Enrique Martínez Ruiz
Enrique Martínez Ruiz
Enrique Martínez Ruiz es catedrático de Historia Moderna de la Universidad Complutense y autor de más de trescientas publicaciones especializadas, que le sitúan como uno de los máximos expertos en Historia Militar y en la Historia de las Instituciones. Entre sus libros destacan Los soldados del rey. Los ejércitos de la Monarquía Hispánica. 1480-1700 (2008), El Ejército del Rey. Los soldados españoles de la Ilustración (2018) o Desvelando horizontes. La circunnavegación de Magallanes y Elcano (2016-2020). Su actividad académica e investigadora se ha visto reconocida con la concesión del Premio Nacional de Historia de España (1982 y 2009) y el Premio de Ensayo y Humanidades Ortega y Gasset Villa de Madrid (2009).
MH. Felipe II sucede a un Emperador casi unánimemente reconocido como la gran figura europea de la primera mitad del siglo XVI. El ejemplo, las enseñanzas y los consejos de su padre (como las Instrucciones de Palamós) ¿determinaron la línea de actuación del nuevo Rey, o este desarrolló su propio programa de gobierno?
R. Con mucha frecuencia se le ha criticado a Felipe II haber gobernado siguiendo las directrices que le dio su padre y que eso fue la causa de los desaciertos que cometió, evidenciando -se ha insinuado también- su corta inteligencia por no haberse dado cuenta de que la Europa de su tiempo era muy diferente de la de su padre. Desde mi punto de vista, tales apreciaciones son consecuencia de las distintas imágenes que se han proyectado del padre y del hijo. La de aquel corresponde a una persona adornado por unas cualidades que la hacen muy atractiva: viajero, cosmopolita, afable, de agradable conversación en varios idiomas, dinámico y mas inclinado a la acción –se pone al frente de sus ejércitos- que al despacho, aunque esta dimensión de su gobierno no la descuida.
La de Felipe II es muy diferente: se trata de un rey sedentario, dedicado por completo al despacho, poco accesible, lastrado por su imposibilidad de comunicarse con fluidez como no fuera en castellano o portugués, enfundado permanentemente en un traje negro que ensombrece su persona y afectado por dramas familiares, algunos de los cuales provocaron sospechas sobre su responsabilidad en los mismos.
Ambas imágenes son muy matizables. Evidentemente, una de las personas que más influyeron en Felipe II fue su padre, pero esa influencia tiene lugar sobre todo en su época de formación, en la que el entonces príncipe cuaja como hombre. En cuanto a su influencia en la política filipina, se manifiesta en los primeros años de su reinado, en los que el ya rey asume los problemas que su padre no ha resuelto. Es lo que yo denomino la política heredada. Pero en los inicios de la década de 1560, la situación cambia y cristalizan los problemas que Felipe II tiene que afrontar porque se van gestando por entonces: es la política personal del rey, muy diferentes de los que afrontó su padre, pues hay diferencias manifiestas entre ambos: Carlos V ha de enfrentarse a los herejes alemanes; Felipe II a los rebeldes flamencos; con Carlos V se consuma el asentamiento español en América del norte y en América del sur; con Felipe II se establece la planta administrativa que vincula América a la Monarquía Hispánica hasta el siglo XVIII y además se registra la anexión de Portugal y su imperio ampliando los territorios gobernados por Felipe II a una escala planetaria, desbordando con mucho los gobernados por su padre. Carlos V se enfrenta al Islam, pero quien lo derrota es su hijo.
En fin, estas matizaciones creo que son suficientes para mostrar que la política personal –como a mime gusta definirla- no está determinada por la influencia de su padre y se desarrolla canalizada por las decisiones de Felipe II.
MH. En la política actual se dedican muchos recursos a cuidar la imagen y la comunicación de nuestros dirigentes. Bajo el reinado de Felipe II ¿se daba también este fenómeno? ¿Había escritores o polemistas al servicio del Rey? Crónicas como el “Felícisimo viaje…” ¿eran impulsadas por la Corte?
