José Ángel Sesma Muñoz
José Ángel Sesma Muñoz
Doctor en Historia por la Universidad de Zaragoza. Catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Barcelona entre 1987 y 1990 y en la de Zaragoza hasta 2010. En la actualidad es Catedrático Emérito de Historia Medieval en esta última Universidad. Investigador principal del Grupo de Investigación de Excelencia CEMA. Dirige la serie Acta Curiarum Regni Aragonum que edita los procesos de Cortes medievales aragonesas (17 tomos) y de las colecciones “Mancuso” y “Garba”. Coordinador de los congresos internacionales La Corona de Aragón en el centro de su historia (1208-1458). Miembro del Comité Científico de las Semanas de Estudios Medievales de Estella. Director General de Cultura y Patrimonio del Gobierno de Aragón (1995-1996). Premio Ramón de Pignatelli 1999 por su trabajo La vía fluvial del Ebro como ruta comercial de los espacios interiores de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media. Su investigación está centrada en el reino de Aragón y su Corona durante la Edad Media, con especial atención a temas relacionados con la formación de la economía comercial en la Baja Edad Media, las redes sociales que la sustentan y, en particular, las innovadoras estructuras de poder de ese periodo.
MH. Aragonés de “nación”, como se decía antiguamente, ha sido usted catedrático de Historia Medieval en las Universidades de Barcelona y Zaragoza, dos polos señeros de la Corona de Aragón. Desde el punto de vista territorial, ¿qué características más destacadas presentaba aquella Corona frente al resto de los reinos peninsulares durante la Edad Media?
R. Fui durante tres cursos (1986-1989) catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Barcelona, adscrito al campus de Lérida, lo que fue un paréntesis en mi larga pertenencia a la Universidad de Zaragoza, primero como alumno, profesor interino, profesor adjunto y desde 1990 catedrático. Desde siempre mis investigaciones las he realizado “desde” Aragón, pero proyectadas “sobre” la Corona de Aragón.
Para entender la Corona de Aragón es imprescindible tener presente que su territorio políticamente no constituyó una unidad, sino que estaba formado fundamentalmente por un conjunto de tres/cuatro espacios, perfectamente identificados, sujetos a la soberanía de un monarca, que era en primer lugar rey de Aragón, pero también de Valencia y Mallorca y conde de Barcelona, no de forma testimonial, sino como resultado de un compromiso establecido entre el rey y de las sociedades de cada uno de los territorios y de éstas entre sí. Sólo en la segunda década del siglo XIV se declaró por la monarquía (Jaime II) la indivisibilidad de sus dominios, es decir, se pronunció el compromiso real de no dividir por su voluntad la unidad de la Corona, lo que no quiere decir que se eliminasen las identidades existentes en las partes, ni que se anulase la posibilidad de que alguna de ellas pudiera llegar a separarse del conjunto si conseguía romper los lazos con el rey. El hecho de que nunca se llegara a producir esta situación no significa que no pudiera darse. Con el Compromiso de Caspe (1412) se puso de manifiesto la firme voluntad de los cuatro Estados hispánicos de conservar la unidad, optando por buscar conjuntamente y en concordia un monarca común que no interrumpiera la línea antigua; la guerra de la Generalidad catalana contra Juan II (1462-1472) respondió al propósito de las autoridades del principado de desgajarse de la soberanía del rey de Aragón, designando otro príncipe que lo gobernara (Enrique IV de Castilla, Pedro de Portugal o Renato de Anjou), lo que no consiguieron porque una gran parte de la sociedad de Cataluña apoyaron al rey y porque los demás Estados también contribuyeron al mantenimiento del monarca aragonés, pero sobre todo porque era un proyecto carente de realismo político y utilidad. A partir de 1516, con la sucesión del Católico, los Estados aragoneses se incorporaron en una organización superior, la Monarquía Hispánica, sin perder su propia identidad.
Esta articulación territorial de la Corona de Aragón impulsó unas formas políticas e institucionales peculiares, estableció unas relaciones económicas y sociales muy particulares y, finalmente, dio forma a un sistema monárquico especial, creando en la Edad Media una monarquía compuesta que los modernistas han creído descubrir en los siglos XVI y XVII.
