Gabriel Tortella Casares
Gabriel Tortella Casares
Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid (1962), amplió sus estudios de historia económica en los Estados Unidos con una beca Fulbright para la Universidad de Wisconsin (1963-
Fundador, primer secretario general y presidente (entre 1997 y 2001) de la Asociación Española de Historia Económica (AEHE). Presidente de la International Association of Economic History (AIEH) entre 1994-
Es uno de los principales especialistas de historia bancaria española y de historia de las instituciones financieras. Entre sus libros figuran Los orígenes del capitalismo en España (Tecnos, 1973; trad. inglesa, Nueva York, 1977). Agricultura, comercio colonial y crecimiento económico en la España contemporánea (Ariel, 1974) con J Nadal. Introducción a la economía para historiadores (Tecnos, 1986; trad. alemana, Regensburg, 1992). Historia del Banco de Crédito Industrial (Alianza, 1986), con JC Jiménez. La reforma del estado asistencial (Centro de Estudios Constitucionales, 1987), con J. Segura y F. Cabrillo. La maldición divina. Ignorancia y atraso económico en perspectiva histórica (Madrid, 1993), con Clara Eugenia Núñez. El desarrollo de la España contemporánea. Historia económica de los siglos XIX y XX (Madrid, 2011, 3ª ed.; trad. inglesa, Cambridge, USA, 2000), con Clara Eugenia Núñez. The State, the Financial System, and Economic Modernization (Cambridge, 1999; trad. china, Pekin, 2002), con Richard Sylla y Richard Tilly. La revolución del siglo XX. Capitalismo, comunismo y democracia (Taurus, 2000). Del monopolio al libre mercado: la historia de la industria petrolera española (LID, 2003), con Alfonso Ballestero, José Luis Díaz Fernández. Los orígenes del siglo XXI. Un ensayo de historia social y económica contemporánea (Gadir Editorial, 2005; trad. inglesa, Londres 2010). Different Paths to Modernity: A Nordic and Spanish Perspective, editado conjuntamente con Magnus Jerneck, Magnus Morner y Sune Akerman (Nordic Academic Press, Lund, Sweden, 2005). La democracia ayer y hoy (2008), con Luis García Moreno, De mutua a multinacional. Mapfre, 1933-
MH. Mirando hacia atrás, parece (ahora) difícilmente comprensible que la historia, como disciplina, haya dejado al margen durante siglos la economía: ¿cuándo empezaron los historiadores a darse cuenta de que no podían prescindir del análisis histórico de los fenómenos económicos?
R. La primera cátedra de historia económica se establece en Estados Unidos, en Harvard a finales del siglo XIX. Su primer titular, sin embargo, fue un británico, W. J. Ashley, que antes fue profesor de Economía Política e Historia Constitucional en la Universidad de Toronto, en Canadá. Después se creó un departamento de Historia Económica en la London School of Economics, fundada en 1895, y puede decirse que en los países anglosajones la Historia Económica era una disciplina establecida ya antes de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, yo creo que los grandes economistas advierten la enorme utilidad heurística que tiene la economía del largo plazo mucho antes. Adam Smith es un ilustre ejemplo de esto ya que en su celebérrima Riqueza de las Naciones utiliza continuamente ejemplos históricos para ilustrar el alcance de su teoría económica. Karl Marx es quizá el primer economista (o científico social) que incorpora a su teoría de la historia la importancia de la economía que, según él, es el gran motor de la historia humana. Por otra parte, los estudiosos ingleses del siglo XIX, los coetáneos de Marx (historiadores como Arnold Toynbee –
MH. Ramón Carande, Nicolás Sánchez Albornoz, Jaime Vicens Vives, Jordi Nadal, Josep Fontana, el recientemente fallecido Gonzalo Anés, usted mismo (la relación sin duda es incompleta, y pedimos perdón por ello) son o han sido figuras señeras de la historia económica en España. ¿Está asegurada la continuidad o es irrepetible el «éxito» de los historiadores económicos españoles durante las últimas décadas del siglo XX?
R. Yo creo que la continuidad está asegurada porque, afortunadamente, los precursores han dejado escuela, hay varias revistas de historia económica, un número no despreciables de historiadores económicos españoles publican en el extranjero, hay una potente Asociación Española de Historia Económica (AEHE), frecuentes contactos con organismos internacionales y la producción de las siguientes generaciones de historiadores económicos tiene un excelente nivel.