R. El cuidado de la imagen ha sido una constante en todos los tiempos. Los hombres públicos han deseado y desean proyectar la imagen con la que quieren ser vistos por sus contemporáneos, tanto más cuidada cuanto más elevada es su posición o su responsabilidad con la sociedad a la que pertenecen o dirigen. Hoy, con los recursos visuales que existen, esa imagen procura aquilatarse. En realidad, desde que la producción fotográfica y cinematográfica se convirtieron en medios influenciables para las masas, los dirigentes ensayaban gestos, ademanes, posturas… hasta cuidaban la indumentaria según las ocasiones en que se iban a mostraren público. Hitler y Mussolini, por citar un par de casos, en esto fueron maestros.
En la Edad Moderna, esta preocupación del dirigente por su imagen también existió, indudablemente. Los medios y los ambientes para difundirla eran más limitados, pero existió. Todos los reyes tuvieron sus cronistas. Hasta los servidores importantes de la Corona querían testimoniar su existencia por los procedimientos a su alcance, ya fuera como orantes en un retablo religioso costeado por ellos, en cuadros, grabados e, incluso, en suntuosos y espectaculares sepulcros.
Felipe II no fue una excepción y, efectivamente, el Felicísimo viaje tuvo la aquiescencia tanto del Emperador como del mismo Felipe II, quien tuvo un especial cuidado en su aseo personal y en la imagen que mostraran los numerosos cuadros y grabados que se le hicieron. Hubo cronistas y contemporáneos que nos dejaron relaciones de acontecimientos importantes y del reinado, como Luis Cabrera de Córdoba, que exaltan directa o indirectamente la figura y el “buen hacer” del rey. En algunos casos, los resultados no fueron satisfactorios al no estar en consonancia con lo que se esperaba de ellos, como es el caso de Antonio de Herrera y Tordesillas.
Por otro lado, el reflejo de la majestad y la “lejanía” son dos elementos que Felipe II tiene siempre muy presentes, como recursos potenciadores de su imagen, pero eso no le lleva a posturas extremas para evitar la difusión de imágenes suyas que no respondían a los objetivos perseguidos por la Corte. En este sentido es de destacar que cuando le advierten que hay muchos pintores de técnica deficiente lo reproducen en grabados o cuadros para venderlos y que ello puede ir en detrimento de su imagen, Felipe II respondió que les dejaran en paz porque todos tienen que comer.
MH. En su biografía de Felipe II aborda un tema que nunca ha dejado de tener actualidad, la Leyenda Negra, aunque también trata la Leyenda Áurea, ¿Qué imagen tienen hoy los españoles del monarca? ¿Ambas se ajustan a la realidad o se ha impuesto la visión de alguna de las dos “Leyendas”?
R. La imagen de Felipe II en el imaginario colectivo es la de un hombre sombrío, enlutado, serio, adusto y con una rigidez en el tema religioso que choca de frente con la actitud que hoy se tiene respecto a Religión. Y sobre esa especie de percha se han colgado otros elementos que no le favorecen y que proceden sobre todo de la Leyenda Negra, creadora de un estereotipo que ha tenido una amplia y duradera repercusión. Las imágenes, infundios, inexactitudes y acusaciones formuladas por los enemigos del rey tienen una fuerza realmente impactante, que además se han aplicado a los españoles como pueblo y nosotros las hemos aceptado sin el menor espíritu crítico.
El rey es acusado de parricida, asesino, bígamo, incestuoso, perseguidor de los buenos creyentes (los herejes), etc. todo venía bien para mostrar quien era este demonio del mediodía, rey de los españoles, que son la peor raza del mundo y los genocidas de las poblaciones indígenas americanas.
La leyenda rosa –yo prefiero llamarla áurea- careció de esa fuerza. Sus imágenes querían exaltar la verdad y el compromiso real con unos ideales trascendentes, pero no podían competir en eficacia con las difundidas por la otra leyenda antagónica y eso que el rey tuvo defensores entre los componentes de la Liga católica francesa, en Inglaterra -como el jesuita Gerard, que atacó duramente a Isabel I por su persecución a los católicos- y, por supuesto, entre los españoles, si bien las mejores apologías del rey se publican después de su muerte, como hacen su médico Cristóbal Pérez de Herrera, Lorenzo van der Hammen y Baltasar Porreño.
Ambas leyendas pecan de exceso, negativo en el caso de la Negra y apologético en el de la áurea, pero en la difusión, la primera resultó mucho más eficaz y contundente, de ahí que hayan perdurado algunos de sus contenidos, si bien actualmente se reconoce que la Leyenda Negra es excesiva y sin fundamento.