MH. Alguna vez nos hemos preguntado por qué, teniendo España (los reinos peninsulares, si se quiere) una riquísima tradición histórica medieval, parece como si nuestra atención prioritaria se dirigiera a los siglos XVI y siguientes. ¿Comparte usted esta impresión?
R. Supongo que hay dos elementos que contribuyen a esa “deformación”. Por un lado, la tradicional valoración despectiva por la Edad Media, considerada una época oscura, violenta y de retroceso, que sólo el renacimiento fue capaz de superar. Por otra parte, el impulso que desde la Castilla del siglo XVI se dio a la idea de España, unida a ese llamado “siglo de oro”, a los ideales de unidad y centralismo, imperio y falso esplendor económico, que la Edad Media no permite ni imaginar. La historiografía medieval, una vez apartadas (donde se ha podido hacer) las adherencia románticas y las falsas mitologías, ha puesto de manifiesto unas sociedades que han sido más decisivas en el fortalecimiento de nuestras raíces, que gran parte de los aparentes logros de las sociedades posteriores. España a lo largo de los siglos medievales es un horizonte teórico y por eso el legado de la Edad Media es en España mucho más fuerte y auténtico, y está más vivo y vigente, que el de los siglos siguientes. Que los divulgadores sigan manteniendo los tópicos más burdos y la imagen de una sociedad medieval mugrienta, violenta y carente de sensibilidad, con reyes sádicos y caprichosos, una Iglesia irracional y ambiciosa y todo el resto de lindezas, solo se debe a la falta de rigor, de cultura y de autocrítica.
MH. Ha dedicado usted buena parte de su trabajo investigador a la economía aragonesa en la Edad Media, con especial atención a las relaciones comerciales. Cuando en Metahistoria hicimos la reseña de su libro Revolución comercial y cambio social. Aragón y el Mundo mediterráneo (siglos XIV-XV) nos llamó la atención el dinamismo de los intercambios comerciales aragoneses de aquellos siglos. ¿A qué se debía?
R. Es muy sencillo. En los siglos medievales el verdadero motor de la economía era la producción agropecuaria, tanto por constituir la única fuente de la alimentación como por suministrar las materias primas para la artesanía y la industria. Aragón en su conjunto es un centro de producción de cereales, aceite, vino, hortalizas, azafrán, carne, lana, cueros y un largo etcétera, cuyos excedentes puede destinar al abastecimiento de los territorios vecinos. Por otra parte, por mucho que se hable del tráfico marítimo (la capacidad de toda la flota europea no alcanzaba la de un único petrolero actual, por ejemplo), el verdadero transporte de mercancías se realiza en la Edad Media por vía terrestre y, siempre que es posible, por los ríos. Aragón tiene una renta de situación que la convierte en el centro de una enorme región económica que concentra una elevada población, al estar a una distancia abarcable de las principales ciudades del Mediterráneo, sur de Francia, Cantábrico y el interior peninsular y disponer de una vía de navegación fluvial de enorme interés: el Ebro, que describe una línea que conecta el Mediterráneo (Italia) con el Cantábrico (Atlántico norte). Zaragoza y otras ciudades del reino (Huesca, Teruel, Calatayud, Barbastro, por ejemplo) se convierten en centros de los intercambios, como una especie de plataforma logística, donde los castellanos, navarros y vascos, las gentes de los espacios ultrapirinaicos, los mercaderes catalanes y valencianos, pero también los alemanes, flamencos e italianos se encuentran para intercambiar sus productos.
Si se producen bienes reclamados por el comercio exterior, por su territorio circulan los mercaderes de los grandes circuitos comerciales, dispone de una red de comunicación fácil y protegida y se cuenta con una clase mercantil, autóctona o instalada, capaz de impulsar la actividad, el resultado es espectacular.
Además, como es el caso de Aragón, la producción y la gestión básica mercantil está protagonizada por las propias unidades familiares, al estar basada en la existencia de pequeñas explotaciones agrícolas y ganaderas, cuyos excedentes de producción se canalizan a través de los mercados rurales, lo que permite participar a un amplio número de los habitantes del reino y disponer de un incremento modesto, pero constante, de sus rentas principales y, por consiguiente, una mejora de su consideración de consumidores, se está impulsando un comercio de importación y el establecimiento de un circuito de salida y entrada de mercancías continuo y cada vez más activo. Esto en los siglos XIV y XV fue una realidad constatable con cifras en el territorio aragonés.
