Magdalena de Pazzis Pi Corrales
Magdalena de Pazzis Pi Corrales
Magdalena de Pazzis Pi Corrales es Catedrática de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido Secretaria Académica de la Facultad (dos años) y también Vicedecana de Relaciones Internacionales, Institucionales y Estudiantes (cuatro años) en la Facultad de Geografía e Historia en el periodo 2010-2014.
Igualmente, ha sido profesora invitada en universidades españolas y extranjeras (Barcelona, Cádiz, Burgos, Alicante, Valencia, La Rioja) y extranjeras (Estocolmo, Gotemburgo, Uppsala (en Suecia), la Sapienza y Roma III (Italia), Universidad del Zulia (Venezuela) y en la Universidad Autónoma de Méjico.
Sus principales líneas de investigación son: 1/. La marina y el Ejército de los Austria en los siglos XVI y XVII. 2/ Las relaciones entre España y Suecia en la Edad Moderna. 3/ Las órdenes religiosas en los siglos XVI y XVII 4/ Y el sistema de seguridad, orden público y ejército en la España del siglo XVIII. Entre todos estos temas es autora de más de un centenar de publicaciones de su especialidad, libros, capítulos de libros y artículos en revistas especializadas.
Ha recibido el Premio Virgen del Carmen de la Marina Española por su libro La otra Invencible, España y las potencias nórdicas, en el año 1982. Diploma de Honor en el año 2009 en atención a los méritos contraídos por su investigación en los temas relacionados con la historia naval en la España Moderna. También ha sido distinguida con la Real Orden de la Estrella Polar del Reino de Suecia por su por su contribución al fomento de las relaciones hispano suecas a lo largo de la Historia.
Premio de Historia Órdenes Españolas
El Premio de Historia Órdenes Españolas es un galardón internacional que nació en 2017 con el deseo de convertirse en una referencia en esta disciplina. Supone un reconocimiento a quienes se dedican con esfuerzo a esta ciencia y un compromiso con el valor de la Historia. Su objeto es distinguir al investigador cuyo trabajo haya alcanzado general reconocimiento por la importancia de sus estudios, el rigor de su documentación y el alcance de sus conclusiones, y que alguna parte de su obra esté relacionada con lo hispánico y su proyección en el mundo.
El Premio ha celebrado ya dos ediciones. En la primera resultó galardonado el hispanista británico John H. Elliott. Felipe VI presidió la ceremonia de entrega del Premio en 2018. En la segunda fue el medievalista vallisoletano Miguel Ángel Ladero Quesada quien recibió el Premio. S.M. el rey Juan Carlos presidió el acto de entrega en mayo de 2019.
El Premio de Historia Órdenes Españolas está gestionado por la Fundación Lux Hispaniarum y cuenta con el apoyo de la Fundación Ramón Areces, la Fundación Talgo, Grupo Siro, Valmenta e Ibervalles.
Para más información: www.premioordenesespañolas.es
MH. No estamos ante la primera, ni probablemente la última de las pandemias que las naciones europeas han sufrido a lo largo de la historia. Las pestes, las calamidades y las enfermedades de todo tipo han sido recurrentes. ¿Qué podemos aprender de los comentarios y de las reacciones de las sociedades que entonces las padecieron?
MPPC. Mucho nos han enseñado las pandemias anteriores. Los tres grandes enemigos de la humanidad siempre han sido el hambre, las epidemias y la guerra (por este orden), que asolaron la vida y se convirtieron en los responsables de miles de millones de muertes a lo largo y ancho del planeta. La segunda de las causas de mayor mortalidad entre los seres humanos, las epidemias mundiales, lo hicieron, además, con una propagación mucho más silenciosa y mucho más devastadora en cuanto al número de víctimas. Y aunque la enfermedad forma parte de la historia de la humanidad de manera inherente al hombre, el hecho de que se viva en sociedad, en espacios urbanísticos y territoriales multitudinarios, con múltiples intercambios económicos, políticos, culturales y religiosos, constituye una amenaza para la población mundial. Solo cuando las sociedades empezaron a cuestionarse cómo combatirlas se transformaron y, en la mayoría de las veces, influyeron decisivamente en el curso de la Historia, porque las epidemias abrieron el cambio hacia una nueva forma de pensar y sentir la propia situación del ser humano y la visión de la vida colectiva. Repasemos brevemente la Historia pasada.
