Juan Gil
Juan Gil
Juan Gil Fernández, catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla (1971-2006), obtuvo su licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid y realizó su doctorado —por el que recibió el Premio Luigi Jacopini— en la Facoltà di Lettere de Bolonia. Fue catedrático del Instituto Beatriz Galindo de Madrid, profesor agregado de Filología Latina de la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de esa misma especialidad en la Universidad de Sevilla.
Ha sido pionero de los estudios del latín medieval en España, con trabajos sobre el latín de los visigodos y los mozárabes, plasmados en su obra Corpus scriptorum muzarabicorum (1973). También ha investigado sobre el latín clásico, el latín del Renacimiento, la lingüística indoeuropea, los textos antiguos griegos y neogriegos, el humanismo latino, la crítica textual, la historia, las minorías religiosas en España y Europa y la escatología, entre otros campos.
Ha dedicado especial atención a la historia de Cristóbal Colón en libros como Mitos y utopías del descubrimiento (1989) —tres volúmenes dedicados a Colón, el Pacífico y El Dorado— y Cristóbal Colón. Textos y documentos completos (1992), en colaboración con Consuelo Varela.
Otras obras de Juan Gil son Los conversos y la Inquisición sevillana (2000-2003), aparecida en ocho volúmenes; Columbiana. Estudios sobre Cristóbal Colón. 1984-2006 (2007); Horacio. Arte poética (2010), y la traducción de las Meditaciones filosóficas, de Descartes (1958).
Elegido miembro de la Real Academia Española el 5 de mayo de 2011. Tomó posesión el 30 de octubre de 2011 con el discurso titulado El burlador y sus estragos.
MH ¿Qué hacía la Real Academia sin un buen latinista cuando, como usted bien dice, “[…] lo que se habla hoy en la mayor parte de la vieja piel de toro en que vivimos es, en sus diversas variantes, latín: el latín del siglo XX”?
R. Supongo que viviría algo incómoda, como ahora se debe sentir al no albergar en su seno a un arabista: se ha roto una tradición secular.
MH. La revisión de las etimologías que figuran en el Diccionario de la Academia y que usted se propone acometer ¿no es en el fondo tributo a un sevillano ilustre, San Isidoro, que ya escribió sobre etimologías hace cerca de mil quinientos años?
R. San Isidoro fue la figura más universalmente conocida de toda la cultura española durante siglos. Curiosamente, la Sevilla actual no lo estima en lo que vale: prefiere perderse en una nebulosa de mitos andalusíes. Bien merecería nuestro metropolitano que se le hicieran homenajes más enjundiosos que una revisión de las etimologías latinas del DRAE; pero como la pregunta así lo insinúa, así sea.
MH. Repasamos sus publicaciones (el índice, claro, de lo que alguien ha calificado como “tarea ciclópea”) y no sabríamos decir si es usted más un cultivador de la filología latina -clásica, en realidad- o un historiador consumado. Parecería que ha logrado franquear las barreras de las dos disciplinas: ¿cómo lo ha logrado?
R. Ya me gustaría a mí ser un “historiador” o un “filólogo consumado”. En realidad, lo que me impele es la curiosidad. Y la curiosidad, a veces, sobre todo si va unida con la paciencia y el trabajo, mueve montañas no, pero sí pequeños granitos de arena.
MH. En una de nuestras secciones (“Otras reseñas de interés”) hacíamos recientemente la recensión de un libro de Wilfried Stroh, un profesor de clásicas, publicado en Alemania cuyo título es “!El Latín ha muerto, Viva el Latín!” La editorial alemana confiesa haber vendido más de cien mil ejemplares y Der Spiegel lo calificó como un bestseller ¿No se anima?
R. El nivel cultural de Alemania es muy diferente al de España. Es raro que un libro científico alcance aquí una segunda edición. Y no solo la tirada es escasa en este tipo de libros: ¿cuántos ejemplares se venden de la obra de un escritor novel, aunque sea de una calidad extraordinaria? La gente compra –no lee- lo que recomiendan los “famosillos” televisivos. Y estos se pliegan a la dictadura del momento, que hoy no es proclive precisamente al mundo clásico (y ni siquiera al de nuestros clásicos).
MH ¿Qué aportaron los habitantes visigodos y mozárabes de la península que han sido objeto de sus investigaciones al desarrollo cultural de sus respectivas épocas?
R. Los visigodos, quizá por sentirse faltos de personalidad propia, intentaron inyectar a su país un sentimiento nacional, una conciencia de pertenecer a la raza goda. Este nacionalismo de guardarropía resucitó en la Edad Media y se prolongó en la Edad Moderna y Contemporánea: godo es todavía el español peninsular en las islas Canarias. Y en esas parece que estamos todavía: discutiendo qué somos. Los mozárabes aportaron la continuidad necesaria a la cultura visigoda, engarzando la antigua Hispania con al-Ándalus y, después, sirviendo de bienvenido enlace entre el mundo musulmán y el cristiano.
