Carmen Sanz Ayán
Carmen Sanz Ayán
Catedrática de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid y Académica de Número de la Real Academia de la Historia. Premio Extraordinario de licenciatura (1984). Premio Extraordinario de Doctorado (1988). Finalista del Premio Nacional de Historia (1990). Premio Ortega y Gasset de Ensayo y Humanidades (1993).Vocal de la Fundación de Historia Moderna (2003-
MH. Su último libro «Los banqueros y la crisis de la Monarquía Hispánica de 1640«, en el que analiza las implicaciones entre la banca y la política en aquellos difíciles años, es uno más de los que usted ha escrito sobre las redes financieras europeas que operaron durante la Edad Moderna. ¿Por qué eligió esta línea de investigación?
R. Quizá me deslumbraron los extraordinarios «maestros de papel» que se habían dedicado a estos temas. Mi primer profesor de Historia Moderna en la Facultad, D. Manuel Martín Galán, ofrecía unas amplias bibliografías comentadas antes de sus clases y fue el primero que me hizo atractivos los artículos y los libros sobre la Hacienda de Carlos V, Felipe II y Felipe IV. Ramón Carande, Modesto Ulloa, Domínguez Ortíz, Felipe Ruiz Martin, Enrique Otte…, se convirtieron para mí en lecturas prioritarias dentro del amplio abanico que nos ofrecía. A medida que leía más era más consciente de los vacíos historiográficos, de las lagunas bibliográficas, de hasta qué punto esta parte de la historia de la época de los Austrias se contaba como un capítulo aparte, pegado pero no integrado, en la construcción del devenir histórico de la Monarquía Católica en los siglos XVI y XVII.
MH. Conoce usted como nadie las reacciones de hombres de negocio que suscribían las operaciones crediticias con la Corona hispana en el siglo XVI, y su intervención en las crisis políticas y financieras de aquella época. Salvadas las distancias, ¿no percibe un cierto déja vu cuando los periódicos de estos últimos años nos dan cuenta de nuestra propia crisis bancaria y económica en general?
R. Creo que la historia, no es cíclica ni se repite inexorablemente. Pero es útil servirse de las experiencias pasadas para intentar comprender nuestro presente. No se trata de encontrar todas las respuestas en el pasado se trata de conocerlo –con sus especificidades temporales, socio-
MH. La imagen que tenemos –y tenían nuestros antepasados-
de la llegada de los galeones cargados de metales preciosos de América para su entrega a los prestamistas (genoveses, alemanes, portugueses) y comerciantes extranjeros con destino a otras plazas de Europa está muy extendida ¿Realmente sucedió de esta manera?
R. Lo primero que hay que aclarar es que no todo el metal precioso que llegaba de América era para el rey. Las remesas de Indias alimentaban el flujo comercial internacional legal e ilegal. Proclamar la existencia de un monopolio no significaba que todos lo respetaran. La práctica del contrabando, –
MH. Hoy la globalización es el término de moda, pero ¿no existía ya, en cierto modo, durante los siglos XVI y XVII un sistema comercial de alcance análogo, en el que las finanzas circulaban libremente por todos los territorios occidentales y las mercancías por todos los mares?
R. Hay que establecer jerarquías en la denominación pero no cabe duda de que, desde finales del siglo XV, se abren las puertas de una «primera globalización» de la que son artífices políticamente, los imperios ibéricos y a partir de 1580 y hasta 1640 la Monarquía Católica, que era la denominación de la época que se daba a la Monarquía Hispánica.
MH. Preguntábamos en otra de nuestras entrevistas a un conocido editor (Carlos Pascual) si los departamentos universitarios de Historia seguirían, a su juicio, siendo la fuente «natural» de los textos que se publican o si, por el contrario, la investigación se va desplazando a otros ámbitos ya no estrictamente académicos. Desde su perspectiva universitaria, ¿qué opina al respecto?