El pánico fue siempre la primera reacción humana, un miedo súbito que oscurecía la razón. Al pánico seguía la huida, aunque algunos antepusieron la observación a su propio temor y a ellos debemos los avances experimentados. Pero, en general, en la Antigüedad, la presencia de las enfermedades se interpretó como un desequilibrio de la naturaleza (griegos), como el castigo o cólera divina infligida por el capricho o venganza de Dios (judíos)-, aunque también como una prueba que no se debía a la sanción divina ni al azar cósmico, de ahí la creación de hospitales y de la figura del médico casi como sacerdote que asistía al enfermo por amor y caridad a imitación de Cristo (en el cristianismo). La segunda reacción, en plena catástrofe, fue y es la búsqueda de la causa, que no se encontraba, por lo que la mejor forma de combatirla enfermedad era con la oración a los múltiples dioses y quemando maderas olorosas para limpiar el aire malsano, entre otros.
En la Edad Media, la visión de la enfermedad fue el resultado de la enseñanza cristiana, según la cual la naturaleza humana era imperfecta y podría enfermar en cualquier momento. Por ello, el ideario social empezó a valorar los conocimientos de la medicina griega, las teorías cristianas y las enseñanzas galénicas dando como resultado el nacimiento de una nueva forma de pensamiento dirigido a realidades individuales y a la convicción de que la ciencia heredada no resultaba suficiente para que el hombre pudiera conocer el mundo en el que vivía. La peste del siglo XIV -que provocó la muerte de un tercio de los 75 millones de personas que habitaban Europa- tuvo un resultado catastrófico desde el punto de vista social y económico. Y en los siglos modernos, entre el XV y el XVI, Europa asistió a un nuevo modo de ver y entender la vida: de alguna forma se asimilaba la concepción racional de un comportamiento saludable, se establecieron los primeros fundamentos de una política sanitaria en la que la salud y la enfermedad del cuerpo y del espíritu no solo atañía al hombre, pues el estado tenía una responsabilidad hacia ella, naciendo la idea en la conciencia humana de que la enfermedad podía contagiarse.
En el periodo de los descubrimientos, los hombres que hallaron los territorios ignotos y procedieron a su colonización, fueron portadores de enfermedades en las tierras recién halladas. Males como la viruela, el sarampión, el tifus…atacaron sin denuedo a la población indígena, propagando en distintos episodios las enfermedades por todo el continente americano, al resultar letal el contacto entre conquistadores y conquistados, provocando un descenso demográfico y ecológico consecuencia del desconocimiento mutuo. Esta situación hizo nacer tratados y estudios dedicados a las causas de la naturaleza y consecuencias del contagio (algo que no era nuevo, pues los árabes habían trabajado ya sobre ello) y estas ideas empezaron a calar en la conciencia colectiva. Por otra parte, las diferentes enfermedades se combatieron también con los rezos y el aislamiento de los enfermos.
En el siglo XVIII, los brotes epidémicos fueron más ocasionales y ninguno tuvo la capacidad destructiva de los anteriores. Se combatían con la oración, las cuarentenas, la colocación de gallos desplumados cerca de los bubones (aparecían en axilas, ingles y detrás de las orejas) para que absorbieran sus venenos. Pero entonces se extendió un discurso racional derivado de la visión optimista de que el hombre podía progresar de forma ilimitada y que en ese progreso era capaz de llegar a vencer la enfermedad. A finales de la centuria, estaba asumido que la profesión médica estaba al nivel clerical, los sanitarios curaban los cuerpos en tanto que los segundos sanaban las almas; y se asistía a la sustitución de la idea de progreso indefinido e ilimitado por la convicción de que la humanidad llegaría a la plena posesión de su propia naturaleza. Y la sociedad de finales del siglo XIX y principios del XX aspiró a curar las enfermedades, a la prevención de enfermar y cierto saber científico acerca de lo que era el hombre. Y aunque las medidas de higiene pública habían mejorado, seguían siendo insuficientes
Ya en la Edad Contemporánea, a lo comentado más arriba se unieron otras realidades como el proceso de industrialización, el auge del comercio, el crecimiento de las ciudades con su consiguiente hacinamiento lo que, unido a una desigual y pobre alimentación y la concentración de la población en ciudades superpobladas, acarrearía el resurgir de las viejas enfermedades, entonces conocidas como la tuberculosis, la fiebre amarilla o vómito negro, transmitida por la hembra de un mosquito y especialmente viva en zonas húmedas y calurosas, extraordinariamente virulenta. Mientras, el cólera también diezmaba de forma alarmante a la población mundial, y en España fue especialmente virulenta en embates de cierta periodicidad -1833,1834, 1854, 1865 y 1885-.