MH. El latín medieval al que usted ha prestado tanta atención, ¿perdió la calidad literaria de los grandes clásicos a costa de hacerse más asequible? ¿Cuándo, definitivamente, las lenguas romances tomaron la delantera, mientras el latín científico o jurídico seguía aún en pleno vigor?
R. Al revés de lo que se piensa, el latín visigodo se hizo cada vez más y más retorcido a fin de distinguirse del vulgar. No cabe olvidar que en el siglo VII, por primera y única vez en la historia, Hispania estuvo a la cabeza de la cultura occidental. En consecuencia, el estilo usado por aquellos eclesiásticos y nobles resulta de lo más trabajado estilísticamente; en definitiva, de lo más culterano. El pueblo llano, por supuesto, habló de manera muy diferente ya en aquella época. Pero el prestigio del latín como lengua culta internacional se mantuvo hasta el siglo XVI y XVII, y en latín se siguieron escribiendo no solo los grandes tratados científicos, sino también las grandes crónicas nacionales (así lo hicieron Antonio de Lebrija, Juan Ginés de Sepúlveda y Juan de Mariana). El golpe definitivo contra la hegemonía del latín lo dio la Ilustración: la Enciclopedia se redactó en francés. En cambio, el romance se impuso muy tempranamente en el terreno más íntimo: la poesía. Incluso grandes humanistas como Dante y Petrarca vertieron en italiano sus sentimientos más profundos. No podía ser de otra forma.
MH. Su interés americanista (Cristóbal Colón, los mitos y las utopías del descubrimiento) ¿también se ha visto desplazado hacia Oriente, hacia China y riente, Oel Pacífico?
R. No hay tal desplazamiento. Colón creyó haber llegado a la China, luego mi interés sigue estando donde estaba, a caballo entre uno y otro océano; a veces, eso sí, un tanto mareado.
MH. Ocho volúmenes sobre los conversos y la Inquisición sevillana son muchos volúmenes: ¿tanto se trabajaba en el Castillo de San Jorge, en la Triana bañada por el río Betis? No deja de ser una causalidad que usted sucediera a Delibes en el sillón de la Academia, cuando aquél había escrito precisamente una gran novela sobre los alumbrados castellanos, el otro gran foco de preocupación.
R. La verdad es que la Inquisición se estrenó en Sevilla y “trabajó” demasiado, especialmente en los primeros años. Los cristianos nuevos tenían muchísima fuerza en todos los ámbitos de la ciudad, así que algunas linajudas familias conversas fueron durísimamente castigadas. En su mayoría, sin embargo, lograron sobrevivir, conservando su elevado rango tanto en la política municipal como en la Iglesia. El comercio con el Nuevo Mundo estuvo también en buena medida en manos de mercaderes conversos. Por tanto, urgía hacer una prosopografía de esas familias que representaban una nueva burguesía y, en consecuencia, una nueva manera de entender la vida. No me arrepiento del esfuerzo, aunque en mi fuero interno, a decir verdad, soy plenamente consciente de haber logrado solo a medias mi objetivo: pequé de demasiado ambicioso.
MH. En la contestación de Rodríguez Adrados a su discurso de recepción en la Real Academia describe, con humor, la “manifestación” que ustedes dos, rodeados de sus alumnos, protagonizaron en 1999 ante el Palacio de San Telmo en defensa de las lenguas clásicas. ¿Seguimos en las mismas o hemos mejorado algo desde entonces?
R. Desgraciadamente, no ha cambiado mucho el panorama. El desprecio a las Humanidades –y hasta a la ciencia básica- es pavoroso. Todo se mide por la utilidad. Pero tampoco esa vara de medir es tan nueva como pensamos. En Grecia lo bueno era lo “útil” (khrésimos). Y en esa Atenas utilitaria nació la filosofía amén de otras muchas cosas más, y ello a pesar de que pululaban en la ciudad unos demagogos peores que los de ahora, unos personajillos que consiguieron desterrar a Anaxágoras y se permitieron condenar a muerte a Sócrates. Por tanto, no nos dejemos invadir por el pesimismo. Ni las modas, ni los gobernantes son eternos.
MH. Como lema de nuestra web hemos adoptado las palabras de Tácito: “simul veritas pluribus modis infracta, primum inscitia rei publicae ut alienae, mox libídine adsentandi aut rursus odio adversus dominantes”. Y si le somos sinceros, nunca hemos encontrado una traducción al castellano del todo satisfactoria (quizás porque la concisión de Tácito es en el fondo intraducible). ¿Cuál nos propone?
R. Tácito es un autor susceptible de mil interpretaciones. Ahí va la mía: “A la par, se rompió de muchas maneras la verdad, primero por desconocimiento de la política, tenida por cosa ajena, y después por el prurito de adular o, al revés, por inquina hacia los gobernantes”.