Jules Michelet nació el 21 de agosto de 1798. Su infancia transcurrió en un ambiente de pobreza y enardecimiento popular. Su padre fue impresor durante la Revolución pero tras la llegada de Napoleón y la Restauración el número de imprentas se fue reduciendo, a medida que se limitaba la libertad de prensa, y la miseria se apoderó de la mayoría de ellas. Los primeros duros años de vida del joven Michelet forjaron su carácter.
Según nos cuenta él mismo, la visita al Museo de Monumentos Franceses y la lectura de la medieval Imitación de Cristo influyeron en su decisión de decantarse por el estudio de la historia. A los 12 años, pequeño y escuálido por la desnutrición, entró en el Liceo Carlomagno. Una vez concluida su enseñanza, fue agregado de historia en 1821 en el mismo Liceo Carlomagno y, posteriormente, enseñó esta disciplina en el Colegio de Santa Bárbara. Seis años más tarde fue nombrado profesor de filosofía e historia en l’École preparatoire de París.
A medida que su reputación aumentaba fue desempeñando más cargos públicos: en 1830 jefe de la sección histórica de los Archivos Nacionales, en 1834 suplente de Guizot en la Sorbona, en 1837 profesor del Collège de France en las cátedras de historia y de moral y en 1838 miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Poco antes de iniciarse la Revolución de 1848 fue destituido de sus cargos docentes pero será repuesto tras proclamarse la II República. La llegada de Luis Napoleón Bonaparte al poder provocó, nuevamente, que fuera relevado de sus funciones al ser acusado de mantener una posición hostil al II Imperio. Murió el 9 de febrero de 1874 en Hyères.
La producción literaria de Michelet es muy amplia. Sus primeras obras, publicadas en 1831, son la Historia de la República Romana y la Introducción a la Historia Universal. Esta última, influida por los escritos de Giambattista Vico, bascula entre la filosofía de la historia y la historia de la civilización al estilo de Guizot, pero situando en todo caso a Francia como centro de Europa.
Poco después inicia una de sus obras más importante, la Historia de Francia, compuesta por veinticuatro volúmenes redactados entre los años 1830 y 1867, cuya elaboración fue un tanto caótica. Escribía sin seguir un plan fijo escogiendo aquellos momentos o épocas que más le atraían. Los seis primeros volúmenes comprenden desde el inicio de la historia gala hasta el reinado de Luis XI y fueron redactados entre 1830 y 1847. Hubo que esperar hasta 1855 para que la retomase nuevamente pues durante este período dedicó su tiempo a escribir la obra que le daría más fama, la Historia de la Revolución francesa. En los últimos años de su vida inició la redacción de un último volumen de la Historia de Francia dedicado al siglo XIX pero falleció antes de completarlo. Destacan los Tableaux de France incluidos en el segundo volumen, en los que describe las provincias francesas y explica las variaciones de carácter de sus habitantes, muy condicionados por los elementos físicos y geográficos. Las últimas obras de Michelet son un híbrido entre naturalismo y cientifismo: El mar, El insecto o La montaña son libros muy líricos en los que se acerca a una especie de panteísmo.
En la Historia de la Revolución francesa Michelet condensa su visión de la historia. Para él la revolución la llevó a cabo el pueblo francés, quien se convierte en el héroe anónimo, la gran masa que, discordante en apariencia, camina unida por un sentimiento común y por una inspiración instintiva. Los actores y oradores que intervinieron y alcanzaron renombre en estos años interpretan en sus discursos el pensamiento de las masas. El pueblo es el protagonista y a él va dedicada su obra. La única forma que hay de reflejar su acción consiste en estudiar las transformaciones profundas del espíritu popular y para ello observa la vida del populacho y las modificaciones que sufre bajo la presión de los hechos, explicando lo que podría entenderse como la psicología de la revolución.
Esta visión de la historia se opone a la defendida por Tocqueville o Von Ranke, quienes daban preponderancia a los hechos. Michelet relega éstos a un segundo plano y describe más bien el griterío, los movimientos, la efervescencia de los espíritus y de las imaginaciones durante esos años tan turbulentos. Antes de ocuparse de un personaje bucea en su ambiente y en las influencias que recibe de su entorno. Escribe, en realidad, una historia de la interioridad de los fenómenos históricos, cuyas causas ya no tienen valor pues lo importante radica en las identidades que emergen del sentir del pueblo.
Aunque pueda parecer que la obra de Michelet está impregnada de un fuerte subjetivismo (como en ocasiones ocurre) la base documental que utiliza es inmensa. Será el primero en usar los documentos almacenados en los archivos centrales, o en los de las prefecturas y de los ayuntamientos. No se puede negar su intento de ser objetivo. En Historia de Francia logra conservar, en cierto modo, la neutralidad de su relato, pero en la Historia de la Revolución francesa pierde su sangre fría e inunda la obra con apreciaciones, críticas y opiniones. Su estilo, acorde con la finalidad de la obra se asemeja en ocasiones a la novela. Combina la labor de historiador con el arte de escribir y cautivar. Para ello acude a una variada gama de recursos estilísticos: analogías, metáforas vitalistas y figuras antropomórficas.