Johann Gottfried Herder nació en la pequeña localidad prusiana de Mohrugen el 25 de agosto de 1744, en el seno de una familia origen muy humilde. Su padre fue campanero, sacristán y portero de un colegio femenino. Sería el párroco del pueblo quien le inicie en los estudios básicos y le ponga en contacto con las obras de los grandes pensadores del momento. A los 18 años decide, en contra de la opinión de sus padres, comenzar los estudios de teología en la Universidad de Königsberg, capital de la Prusia Oriental.
Durante sus años en la universidad deberá compaginar los estudios con una labor docente paralela en la escuela elemental de la ciudad e impartir clases privadas, actividades imprescindibles ambas para obtener los ingresos necesarios que le permitieran mantenerse. En Königsberg hizo amistad con otro de los grandes pensadores del siglo XVIII alemán, Hamman, con quien compartió el rechazó a las reglas que el racionalismo ilustrado había impuesto en todos los ámbitos de la cultura.
A finales de 1764 Herder se trasladó a Riga como profesor de la escuela de la catedral. Allí fue ordenado pastor y pronto comenzó a destacar como predicador. En estos años inició su carrera de escritor y publicó, siempre bajo el anonimato, las obras “Sobre la literatura alemana reciente. Fragmentos” y “Silvas críticas”. Tras desvelarse la autoría de ambas, se desató un pequeño escándalo a resultas del cual Herder abandonó la ciudad y tomó la decisión de viajar por Europa. El resultado de este viaje fue, en el ámbito literario, la publicación de un nuevo libro: “Diario de mi viaje del año 1769”, que más que un diario consiste en una declaración de intenciones del autor. Durante el viaje conocerá en Estrasburgo a Goethe cuya amistad ejerció una fuerte influencia sobre su obra y su personalidad.
Tras finalizar su viaje se instaló en Buckeburg y un año más tarde fue nombrado consejero consistorial y párroco mayor. No cesó, durante este tiempo, su actividad creativa y concluyó el “Ensayo sobre el origen del lenguaje” y otros trabajos. En 1775 estuvo a punto de ir a la Universidad de Gottinga como profesor de teología, lo que finalmente no llegó a suceder. Más éxito tuvo la iniciativa de Goethe de que acudiese a Weimar, ciudad a la que se trasladó en 1776, tras abandonar Buckeburg, junto con su familia y en la fue superintendente general de la iglesia luterana y párroco mayor de la catedral. Esta época, durante la que publica sus obras más relevantes, señala el apogeo de la vida de Herder como literato y como hombre de acción. Permanecerá en Weimar hasta su muerte el 18 de diciembre de 1803.
Se considera a Herder como uno de los promotores del movimiento sturm und drang, movimiento predominantemente literario que inauguró el romanticismo alemán y que surge como rechazo al exacerbado racionalismo de la Ilustración. Su aportación al pensamiento alemán ayudó a despertar en la mentalidad colectiva una conciencia histórica propia y a la renovación de su cultura.
La obra de Herder, al igual que la de mayoría de los intelectuales de su época, no se circunscribe a una sola disciplina. Escribió libros de teología, literatura, filosofía, historia y filología. Es difícil separar cuándo trata sobre una materia u otra, pues suelen estar entremezcladas. Es más, en su intento por comprender la desnuda realidad del pasado (desde sí mismo y no a través de las referencias del presente), se acerca más a una concepción filosófica de la historia. Busca desentrañar los principios en que ha de fundarse toda genuina comprensión de los hombres, de los pueblos y de las épocas. Llega a colocar a la historia por encima de la razón y la preserva de esquemas y de generalizaciones.
Lo primero que llama la atención del pensamiento de Herder es su rechazo a la Ilustración y especialmente a la idea de desarrollo progresivo que los ilustrados defendían. Considera que éstos contemplan la historia con prejuicios y la utilizan para probar sus propias tesis preconcebidas, según las cuales la sociedad y la cultura del XVIII supondrían el apogeo de la humanidad. Aquellos prejuicios les impiden estudiar y entender cada cultura por sí misma, conforme a su propio espíritu y su propia compleja unidad. También crítica el cosmopolitismo y lucha por derribar el concepto absoluto de cultura como una tradición única formada por modelos universalmente válidos, ya que entiende que la humanidad está compuesta por una pluralidad de culturas, todas ellas arraigadas en una nación o pueblo con espíritus diferentes.
