Dentro de las múltiples facetas de Voltaire destaca la de historiador. Sus obras históricas, más allá de los hechos o sucesos que recogen, se encuentran impregnadas por sus ideas filosóficas, lo que acreciente el interés en analizarlas. Aunque con los criterios actuales no podríamos considerar al pensador francés como un verdadero historiador (tiende más a la filosofía y pretende ser antes reformador que relator), su intento pedagógico y su método de trabajo riguroso y crítico ejercieron un fuerte ascendiente sobre la historiografía de su época.
François-Marie Arouet nació el 21 de noviembre de 1694 en París, hijo de un notario de familia burguesa acomodada de Poitou, que ocupó cargos menores en el Tesoro francés. Estudió en el colegio jesuita de París Louis-le-Grand, donde ya mostró su precocidad literaria y su inteligencia, así como su espíritu crítico y satírico. Inició después, obligado por su padre, la carrera de leyes en la Universidad, estudios que abandonó al poco tiempo (en 1711) para dedicarse por entero a su gran pasión, la actividad literaria. Durante estos años empezará a redactar sus primeras odas y a preparar la que será su obra trágica inicial, Edipo.
En 1717 escribió la obra satírica Puero Regnante contra la figura del regente, lo que le valió su detención y encarcelamiento en la Bastilla. Durante los once meses que estuvo retenido concluyó Edipo y comenzó a redactar la Henriade, dedicada a Enrique IV. Una vez recobrada su libertad y tras el éxito obtenido con la publicación de Edipo, decidió firmar sus obras con el seudónimo de Voltaire. No está claro por qué adoptó este nombre y la versión más extendida es que se trata de un anagrama aproximado de su apellido Arouet.
Sus comentarios y sátiras provocaron, en más de una ocasión, que Voltaire tuviese problemas con las autoridades. En 1726 sufrió un altercado con el Caballero de Rohan y su familia, a resultas del cual fue apaleado e ingresó nuevamente en la Bastilla. Esta vez tan sólo permaneció en la cárcel parisina unas pocas semanas, pues la pena le fue conmutada por el exilio. Voltaire decidió instalarse en Inglaterra, país que le causará una honda impresión y en donde conocerá el pensamiento de los grandes intelectuales ingleses como Locke, Newton o Hume, además de entrar en contacto con lord Bolingbroke, Swift o Pope.
En 1729 regresó a París y en los años siguientes compuso las tragedias Brutus (1730), Zaïre (1732) y la obra histórica Historia de Carlos XII (que ya había proyectado durante su estancia en Inglaterra). Cinco años más tarde de su regreso, en 1734, vuelve a verse inmerso en un escándalo que le obliga a huir de la capital francesa: esta vez, a causa de la publicación de las Cartas Inglesas o Cartas Filosóficas en las que ensalzaba las costumbres inglesas y criticaba duramente el despotismo y la intolerancia reinantes en Franca. El Parlamento de París prohibió la obra y exigió quemar los ejemplares. Voltaire se refugió en el castillo de Cirey-sur-Blaise (en la región de Lorena) junto a la que será su amante durante los siguientes quince años, Mme. de Châtelet, y allí se dedicó al estudio de la obra de Newton y a la redacción de Zadig. Años más tarde le llegaría el perdón real y sería nombrado historiógrafo de Francia (1745) y miembro de la Academia Francesa (1746).
La muerte de Mme. de Châtelet en el año 1749 hizo que Voltaire optara por cambiar de aires y aceptara la invitación de Federico II de Prusia para instalarse en la corte de Potsdam, donde permaneció durante tres años y compuso obras tan importantes como Micromegas o El siglo de Luis XIV. Como si de una constante en la vida del pensador francés se tratase, la publicación de la sátira Diatriba del Doctor Akakia le enemistó con el monarca y, una vez más, tuvo que abandonar el territorio germano, instalándose, no sin antes superar alguna que otra dificultad, en Ginebra.
En la ciudad suiza redactará dos de sus obras más conocidas Ensayo sobre las costumbres (1756) y Cándido (1759). La rigidez moral de los ginebrinos hizo que volviese a trasladarse a la localidad de Ferney, cerca de la frontera franco-suiza. Dieciocho años permanecerá allí, convertido en uno de los pensadores más destacados y manteniendo una abundante correspondencia con los grandes hombres de su época. Las obras que escribió durante estos años se centran en atacar la intolerancia y la intransigencia de sus contemporáneos, especialmente en cuestiones religiosas; entre ellas destacan el Tratado sobre la tolerancia (1763) y el Diccionario Filosófico (1764). Poco antes de morir regresó a París con motivo del estreno de su drama Irene, siendo objeto de un recibimiento apoteósico. Falleció el 30 de mayo de 1778, a los ochenta y cuatro años de edad.
Dentro de la abundante producción histórica de Voltaire podemos distinguir (no sin ciertas reservas) dos tipos de obras: las que abordan acontecimientos ocurridos en la Historia y las que tratan propiamente sobre la Historia. Estas últimas, en las que cabría incluir Observaciones sobre la Historia (1742) o Nuevas consideraciones sobre la Historia (1744), son más abstractas y personales y delimitan la concepción historiográfica del pensador francés. Las primeras componen un conjunto heterogéneo y amplio y pueden calificarse como sus trabajos más relevantes.
