Miguel Ángel Ladero Quesada
Miguel Ángel Ladero Quesada
Doctor por la Universidad de Valladolid (Filosofía y Letras). Doctor Honoris Causa por las Universidades de La Laguna de Tenerife (1998) y Cádiz (2003). Catedrático de Historia Medieval en las Universidades de La Laguna (1970-1974), Sevilla (1974-1978) y Complutense (1978-2013). De los Cuerpos Auxiliar y Facultativo de Archiveros (1961-1970). Fundador y director de la revista anual En la España Medieval (Universidad Complutense) entre 1980 y 2014. Presidente del Comité Español de Ciencias Históricas. Correspondiente de la Academia da História de Portugal y de la Hispano Americana de Cádiz. Miembro del Istituto Internazionale di Storia Economica “Francesco Datini”, Prato (Italia) y de la Comisión Internacional para la Historia de las Ciudades. Palmes Académiques (Francia). Premio “Menéndez Pelayo” (C.S.I.C., 1974) y Premio Nacional de Historia (Ministerio de Cultura, 1994).
Electo académico de número de la Real Academia de la Historia el 16 de noviembre de 1990: tomó posesión el 26 de enero de 1992.
Especialista en historia de la Corona de Castilla en los siglos XIII a XV, sus principales investigaciones han tratado sobre temas relativos a fiscalidad y finanzas regias, actividades económicas y grupos sociales, reino musulmán de Granada, Andalucía bajomedieval, Canarias, mudéjares, judíos y judeoconversos, historia de las ciudades, historia de las doctrinas e instituciones políticas, época de los Reyes Católicos, libros y artículos de síntesis sobre historia medieval y europea.
Ha publicado más de 390 libros y artículos de investigación.
Relación completa de sus publicaciones entre 1964 y 2013 en M. A. Ladero Quesada, Poder político y sociedad en Castilla (siglos XIII-XV), Madrid, Ed. Dykinson, 2013, pp. 405-478.
Ha dirigido cuarenta y cinco Tesis Doctorales presentadas en las Universidades Complutense, de Sevilla y de La Laguna de Tenerife.
MH. Ha dedicado Vd. cincuenta años de su vida profesional a nuestra Historia Medieval, ha dirigido muchas tesis doctorales y la relación de sus publicaciones (la última a la que hemos accedido, cerrada en 2013) refleja 390 trabajos, sobre muy diversas facetas del medievalismo hispánico. De entre todas ellas (por citar sólo algunas, las relativas a la hacienda y la fiscalidad, las minorías confesionales, la conquista y repoblación del reino de Granada y del resto de reinos peninsulares, la Andalucía medieval, el siglo XV, en especial la época de los Reyes Católicos) ¿cuál considera que debería ser objeto de mayor conocimiento?
R. El conocimiento histórico es, a la vez, un proceso de acumulación y de renovación, basado en el estudio y en la reflexión, para explicar y comprender mejor las realidades del pasado en sí mismas y en su proyección sobre el presente, así que la tarea de los historiadores nunca termina porque no es sólo cuestión de cantidad sino también de mejora de las fuentes de información y su tratamiento, y de la calidad del conocimiento que se consigue. Ahora interesa especialmente el de los universos culturales en los que vivieron los hombres de aquellos tiempos pero esto exige combinar la investigación especializada con la idea de la Historia como totalidad, respetar la singularidad del «otro» histórico que estudiamos manteniendo abiertos y sujetos a crítica los modelos intelectuales que construimos para entenderlo, y combinar equilibradamente los varios planos del estudio histórico, aspirando a la síntesis: sucesos, estructuras y tendencias sociales, económicas y políticas; valores intelectuales, religiosos, estéticos; colectividades y personas; imágenes del mundo y del hombre vigentes en cada época del pasado.
MH. Afirmaba Vd. en la introducción de su obra «La formación medieval de España» (a la que Metahistoria dedicó una reciente reseña) que la expansión, conquista y colonización del territorio, a cargo de los diversos reinos hispanos a partir del siglo XI, son fundamentales para entender nuestra historia medieval. ¿Qué debe España, tal como hoy la conocemos, a aquellos siglos? O en otras palabras, ¿es inteligible nuestro presente sin ellos?
