Carlos Pascual del Pino
Carlos Pascual del Pino
Carlos Pascual del Pino (Burgo de Osma, Soria, 1943) licenciado en filosofía; comienza su trabajo de librero en Marcial Pons en el año 1966. Dirige la Librería de Humanidades desde su fundación (1970) y en el año 1999 pone en marcha Marcial Pons Ediciones de Historia. Miembro de la junta directiva de CEGAL, fue responsable en el área de formación. En el año 1994 fue elegido presidente de CEGAL.
MH. La firma Marcial Pons, a cuya sede en Bárbara de Braganza acudían los más conocidos expertos en Derecho, ha sido durante muchos años la referencia editorial en el sector de las publicaciones jurídicas ¿Cómo han conseguido llegar a serlo también en el campo de la Historia?
R. En la puesta en marcha de ediciones jurídicas, Marcial Pons partía de una rica experiencia como librero. Desde estos servicios como libreros especializados podíamos obtener no sólo la rentabilidad económica correspondiente a nuestro trabajo sino también el trato y la confianza de unos profesionales del derecho y profesores universitarios que confiaban plenamente en lo que estábamos haciendo. De esta forma comenzamos a distribuir los manuales de algunos de los catedráticos de derecho más destacados, como Rodrigo Uría, Ramón Parada o José Ferreiro. Fueron precisamente estos dos últimos profesores los que propusieron a Marcial Pons formar una editorial jurídica que tuviera como punto de arranque los manuales que ya habían publicado ellos mismos y que distribuía Marcial Pons. Además de la línea de manuales se fue desarrollando otra para monografías especializadas que tocaban los aspectos más prácticos del derecho. Existían ya en el panorama editorial español grandes editoriales jurídicas como Aranzadi, Bosch, Reus, Civitas, Tecnos, etc. pero buscamos nuestro propio espacio y en seguida fuimos consolidando un catálogo riguroso, con el apoyo y asesoramiento de estos dos profesores que, al mismo tiempo, se situaron como accionistas de la editorial.
Todo esto es lo que, a grandes rasgos, ocurrió en el nacimiento de la editorial jurídica y nos parecía que la fórmula podía ser buena si pensábamos en poner en marcha una editorial dedicada a la Historia. Dicho y hecho; en el año 1999 y desde la recomendación del consejo editorial de Ediciones Jurídicas comenzamos a hablar con diferentes profesores de historia, buenos amigos todos, para exponerles nuestro propósito. Sabíamos que el mundo del Derecho tiene un componente más profesional que el de la Historia y por tanto debíamos contar aquí con otros matices diferentes: no acotaríamos el campo de los manuales, aunque sin excluirlos, pero tendríamos un amplio margen para pensar en las monografías. Conseguimos que diez profesores universitarios, todos ellos historiadores contrastados, se sumaran a nuestra idea y asumiera cada uno un pequeño número de acciones con el fin de afianzar más su compromiso con los objetivos de la editorial, que no eran otros que el de hacer buenos libros de historia. Serían accionistas de Marcial Pons Historia pero, al mismo tiempo, conformarían su consejo editorial. Los años transcurridos han ido dejando un buen puñado de monografías insertadas en las diferentes colecciones que forman el catálogo de Marcial Pons Historia: Estudios, Biblioteca Clásica, Memorias y Biografías, Ambos Mundos, etc. En el año 2009 el Ministerio de Cultura del gobierno de España concede a Marcial Pons Ediciones el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural. Creemos que en este caso, Ediciones Jurídicas y Ediciones de Historia conformaron un «tanto monta» homogéneo para que el ministerio tomara esa decisión.
MH. Leemos en su biografía que usted dirigió la Librería de Humanidades desde su fundación (1970) y en el año 1999 puso en marcha Marcial Pons Ediciones de Historia, de cuyo consejo editorial es coordinador. ¿Cómo se logra compaginar la calidad y el rigor editorial con la rentabilidad económica en estos tiempos de crisis?