MH. Felipe II reinó sobre territorios muy heterogéneos, tanto en Europa como en distintos puntos del planeta. ¿Tenía una visión unitaria de estos dominios o consideraba que cada uno de ellos debía merecer un trato diferente del resto? ¿El centro de gravedad de su reinado fue en todo momento la península (España y Portugal)?
R. La Monarquía Hispánica –también denominada la Monarquía Católica- gobernaba territorios después de la anexión de Portugal y su imperio en 1580 en los cuatro continentes entonces conocidos, Europa, África, Asia y América, bañados por los tres grandes océanos, Atlántico, Índico y Pacífico y sobre este último controlaba, prácticamente sus dos orillas, por lo que en los siglos XVI y XVII se le ha calificado como el Lago Español. La unión de tal volumen de territorios tan diversos descansaba en la persona del rey, el nexo de unión entre ellos, pues cada pieza que integraba la Monarquía conservó su propia personalidad.
La capacidad de trabajo de Felipe II –en algunas ocasiones se quejaba en sus cartas de que ya no podía más, que se le cerraban los ojos de cansancio y sueño-, así como su meticulosidad en el conocimiento y análisis de los problemas del gobierno –lo revisaba todo y se ha hecho una estimación de que podía llegar a ver cuatrocientos papeles diarios, es decir, asuntos, de entidad muy desigual, pues las informaciones de Flandes podían estar al lado de la reparación de una acequia en cualquiera de los Reales Sitios, pongamos por caso- le hizo tener una visión de conjunto de sus estados bastante real y precisa. Sin exageración y simplificando, podemos decir que Felipe II tenía su Imperio en la cabeza y conocía sus pormenores.
MH. Cuando Felipe II llega al trono, el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo casi habían concluido. Años más tarde, su gobierno se extendió a las posesiones portuguesas. ¿Qué importancia otorgó el monarca a los territorios de Ultramar?
R. Los territorios de Ultramar fueron importantísimos para Felipe II. Por eso, emprende la conquista de Filipinas para evitar asentamientos de otras naciones en ellas, despliega una actividad defensiva auténticamente global mediante fortificaciones, guarniciones, armadas y ejércitos. Además, crea unas líneas de comunicación que conectaban todos los territorios: las flotas de Indias unían las posesiones americanas con la península Ibérica, el camino español unía esta con Flandes a través de Italia y Centro Europa, el Galeón de Manila en lazaba los territorios asiáticos con Nueva España y las rutas portuguesas desde las Molucas y la India por el Índico y el Atlántico completaban un conjunto territorial de una envergadura desconocida hasta entonces.
Eso exigió no solo organizar una amplia red administrativa para su gobierno, sino también mantener una costosa defensa en hombres y recursos a gran escala, que consumió cuantiosas cantidades y exigió muchos sacrificios a las poblaciones a fin de conseguir una defensa eficiente y operativa, que por las dimensiones de los territorios a proteger resultaba vulnerable. Restos de esa defensa podemos ver en los diferentes países que estuvieron bajo su gobierno y que más adelante se ampliaron, modernizaron y completaron, formando hoy parte destacada del patrimonio artístico y cultural de esos países. Parafraseando a Felipe II y con un punto de exageración podríamos decir que el sol en su recorrido siempre ilumina alguna fortificación realizada por los españoles, desde Manila hasta Flandes, pasando por América y las posesiones europeas.
Y todo ese conjunto se dirigía desde Madrid, que desde 1561 es la capital y el centro neurálgico del gobierno.
MH. Con la perspectiva que hoy nos da la historia, puede sorprender el “empecinamiento” de la Monarquía Hispánica en preservar sus posesiones en Flandes y en el norte de Europa, a pesar de la sangría de recursos y hombres que supuso. ¿Por qué eran tan importantes para la Corona esos territorios y por qué intentó con tanto ahínco defenderlos? ¿Eran solo consideraciones dinásticas o el interés del Rey iba más allá de su condición de Habsburgo?
