Disponemos de una abundante documentación sobre la vida de Jacques-Bénigne Bossuet debido al importante papel que desempeñó en la corte de Luis XIV, el Rey Sol, en la que llegó a ser el tutor del Delfín. Bossuet nació el 27 de septiembre de 1627 en Dijon, en el seno de una familia burguesa y bien conectada. Su padre se trasladó a Metz para formar parte del recién creado Parlamento de esta ciudad. Los primeros años de su vida transcurrieron en el colegio de los jesuitas de Dijon, en el que ya mostró su precocidad y enorme inteligencia. Según cuenta él mismo, siendo niño le llegó por casualidad una Biblia en latín, cuya lectura le causó una honda impresión.
A los quince años ingresó en el Colegio de Navarra donde tuvo de profesor a Nicolas Cornet. Estudió griego, filosofía y humanidades aunque su ocupación principal fue el estudio de las Sagradas Escrituras. En 1648 defendió su primera tesis, sobre la gloria en este mundo y la que depara el siguiente, ante un solemne espectador, el príncipe Condé, a quien iba dedicada. Los disturbios de la Fronda provocaron que abandonara sus estudios y se retirara a Dijon y Metz. Tras ser nombrado diácono en 1649, ese mismo año vuelve a París para continuar su formación. Durante estos años mantuvo una estrecha relación con la Compañía del Santo Sacramento y especialmente con San Vicente de Paul.
En 1652 fue nombrado sacerdote y se doctoró en teología. Se le pidió que sustituyera a su maestro, Nicolas Cornet, al frente del Colegio de Navarra pero lo rechazó para centrarse en su cargo de canónigo en Metz. Ya entonces combinaba una intensa actividad religiosa (asciende en la jerarquía eclesiástica hasta ser archidiácono de la catedral), polemista (se le encarga refutar las tesis mantenidas por Paul Ferri), oratoria (destaca el discurso fúnebre realizado tras la muerte de la Reina madre, Ana de Austria) y literaria (con la redacción de numerosos panegíricos de santos).
Durante estos años su prestigio en Francia fue en aumento y el reconocimiento del Rey le llegó a finales de los años sesenta y principios de los setenta. En 1669 es nombrado obispo de Condom, en 1670 designado preceptor del Delfín y en 1671 accede a la Academia Francesa. De entre estos honores el que le llevará más tiempo y dedicación será el de instructor del heredero del monarca. Su objetivo no era formar a un hombre erudito sino instruir a un hombre equilibrado, razonable, capaz y digno representante de Dios. Con este propósito elaborará las tres obras, que a la postre, han sido sus trabajos más reconocidos: El Discurso sobre la Historia Universal, La Política sacada de las Sagradas Escrituras y El Tratado del conocimiento de Dios y de uno mismo. Fracasó en su propósito didáctico porque, según parece, el alumno no era muy inteligente, pero aun así fue recompensado con el obispado de Meaux.
En los últimos años de su vida jugará un rol activo en la política y en la diplomacia francesa. Actuó como mediador en la disputa surgida entre Luis XIV y el papa Inocencio XI y buscó el acercamiento con los protestantes, sin dejar de lado su labor de apostolado y los discursos fúnebres. A partir de 1692 ocupó los puestos más elevados en la administración francesa (Consejero de Estado, Gran-maestro del Colegio de Navarra, conservador de los privilegios de la Universidad, por citar sólo algunos).
Al final de su vida, cuando contaba con 57 años estalló la querella de los místicos en la que articipan Fenelon, su discípulo, y el propio Bossuet. Tras una serie de duros enfrentamientos el maestro salió victorioso, en gran parte por la ayuda del Rey, y logró que la obra de Fenelon fuese condenada por Roma en 1699. Sus últimos años los pasó entre su diócesis y Versalles, muriendo el 12 de abril de 1704.
Hablar de Bossuet es hablar de un hombre polifacético y de gran erudición, cuya elevada posición en la Iglesia francesa le permitió conocer y participar en los asuntos más importantes del reino. Su obra es muy extensa y heterogénea. Escribió sobre política, teología e historia, además de componer los numerosos discursos fúnebres que fueron también publicados.
Desde el punto de vista de su labor histórica, su obra más importante es el Discurso sobre la Historia Universal cuya finalidad inicial fue servir de manual para el futuro rey de Francia. La preparación de la primera edición le llevó una década (entre los años 1670-1681) y abarcaba desde el origen del mundo hasta el reinado de Carlomagno. La segunda parte, no incluida en la edición inicial, incluía desde Carlomagno hasta Luis XIV. Tras la segunda edición, la obra se completó y abandonó el carácter didáctico para convertirse en un verdadero libro de historia.
La concepción que Bossuet tiene de la historia está muy condicionada por su fervor religioso. Mantiene que, a pesar de la imagen negativa que pudiera suscitar una primera impresión de los hechos históricos, si nos alejamos de ellos lo suficiente como para tener una perspectiva más amplia obtendremos una visión más clara y positiva. Para Bossuet la historia se revela como un conjunto ordenado que discurre entre aparentes contradicciones hacia un fin ya determinado. La historia no es otra cosa que la obra de la Providencia. El auge y caída de los imperios se suceden sin que la voluntad del hombre pueda evitarlo ni influya en ellos. El azar que parece dirigir las acciones del hombre es tan sólo aparente ya que tras él se encuentra la mano de la Providencia.
La voluntad divina desempeña un especial protagonismo en la obra de Bossuet. El cumplimiento de los designios de Dios es la meta y finalidad de la historia y al cristiano sólo le aguarda confiar y esperar pues, haga lo que haga, no podrá modificar el destino previsto para la humanidad cuyo cumplimiento es inexorable. De este modo Dios dirige a los hombres y utiliza sus cualidades y defectos para llevar a término su plan eterno. Esta concepción de la historia también se verá reflejada en sus planteamientos políticos: ensalza a las Sagradas Escrituras como ejemplo del gobierno directo de Dios sobre los hombres, razonamiento que, a la vez, guarda una estrecha vinculación con la filosofía de Hobbes para justificar el poder absoluto del monarca.
A pesar de la erudición de Bossuet, su obra contiene errores de bulto y lagunas, debidos en gran medida a que su fuente principal era la Biblia y a los limitados conocimientos de la historia que en aquella época se tenían. No se le pueden recriminar, sin embargo, pues su intento fue crear una obra seria y objetiva, a cuyo fin discute las fuentes, observa los fenómenos con espíritu crítico y solicita la ayuda de expertos para que le asesoren sobre cuestiones específicas (como pedir a embajadores o peregrinos que obtengan información en sus viajes).
El Discurso está redactado con un lenguaje simple y neutro, salvo en algunas ocasiones en las que introduce imágenes casi poéticas para describir los acontecimientos. Da prioridad a la narración de los hechos y se interesa menos por las causas que los originan (siempre condicionadas por la providencia) y por los caracteres de los personajes. El resultado es una obra hecha por un hombre de acción que busca convencer y enseñar.