MH. Fernando II de Aragón ha sido tratado por los historiadores bajo perspectivas muy diversas. Usted mismo le ha dedicado atención en varios trabajos (entre ellos Fernando de Aragón Hispaniarum Rex) y sobre un aspecto de su reinado leyó su discurso de ingreso en la Academia de la Historia. ¿Cuál es su aproximación al “rey católico”?
R. Como dije en la Real Academia le he dedicado al rey Fernando II tanto tiempo y atención que ha habido largas temporadas en que parecía que fuéramos amigos que intercambiábamos noticias y confidencias diariamente y que en muchas ocasiones había tenido que consolarle ante el olvido malicioso de los historiadores de su esposa y que calmarle cuando los nostálgicos del este y del oeste cuestionaban su actuación y su intervención en la historia de España. El año 2016 se cumplirán quinientos años de su muerte (23 enero 1516), espero que se conmemore al menos con la misma intensidad que se hizo con su esposa, la reina Isabel, y que aunque sin necesidad de buscarle la santidad, sí se llegue a reconocer que fue él el monarca que imaginó España y, además, la abrió a Europa.
MH. La edición, a su cargo, de las Acta Curiarum Regni Aragonum en dieciséis volúmenes, que comprenden desde el siglo XIII hasta comienzos del siglo XVI, tiene un innegable interés y gran valor histórico. Sin duda es una simplificación pedirle un juicio de conjunto, pero ¿qué destacaría de la actividad de las Cortes aragonesas en aquellos siglos?
R. La edición de las actas de los procesos de Cortes del reino y de la corona de Aragón la emprendimos desde el Grupo de Investigación CEMA de la Universidad de Zaragoza hace ahora nueve años y tras el período de localización y preparación del material ha supuesto que hayamos publicado ya diez tomos (15 volúmenes) de los dieciséis (27 volúmenes) previstos y tengamos en la imprenta los dos siguientes. Si todo marcha bien, y hay que ser moderadamente optimistas, para el año 2016 terminaremos.
La actividad de las Cortes aragonesas era conocida y hasta cierto punto valorada en el seno de la historiografía medieval, pero menos que la de las asambleas castellanas o catalanas, cuyas actas fueron publicadas por la Real Academia de la Historia a finales del siglo XIX. Ahora, la edición del enorme material documental conservado de las Cortes aragonesas que hemos podido localizar pone de manifiesto que en Aragón y en la Corona de Aragón desde los comienzos del siglo XIV se puso en marcha un régimen parlamentario que, con las imperfecciones que se quieran hallar, introdujo en la práctica política unos usos y unas formas que adelantan en varias centurias criterios como representatividad, control político, consenso, bien común, participación, igualdad y otra serie de conceptos que se hicieron más generales en Europa en épocas posteriores y se descubrieron por los historiadores de los siglo modernos como novedades.
En las asambleas de Cortes los aragoneses juran fidelidad a sus reyes y reciben de ellos el compromiso de respetar sus fueros y guardar sus privilegios, atienden las peticiones de la monarquía y sancionan la política emprendida por ella; aprueban las leyes, regulan los impuestos y ordenan los gastos, creando una hacienda propia con sus propios ingresos, que gestionan sus diputados; eligen a gobernantes y jueces, vigilan la actuación de los funcionarios públicos, exponen sus agravios y resuelven las diferencias surgidas entre ellos; una emanación de su propia representatividad, la Diputación del reino, se configura como gobierno y poder ejecutivo en nombre de todos los aragoneses (“general” del reino) independiente de la monarquía. Y además, como culminación de todas estas funciones, la reunión de los brazos o estamentos aborda y da solución, de acuerdo con los parlamentos de los otros Estados de la Corona, a las cuestiones surgidas por disputas en las sucesiones reales, evitando enfrentamientos y aplicando el derecho y la norma para designar el heredero, como fue el caso del Compromiso de Caspe en 1412.