R. Es una buena pregunta y yo sería el primer interesado en conocer esa fórmula mágica que permita ofrecer una respuesta adecuada a una cuestión que tiene unos componentes verdaderamente complicados: ofrecer calidad y rigor editorial en tiempos de crisis.
Al plantearnos la puesta en marcha de Marcial Pons Historia lo hacíamos, como no podía ser menos, desde un evidente compromiso cultural pero sin olvidar la lógica exigencia de rentabilidad económica. Imaginábamos que las Humanidades y la Historia, en este caso, no iban a traer un pan bajo el brazo como estaba ocurriendo con el Derecho, sino que tendríamos que encontrar la vía de rentabilidad con mucha paciencia. Sabíamos por otra parte que el público de la historia era más amplio que el público del Derecho, pero, al mismo tiempo, más impreciso, menos abarcable. Y surgía otra vez la duda de siempre: ¿recorríamos el camino de la «historia-
MH. Editor, distribuidor, librero de renombre, presidente en su día de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros, autor de «Memoria de la Librería«, ¿a cuál de estas actividades le resultaría imposible renunciar?
R. Es normal que, a estas alturas y desde la perspectiva de tantos años trabajando en el mundo del libro, no renuncie a ninguno de los oficios en los que he tratado de aportar algo profesionalmente. Podría decir que lo mío ha sido una única función interpretando diferentes papeles pero quizás es demasiado pretencioso. Yo aprendí el oficio de librero de la mano de don Marcial Pons quien, todo hay que decirlo, representó una nueva forma de entender la librería desde la especialización. La especialización permite al librero focalizar el stock y la oferta de la librería en una sola dirección temática y ser, al mismo tiempo, el responsable, el protagonista de esa selección de libros. Tiene el privilegio de atender de forma personalizada a sus clientes, escucharlos, anticiparse a sus peticiones y participar con ellos en un estado de opinión respecto a un libro o a un determinado tema. Es decir, abre un espacio de diálogo y comunidad en el que todos participan pero en el que el librero suele recibir la mejor parte porque va obteniendo la confianza de todos los demás. Desde mi trabajo como librero, he tenido la oportunidad de conocer a mucha gente; de aquí y de fuera de aquí. He aprendido de todos ellos y, en muchos casos, sigo disfrutando de su amistad.
Llegué al mundo de la edición sin dejar de ser librero; precisamente, desde el conocimiento que tenía del libro de Historia adquirido en la librería, en la librería especializada. Podía presumir también del conocimiento y trato de muchos historiadores, es decir, de aquellos que se convertirían, posiblemente, en los autores a los que publicásemos en nuestra editorial. Cito un ejemplo que quizás explique mejor el contenido de esta operación. El título más vendido de nuestro catálogo es España. Tres milenios de historia, de Antonio Domínguez Ortiz. Don Antonio era cliente habitual de la librería y eso nos permitía mantener con él una relación de confianza hasta el punto de que en algún momento pude pedirle que pensara en hacer una síntesis de la historia de España que pudiéramos publicar en Marcial Pons. Él era, evidentemente, un autor muy respetado y publicaba en las editoriales más importantes. Aunque costó un tiempo comprometer su decisión, aceptó la invitación y nos entregó un original irrepetible. Está claro que yo utilicé con ventaja una experiencia personal cimentada en la confianza pero, al mismo tiempo, los autores, el autor en este caso, manejaba su propia experiencia con Marcial Pons en una relación que él consideraba seria y que no iba a deteriorar su prestigio profesional. Este mismo proceso se ha repetido con otros muchos historiadores a los que he acudido solicitándoles un original. Debo reconocer sin embargo que no siempre lo he conseguido y en el debe o pendientes aparecen todavía los nombres de significados profesionales de la historia que hasta ahora no han depositado un original en Marcial Pons.
En conclusión, me es imposible renunciar a ninguna de estas dos actividades que, como acabo de decir, son absolutamente complementarias. Mi dedicación en la actualidad está volcada en el trabajo editorial pero no pierdo de vista cuanto acontece en la librería. De hecho, acudo a la librería de Humanidades todos los días y la mayor parte de los sábados, tratando de revivir un ritual de contacto y tertulia con los clientes más tradicionales y asiduos.