En marzo de 1918 se desencadenó la última gran epidemia cuyo responsable, la llamada gripe española porque fue España (país neutral en la segunda guerra mundial) la que se hizo eco del problema y de los informes sobre la enfermedad. Y después están las pandemias del siglo XX: la polio, la tuberculosis, el sida, la neumonía asiática, la última epidemia…hasta el coronavirus…y no será la última. Pero, sin duda alguna, estaremos más y mejor preparados para combatirla.
MH. ¿Cómo afrontaron las sociedades de siglos pasados los retos que les presentaba una epidemia de esta magnitud, teniendo en cuenta que sus medios eran mucho más limitados que los que hoy están a nuestro alcance?
MPPC. La Historia nos muestra que las situaciones adversas forman parte de la vida del ser humano y nos ha expuesto que las sociedades del pasado reaccionaron de forma similar pero diferente, teniendo en cuenta que tenían sus limitaciones. Se avanzó en la evolución de la aprehensión de la enfermedad y de lo que el contagio suponía y, poco a poco, quedaron al margen las interpretaciones de castigo, enseñanza, culpabilización y otros. Los gobiernos asistieron impotentes a la propagación de la enfermedad: se prohibieron los espectáculos públicos, se impidió permanecer en locales cerrados, mal ventilados, las reuniones en tabernas, cafés y otros lugares de habitual y alta concurrencia; se recomendó abrir todo el día las ventanas de los dormitorios, se cerraron los colegios, aunque se permitió la celebración de misas. De igual manera se recomendó “estar en el campo” el mayor tiempo posible porque el aire libre, el agua y la luz “curaban”, se instó a una mayor higiene en la boca y se aconsejó desatender a los iletrados que les animaban a beber alcohol o consumir tabaco como remedios preventivos por ser nocivos sus efectos. Como no había protocolos sanitarios que mantener, los pacientes se aglomeraban en espacios pequeños y sin ventilación y los cadáveres en las morgues y en los cementerios tardaban días -a veces semanas- sin quedar sepultados. Lo hemos vivido muy recientemente.
MH. Los períodos posteriores a las pandemias se suelen caracterizar por cambios y transformaciones sociales. ¿Qué nos dice la historia sobre la evolución de las sociedades que atravesaron una epidemia de esta magnitud?
MPPC. Las pandemias provocaron transformaciones en la forma de pensar y de entender la vida y la muerte. A partir de la peste negra de 1340 se produjeron graves consecuencias: despoblamiento, disminución de las rentas públicas, alta defunción de quienes por su profesión tenían más contacto con los enfermos (juristas, religiosos, médicos…), ocupación ilegal de bienes sin propietario, abandono de casas, acusaciones contra minorías raciales, religiosas y peregrinos. Las normas para mejorar la higiene y el saneamiento se hicieron sentir, ordenándose restricciones del movimiento de la gente y de las mercancías, el aislamiento de los infectados, su confinamiento en hospitales periféricos (los lazaretos o casas de apestados), los enterramientos comunes de las víctimas. Al creerse que el aire estaba infectado, se utilizaron medios populares como quemar especias e inciensos en el interior de las casas, se empleaban manojos de fragancias dulces, incluso se pensó que el consumo del tabaco podía ser efectivo contra la enfermedad.
Los siglos siguientes, a consecuencia de los embates epidémicos, también vivieron una recesión política, demográfica y económica, provocando una nueva actitud: aparecieron los primeros registros más o menos confiables capaces de ilustrar los pasos para el entendimiento y control de una determinada situación, los médicos comenzaron a realizar buenas descripciones, nacieron las primeras nociones del concepto de aislamiento, tal y como hoy lo conocemos. De hecho, el médico que atendía a los apestados se cubría con una máscara protectora, aspiraba perfumes para no contagiarse y más adelante, ya en el siglo XVIII, los doctores iban ataviados con una larga túnica y la cabeza cubierta con una máscara terminada en mascarilla, que recuerda a las que hoy en día tienen “hocico de perro”. Y los médicos se protegieron con trajes largos, se cubrían completamente la cabeza y en la nariz se colocaban una especie de pico relleno de algodones empapados en sustancias aromáticas para evitar el supuesto contagio por inhalación. De hecho, se hizo popular la máscara de tela y gasa con que la población se sentía más tranquila, pues desde las disposiciones gubernamentales se advertía que la propagación se producía por las gotas de saliva al hablar o toser. Algo parecido hemos visto estos días…
Hubo también la reacción del carpe diem, de vivir el momento expresando así la conciencia de la fugacidad de la vida.
MH. Aunque todavía es pronto para hacer una valoración, ¿cómo cree que abordarán los historiadores de las próximas generaciones los sucesos que hoy estamos viviendo?
