germánica. La verdad, como casi siempre, es más compleja: invasiones o migraciones según en qué momentos, en qué territorios, en qué casos y en qué condiciones. Si nos centramos en Italia, España y Francia habría que hablar sobre todo de “migraciones” de minorías guerreras, sin ánimo de destruir las estructuras sociopolíticas y culturales anteriores, sino de adaptarlas a las necesidades de esas élites.
MH. No son frecuentes las investigaciones sobre los influjos de la dominación bizantina en la península ibérica. En el conjunto de la política mediterránea justinianea y postjustinianea, ¿ocupaba nuestra península un papel significativo?
R. En los últimos 30 años la situación ha cambiado bastante, si me permite una falta a la modestia a ello he contribuido algo, al promover estudios y tesis doctorales. Pero responderé a la pregunta que me hace: la “reconquista” de Justiniano y la ocupación durante más de dos generaciones de una franja de territorio fue algo secundario. Tenía dos motivos principales, sobre todo la continuidad de la ocupación: 1) simbólico, significando que el Imperio había de nuevo llegado hasta el Océano, hasta las Columnas de Hércules; 2) estratégico para evitar cualquier ataque a los importantes dominios norteafricanos, en el Magreb, de Constantinopla.
MH. En el período visigodo al que ha dedicado usted tanta atención hay textos jurídicos –el Liber iudiciorum y el código de Leovigildo, objeto de su discurso de ingreso en la Academia– actas de los concilios, literatura patrística. ¿Quién disfruta más con ellos, el filólogo o el historiador?
R. Me temo que la pregunta no está bien planteada por una razón muy simple. El historiador de la España goda (¡mejor que visigoda!) se basa en un 90% mínimo en fuentes literarias que exigen un análisis según los métodos de la llamada Filología Clásica. Por eso soy bastante pesimista sobre el futuro de las investigaciones en este período (y no sólo en España, desgraciadamente) al ser ya muy pocos los historiadores que tengamos un mínimo dominio de la Filología Clásica. Esta misma reflexión debo hacerla para los estudios de la Antigüedad grecorromana.
MH. Publicábamos hace poco en Metahistoria la reseña de su obra España 702-719 La conquista musulmana. Cuando se analiza la invasión como usted lo hace, desde fuentes hasta ahora no habitualmente utilizadas, ¿se lleva uno sorpresas?
R. Sí que me las he llevado. Y siempre creo que el historiador, como todo buen detective –sigo pensado que C. Ginzburg lleva razón al comparar el oficio de historiador al de Sherlock Holmes- tiene que llevarse alguna sorpresa, tiene que descubrir cosas (explicaciones etc.) nuevas, en caso contrario debería considerar que algo ha fallado.
MH. ¿Qué encontró usted en Plutarco? Para el estudio y la investigación de la historia sobre la antigüedad tardía ¿es imprescindible una buena base filológica?
R. Me ha hecho usted dos preguntas. A la segunda creo que ya le he respondido antes. Sí hubo unos años en mi vida que estudié cosas relacionadas con la obra de Plutarco, como fuente. Hacia 1980 decidí, tras diez años de “visigotismo” y “protobizantinismo”, que debía procurar tener un objeto de estudio completamente diferente, y ese fue el de la Historiografía y Geografía helenísticas, y hasta la España prerromana. A partir de 1994 he vuelto a mis orígenes…aunque últimamente he de decir que cada vez me atrae más adentrarme en tiempos más tardíos, tras el 711; aunque soy consciente de mis limitaciones al no controlar la Filología Árabe…
MH. Ha afirmado usted en alguna ocasión que pertenece a esa clase de historiadores a quienes les gusta acabar la investigación obteniendo conclusiones diferentes de las que se imaginaban al principio. ¿En qué trabajos le ha ocurrido?
R. En parte ya le he contestado a esta pregunta. Si me perdona una falta de modestia le diré que en todas mis investigaciones, las que de verdad merecen ese nombre y no son meras “puestas al día” o divulgación, he obtenidos conclusiones distintas a las que imaginaba, a veces en su conjunto, otras veces en detalles. De modo que el descubrimiento de algo me llevaba a un nuevo objeto de investigación. Siempre he defendido que la investigación de un historiador a lo largo de los años tiene que ser un poco como la de ir arrancando las uvas de un racimo. Cuando era muy joven me impactó mucho la lectura del breve ensayo de Marx titulado más o menos “Introducción al estudio de la Economía Política”. Allí el sabio y activista de Tréveris exigía al historiador la imperiosa necesidad de modificar sus modelos de análisis de la realidad a la vista de los resultados de la investigación. Sinceramente creo que las bases de la investigación científica (no sólo histórica) son tener esta perspectiva o actitud, y la supremacía de la inducción sobre la deducción. Y esto último es muy importante aunque desgraciadamente muchos de mis colegas no se den cuenta de lo que representa. La inducción crea nuevos conocimientos, aunque tengan siempre un grado de incertidumbre; la deducción no, aunque sí certidumbres. Pero eso ya lo dijo hace muchos años J. Stuart Mill.
