Benedetto Croce es un personaje peculiar dentro la historiografía contemporánea. A diferencia de sus colegas, nunca impartió clases y apenas pisó la Universidad. Fue un historiador “autodidacta” a quien su enorme patrimonio le permitió dedicarse durante toda la vida a su pasión, la historia.
Croce nació el25 de febrero de 1866 en Pescasseroli, en los Abruzzos italianos, en el seno de una familia burguesa y acaudalada de la región. A los 9 años se trasladó a Nápoles donde comenzó sus estudios en el colegio de los barbaritas. En su juventud estuvo cerca de vestir los hábitos pero finalmente perdió el interés por Dios y por la religión. Su ulterior ateísmo pudo estar condicionado por la pérdida de su familia en un terremoto en el que tan sólo resultó levemente herido.
En 1885 inició sus estudios de Jurisprudencia en la Universidad de Roma pero tampoco mostró mucho interés por ellos, acudiendo con mayor frecuencia a las clases impartidas por el marxista crítico Antonio Labriola. Tras este período volvió a su residencia en Nápoles donde permanecerá gran parte del resto de su vida. Asegurados sus ingresos gracias a las rentas de su patrimonio, se dedicó por entero al estudio salvo las interrupciones que suponían los viajes a España, Francia y Alemania.
El vehículo principal que utilizó Croce para divulgar sus obras fue la revista “La Crítica” (editada por él mismo). Trabajó hombro con hombro con el también filósofo Gentile, con quien mantuvo una estrecha amistad después rota a causa de la llegada del fascismo al gobierno italiano. El prestigio obtenido por sus obras hizo que fuera designado senador y trabajase activamente en el proyecto de una profunda reforma educativa. La llegada de Mussolini al poder hizo que abandonase de facto la política y se refugiase nuevamente entre sus libros de Nápoles. La caída del régimen posibilitó su vuelta a la arena política como uno de los principales baluartes del liberalismo italiano. Murió el 20 de noviembre de 1952.
Croce, además de historiador destacado, hizo también contribuciones relevantes en los terrenos de la filosofía, la estética y la política. Su producción literaria fue extraordinaria y asciende a más de cuatro mil trabajos, la mayoría breves ensayos de erudición histórica, crítica de arte y de historia literaria y política.
Dentro del campo propiamente histórico (aunque en Croce es difícil separar historia y filosofía) destacan La revolución napolitana del 99 (1912), El teatro de Nápoles (1916), España en la vida italiana durante el Renacimiento (1917), Curiosidades históricas (1919), La historia del reino de Nápoles (1925) e Historia de Europa en el siglo XIX (1932). Obras que compaginó con otras más cercanas a la teoría historiográfica como La Historia como pensamiento y acción, Teoría e historia de la historiografía y Filosofía e Historiografía.
La historiografía fue siempre el centro de interés de Benedetto Croce, ligada a sus planteamientos filosóficos (se le considera un idealista continuador de Hegel) que condensó en cuatro grandes obras a las que denominó “Filosofía del espíritu”. Su concepción de la historia ha sido definida como “historicismo absoluto”. Su tesis central parte de identificar o fundir los conceptos de historia y realidad. Para Croce el historicismo significa que la vida misma del espíritu se hace historia y evoluciona, no en el devenir dialéctico de una Idea o Absoluto abstracto, sino en el proceso de la realidad histórica; es el concepto universal que deviene a la vez concreto e individualizado. Por ello, la vida y la realidad entera se resuelven en la historia. Como el propio Croce señala, “historicismo es la afirmación de que la vida y la realidad es historia y nada más que historia”.
En esta percepción se contraponen dos formas de afrontar la realidad: la historia y la crónica o narración historiográfica de los hechos (a los que compara con la vida y su cadáver, respectivamente). Para Croce la historia vive por el interés que el documento suscita actualmente en el investigador; mientras que la crónica es una historiografía no repensada, una mera colección de datos con finalidad exclusivamente práctica. El juicio histórico no puede consistir en una reproducción pasiva de los hechos, sino que debe superar la vida del pasado para representarla en forma de conocimiento. Toda historia es, por tanto, historia contemporánea. En palabras de Croce: “porque, por remotos o remotísimos que parezcan cronológicamente los hechos que entran en ella, es, en realidad, historia referida siempre a la necesidad y a la situación presente”. A consecuencia de esta transfiguración, la historia pierde su pasionalidad y se convierte en una visión necesaria de la realidad.
Siguiendo en cierto modo el pensamiento hegeliano Croce considera que la historia es siempre racionalidad plena y, de este modo, progreso. Los elementos irracionales que aparecen en el discurrir del ser humano (luchas y guerras) están constituidos por manifestaciones de vitalidad, a veces desenfrenadas, de los hombres y de los pueblos. Dicha vitalidad es necesaria para el progreso y en ningún caso la decadencia es vista como retroceso u obstáculo. Todo lo contrario, sirve como formación o preparación de la nueva vida.
En cuanto al tratamiento de las fuentes y el acercamiento a los hechos. la posición de Croce es también muy clara: el historiador debe valorarlos sin emitir juicios de opinión, ni sesgarlos, pues todos los hechos son “históricos” y no hay por qué escoger entre ellos (“si el juicio es relación de sujeto y predicado, el sujeto, o sea, el hecho, cualquiera que sea, que se juzga, es siempre un hecho histórico, algo que deviene, un proceso en curso, porque hechos inmóviles ni se encuentran ni se conciben en el mundo de la realidad”). Mientras que las fuentes, ya sean documentos o restos, no tienen otra misión que la de estimular y formar en el historiador “estados del alma” que ya se encontraban en él.