Francesco Guicciardini nació el 6 de marzo de 1483 en Florencia, en el seno de una vieja familia florentina que guardaba estrechos vínculos con los Medici y con los círculos intelectuales de la ciudad. Los datos que conocemos de su juventud provienen de la propia pluma del historiador italiano quien los recogió en la obra Ricordanze. De esta forma sabemos que estudió leyes y jurisprudencia en las universidades de Pisa, Ferrara y Padua y que tras su vuelta a su ciudad natal se instaló como abogado. En estos años redactará sus primeras obras, de las que destaca la Historia de Florencia (1509) que recoge el período comprendido entre 1378 (momento en que tuvo lugar la revuelta de los ciompi) hasta 1509 (firma de la paz de Lodi).
Más interesado en la política y en la diplomacia que en el Derecho, fue nombrado embajador florentino ante Fernando el Católico en 1511, cargo que ocupará hasta 1514 cuando vuelva a Florencia para trabajar al servicio de los Medici. Durante su estancia en España escribió Diario del viaggio in Spagna y Relazione di Spagna. Poco tiempo después el papa León X le reclama para hacerse cargo del gobierno de Módena en 1516 y de Reggio en 1517. Durante estos años participó como Commisario Generale del ejército del Vaticano en la guerra que enfrentaba a los estados italianos contra Francia. En los años ulteriores seguirá ocupando puestos importantes dentro de la administración pontificia (gobierno de Parma en 1521 y de la Romaña en 1524) y logrará convertirse en un destacado asesor del nuevo papa Clemente VII, a quien aconseja la unión con los franceses y venecianos contra el emperador Carlos V, unión que daría lugar a la Liga de Cognac. Durante la contienda le fue encargado nuevamente el mando de las fuerzas papales, sin que pudiera evitar el Saco de Roma por las tropas imperiales.
Finalizada la guerra es designado gobernador de Bolonia en 1531 pero Paulo III, proclamado Papa en 1534 tras la muerte de Clemente VII, le obliga a abandonar este cargo. Guicciardini vuelve a Florencia para trabajar de nuevo con los Medici, quienes habían recuperado el poder, primero para Alejandro y luego para Cosme. Los últimos años de su vida, desde 1536 a 1540, los dedicó a la elaboración de su gran obra Historia de Italia, único escrito que hizo para el público y no para sí mismo. Murió el 22 de mayo de 1540 en la pequeña localidad de Santa Margarita de Montici a las afueras de la ciudad florentina.
La obra histórica más importante de Guicciardini es, sin duda, su Historia de Italia que recoge los sucesos acaecidos en la península italiana entre los años 1494 y 1532. Organizada cronológicamente año a año, analiza la pérdida del poder de las ciudades-estado italianas en favor de las grandes monarquías continentales (España y Francia) que a través de la invasión militar y de los acuerdos diplomáticos lograron romper la paz y el equilibrio de la región. Ha de matizarse que el historiador italiano no concibe a Italia como una unidad nacional (en el sentido que hoy lo entenderíamos) sino más bien como un cuadro, parecido al que ya diseñó Maquiavelo, en el que conviven distintos “pueblos” con rasgos similares. Su análisis se centra en los acontecimientos ocurridos en la península, que trata como un todo entrelazado.
Guicciardini rompe con la tradición historiográfica italiana medieval (que él mismo había practicado en su Historia de Florencia) y abandona el estudio localista de una ciudad específica, ampliando el escenario no sólo al conjunto de la península italiana sino también a las acciones llevadas a cabo por los franceses y españoles. Para él no es posible desligar los sucesos que ocurren, por ejemplo, en Florencia con los que transcurren en Roma. Las guerras que azotan Italia tiene como origen, a su juicio, múltiples factores pero en todo caso su principal causa radica en las disputas e intereses de las distintas ciudades que, al final, son las que invitan a los monarcas extranjeros a intervenir en sus asuntos.
Si Guicciardini había utilizado en la Historia de Florencia la técnica tradicional de presentar las virtudes y vicios de los personajes descritos, lo que le permitía clasificarlos en función de una escala moral, en la Historia de Italia abandona este enfoque. Dado que el hombre ya no es ni bueno ni malo, sino tan sólo egoísta, sus acciones se guiarán por el cálculo de las consecuencias que derivarán de una u otra decisión. Y como el resultado puede no coincidir siempre con el inicialmente previsto, el comportamiento humano suele ser modificado para adaptarse a las nuevas circunstancias. De este modo nada impide que, si alguien toma una decisión “moralmente” aceptable y no se cumplen las expectativas puestas en ella, a continuación adopte otra no tan tolerable según los cánones morales.
La concepción de la historia de Guicciardini está muy unida a su interpretación del comportamiento humano. Ve probable que los hechos se repitan (adopta una cierta teoría cíclica) aun cuando las condiciones particulares que rodean en cada momento al hombre hacen que parezcan únicos e irrepetibles. Así lo expresa en una de sus Recomendaciones: “Todo lo que ha sido en el pasado y vemos en el presente también será en el futuro; sólo cambian los nombres y las envolturas de las cosas, de modo que quien no tenga buenos ojos no lo reconoce y no sabe utilizar esta observación para sacar una regla y formular una opinión”. El historiador italiano niega, sin embargo, que puedan extraerse conclusiones válidas del pasado para su aplicación en el presente pues el contexto en que se producen no es equiparable, reflexión más pesimista que la de Maquiavelo. La enseñanza que los hombres pueden obtener de la historia es prever el efecto que sus acciones tendrán sobre su dignidad y su propio nombre en la posteridad.
Uno de los rasgos más destacados del pensamiento de Guicciardini es el papel que atribuye a la Fortuna. Conocedor (de primera mano) de la rapidez con la que la suerte cambia de mano y de lo fácil que es precipitarse desde lo más alto del poder hasta una posición intrascendente, sus obras reflejan la incapacidad del hombre para controlar su futuro. La apelación a la Fortuna –aun sin definirla de modo preciso- impregna todos sus escritos. En una de sus famosas Recomendaciones afirma: “Quien reflexione seriamente no podrá negar que la suerte tiene mucho poder en las cosas humanas, pues todos los días las vemos sacudidas violentamente por acontecimientos casuales que los hombres no pueden prever ni evitar; y aunque la habilidad y las precauciones humanas puedan suavizar muchas cosas, siempre necesitan que la suerte las ayude”. Niega, del mismo modo, la existencia de leyes inmutables que rijan los designios del ser humano y ni tan siquiera atribuye a la Providencia importancia alguna pues el hombre solo se guía por sus intereses y queda supeditado a los vaivenes de la Fortuna.
Para elaborar sus escritos Guicciardini acude tanto a fuentes documentales de primera mano como a las obras de otros historiadores. Imbuido del espíritu de la historiografía clásica (así lo demuestra la inclusión de discursos en la narración de los hechos), se centra en la historia militar y diplomática, llegando incluso a disculparse cuando la abandona para adentrarse en otros terrenos.
La concepción histórica de Guicciardini no puede comprenderse sin tener en cuenta sus experiencias en la arena pública y sin contextualizarla en la época en que vivió. El Renacimiento influyó decisivamente en la forma que los intelectuales tenían de ver el mundo y, al igual que Maquiavelo y tantos otros, fueron ellos quienes mejor supieron captar en sus escritos la esencia del nuevo fenómeno. El individuo (con todas sus virtudes y, en especial, con sus defectos) resurgió como protagonista de la historia y su naturaleza egoísta pasó a ser el motor, al menos para el historiador florentino, del discurrir de los acontecimientos, cuya guía no era otra que la Fortuna.