MH. Los departamentos universitarios de Historia ¿seguirán siendo la fuente «natural» de los textos que se publican o la investigación se va desplazando a otros ámbitos ya no estrictamente académicos?
R. Es cierto y creo que ya lo he anticipado en alguna de mis reflexiones anteriores: Un buen número de los originales que nos llegan vienen desde las universidades. O son tesis doctorales retocadas, o son proyectos de investigación, o son trabajos colectivos coordinados por algún departamento universitario. Nos llegan también otras propuestas ajenas al mundo de la universidad pero quedan desestimadas en muchas ocasiones por no mantener la línea de rigor que marca nuestro consejo editorial. A partir de aquí, hoy más que nunca, se nos está abriendo un dilema importante: ¿Mantenemos los criterios selectivos de calidad académica o abrimos la mano para acoger propuestas de buena divulgación histórica que el mercado suele acoger con generosidad? Bien, en Marcial Pons seguimos manejando todavía los argumentos fundacionales: hacer buenos libros de historia, bien escritos y con vocación de permanencia. Vamos a cumplir quince años editando y, sin ánimo de presunción, los aproximadamente 250 títulos del catálogo representan una oferta importante para la historiografía española. Estamos convencidos que la línea editorial emprendida tiene un reconocimiento evidente tanto en los ambientes académicos como en un plano culto más general. Ahora, bien ¿Podemos mantener una oferta de estas características? La editorial nació con vocación de permanecer y precisamente por eso está obligada a afrontar grandes temas o síntesis razonables que sean defendidos por autores y nombres solventes. En definitiva, frente al libro de gran tirada y breve periodo de ventas, esta editorial debe apostar por el libro de calidad que aporte propuestas y enfoques nuevos. Y es cierto que seguimos en busca de ese lector culto que, como decía anteriormente, se acerca al libro de historia desde la curiosidad y el interés.
MH. En el catálogo de Marcial Pons Ediciones de Historia aparecen no pocas publicaciones suscritas por «nuestros» hispanistas más conocidos (recientemente hacíamos en esta misma web la reseña de la segunda edición de los Memoriales y Cartas del Conde Duque de Olivares, a cargo de Sir John Elliot). ¿Cómo se explica la decisiva influencia de aquellos hispanistas, muchos de ellos anglosajones, en nuestra historiografía?
R. Lo he manifestado en alguno de mis correos anteriores, la reseña que han hecho en su página web sobre esta nueva edición de los Memoriales y Cartas del Conde Duque de Olivares es modélica. Y lo es por su rigor y por su claridad expositiva.
En el año 2001 (apenas comenzada nuestra actividad editorial) publicamos un libro cuyo título era: España, Europa y el Mundo Atlántico. Se trataba justamente de una obra en homenaje a John H. Elliott, que habían preparado sus discípulos coordinados por Geoffrey Parker y Richard Kagan. Este libro se había publicado originalmente en inglés por la editorial Cambridge University Press y más allá de las expresiones de afecto y admiración personal que transmitían los autores hacia el maestro, es una extraordinaria contribución a la historia de la Europa de la Edad Moderna, algo que no es tan frecuente en los libros homenaje al uso que vemos por aquí, en los que se incluyen habitualmente determinados testimonios de amigos cuyo alcance científico no va más allá de una adhesión afectuosa.