MH. La Asociación Española de Historia Económica, que usted presidió desde 1994 a 1997, ha aglutinado desde su creación en 1980 a los especialistas de la disciplina. ¿Realmente forman un grupo compacto o, como en otras ramas de la historia, existen entre ustedes diferencias sustanciales?
R. No sólo la presidí, sino que la fundé, juntamente con Jordi Nadal, en 1972, fui su primer secretario, y organicé su Segundo Congreso, que tuvo lugar en la Universidad de Alcalá (el primero había tenido lugar en Barcelona). La historia está sucintamente contada en la página de la AEHE. Afortunadamente, los historiadores económicos españoles NO forman un grupo compacto. Hay diferentes escuelas y diferencias sustanciales entre ellas, habiendo habido serias polémicas científicas. Hay historiadores económicos «narrativos», de un lado, y «cliómetras», de otro, y entre ambos extremos metodológicos muchos diferentes matices. Digamos que los «narrativos» son en general formados en los departamentos de Historia de las Facultades de Filosofía y Letras, mientras que los «cliómetras» suelen provenir de las Facultades de Económicas, y algunos de ellos de universidades extranjeras. Pero la distinción no es tajante, y hay «narrativos» procedentes de Económicas y «cliómetras» procedentes de Letras. Además, los «cliómetras» a veces narran y los «narrativos» a veces miden, cuentan, y usan teoría económica. También hay escuelas más de «izquierdas» y de «derechas», según confíen más o menos en la economía de mercado y la teoría económica marginalista. Por supuesto, aquí tampoco es tajante la distinción. La teoría económica marxista va cayendo en desuso, pero hay escuelas keynesianas que son muy escépticas con respecto a los modelos marginalistas. Por otra parte, yo defiendo la interpretación histórica marxista, aunque no su teoría económica. En esto no me veo muy acompañado, pero yo sigo en mis trece. También creo que algunos historiadores considerados marxistas, como Hobsbawm, o Pierre Vilar, en realidad no lo eran.
MH. La historia económica española tiene una cierta deuda con los hispanistas extranjeros (Hamilton, Pierre Vilar) o con planteamientos como los de la escuela de los Annales. ¿Han empezado nuestros historiadores a preocuparse por la historia económica de otros países o siguen preferentemente centrados en la nuestra?
R. La pregunta es muy pertinente. Tenemos una gran deuda con estos historiadores que menciona, y con otros, como Julius Klein, Abbott Payson Usher, Konrad Haeble, Clarence Haring, Marjorie Gryce-
MH. Se ha convertido casi en un tópico afirmar que los economistas sólo sirven para explicar o justificar a posteriori lo que ha ocurrido, pero rara vez para predecir los fenómenos económicos por venir. Y usted mismo subrayaba recientemente que el desconcierto de economistas y políticos fue una de las principales causas de la Gran Depresión de los años treinta. ¿El conocimiento de la historia económica no debería servirnos, al menos, para evitar que se repitan los errores del pasado, o se trata de un empeño inútil?
R. Desde luego. Yo siempre he pensado que una de las funciones y justificaciones de la Historia era ofrecer enseñanzas a las ciencias sociales en general y capacitarlas para, si no predecir el futuro (que también debe hacerse, si es posible, y con todas las precauciones oportunas), al menos para mejor comprender el presente y ayudar a resolver los problemas actuales. Esa era desde luego también la opinión de mi maestro Rondo Cameron y la de nada menos que Leopold von Ranke, que escribió que los grandes historiadores debían tratar de desvelar las grandes leyes de la historia. A este respecto es un ejemplo muy esperanzador que las enseñanzas que se sacaron de la Gran Depresión de 1929-
MH. En esa misma línea, sus investigaciones históricas ¿le llevan a confirmar la teoría de los ciclos, incluidas las crisis recurrentes, o más bien cada época histórica presenta unas características diferenciales que son imposibles de predecir?
R. Entre los graves problemas de las ciencias sociales, y en especial de la economía, están, primero, que la sociedad cambia muy rápidamente, cada vez más, y lo que era válido para la generación anterior lo es menos para la presente; y, segundo, que las teorías económicas influyen en el comportamiento de los agentes económicos. Por todo esto, incluso las leyes y principios que parecen más sólidos se van viendo erosionados por una realidad cambiante. Por tanto, cada época histórica tiene, como usted dice, «características diferenciales». La economía no es una ciencia exacta ni nunca lo será, pero las enseñanzas de la historia económica pueden ser útiles aplicadas con buen criterio.