MH. El grupo de investigación que usted dirige, tras acoger la denominación del antiguo Centro de Estudios Medievales de Aragón (CEMA), ha desarrollado una labor encomiable para sacar a la luz, con rigor, la historia de Aragón en la doble dimensión del propio Reino y de la Corona, durante el periodo medieval. ¿De cuál de sus logros se siente particularmente orgulloso?
R. Por lo que acabo de explicar sin duda el logro más visible sea la edición de las actas de las Cortes. Pero en el Grupo hemos desarrollado programas de investigación de gran calado: demografía aragonesa, desarrollo económico, métodos de análisis, tratamientos de fuentes, articulación del espacio, paisaje social, que han significado la edición de una serie de monografías (la colección Mancuso) y de otra serie de volúmenes colectivos sobre temas específicos (colección Garba), así como los Congresos Internacionales La Corona de Aragón en el centro de su historia que hemos celebrado y publicado los resultados. Con ello hemos renovado profundamente los estudios sobre la historia medieval de Aragón. No obstante, los iniciadores del Grupo que hemos estado desde el principio (en particular los profesores Laliena y Navarro) estamos especialmente satisfechos por haber conseguido reunir a un grupo de investigadores de distintos centros y especialidades para empujar la investigación y atraer a jóvenes licenciados que garanticen la continuidad de los estudios históricos en Aragón. En los escasos diez años que lleva el Grupo CEMA funcionando, gracias a becas, seminarios, proyectos de investigación desarrollados, convenios y programas de intercambio hemos dirigido y leído una decena de Tesis Doctorales, otras cinco están en fase de realización y medio centenar de chicos y chicas a los que hemos orientado y ayudado están distribuidos por institutos y archivos trabajando para mejorar y enseñar el conocimiento de nuestra historia. Esta es sin duda la mejor aportación y todo ello, debo decirlo, con una financiación modesta, que ha ido en retroceso desde hace ya varios años.
MH. En uno de sus trabajos El Interregno (1410-1412). Concordia y compromiso político en la Corona de Aragón analiza usted los acontecimientos de aquel período difícil. ¿Las posibilidades de concordia y compromiso se agotaron entonces?
R. Cuando hace unas pocas semanas se ha puesto en mármol eso de que “el consenso fue posible” me evita cualquier intento de contestar a su pregunta, pero sí quiero resaltar que sobre el Interregno y su final en Caspe se ha escrito mucho en los seiscientos años transcurridos, pero lo más importante y lo que debe convertir el hecho en referencia intemporal es que fue un rasgo de madurez de todos los implicados. A pesar de la inquietud que vivieron las gentes esos años el desenlace es altamente esperanzador y modélico. Que cuatro Estados, políticamente unidos desde hacía casi trescientos años, se pusieran de acuerdo por medio de sus representantes estamentales para resolver la sucesión real entre los cinco candidatos que tenían sus propias aspiraciones y reunían los derechos básicos; que los parlamentos fueran capaces de aprobar una norma, un método y un compromiso para hacerlo y que finalmente alcanzaran una resolución por unanimidad para evitar la guerra civil, la ruptura de la unidad y las secuelas de un enfrentamiento ciudadano, es un hecho excepcional, pero de ninguna manera irrepetible. Unos años antes una situación similar provocó en Castilla una violenta guerra civil que acabó en un fratricidio; poco después en Inglaterra se arrastró durante decenios la llamada guerra de las Dos Rosas y en Francia, casi simultáneamente, la guerra de los Cien Años. Me atrevo a decir que si la historiografía francesa o inglesa tuviera un episodio similar al que se desarrolló en Aragón habría sido hace siglos presentado como símbolo de progreso y racionalidad del sistema político y de la temprana participación de la sociedad civil. Aquí, todavía hay alguna historiografía que lamenta el resultado y reclama una revisión.
MH. La utilización sesgada de la historia a veces une y a veces separa. ¿Cuándo considera usted que tuvo lugar –si es que entiende que la ha habido- la “ruptura” emocional de la integración de Cataluña en la Corona de la que históricamente –con los matices que se quiera- formaba parte?