MPPC. Los historiadores enseñarán esta pandemia del siglo XX como una más de las muchas que han tenido lugar a lo largo de la Historia. Pero la forma de afrontarla, obviamente, no será la misma. Tendrán que explicar también que esta enfermedad ha provocado una crisis en muchos sentidos y ha puesto de relieve problemas estructurales que nos muestran la necesidad de aprender de los errores.
Los profesionales de la Historia ilustrarán acerca de la importancia de la investigación científica, que es bueno meditar sobre la vida y la muerte (los modernos de los siglos XVI y XVII contaban con los libros del ars moriendi y hablaban de la buena muerte y de la mala), señalarán que no somos mortales al final de nuestra vida, sino durante toda ella. Y también mostrarán las bondades tecnológicas, la universalidad de la pandemia, porque el virus nos ha mostrado la artificiosidad de nuestras fronteras, y la incapacidad de los estados al estar viviendo un problema global, ya que los virus no distinguen naciones ni clases sociales y que son problemas generales que exigen soluciones integrales. Los historiadores desvelarán que somos vulnerables e interdependientes.
De la misma forma, expresarán que esta pandemia igualmente ha rebasado un peligroso terreno, el de hablar sobre un tema del que se carece de los conocimientos suficientes para poder evaluar los datos, cayendo en la tentación de opinar sobre lo desconocido. En este sentido, deberán mostrarnos que el postureo moral de los discursos exagerados que muestran indignación fuera de tono no hace sino ofrecer falsas opiniones sin fundamento alguno, y que las redes sociales y sus fake news pueden llegar a hacer también mucho daño.
Por último, los historiadores, al igual que los sociólogos, literatos, artistas, pensadores, empresarios y políticos afirmarán que, en 2020, hubo tal cambio y tal otro (diferentes conductas éticas, solidaridad, vulnerabilidad, miseria y poca calidad humana…), si bien aún es pronto para saber qué fue lo que realmente se renovó, no de forma inmediata al término de la pandemia, sino bastante tiempo después.
Finalmente, el historiador tiene otra faceta, la de profesor, alguien que lee, lee y lee y vuelve a leer. Nunca termina de hacerlo y sigue leyendo, reflexionando y pensando una y otra vez, haciéndose preguntas que apenas sabe responder, por lo que continúa leyendo. Es evidente que una parte del oficio de historiar, la docente, ha cambiado y está buscando nuevas formas de enseñar en la que el alumno deberá adquirir competencias por sí solo, sin necesidad de contacto directo con el docente. La semi presencialidad impuesta a ambos colectivos nos está mostrando ya que la reducción del tiempo en clase permitirá la revalorización de ese tiempo.
MH. Usted ha estudiado con detalle el ejército y el mantenimiento del orden público en la Edad Moderna. ¿Cómo actuaron las autoridades españolas en aquella época ante una situación como la que atravesamos ahora? ¿Aplicaron medidas similares a las implementadas en los últimos meses?
MPPC. Cuando tenía lugar una epidemia se ponía una ciudad entera en cuarentena y se establecía un cordón sanitario, con unas medidas muy duras para que no se pudiera traspasar, lo que no impedía casos aislados que lo burlaran. Se adoptaban extremas medidas de confinamiento que condenaban a muerte a familias enteras, obligándoles a permanecer encerrados en sus casas junto a los moribundos con soldados en las puertas para evitar que escaparan. De hecho, la expresión “cordón sanitario” se utilizó ya en la propia época de finales del siglo XVIII para que sirviera de metáfora en lo que se refería a la propagación de la revolución francesa: había que establecer un cordón sanitario frente a ella, para evitar la llegada a nuestro país de las ideas revolucionarias del país vecino.
Por lo que respecta a la seguridad y el orden ciudadano, con la llegada de la Casa de Borbón a España a comienzos del siglo XVIII, se crearon unas instituciones armadas a lo largo y ancho del país al objeto de mantener el orden público, erradicar a malhechores, contrabandistas, bandoleros y vagamundos y combatir el alto índice de criminalidad existente. Su actuación también sirvió para tratar de establecer la paz y la ley social y este objetivo valía también para las ocasiones en las que se producía un embate epidémico. Lo que se pretendía era evitar y detener las “oportunidades” de quienes incumplían las normas impuestas para cada ocasión. Por ejemplo, Carlos III dividió Madrid en barrios y al frente de cada uno puso los alcaldes de barrio para velar por el cumplimiento de las ordenanzas municipales. Así mismo, en 1792 se creó la Superintendencia General de Policía, la Comisión reservada (para que se denunciaran los delitos cometidos, especialmente de carácter político) y ya en 1844 la Guardia Civil, que nació como necesidad de disponer de un cuerpo específico de seguridad pública de ámbito nacional. Entre todos, trataron de hacer cumplir la ley, con mayor o menor fortuna.