R. La crisis nos está obligando a todos a hacer un ejercicio de reflexión sobre nuestro propio trabajo y sobre el mejor modo de mantener viva nuestra actividad investigadora. Personalmente no puedo concebir la vida universitaria sin la existencia de departamentos que mantengan un nivel de producción investigadora de calidad. Pero en este sentido, en los últimos años, se han producido muchos desequilibrios que creo habría que ir limando. Hay universidades con un alto número de alumnos que exigen de sus profesores una enorme dedicación docente, traducida en muchas horas de clase y en gran cantidad de grupos y alumnos a los que atender mientras otras, sin apenas obligaciones docentes, dan a su profesorado más tiempo y –hasta hace muy poco-
MH. Nuestro patrimonio documental y archivístico es extraordinario, sin duda, pero parece que progresivamente los investigadores españoles acceden con mayor frecuencia a otras fuentes documentales en bibliotecas y archivos extranjeros. ¿Esto es así o aún seguimos demasiado vinculados a nuestras propias fuentes?
R. Si, en algún momento esto ha podido ser así, en la actualidad nuestros investigadores no tienen problemas –salvo el estricto límite económico que deben solventar con ayudas y becas-
MH. En esa misma línea, la facilidad de acceso a los documentos históricos mediante su digitalización ¿es realmente un avance o choca con las reticencias de quienes se consideran depositarios de un tesoro documental que debe ser preservado mediante restricciones a su conocimiento generalizado?
R. Creo que la era digital ha revolucionado nuestras formas de trabajo. La digitalización es un avance objetivo incluso cuando lo único que se nos facilita a través de la red son catálogos o inventarios. El acceso a libros y documentos agiliza y acelera nuestra labor pero hoy por hoy, la consulta «in situ» sigue siendo imprescindible. El caudal de documentación de Archivos como el de Simancas, el Archivo General de Indias o el Histórico Nacional no es posible colocarlo en la red, a pesar de que se ha hecho mucho trabajo y que estas instituciones son muy generosas si se compara con otras de fuera de nuestras fronteras.
MH. Junto a sus proyectos de investigación en los sectores económicos o financieros (como el que lleva por título Circulación, Patrimonio y poder de élites en la Monarquía Hispana (1640-
1715) ha prestado usted atención preferente al teatro barroco y a las fiestas palaciegas. ¿Por qué su atención a dos mundos en apariencia tan distintos?
R. En principio, comencé por estudiar el teatro barroco como fenómeno socioeconómico. Me interesaba entender el funcionamiento de las compañías de representantes y hasta qué punto el hecho de que el teatro fuera un negocio, condicionaba la producción dramática de nuestro Siglo de Oro, incluidas dentro de él las «Fiestas palaciegas» que no eran un simple divertimento, sino la manifestación ideal del poder a través de un código lúdico-
MH. Ha sido usted finalista del Premio Nacional de Historia en 1990 y Premio Ortega y Gasset de Ensayo y Humanidades en 1993. ¿Cómo una historiadora profesional logra traspasar la frontera, no siempre clara, entre su propia obra investigadora y lo que habitualmente se entiende por «ensayo»?
R. El ensayo puede acercar a un lector no especialista, procesos reflexiones y conclusiones extraídas de una rigurosa investigación previa, que por su propia naturaleza, está plagada de tecnicismos y notas a pie de página que alejan de nuestra obra a un lector interesado por la narración y las conclusiones pero no por los procesos metodológicos que hemos seguido para llegar a ellas. Debates sobre el auge de la pseudo-
MH. En cuanto académica nos vemos obligados a plantearle la misma pregunta que hacíamos a Don Hugo O’Donnell: a veces parece como si la Academia de la Historia no tuviese en nuestro país el peso que merece y sólo se habla de ella con motivo de polémicas más o menos políticas. ¿Cómo podría la Academia conseguir que los españoles tuviesen más aprecio por su historia?
R. Alude en su pregunta a D. Hugo O’Donnell y suscribo plenamente todas las afirmaciones de su respuesta. Dos de las características definitorias de la Academia son su independencia y su pluralidad; señas de identidad que pueden entenderse mal en estos tiempos de neo-