R. Hay muchos aspectos de nuestro presente que no podemos entender bien sin conocer lo que ocurrió entonces y, sobre todo, sin tener conciencia de cómo enraíza en esa historia y surge de ella. Para empezar, la misma realidad de España en su territorio, en sus ciudades y pueblos, en sus paisajes y caminos, en su diversificación regional, incluso en los modos y actitudes de ejercer y compartir poder, especialmente el político, y en la manera de relacionarse gobernantes y gobernados, según modelos en parte comunes y en parte propios de cada reino, porque se formaron en aquellos siglos. También, mucho de nuestra tradición procede de entonces: las lenguas, algunos conceptos sobre España y su historia, creaciones literarias y artísticas, la misma sensibilidad cultural y religiosa, que se inserta desde entonces en el ámbito común de la Cristiandad latina u Occidente europeo, aun manteniendo sus singularidades porque Europa se ha formado, desde sus orígenes, como una civilización multi-
MH. En relación con este mismo fenómeno, afirmaba Vd. hace años que los trabajos de Don Julio González (galardonados con el Premio Nacional de Historia en 1987) sobre la repoblación de las extremad uras leonesa y castellana «[…] son pilares básicos y de obligado conocimiento para elaborar el acta de nacimiento de nuestro propio país, desde el Duero hasta Sevilla«. Vd. mismo ha dedicado a esta cuestión parte de sus trabajos, lo que también le hace acreedor al agradecimiento debido a quienes «nos han restituido la memoria de nuestra propia sociedad«. Todo este esfuerzo ¿ha dado sus frutos en un país «cuya incultura histórica era, y sigue siendo, asombrosa fuente de disparates, e incluso de peligros«, por citar sus propias palabras?
R. Hay muchas personas en nuestro país que tienen interés por su historia y amplios conocimientos: no tengo intención de agraviarlos con afirmaciones generales que, además, no se refieren tanto al nivel de conocimientos sino a una actitud de receptividad, porque todos necesitamos aprender, y al cultivo del sentido crítico: lo inculto es rechazar esa necesidad y aceptar como sucedáneos de cultura tópicos sobre nuestro pasado, acuñados a veces hace mucho tiempo, o asumir sin la menor crítica visiones de la historia –
MH. Sobre la controversia clásica (Ortega, Américo Castro, Sánchez-
Albornoz) en torno a la reconquista y su significado para el ulterior devenir de España, afirma Vd. que «nada nuevo se ha añadido a los términos de aquella polémica desde hace medio siglo«. En todo caso, nos parece que Vd. mismo se aproxima más a las tesis de Don Claudio acerca de los problemas históricos nacidos de la relación entre «el Islam andalusí y la naciente España europea del Medievo» ¿Es así o simplificamos demasiado?
R. Me parece que se trata de una controversia bastante superada por los conocimientos históricos actuales. Sánchez-
MH. Recibió Vd. en el año 1994 el Premio Nacional de Historia por la obra Fiscalidad y poder real en Castilla (1252-
1369) y sobre las cuestiones fiscales han versado una parte de sus trabajos de investigación. ¿Qué caracterizaba a la hacienda castellana respecto a las demás de la península y las de otros reinos europeos?
R. Hubo una estrecha relación entre el aumento de poder de las grandes monarquías occidentales y la «revolución fiscal», entendida como el paso de una situación en la que el rey vivía «de lo suyo», o sea, del «patrimonio real» (tierras, «pechos y derechos» antiguos, «quinto real» sobre el botín) a una nueva fiscalidad basada en el ejercicio de la regalía o monopolio de acuñación de moneda, en impuestos directos sobre todos los «pecheros» del reino e indirectos sobre el tráfico y consumo de productos cobrados también sobre todos los súbditos en virtud de principios de derecho público. Era una fiscalidad gestionada por el rey y, hasta cierto punto, por las Cortes. En Castilla, el paso primero y decisivo lo dio Alfonso X en el último tercio del siglo XIII, decenios antes de que ocurriera en otros reinos. El nuevo sistema se consolidó y completó a lo largo de los siglos XIV y XV, y puso en manos de los reyes una gran masa de recursos que administraban sin el control de ningún otro poder, al contrario de lo que sucedía en Aragón, donde el control lo tenían las Cortes. Los reyes castellanos contaron además con recursos procedentes del patrimonio, las rentas y las limosnas de la Iglesia, más que otros monarcas europeos. Así, la monarquía de los Reyes Católicos y sus sucesores pudo contar en Castilla con una hacienda potente para sustentar sus empresas políticas y militares, y soportar el aumento de la deuda pública, cosa que no ocurría, u ocurría en mucha menor medida, en los otros reinos de la Monarquía de España, por el estancamiento de los recursos fiscales regios, por la acumulación de deuda y la fuerza de limitaciones y controles en manos de otras instituciones políticas.
MH. La historiografía medieval parece que va ganando en complejidad: de la historia política pasamos en su día a la de las estructuras económicas y sociales para centrarnos más tarde en la historia sociocultural y asistir recientemente a un nuevo renacimiento de la historia militar y política. ¿En qué momento de la investigación histórica medievalista nos encontramos?