MH. La guerra siempre ha sido un foco de contagio y de propagación de plagas. ¿Qué incidencia tuvieron las enfermedades en los asedios y en las campañas de los tercios españoles?
MPPC. Las medidas adoptadas fueron la ya referida cuarentena. Impidiendo las salidas del lugar sitiado. Ello provocaba que la enfermedad se cebara en esos sitios con hacinamiento, falta de alimentación diversificada y ausencia de higiene pública y privada. Ni qué decir tiene que no ayudaba en nada la falta de higiene corporal, el paso de los soldados por ciénagas, pantanos sin drenar y con agua pestilente, lloviera o hiciera frío, con una asistencia médica muy pobre y un gran desconocimiento ante las epidemias. El riesgo de enfermar no era solo por proximidad a los contagiados, sino que el empleo de las ropas usadas -frecuente en la época- podía transmitir la enfermedad.
Y si era muy difícil combatir con éxito un brote epidémico en tierra, en la mar se hacía casi del todo imposible, por el hacinamiento, la falta de asistencia sanitaria, la escasez de médicos profesionales y la deficiente alimentación. Uno de los principales obstáculos y peligros fue la llegada a puerto de los barcos contaminados. Con la peste, se había iniciado tímidamente un control higiénico sanitario, al ser las dársenas puertas de entrada de las grandes epidemias. En España, conocemos la figura del médico y botánico sevillano Francisco Franco, autor de una revolucionaria obra, Libro de las enfermedades contagiosas y de la preservación dellas (1569), escrito en castellano. En él desaconsejaba el uso de sangrías, recomendando la buena higiene y la alimentación variada, tanto una vez contraída la enfermedad como para prevenirla, unas indicaciones que algunos siguieron, pues se desconocía qué hacer cuando aparecía una epidemia. Este autor también escribió sobre antídotos contra venenos y pestilencias que podían extraerse del campo, de ahí su empeño en el establecimiento en Sevilla de un jardín botánico para tener plantas medicinales, al igual que el creado por Felipe II en El Escorial.
Entonces se estableció un lugar separado de la ciudad y del puerto, donde los dudosos enfermos permanecían treinta días -la llamada trentina- al aire libre y al sol, y cualquiera que tuviera la más mínima relación con ellos era aislado. Cuando pudo comprobarse la insuficiencia del periodo de aislamiento, las autoridades determinaron cuarenta días, la quarantina, lo que hoy conocemos como la cuarentena y como medida de seguridad se ordenó quemar los haberes de los infectados. Se tienen noticias de los puertos venecianos de Marsella y de las medidas que tomaron ante una epidemia en el siglo XIV y ya en 1403 se estableció el primer lazareto en una isla próxima a los que siguieron los de Ragusa y Zara, en la actual Croacia. Ya en el siglo XVIII los estados intervinieron en el control parcial de la sanidad pública protegiendo los puertos contra la introducción de enfermedades epidémicas.
En España, el primer lazareto fue el de Mahón, situado en el centro del puerto del mismo nombre, en la isla de Menorca, que inicia su construcción bajo el mandato de Carlos III en 1793, se vio frenado por la invasión británica de la isla, aunque no se finalizó hasta principios del siglo XIX, con Carlos IV, funcionando ya con un servicio regular a partir de 1817. Luego siguió el lazareto mandado construir en la ría de Vigo en 1838 para prestar servicio en 1842 y dar un respiro al de Mahón. Se edificó sobre las islas de san Simón y san Antón, uniendo ambas con un puente de piedra, guardando los edificios con una muralla exterior. Sin agua potable, allí purgaron sus enfermedades los contagiados procedentes de los puertos europeos y del Caribe.
Los lazaretos ya existían en Europa desde la época de los cruzados para prevenir las infecciones que portaban. Las frecuentes epidemias de peste especialmente determinaron las condiciones de su establecimiento: cerca de los puertos de gran tráfico marítimo y, a ser posible sobre un montículo de terreno árido y seco, pero con provisión de agua potable para la bebida y la limpieza; debía construirse en el punto opuesto a los vientos dominantes y con dirección al mar; debían rodearse de una tapia con una salida distinta de la entrada y con un cementerio próximo a sotavento del lazareto.
En definitiva, aire puro, aislamiento, buena y equilibrada alimentación, no hemos cambiado tanto ¿no?
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