John Elliott que comenzó interesándose por el marco catalán con su La rebelión de los catalanes, fue ensanchando su ámbito de interés hasta abarcar casi todo el mundo conocido; «La España Imperial», «El viejo mundo y el nuevo», El Conde Duque de Olivares, Imperios del mundo atlántico y más recientemente Haciendo historia. Como dice Domínguez Ortiz «la obra de Elliott no tiene nada que ver con la política; no es de derechas ni de izquierdas, está bien inmunizado contra sus desviaciones por una larga tradición de la historiografía británica. En mis años de profesión como librero, no he tenido ninguna duda en recomendar La España Imperial de Elliott siempre que alguien pedía un libro para tener una visión general de la historia de España. Y la recomendación no era sólo por su claridad en el planteamiento historiográfico, o su sentido didáctico sino también porque es un libro muy bien escrito. Por otra parte, existe el convencimiento que desde Vicens Vives, los historiadores españoles se han ido incorporando, poco a poco, a la exigencias más actuales que va marcando la historiografía internacional y que si hubo un momento en el que la aportación de los llamados hispanistas pudo ofrecer claves para la identificación de los grandes problemas de la historiografía española, actualmente no existen diferencias importantes entre la historia que se hace aquí y las aportaciones de estos historiadores extranjeros. Sí sobresalen, sin embargo, algunos aspectos importantes en las aportaciones habituales de los hispanistas, como es el de ocuparse en la elaboración de grandes síntesis, o seguir ofreciendo visiones de conjunto que abarcan la totalidad de España. Ésta, sí es una circunstancia que merece la pena destacar.
MH. El panorama editorial relacionado con la Historia nos ofrece buen trigo pero también mucha paja, no siempre discernible a primera vista, por no hablar de la proliferación de novelas históricas, algunas de ellas insufribles. ¿Llegará a ser minoritaria la publicación de los trabajos de calidad, sustituida por divulgaciones más «asequibles»?
R. He mencionado anteriormente cómo la paciencia seguirá siendo el santo y seña de nuestro proyecto editorial aunque la Historia haya ido perdiendo intensidad ideológica para ganar en amplitud, la historia única se ha transformado en historia plural, por eso en Marcial Pons tenemos que buscar un público culto más amplio, un lector más universal. Personalmente creo que conseguiremos captar a ese lector si nuestros libros, sin perder peso y rigor científico, están bien escritos. La historia, la buena historia, tiene que ser amena.
Según los analistas, el mercado editorial ha visto disminuida en alguna medida la incidencia de la crisis económica por el protagonismo de varias series y algunas novelas históricas, y dicen también que estos géneros están permitiendo ganar nuevos lectores en un país como España donde los índices de lectura son verdaderamente bajos. Existe la sensación, sin embargo, de que algunos grupos editoriales parece que no son demasiado exigentes a la hora de pedir el rigor histórico imprescindible para estas publicaciones y por tanto, si este género no guarda la debida coherencia con los datos históricos, cualquier manipulación de los mismos hecha en función de la trama narrativa es un fraude al lector. Las buenas novelas históricas, así como las buenas biografías, tienen los ingredientes perfectos para enganchar y entretener al lector y estoy convencido que, desde esa lectura, mucha gente se aproxima a la historia o manifiesta un interés por conocer una época determinada o finalmente una inclinación definitiva por la historia en general. Estos libros, en cierto modo, son provocadores en el mejor sentido de la palabra y lo son porque aproximan, sirven de puente y al mismo tiempo despiertan un interés por ensanchar, por ampliar conocimientos. Dice Justo Serna, historiador español que enseña en la universidad de Valencia que no hay un modo único ni definitivo de contar la historia: se puede hacer con la disciplina ceñida y académica de los historiadores o con la disciplina inspirada y libre de los novelistas. Yo sigo creyendo que esta recuperación del pasado sólo se consigue mediante el esfuerzo por escribir un texto que sea inteligible al lector, que le permita compartir con el historiador su fascinante viaje por las referencias documentales encontradas en los diferentes archivos. Georges Duby en su libro Guillermo el Mariscal construye un gran relato a cerca de las maneras con las que los caballeros del siglo XII se divertían, amaban y a veces morían. La narración convirtió la vida y los hechos de un caballero en la mejor manera de entender la vida y los hechos de toda la caballería europea del siglo XII.
MH. Al margen de los trabajos sobre la Guerra Civil, durante mucho tiempo parece como si la producción historiográfica se hubiera centrado en la España de los siglos XVI y XVII, con preferencia a otras edades de nuestra Historia. Poco a poco se presta más atención a estas últimas (la Edad Media, por ejemplo) pero aun así se observa un cierto desequilibrio en el tratamiento de una y otras, ¿no le parece?