Por ejemplo, en el caso de los ciclos que usted cita, en las sociedades agrarias que precedieron a la Revolución industrial los ciclos se debían casi exclusivamente a las fluctuaciones del clima, que dependían en gran parte de las oscilaciones de la actividad solar. Desde mediados del XIX los ciclos vienen determinados por causas sociales, en mi opinión, sobre todo, por la psicología de masas; los agentes económicos actúan procíclicamente: en épocas de bonanza, todos quieren comprar e invertir, lo cual recalienta la economía y estimula el endeudamiento; esto produce una situación muy inestable que termina conduciendo a una crisis y su correspondiente recesión. Entonces se da la situación inversa: nadie quiere comprar ni invertir, lo cual agrava la recesión; los Estados se ven obligados a elevar los impuestos para pagar sus deudas, lo cual agrava más la recesión, etc. Debiera ser responsabilidad de los Estados y los bancos centrales actuar como moderadores en tiempos de euforia, pero se frenan por miedo de provocar ellos la crisis y la recesión. Todo son problemas psicológicos y veo muy difícil cambiar la psicología de las masas y de las élites. Ahora que entendemos mejor los ciclos, parecería que podríamos controlarlos mejor; pero lo que no podemos controlar es la irresponsabilidad y frivolidad de los agentes económicos y políticos. En el caso de la reciente crisis de 2007, hubo numerosos economistas y políticos que anunciaron lo que iba a ocurrir, pero otros muchos economistas (algunos de ellos premios Nobel) insistieron en que ellos eran tan listos que habían resuelto los problemas de los ciclos, y los políticos, como Greenspan o el propio Bush, justificándose en lo que decían estos economistas tan listos, hicieron oídos sordos a las advertencias.
MH. La creación de la unión monetaria en el seno de la zona euro, la progresiva integración de los sistemas financieros con mayor protagonismo del Banco Central Europeo, ¿pueden calificarse, desde el punto de vista histórico, como en un acontecimiento único o hay precedentes similares que pudieran servir de referencia?
R. Hay precedentes, como la Unión Monetaria Latina, la Unión Monetaria escandinava o, incluso con anterioridad, la unificación monetaria de Alemania, que llegó antes incluso de la unificación política del país en 1871. Naturalmente, estos casos sirvieron de referencia y sus enseñanzas han sido estudiadas y aplicadas. Se puede citar a este respecto la teoría de la «Zonas monetarias óptimas» de Robert Mundell, que se publicó en un célebre artículo en 1961, y que sirvió de inspiración y justificación para el programa del Sistema Monetario Europeo que finalmente desembocó en la implantación del euro en 2002.
MH. ¿Cuál es, bajo su punto de vista, la originalidad del proceso de construcción europea desde bases fundamentalmente económicas, en la segunda mitad del siglo XX, frente a otros intentos –frustrados algunos, con éxito otros-
de integración supranacional, o de creación de estructuras federales?
R. Yo creo que la unificación de Europa está directamente inspirada en la unificación de Alemania, a la que me acabo de referir. Alemania, que era un conglomerado de varias docenas de países a principios del siglo XIX, comenzó su unificación casi por casualidad, por medio de una unión arancelaria que sirvió entre otras cosas, para unificar esos Estados económica y culturalmente. Con la unificación arancelaria vino la monetaria, a la cual también me referí antes. Los lazos y el crecimiento económicos estimularon el deseo de la unificación política. Por desgracia, esta unificación se hizo en gran medida manu militari, derrotando sucesivamente a Dinamarca, Austria y Francia. Ello permitió que la nueva Alemania fuera un Estado dominado por una casta militar y se convirtiera en un tremendo peligro para las dmás naciones, como se pudo comprobar durante la primera mitad del siglo XX. Paradójicamente, la unificación europea se hizo en gran parte para neutralizar el peligro alemán, pero se inspiró en los métodos alemanes, excluido el belicismo. Esto está muy bien, pero quizá la incapacidad de la Unión Europea para resolver los graves conflictos en sus fronteras (las guerras de la desintegración de Yugoslavia, las invasiones rusas de Georgia y Ucrania) se deba a su origen pacifista. Hay que saber encontrar el justo medio, como decía Aristóteles.
MH. Inevitablemente tenemos que referirnos a la situación actual de España en crisis, para que usted la coloque en perspectiva histórica, cuando la deuda pública va a igualar, si no ha igualado ya, al PIB. Las experiencias históricas españolas en esta materia no son demasiado aleccionadoras y usted se refería a alguna de ellas (el Banco de San Carlos y el reinado de Carlos IV) recientemente. De nuevo, ¿no sirven para los políticos los caveat que quienes saben de historia económica les brindan?