MH. A nuestro entender se puede hablar de una “Escuela de Alcalá de Henares” protagonista de las investigaciones históricas sobre la antigüedad tardía y alto medieval en la península. ¿Cuáles son sus principales líneas de investigación?
R. Hablar de Escuela es demasiado pretencioso. En la Historiografía española han existido muy pocas. En los estudios medievales tal vez haya habido dos excepciones: las de D. Claudio Sánchez Albornoz y la de D. Luis Suárez Fernández. De todas formas creo que las reformas universitarias introducidas en los años ochenta por el gobierno del PSOE, y que el PP o no pudo o no quiso cambiar, hacen imposible del desarrollo de escuelas en la Ciencias humanas. Escuela siempre apunta a una jerarquía, la jerarquía del saber entre maestro y discípulos; y la Universidad española, como tantas cosas en España, está desjerarquizada. Pero no soy yo quien para criticar esta situación, a mi edad debo más bien pensar en cómo me presentaré ante nuestro Creador en unas fechas que ya no pueden ser lejanas.
MH. En algunas de las entrevistas anteriores hemos preguntado a nuestros invitados sobre el uso de la historia por parte de determinados políticos, o sobre su instrumentalización al servicio de ciertos nacionalismos secesionistas. Pero hasta ahora no lo hemos hecho sobre uno de los sesgos ideológicos al que usted se ha referido en algún trabajo: la interpretación de la historia limitada al “efecto de la relación con el medio económico o de subsistencia de grandes colectividades sociales”. ¿Condiciona este enfoque algunas investigaciones históricas?
R. La pregunta tiene mucha enjundia y no se puede contestar en pocas palabras. Evidentemente mi generación, y yo mismo, he de confesarlo, estuvo muy influida por el Materialismo histórico, al menos superficialmente… Aunque yo siempre en aquellos años no me cansaba de repetir que C. Marx dejó sin escribir la parte que él consideró debía ser la culminación de su obra sobre “El capital”: la dedicada a las llamadas superestructuras ideológicas. Sinceramente creo que, al menos para la Antigüedad grecorromana y la Alta Edad Media los problemas planteados por la dialéctica individuo / grupo, élites / masas populares y entre grupos sociales jerarquizados, así como las legitimaciones ideológicas de todo ello son, si no lo más importante para el Mundo actual, al menos casi lo único que se puede estudiar a la vista de las fuentes que tenemos.
MH. Como al resto de sus compañeros en la Academia de la Historia, nos vemos obligados a plantearle la misma pregunta que a ellos les hacíamos: a veces parece como si la Academia no tuviese en nuestro país el peso que merece y sólo se habla de ella con motivo de polémicas más o menos políticas. ¿Cómo podría la Academia conseguir que los españoles tuviesen más aprecio por su historia?
R. Las Academias, entre ellas la nuestra de la Historia, surgieron en Europa –desde España a Rusia- en el siglo XVIII antes la realidad evidente de la total decadencia de la Universidades, de su incapacidad estructural para hacer Ciencia, desde la Historia a las Ciencias Físico Naturales. La llamada revolución universitaria prusiana de los hermanos Humboldt, que muy pronto se extendió al resto del espacio cultural alemán, cambió el panorama, surgiendo la idea de un profesor universitario fundamentalmente investigador, que enseña a investigar. De todas maneras se ha solido decir que los Humboldt pudieron hacer lo que hicieron gracias a que en Prusia no había universidades… Hace algunos años un prohombre socialista en lo relativo a la política educativa, el Prof. Miguel Ángel Quintanilla, en su tiempo buen amigo mío, me dijo que debía abandonar cualquier quimérica vuelta a la esencia de la Universidad “Humboldtiana”, que era el momento de la “Universidad de masas”. Que cada uno juzgue. En los mejores momentos de una posible Universidad investigadora (me refiero a las Ciencias humanas sólo, que es lo que conozco bien) en España –en la II República y entre 1965 y 1985- las Academias perdieron bastante de su brillo y razón de ser. Me temo, y me duele porque mi ilusión vital ha sido la Universidad, que la situación de ésta empieza a parecerse algo a la del siglo XVIII. Y en esa situación las esperanzas y los ojos tienen que volverse a las Academias, y entre ellas la de la Historia, tal vez la más profesional y menos politizada de todas.