R. La persona que más me presionó para que yo comenzara a editar fue don Miguel Artola. Don Miguel fue uno de los fundadores y el primer director de la revista AYER. Como es sabido, la revista AYER, una idea de la Asociación de Historia Contemporánea, comenzó a editarse en el año 1991. No existía todavía Marcial Pons Ediciones de Historia y los primeros números de la revista salieron bajo el sello de Marcial Pons Librero. Es cierto por tanto que al tener como compañeros de viaje a los miembros de la Asociación de Historia Contemporánea, fuera precisamente la historia contemporánea de España la que inspirase nuestros primeros pasos en el mundo editorial. Después, iríamos incorporando títulos referidos a otras épocas, por ejemplo los referidos a Carlos V, a la reina Juana (Juana la Loca), aunque estos libros se editaron coincidiendo justamente con celebraciones y centenarios que, como se sabe, es otro impulso que gobierna a los editores. La idea de Marcial Pons Historia es abarcar todo el panorama de la historia, desde la prehistoria hasta el mundo actual y tanto en referencia a la historia de España como a la historia internacional, aunque es evidente que encontramos problemas para ser equitativos. Repasando nuestro catálogo comprobamos cómo la nómina de títulos más amplia corresponde a historia contemporánea, siguen después la historia moderna y la historia de la antigüedad y en último lugar estaría la historia medieval. Debo reconocer también que existe un claro desequilibrio en relación con la historia internacional donde son muy pocos los títulos que ofrece nuestro catálogo. Y esto, por dos razones; la primera, porque los autores españoles se ocupan preferentemente de la historia de España. En segundo lugar, cuando compramos los derechos de traducción de un libro, debemos pensar en unas ventas superiores a los tres mil ejemplares, única forma de amortizar los gastos que conlleva cualquier proceso de traducción. Es una pena, pero tenemos que rechazar la traducción de propuestas interesantes porque no nos salen los números.
MH. En Metahistoria nos hemos propuesto dar a conocer, con la mayor difusión que permite internet, los muy numerosos recursos que están disponibles en lengua castellana para el mejor conocimiento de la historia. Entre ellos damos particular relevancia a las novedades editoriales, lo que nos permite constatar la evolución desde el soporte de papel al digital. ¿Cree usted que este fenómeno llegará a ser irreversible y quienes nos confesamos adictos al papel nos convertiremos en meros bibliófilos de anticuario?
R. En efecto, estamos viviendo el protagonismo de la oferta digital, de los programas de autoedición y de la creciente desafección de las nuevas generaciones hacia el papel impreso. Por eso es bastante milagroso que programas editoriales como el de Marcial Pons Historia puedan sobrevivir si no cuentan con un apoyo institucional. Y cuando digo apoyo no me refiero expresamente al apoyo económico –el Ministerio de Cultura ha ido manteniendo las ayudas a la edición aunque en los últimos años éstas se han reducido sustancialmente—sino y sobre todo a la consideración y respeto que deben tener las instituciones culturales sobre el libro y sobre estos trabajos académicos, reconociendo su autoría y protegiendo los respectivos derechos de autor, fomentando su conocimiento y facilitando su entrada en bibliotecas y demás centros de documentación.