R. A los políticos, y en especial a los españoles, la historia les interesa muy poco, si no se trata de unos cuantos mitos bien trillados que puedan utilizar para justificar sus fines. Así ocurre con el descubrimiento de América, la hispanidad, los reyes Católicos, el dos de Mayo, etc., aireados con muy poco análisis y con nulo espíritu crítico. Claro que también tenemos los contra-
Cuando un historiador, o muchos, tratan de mostrar que todo esto son mitos, que las realidades fueron más complejas, que las conclusiones que se dan por definitivas deben ser revisadas, los políticos españoles hacen en general oídos sordos. Por ejemplo, tenemos el caso de los ferrocarriles, que en el siglo XIX se construyeron tarde y con precipitación, lo cual redundó en toda clase de problemas económicos e incluso políticos. De parecida precipitación puede acusarse al modo en que se ha construido el AVE en el siglo XX y XXI, con escasa atención a su demanda y rendimiento económico. Al igual que en el siglo XIX se hizo con el ferrocarril de vapor, el AVE se ha considerado hoy un bien en sí mismo, con independencia de su rentabilidad; de ahí han venido los problemas de sobrecostes y las dificultades para amortizar los gastos de construcción. Es un ejemplo más de la escasa atención que prestan nuestros políticos a la experiencia histórica.
El de las cajas de ahorros es otro ejemplo palmario de la escasa atención que prestan los políticos a aquello que no cuadra con sus ideas. Historiadores y economistas llevaban años denunciando la deficiente estructura directiva de las cajas a causa de la famosa Ley de Órganos Rectores (LORCA) de 1985 y advirtiendo sobre sus posibles consecuencias. La reciente crisis bancaria ha sido debida en gran parte a la deficiente estructura directiva impuesta por esa ley; la atención que prestaron nuestros políticos a tales advertencias fue nula. A ellos les convenía mucho la LORCA, porque convertía las cajas en una fuente de empleos pingües para parientes y allegados, y en fuente de financiación para campañas y efectos electoralistas. Cuando veinte años más tarde se palparon los efectos de aquel error inmenso y contumaz, han sido los inocentes ciudadanos los que han pagado la factura. Los políticos no sólo no han pagado las consecuencias; nadie les ha exigido responsabilidades políticas.
En cuanto a la crisis actual en España, creo que lo que acabo de decir, más algunas de mis respuestas anteriores contestan a su pregunta.
MH. Es inevitable también que le preguntemos sobre el «otro» gran problema actual de nuestro país. Y lo hacemos tras agradecerle sus habituales colaboraciones en el diario El País, a la vez rigurosas y clarificadoras. En una de ellas, hace pocos meses, se refería usted a la situación de Cataluña lamentando «[…] la visión deformada y victimista de la historia, repleta de falsedades, como que en 1714 se hubiera aplastado a una nación catalana que luchaba por su independencia, que un ejército de ocupación hubiera impuesto una explotación inicua, que se hubiera sometido a Cataluña a un expolio sistemático y de larga duración. Lo del expolio casa muy mal con el impresionante despegue económico del Principado desde que fue sometido a «opresión», despegue que lo colocó a la cabeza del resto de España en el palmarés económico, donde se ha mantenido por dos siglos […]». ¿Es aún posible introducir en el debate catalán un mínimo de objetividad histórica?
R. Me temo que no, porque nos encontramos con otro caso de historia selectiva, donde se toma de ésta lo que conviene y lo que no, se olvida y se oculta. Jaume Vicens Vives, el historiador catalán más importante del siglo XX, ya dijo, en su Aproximación a la Historia de España, que la Nueva Planta de Felipe V tras la Guerra de Sucesión «echó por la borda del pasado el régimen de privilegios y fueros de la Corona de Aragón […] el desescombro de privilegio y fueros […] benefició insospechadamente [a Cataluña]». Gracias a este desescombro, Cataluña creció como lo hizo en el siglo XVIII. Maniatada por los privilegios y fueros (las «constituciones», como las llaman los historiadores nacionalistas) Cataluña había permanecido tres siglos (desde el XV) estancada social y económicamente. Bien, pues esta realidad molesta a los nacionalistas (parte de ellos, discípulos de Vicens, de lo cual se ufanaron en el pasado y hoy reniegan) y simplemente la ignoran.