R. Carlos V nació en Gante, por lo que Flandes era la cuna de la dinastía. El Emperador decidió dejárselo a su hijo, separándolos del Imperio. En la geopolítica de la segunda mitad del siglo XVI, constituyen una excelente base de operaciones para la Monarquía Hispánica, por lo que convenía su conservación. Pero su significación se complica a raíz de la sublevación de esos territorios iniciada en 1568. La actitud de Felipe II ante tan situación responde a razones más operativas que la meramente dinástica, pues eran uno de los grandes focos económicos europeos y se trataba de unos súbditos que se habían sublevado a los que había que someter, súbditos que, además eran herejes en gran parte y el rey era tan decidido defensor del catolicismo como adversario de la herejía, hasta el punto de que declaró que prefería perder sus reinos a gobernar sobre herejes. En este sentido debemos buscar las claves para entender las razones de su decidida actitud ante el problema flamenco, aprovechado por Inglaterra para intentar debilitar la posición internacional de la Monarquía Hispánica.
MH. Aunque el Imperio español es recordado, principalmente, por sus gestas militares y por su extraordinaria expansión, en los siglos XVI y XVII la cultura y la ciencia española se hallaban a la vanguardia de Europa. ¿Por qué nos cuesta tanto poner en valor estos logros?
R. La difusión del racionalismo a partir de la segunda mitad del siglo XVII y el influjo de la Ilustración, el gran movimiento cultural del siglo XVIII con sus paradigmas de “utilidad” y “progreso”, fomentan el gusto y el desarrollo por la Ciencia, entendiendo por tal la que puede proporcionar conocimiento de la naturaleza y del mundo, riqueza y desarrollo. Era el triunfo de las consideradas ciencias útiles (física, química, botánica, zoología, etc.), tan alejadas de los pinceles de los pintores, los cinceles de los escultores y las plumas de literatos y filósofos. Hasta que ya en el siglo XIX y principios del XX Dilthey no defendió las “ciencias del espíritu”, las principales manifestaciones de nuestro Siglo de Oro, quedaron postergadas y todavía hay algunas reticencias “comparativas” para ponderar adecuadamente la brillantes de aquellos momentos de la cultura española, en la que el desarrollo científico estaba a la altura del europeo, pero ensombrecido por el esplendor de los pinceles de Ticiano o El Greco y la universal figura del Quijote y su creador Cervantes.
MH. Hay períodos de la vida de Felipe II que no son muy conocidos por el gran público. Su condición de Rey consorte de Inglaterra, por matrimonio con María Tudor, es uno de ellos. ¿Qué significaron para su trayectoria ulterior los cuatro años en el trono inglés?
R. En efecto, es bastante desconocida la etapa de la vida de Felipe II como rey consorte inglés, consecuencia de su matrimonio con su tía María Tudor, la segunda de sus esposas. Matrimonio decidido por Carlos V, se esperaba que fuese la base de una alianza que uniera las dos Coronas contra Francia, que se sintió, lógicamente, alarmada en extremo, máxime cuando se sentía con fundamento cercada por las posesiones del Emperador. La boda se concertó en 1553 y se celebró el 25 de julio de 1554. La novia tenía 37 años, diez más que el novio. Una diferencia de edad evidenciada aún más por lo poco agraciada que era la contrayente. La sucesión regia era clave y a los tres meses de la boda ya empezaron los rumores sobre el embarazo de María, que los médicos descartaron al comprobar que el vientre hinchado se debía a una hidropesía. Y no hubo más, pues al poco tiempo empezaron a difundirse las noticias sobre la intención del Emperador de abdicar sus reinos y Felipe fue llamado a Bruselas para estar presente en el momento en que esta se produjera.
Casi simultáneamente a las abdicaciones estalla la última crisis hispano-francesa (1556-1559), en la que se implica el pontificado al lado de Enrique II de Francia. En Flandes, Felipe II preparaba un ejército y el 17 de marzo de 1557 embarcó pata Inglaterra, donde iba a solicitar hombres y dinero; consiguió unas 7.000 libras y 8.000 hombres a los que la reina añadió algo más. Tras conseguir lo que pretendía, el 5 de julio emprendió el regreso a Bruselas. Ya no volvería a ver a su esposa que murió el 17 de noviembre de 1558.
Su etapa como rey inglés consorte careció de repercusión en su política posterior. Es más, dos décadas más tarde las relaciones con Inglaterra empeoraron hasta desembocar en guerra abierta, reinando en la isla Isabel I, hermanastra de la difunta esposa de Felipe II.