Dicen que los nuevos medios digitales han provocado una alteración similar a la que provocó la invención de la imprenta. El sociólogo Manuel Castells la compara con lo que fue en su momento la revolución industrial y cualquiera de nosotros como usuarios habituales de los recursos informáticos somos deudores en la medida que aplicamos esos recursos para tratar y generar más conocimientos. Por eso, en Marcial Pons Historia, al igual que ha ocurrido en otras muchas editoriales, hemos asumido la necesidad de digitalizar poco a poco nuestros libros. En estos momentos está ya digitalizado casi la mitad del catálogo. Si el precio medio de los libros que editamos en papel está en torno a los 22 euros, el precio medio de los que ofrecemos digitalizados puede estar alrededor de 10 euros. Es evidente que, con esta decisión, estamos en la idea de facilitar el acceso a nuestros libros y por eso tratamos de situarlos en las plataformas comerciales más importantes, como Amazon, Casa del Libro Punto com. Google, Dawson, etc. sin embargo en este proceso de oferta digital, los editores –en cierto modo-
MH. Tenemos un patrimonio documental y archivístico insuperable, nuestras principales ciudades rezuman el pasado por todos sus edificios pero la impresión general es que –a salvo grandes acontecimientos o exposiciones con motivos de los respectivos centenarios-
el conocimiento de nuestra Historia sigue siendo muy minoritario. ¿Qué podríamos hacer para mejorarlo entre todos?
R. El conocimiento de las fuentes es la exigencia más importante que debe plantearse cualquier historiador. Hablando con viejos archiveros, excelentes amigos muchos de ellos, me fueron contando cómo por los años cincuenta y sesenta del pasado siglo XX, la mayoría de los visitantes que recibían en sus archivos tenían apellidos extranjeros. Esa circunstancia ha ido cambiando poco a poco, y ahora, los investigadores foráneos están en franca minoría en relación con los investigadores autóctonos que acuden a los archivos. Por otro parte, los archivos más importantes se han profesionalizado al máximo y resulta mucho más fácil la consulta de documentos y el trabajo del investigador en general. Se han digitalizado archivos, o diferentes fondos documentales existentes en ellos, como ocurre en el Archivo Histórico Nacional, el Archivo General de Simancas, el Archivo General de Indias o el Archivo de la Corona de Aragón, pero ha sido la iniciativa privada la que ha brindado su colaboración y apoyo en muchos casos. La administración, aunque ha hecho esfuerzos considerables en la recuperación del patrimonio, debe insistir en la apuesta por la cultura como un fundamento imprescindible para el desarrollo general de la sociedad española. No puede admitirse que sea éste el primer capítulo que se elimina o se reduce cuando la crisis llama a la puerta. Por otra parte, es cierto que los centenarios y conmemoraciones provocan el interés de los investigadores para acudir con un nuevo original a la celebración, pero esta práctica no es garantía de que vayan a ofrecernos aportaciones serias y rigurosas. Todos recordamos colecciones importantes que se lanzaron a bombo y platillos en el «92», o más recientemente con motivo de «las Independencias». En general son propuestas que se organizan desde la propaganda y el marketing sin tener muy en cuenta la calidad de las aportaciones, aunque, es cierto que de vez en cuando surgen títulos importantes.
MH. En fin, ¿cómo ve el futuro de la producción editorial de calidad, y de su distribución, en España durante los próximos años?
R. Cuando leí las diez preguntas que me llegaron pensé que si contestaba las nueve primeras, quizás no sería ya necesario responder a esta última porque, en cierto modo, parece como un epílogo de todo lo que precede. Ahora, reflexionando con más tranquilidad, creo que existe algún matiz que debo contestar aunque mi respuesta no aclare demasiado el panorama, precisamente. Hace año y medio, nuestro distribuidor de entonces, nos anunció que habían decidido prescindir de su equipo comercial y que proponía la rescisión del contrato de distribución que mantenían con nosotros desde el año 2002. Esta misma medida la aplicaron al resto de editoriales académicas distribuidas por ellos. Hoy, esta distribuidora ha cesado su actividad. Este mismo año han cerrado dos importantes empresas que se ocupaban tradicionalmente de la distribución de los libros de las prensas universitarias españolas. Todo esto pone de manifiesto que, en España, cuando se habla de la industria editorial sólo se piensa en el libro de consumo de masas, sin conceder ningún protagonismo al resto de los libros. De ahí, la dificultad para encontrar canales de distribución verdaderamente profesionales. Por lo que respecta a Marcial Pons Historia, creemos que hoy, sí tenemos un distribuidor competente pero ignoro cuál pueda ser el escenario que nos toque vivir dentro de cinco años, por ejemplo.