Fernando García de Cortázar
Fernando García de Cortázar
Fernando García de Cortazar es Doctor en Historia Moderna y Contemporánea y en Teología y Licenciado en Filosofía y Derecho. Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto, en la actualidad es Director de la Fundación Vocento y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia. Por otra parte, ha sido director del libro y de la serie de televisión Memoria de España, coautor de la serie de Televisión Española España en Guerra (30 capítulos) y autor de la serie La guerra civil en el País Vasco (4 capítulos).
Ha publicado libros sobre temas históricos, alguno de ellos traducido a otros idiomas, entre los que destacan: Historia del mundo actual:1945-95, Breve Historia de España, Los pliegues de la Tiara: la Iglesia y los Papas del siglo XX, Diccionario de Historia del País Vasco, Álbum de la Historia de España, España, 1900 (sobre la España del 98), Las palabras del rey, Biografía de España, Historia de España: de Atapuerca al estatut, Los perdedores de la Historia de España, entre otros. Su última obra publicada es: Y cuando digo España: Todo lo que hay que saber. Fue nombrado comisario de la exposición España: 20 años de democracia (septiembre de 1997), organizada por la Agencia EFE y que es una muestra fotográfica de homenaje a la transición en sus acontecimientos más significativos. Dirigió la colección La Historia en su lugar.
Premio de Historia Órdenes Españolas
El Premio de Historia Órdenes Españolas es un galardón internacional que nació en 2017 con el deseo de convertirse en una referencia en esta disciplina. Supone un reconocimiento a quienes se dedican con esfuerzo a esta ciencia y un compromiso con el valor de la Historia. Su objeto es distinguir al investigador cuyo trabajo haya alcanzado general reconocimiento por la importancia de sus estudios, el rigor de su documentación y el alcance de sus conclusiones, y que alguna parte de su obra esté relacionada con lo hispánico y su proyección en el mundo.
El Premio ha celebrado ya dos ediciones. En la primera resultó galardonado el hispanista británico John H. Elliott. Felipe VI presidió la ceremonia de entrega del Premio en 2018. En la segunda fue el medievalista vallisoletano Miguel Ángel Ladero Quesada quien recibió el Premio. S.M. el rey Juan Carlos presidió el acto de entrega en mayo de 2019.
El Premio de Historia Órdenes Españolas está gestionado por la Fundación Lux Hispaniarum y cuenta con el apoyo de la Fundación Ramón Areces, la Fundación Talgo, Grupo Siro, Valmenta e Ibervalles.
Para más información: www.premioordenesespañolas.es
MH. No estamos ante la primera, ni probablemente la última de las pandemias que las naciones europeas han sufrido a lo largo de la historia. Las pestes, las calamidades y las enfermedades de todo tipo han sido recurrentes. ¿Qué podemos aprender de los comentarios y de las reacciones de las sociedades que entonces las padecieron?
FGC. Yo sería muy prudente a la hora de extraer enseñanzas de la historia. Muchas veces, el pasado, en lugar de ayudarnos, nos ciega. Tocqueville escribió: «Siempre he observado que muchas veces resulta perjudicial tener demasiada memoria». Corría el año 1850 y las escenas de pánico conservador y ebullición popular que acababa de vivir en primera línea política afirmaban en su alma desilusionada esta opinión. Se lo decían sus ojos y sus oídos: el peso de 1789, y de los acontecimientos sangrientos de 1793, había gravitado como una pesadilla sobre la mayoría de los espíritus de 1848. Todos los personajes principales de aquel drama reciente habían actuado y seguían actuando absorbidos por los recuerdos de un pasado que les impedía contemplar cara a cara el presente, incapaces de arrancarse las viejas máscaras de La Fayette, Danton, St. Just, Napoleón… y de enfrentarse a la gran novedad que tenían ante los ojos. El resultado es ya conocido: ante la posibilidad de que volviera Robespierre a cortarles la cabeza a los franceses, la elección popular de Luis Napoleón, el posterior golpe de Estado de éste, la anulación de la vida política bajo la caricatura de un nuevo imperio napoleónico.
Nos gusta pensar que el conocimiento de la historia es un excelente radar para no caer en las mismas trampas del pasado, que la historia es una escuela para despertar a la acción sabia o prudente, que el recuerdo de los errores de ayer puede reducir la capacidad de provocar estragos catastróficos en quienes hoy ocupan altos cargos de responsabilidad política. No obstante, como advierte Tocqueville, muchas veces la imagen evocada de los hechos pretéritos arroja una luz engañosa sobre el presente. Nos deslumbra. Nos arrebata de la realidad, siempre cambiante. Nos aleja del trasfondo y de la sustancia misma de los problemas de nuestro tiempo. Constituye una desmesura bastante frecuente armar a las sociedades del pasado con actitudes, creencias y conocimientos del presente. Pensar que por la fuerza los comportamientos y las conductas anteriores, sean del siglo que sean, se corresponden mecánicamente con los nuestros. Resulta necesario, por tanto, respetar la autonomía histórica, recordando además la velocidad de los cambios en el mundo contemporáneo que hace que la sociedad actual cada vez más se parezca menos a las anteriores. Hegel decía que todos los grandes hechos (y personajes) de la historia universal, aparecen dos veces. Marx le complementó añadiendo que una vez como tragedia y otra como farsa. Para no caer ni en una ni en otra prefiero analizar el presente -la actual pandemia – con los instrumentos que éste me ofrece.