En su temprana obra Otra filosofía de la historia para la educación de la Humanidad (1774) despliega ya los argumentos en contra de las teorías defendidas por la Ilustración. La reconstrucción que hace de la historia se asienta en el paralelismo entre las fases del desarrollo biológico del individuo y las etapas del proceso civilizatorio, planteamiento que no era novedoso en aquella época. Su originalidad, no obstante, radica en el modo en que hace corresponder épocas y edades. En el primer ciclo la infancia sería Oriente, la adolescencia Egipto, la juventud Grecia y la madurez y senectud Roma. El segundo ciclo abordaría toda la Edad Media y finalizaría en la Ilustración, vista como fase ya vieja. De este modo, centra sus esfuerzos en rehabilitar la Edad Media cuya barbarie y movimiento reflejan el vigor del hombre en contraposición con la excesiva racionalidad de su época, caracterizada por la mecanización de la vida y la pérdida de la espontaneidad.
Herder defiende, pues, frente al desarrollo progresivo de la Ilustración, el estudio de cada cultura y de cada fase de ella por su propio interés, intentando entenderlas desde dentro y sin juicios de valor. Cada nación o cultura lleva consigo su propia felicidad y deben evitarse las comparaciones ya que cada época es diferente a las otras y tiene su propio valor intrínseco.
Si en Otra filosofía de la historia quedaban enunciadas las tesis de Herder, en Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad (redactada entre 1784-1791) condensa y desarrolla todo su pensamiento. En las primeras dos partes de la obra el autor describe el entorno físico y la organización de la vida del hombre en sus orígenes, es decir, describe el escenario natural en el que se desarrolla la historia de la humanidad, que aparece como una disposición natural de la especie y al mismo tiempo como un ideal. Herder vuelve a ensalzar lo primitivo como crítica a la Ilustración.
La tercera parte de la obra está dedicada al estudio de la “historia documentada”, desde oriente hasta la caída del Imperio romano, y acude nuevamente a la idea cíclica de esplendor y caída. En esta parte extrae una serie de leyes generales sobre el comportamiento de los pueblos y la finalidad de la cultura, en función del desarrollo de la humanidad entera.
En la cuarta parte, que alcanza hasta aproximadamente el año 1500, Herder acentúa el papel del cristianismo en el desarrollo de la cultura europea y la influencia ejercida por los grupos étnicos, las naciones y las culturas. En esta parte, y a pesar de su recomendación de evitar los favoritismos, intenta reforzar la imagen de los pueblos germanos.
Dentro de la compleja filosofía de la historia de Herder, el papel que juega la providencia y la religión no está del todo claro y se percibe una cierta evolución al analizarlo. En su obra de madurez, Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad, matiza el alcance de la Providencia rechazando que en la historia haya una intervención divina que produzca milagros o dirija a los hombres. La labor divina se limita a crear en el hombre y en la naturaleza una serie de fuerzas o disposiciones que se desarrollarán inevitablemente según ciertas normas, que son las propias leyes naturales. Dios es el origen de estas fuerzas creadoras o vitales pero, por lo demás, el hombre es completamente libre.
Como el propio Herder expone en el prólogo de Ideas el objetivo de su obra es buscar unas leyes generales que hicieran comprensible el desarrollo de las acciones humanas a lo largo del tiempo sin perder de vista su diversidad. Trata, en definitiva, de construir una filosofía de la historia de la humanidad unificando la evolución de la especie a partir de las necesidades impuestas por el modo de vida y las condiciones naturales. La conclusión final de Herder es que tanto la evolución de la cultura como de la naturaleza misma, sobre la cual se apoya la primera, se han producido conforme al fin último: la formación de la humanidad.