R. La Historia, ni siquiera la “emocional” es lineal y cuando digo Historia no quiero decir memoria ni historia. Las uniones y desuniones no son eternas. Hay etapas de mayor afinidad y otras de enfrentamiento o alejamiento. Sin duda el excesivo abuso de los sentimientos nacionalistas, sobre todo los excluyentes, en un momento determinado sirven para separar y dejan señales muy hondas que tardan en cerrarse. A pesar de las distancias en muchos aspectos, la globalidad medieval de Europa, es decir, la idea de Cristiandad, sirvió mucho tiempo para aglutinar, con las diferencias y rivalidades necesarias, a la sociedad; es de desear que la globalidad que durante un tiempo en épocas recientes parecía iba a unir a los europeos sin fronteras, vuelva a replantearse aunque el viejo motivo de la fe religiosa y moral (y su defensa frente a los “otros”), se cambie por la necesaria supervivencia económica y del modelo social que beneficie a todos. En parte esto sirve también para Cataluña, cuya realidad histórica, como la de Aragón, Navarra, Castilla etc., tiene su propia e innegable identidad a partir de un momento (da lo mismo el siglo X o el XII, nunca antes), aunque inevitablemente es imposible de entender aislada –en la Corona de Aragón a partir del siglo XII, en la monarquía hispánica a partir del XVI o de España a partir del XVIII. Ignorar eso no tiene sentido, tergiversarlo es una forma de autoengaño cuyo final suele ser desastroso.
MH. El Archivo de la Corona de Aragón, creado por decisión de Jaime II de Aragón en 1318, estuvo desde siempre –y allí sigue- alojado en Barcelona. ¿No le parece como si, respecto de otros grandes archivos de titularidad estatal (Simancas, Indias), aquél no tuviera la relevancia pública que merece, tras siete siglos de historia en él depositada?
R. No debemos dejarnos guiar por emociones, menos por impresiones. A mí siempre me ha parecido un archivo histórico excepcional, por sus fondos, por su instalación (la clásica y la nueva), por su funcionamiento y por sus actividades. Compararlo con los otros (se olvida del Archivo Histórico Nacional) no creo que sirva de nada y menos en cuanto a relevancia pública.
MH. Como al resto de sus compañeros en la Academia de la Historia, nos vemos obligados a plantearle la misma pregunta que a ellos les hacíamos: a veces parece como si la Academia no tuviese en nuestro país el peso que merece y sólo se habla de ella con motivo de polémicas más o menos políticas. ¿Cómo podría la Academia conseguir que los españoles tuviesen más aprecio por su historia?
R. No sé si la Academia tiene por finalidad que los españoles tengan más aprecio por su historia, sí por su conocimiento; si bien tampoco ser, y no lo es, “el guardián de la historia”. En la cédula de fundación (17 de junio de 1738) se le encomienda como misión aclarar “la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia, y conduciendo al conocimiento de muchas cosas que obscureció la antigüedad o tiene sepultadas el descuido” y a esto se ha dedicado con intensidad y con mayor o menor fortuna los casi trescientos año de existencia. Es una tarea como la de Sísifo y en algunos momentos la piedra es más pesada que en otros. Aparte de la larga serie de actividades en forma de cursos, conferencias, exposiciones y otras fórmulas que cada año desarrolla la Academia, además de la elaboración de informes que realizan los académicos, y aprueba la Academia, a petición de instituciones y particulares en las cuestiones en la que son expertos, además de la labor de conservación, mejora y puesta al servicio de todos los interesados de los importantes fondos bibliográficos, documentales, artísticos y arqueológicos que dispone la Academia, quiero señalar porque es de justicia, la enorme trascendencia que tiene y tendrá durante mucho tiempo la edición del Diccionario Biográfico Español en 50 volúmenes, con más de 40.000 entradas, superando con creces los similares existentes en otros países. En un diccionario de este tipo son menos importantes las biografías dedicadas a unos pocos cientos de grandes personajes (más conocidos, más interpretados y más controvertidos) que los millares de biografías, aportadas después de una labor difícil de investigación, que sacan a la luz vidas de personajes menos conocidos pero igualmente dignos de ser incluidos en la historia y que, en muchos casos, a partir del Diccionario pasarán a ser objeto de mayor atención. Y aquí es donde radica la auténtica calidad y el verdadero valor de este tipo de obras, pensadas para la larga duración y no para las polémicas coyunturales.