MH. ¿Cómo afrontaron las sociedades de siglos pasados los retos que les presentaba una epidemia de esta magnitud, teniendo en cuenta que sus medios eran mucho más limitados que los que hoy están a nuestro alcance?
FGC. Las plagas han sido una de las peores pesadillas de la humanidad y no hay mas que leer la Biblia para comprobarlo. Y en la Edad Media era el enemigo más temido por todos: un enemigo invisible, un castigo de Dios que golpeaba por igual a reyes y campesinos, aristócratas y burgueses, pecadores e inocentes. En cuanto a la pregunta, creo que daría para más de un libro. El miedo y la irracionalidad estallaban por doquier. Y a menudo se elegía un chivo expiatorio, al que se acusaba de ser el causante de la epidemia. Los judíos, por ejemplo, fueron acusados, en múltiples ocasiones, de traer la peste negra y se les persiguió y asesinó en muchas ciudades europeas por esta razón.
MH. Los períodos posteriores a las pandemias se suelen caracterizar por cambios y transformaciones sociales. ¿Qué nos dice la historia sobre la evolución de las sociedades que atravesaron una epidemia de esta magnitud?
FGC. Más que a la historia, yo prefiero recurrir a lo que nos dice la literatura. Y sobre todo, a un libro en particular: El año de la peste, de Daniel Defoe, un relato novelado de los hechos históricos sucedidos en Londres el año 1722. No ha quedado claramente establecido por los eruditos hasta qué punto es cierto todo lo que Defoe cuenta. Pero esto, en el fondo, es irrelevante. El libro es uno de los más honestos y espeluznantes frescos que el hombre ha pintado jamás de una gran metrópoli sacudida por la peste. Muchas escenas recuerdan las pinturas de Brueghel, elementos que mueve Defoe para recordarnos que no hay compañerismo, ni camaradería, ni fraternidad en una sociedad cuyos únicos principios son el sectarismo, la ambición y el egoísm.
MH. Aunque todavía es pronto para hacer una valoración, ¿cómo cree que abordarán los historiadores de las próximas generaciones los sucesos que hoy estamos viviendo?
FGC. Más que la valoración de los historiadores, me interesa – y esto lo digo como historiador- saber qué recuerdo dejarán en la sociedad los hechos que estamos viviendo. ¿Desaparecerán de la memoria como casi desaparecieron los recuerdos de la mal llamada gripe española en la memoria de la generación de entreguerras? “Como hay tanta gripe, han tenido que clausurar la universidad” escribe Pla al comienzo de El cuaderno gris. “Te mostraré el miedo en un puñado de polvo”, dice T.S. Eliot en La tierra baldía. Pero ambos casos son casi excepcionales. Lo cierto es que la presencia de la enfermedad en la literatura de la época es casi testimonial y cuando aparece no suele pasar de metáfora de otra peste, esta vez política, la del fascismo. Así ocurre, por ejemplo, en la novela de Camus, La peste, publicada en 1947, que narra los meses de cuarentena por una epidemia en la ciudad de Orán pero que en realidad es una alegoría de la ocupación nazi de Francia.
MH. Como autor de una de las obras más conocidas sobre la historia de España, ¿estima que la situación que atravesamos ahora es excepcional o se han producido fenómenos similares en nuestro pasado?
FGC. Desde el presente, pienso en la pandemia, pienso en la peste. La palabra tiene una calidad metafórica que desborda las exigencias del lenguaje científico. La peste es la enfermedad, pero también el estado de excepción radical que nos sugiere. Un estado de excepción para nuestros mermados recursos sanitarios, para nuestra economía en dificultades, para nuestras instituciones tensionadas, para nuestra nación en proceso de impugnación, para nuestra idea de la convivencia, para nuestros principios morales. Todo nuestro mundo ha quedado en suspenso. Todas nuestras seguridades, todo lo que dábamos por sentado, todo aquello a lo que creíamos tener derecho y todo lo que considerábamos adquirido definitivamente. Habiendo dejado atrás los que considerábamos los momentos más espantosos del mundo moderno, incluyendo el exterminio de millones de personas a manos del terror totalitario, se nos ha despojado de nuestros hábitos, se nos ha dejado desnudos, indefensos, a solas con nuestra razón, interpelados por nuestra fe, heridos profundamente por nuestras emociones desbordadas.