R. Estamos ya en una situación donde todas las especialidades y tendencias historiográficas conviven y se practican con la pretensión de caminar hacia el entendimiento global o muy amplio de la realidad histórica, aunque también es cierto que ha habido y sigue habiendo preferencias que van pasando de unas a otras de tales tendencias. Paradójicamente, también están creciendo las investigaciones en ámbitos muy reducidos y locales, en los que a menudo se pierde el sentido o, al menos, el horizonte de la síntesis y la historia comparada. Hay una especie de tromba –
MH. En entrevistas precedentes hemos destacado, como fenómeno particularmente digno de mención, la presencia de hispanistas extranjeros que, en algunos momentos, contribuyeron a dinamizar los estudios sobre la historia de la Edad Moderna española. Es posible que nos equivoquemos, pero a pesar del interés de investigadores de otros países (Francia, Reino Unido, los países sudamericanos) por nuestra historia medieval, parece que son Vdes, los medievalistas españoles, quienes protagonizan la disciplina. ¿Es así?
R. El medievalismo ha sido una especialidad historiográfica muy practicada en España que, a partir de antecedentes desde el siglo XVI, estaba ya madura desde los últimos decenios del XIX, con grandes figuras de todos conocidas. Ha habido y hay investigadores extranjeros, muchos de ellos de buena calidad, que han escrito estudios excelentes y han podido también aportar puntos de vista nuevos, además de dar a conocer mejor nuestra Edad Media en el exterior. A esto se añade hoy la convivencia y colaboración de medievalistas españoles con colegas de otros países en coloquios, programas de investigación y otras iniciativas conjuntas que benefician a todos y en los que se debería abrir paso la idea de que en la historiografía europea no hay «centros y periferias» sino más bien variedades regionales que se enriquecen mutuamente con estos contactos al dejar de vivir exclusivamente en sí mismas: al menos así lo vemos, me parece, muchos medievalistas españoles.
MH. La Edad Media es el escenario del primer desarrollo de una civilización europea, si se puede usar la expresión, que gira sobre la existencia simultánea de reinos-
estados soberanos, con el imperio como mero recuerdo histórico. Acabamos de conseguir, muchos siglos después, que las estructuras estatales que germinaron en la Baja Edad media compartan su soberanía en una organización supranacional, pero la integración europea parece debilitarse. ¿Cómo se ven estos años difíciles desde la perspectiva de un historiador que ha dedicado su vida profesional al estudio de aquella época?
R. Sería engañoso pensar en analogías entre el Imperio carolingio y su disgregación y los peligros que pueden acechar hoy a la Unión Europea. Me parece que la historia europea tiene como uno de sus vectores principales los procesos de convergencia y agregación que se han dado en ella desde la Edad Media, en el marco de la cristiandad latina, a través de competencias entre pueblos y países, guerras, altibajos y rupturas. Hoy sigue siendo así pero conseguir esa convergencia es más difícil a medida que pasamos del plano económico –
MH. Vd. y sus compañeros medievalistas llevan años desmintiendo el tópico, acuñado en el siglo XVIII, sobre la «época oscura» de los siglos medievales. Han reivindicado sus valores y la continuidad esencial de sus logros pero los tópicos, quizá por su cómoda simplicidad, se resisten a desaparecer. ¿Qué más se puede hacer para desterrarlos?
R. Es muy difícil desmontar tópicos arraigados en las mentalidades colectivas, especialmente cuando se concretan en palabras descontextualizadas de su significado real, tales como medieval, feudal, bárbaro, etc. para aliviar el sentimiento de culpa o vergüenza ante situaciones actuales adjetivándolas con la referencia a ese pasado «oscuro», con lo que se consigue crear la buena conciencia de que, en realidad, tales situaciones no son propias de nuestro hermoso tiempo sino emanaciones subsistentes de otros, en este caso la Edad Media. Hace años escribí un ensayo sobre «tinieblas y claridades de la Edad Media» en el que afirmaba que hoy es posible estudiar y conocer las realidades de aquellos siglos, sus limitaciones, sus excesos y también su herencia tan positiva en muchos aspectos, pero parece que es más fácil aceptar «esa densa e insidiosa oscuridad intelectual que se produce cuando los hombres nos acostumbramos a vivir de tópicos y nos satisfacemos con ellos». El historiador crítico puede ser molesto: suelo aclarar a veces que soy medievalista pero no medieval, por si acaso.
MH. Como al resto de sus compañeros en la Academia de la Historia, nos vemos obligados a plantearle la misma pregunta que a ellos les hacíamos: a veces parece como si la Academia no tuviese en nuestro país el peso que merece y sólo se habla de ella con motivo de polémicas más o menos políticas. ¿Cómo podría la Academia conseguir que los españoles tuviesen más aprecio por su historia?
R. La misión de la Academia desde que se fundó, en 1735, es estudiar la historia, muy en especial la de España, deshacer o rechazar errores y falsedades manifiestos, buscar la verdad a través de la investigación. Es una tarea titánica y cambiante en sus métodos y objetivos, desde la relativa soledad en que se movía la institución durante el siglo XVIII hasta su actividad en medio de otros muchos centros de enseñanza y estudio de la historia, en nuestros días. La Academia tiene una consideración de honor porque es una institución-