El primer acercamiento serio de Voltaire a la labor histórica fue la Historia de Carlos XII, publicada en 1731, en la que aborda el reinado del monarca sueco a finales del siglo XVII y principios del XVIII. La obra, de inferior calidad a las que le sucederán, esboza alguna de las ideas del autor: intención moralizante (riesgo del poder despótico que sólo trae desgracias) y uso riguroso de las fuentes (en este caso obtenidas de los contactos que tuvo en Inglaterra con nobles suecos que fueron testigos directos de los avatares del rey nórdico).
Veinte años más tarde escribió la que se considera su obra más completa, El siglo de Luis XIV. Como indica el propio autor en su inicio, “No sólo queremos escribir la vida de Luis XIV, sino que nos proponemos desarrollar un plan más vasto: deseamos referir a la posteridad, no las acciones de un hombre, sino al espíritu de los hombres del siglo más ilustrado del mundo”. Con esta declaración de intenciones, Voltaire expresa su objetivo de extender el campo de estudio por encima de las vicisitudes individuales de un hombre y abarcar las cuestiones culturales, sociales, políticas y artísticas de toda una época. También debemos incluir en este grupo la Historia del Imperio Ruso bajo Pedro el Grande (1759-1763).
Más difíciles de encuadrar son Ensayo sobre las costumbres (1756) y Filosofía de la Historia (1761) pues, a pesar de centrarse en los hechos, se aproximan a lo que podría calificarse como una historia universal en la que Voltaire vuelve a descargar los planteamientos de la filosofía ilustrada.
Para Voltaire la historia “c’est le récit des faits donnés pour vrais; au contraire de la fable, qui est le récit des faits donnés pour faux”, definición que introdujo -como encargado de elaborar su acepción- en la famosa Enciclopedie. A pesar de lo que a primera pudiera parecer, el historiador francés no otorga a la historia el valor que años más tarde le darán los autores alemanes y adopta una posición más filosófica que técnica. Sus planteamientos históricos nacen como oposición a la fábula, a lo legendario y a lo fantástico que había caracterizado a la historiografía tradicional, de ahí su finalidad de depurar las fuentes de toda influencia novelesca o increíble. El afán por evitar lo irracional le lleva a recomendar el estudio de la historia cercana (cuyo conocimiento puede ser más exacto, dada la abundante información disponible sobre ella), antes que el de la historia antigua, sometida a una mayor incertidumbre.
Más allá de los planteamientos filosóficos, lo cierto es que Voltaire llevó a cabo, en todas sus obras, un pormenorizado análisis crítico de las fuentes y aunque no pudiese contar con los documentos originales, siempre trató de corroborar la información con la que trabajaba.
Voltaire luchó toda su vida contra la superstición y la intolerancia, lucha que plasmó también en sus escritos históricos. Los planteamientos historiográficos del pensador francés parten de una concepción antropocentrista en la que el principal elemento que rige el devenir del hombre es la interacción de la naturaleza y su razón. La Providencia es erradicada como explicación del progreso del ser humano. Voltaire descarta que exista un plan divino que guíe a los pueblos a lo largo de su existencia, como también niega la posibilidad de que haya una meta sobrenatural que otorgue unidad y sentido a la historia.
Voltaire parte de una concepción relativamente pesimista del hombre. Como expone en la Filosofía de la Historia, “La naturaleza es la misma en todas partes; así, los hombres han debido de adoptar necesariamente las mismas verdades y los mismos errores en cuanto a las cosas que más excitan a la imaginación”. Considera que los hombres siempre han sido (y serán), en cierto modo, iguales y, por tanto, podemos hablar de una inmutabilidad de la naturaleza humana ¿Cómo explicar entonces el progreso? Voltaire acude a la razón para dar respuesta a esta pregunta. La razón es la que permite superar la condición animal del hombre y avanzar. No obstante, los períodos en los que esto sucede así son limitados. En concreto, sólo han existido cuatro momentos en los que la razón se ha impuesto y dominado a la naturaleza y a las pasiones del hombre. Así lo expresa en la introducción de El siglo de Luis XIV: “Todas las épocas han producidos héroes y políticos, todos los pueblos han atravesado revoluciones; todas las historias son parecidas para el que sólo se fija en los hechos; pero para el que medita, para el que filosofa, sólo han existido cuatro siglos en la historia de la humanidad, cuatro épocas en que las artes se han perfeccionado, y que constituyen las cuatro edades de la grandeza del espíritu humano, que deben servir de ejemplo a la posteridad.”.
También rompe con el eurocentrismo de la historiografía tradicional. En Ensayo sobre las costumbres y Filosofía de la Historia aborda la historia de todas las regiones del planeta sin que ninguna de ellas se encuentre por encima del resto. La importancia de China o la historia de la India (antes de la llegada de los europeos) se encuentran en el mismo plano de igualdad que la de Europa o la de Próximo Oriente.
La ruptura de Voltaire con la historiografía tradicional es perceptible en estas palabras de su obra El siglo de Luis XIV: “No deben los lectores esperar encontrar en esta obra como en los cuadros de las obras precedentes, detalles minuciosos de las guerras, de los ataques, de ciudades tomadas y vueltas a tomar por las armas, cedidas o devueltas por medio de tratados. Muchísimas circunstancias que son interesantes para los contemporáneos, desaparecen ante los ojos de la posteridad, que sólo ve los grandes acontecimientos que fijan el destino de los imperios. Todo lo que sucede no merece la pena de escribirse. Sólo referiremos en esta historia lo que merece llamar la atención en todos los tiempos, lo que sirva para pintar el genio y las costumbres de los hombres, lo que aproveche para su instrucción y para inspirarles amor a la virtud, a las artes y a la patria”.