De todo ello hablaba el libro de Camus, convertido en una inmensa meditación sobre las consecuencias de este asedio voraz e inagotable. A otros dejo las cuestiones que habrán de plantearse con valentía y serenidad cuando esto acabe: el encuentro de todos los españoles en una nación experimentada como herencia, proyecto y broche de impulso ético en tiempos difíciles; la severa exigencia de responsabilidades a quienes han podido debilitar nuestro impulso común y la necesidad de proteger y cuidar a los más vulnerables; la llamada de atención a quienes han creído que esta España devastada podría levantar su ánimo comunitario tras ser reducida a una mera instancia jurídica revocable. Tiempo, espacio y energía habrá para estas cosas, y sobre estos temas podrás quizás edificarse el ámbito de una regeneración política que nos ayude a restablecer una nación digna de este nombre.
MH. ¿Cómo cree que superará España esta pandemia? ¿Más unida o continuará la senda de la fractura?
FGC. No veo indicio alguno para pensar que la propaganda gubernamental de que de ella saldremos más fuertes tenga fundamento. La gente buena, sí, estoy seguro de que habrá incrementado su entrega y su compromiso bondadoso con el sufrimiento ajeno. Por el contrario, los despreocupados por la suerte de los demás, los egoístas, se harán más perversos, en esta situación trágica. De otro lado, a la política le exigiría siempre un componente ético que yo he echado en falta en estos meses de sufrimiento. Más allá del espectáculo del enfrentamiento continuo ofrecido por los políticos en el ámbito dramático de la crisis sanitaria, creo que al Gobierno hay que exigirle una mayor austeridad, una autentica piedad con los cientos de miles de españoles empujados a la miseria por la pérdida de trabajo que ha traído la pandemia. Carente de toda sensibilidad social que no sea la demagógica, el Ejecutivo del PSOE-Podemos ha ampliado el Consejo de Ministros que ha pasado de 14 miembros a 23. El despilfarro con la creación de nuevos altos cargos es enorme así como el dispendio para sostener las legiones de nuevos asesores bien pagados, cuya misión no es combatir la crisis económica sino hacerse con redes clientelares de votantes para que sus jefes se mantengan en el poder. Con ese dinero se podrían haber contratado varios miles de médicos tan necesarios para hacer frente a la pandemia.
De Estanislao Figueras, primer Presidente de la frustrada Primera República española, en 1873, ha quedado una frase que da una idea exacta del desprestigio de los políticos. Un día presidiendo el Consejo de Ministros y, pese a ser hombre de una educación esmeradísima y una pulcritud extrema, dijo en catalán: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!” Los hombres responsables no podían más. Así Emilio Castelar dijo en las Cortes: “¡Aquí en España todo el mundo prefiere su secta a su Patria, todo el mundo…De ahí una guerra que yo he calificado muchas veces de animal guerra que se declaran aquí unos partidos a otros, intolerantes todos, intransigentes todos…”
Nuestro confinamiento a algunos nos ha hecho pensar. La naturaleza no es injusta, ni cruel: ojalá estuviéramos frente a un enemigo consciente de sus actos porque siempre podríamos negociar con él y tener una ligera confianza en vencerlo o convencerlo. No; la naturaleza es eso de lo que estamos hechos para vivir en este mundo, con el privilegio de ese soplo divino que nos proporciona la conciencia de eternidad de los cristianos. Esa conciencia la vivimos, sin embargo, junto a aquello que pretendemos ignorar tantas veces: nuestra mortalidad, nuestra flaqueza final frente a la enfermedad, la seguridad de que ella nos vencerá algún día…tras habernos amargado los últimos tiempos de nuestra existencia.
En momentos de espanto como los que estamos viviendo la belleza nos ofrece aquello que nos protege de la desesperación. Nos hace sentirnos parte de la humanidad, nos proporciona una dimensión universal, nos llena de compasión y nos acerca a nuestros hermanos. Cuando un aria de Bach inunda el aire, la pandemia se inclina, sucia y cruel, ante el orden superior que proclama la arquitectura del genio. El espíritu recuerda su superioridad ante la carne, su eternidad ante lo pasajero, su vínculo con una idea de bondad universal frente a la concreta maldad de una patología mezquina. Bach nos recuerda que no estamos solos, mientras logre conmovernos su música. Nos dice que puede hablarnos a través de los siglos porque la belleza es muy parecida a lo que debe de ser la eternidad y, desde luego, es idéntica a nuestro deseo de sentirla. Lo mismo sucede al volver a leer unos versos de Eliot, al admirar un cuadro de Velázquez o al contemplar la imagen de la Piedad de Miguel Ángel una vez más. Desde la clausura contemplé esta existencia mía sin jactancia alguna, pero con plena seguridad de que, en otro tiempo, incluso no hace demasiado, se disponía de unos recursos culturales hoy abandonados, que hubieran venido muy bien para sobrellevar las horas monótonas del confinamiento.