Alfredo Alvar Ezquerra
Alfredo Alvar Ezquerra
Alfredo Alvar Ezquerra es Profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en su Instituto de Historia en Madrid. Asimismo es Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia. Ha sido condecorado con la Encomienda de Isabel la Católica (2015) y, entre otras distinciones, recibió el Premio Villa de Madrid «Ortega y Gasset de Ensayo y Humanidades” (1988).
Director de un Grupo de Investigación en el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), “Humanismo y Siglo de Oro: una historia social”. Vocal del Patronato y Miembro de la Comisión permanente del Archivo General de Simancas, (desde noviembre de 2015). Investigador Principal de proyectos de I+D+i del Plan Nacional de I+D+i del Reino de España.
Ha coordinado importantes ciclos de conferencias en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, o ha dirigido congresos nacionales o internacionales en el CSIC o en colaboración con otras instituciones.
En la actualidad es codirector del Doctorado de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria.
Ha pronunciado conferencias, desde Varsovia a Nápoles; desde Lisboa a Viena, Túnez u Orán; Guanajuato, León de Nicaragua, Quito, etc. Ha dado clases en curos de La Sorbona, Rouen, Viena, Klagenfurt, La Manouba (Túnez), Quito, etc.
Premio de Historia Órdenes Españolas
El Premio de Historia Órdenes Españolas es un galardón internacional que nació en 2017 con el deseo de convertirse en una referencia en esta disciplina. Supone un reconocimiento a quienes se dedican con esfuerzo a esta ciencia y un compromiso con el valor de la Historia. Su objeto es distinguir al investigador cuyo trabajo haya alcanzado general reconocimiento por la importancia de sus estudios, el rigor de su documentación y el alcance de sus conclusiones, y que alguna parte de su obra esté relacionada con lo hispánico y su proyección en el mundo.
El Premio ha celebrado ya dos ediciones. En la primera resultó galardonado el hispanista británico John H. Elliott. Felipe VI presidió la ceremonia de entrega del Premio en 2018. En la segunda fue el medievalista vallisoletano Miguel Ángel Ladero Quesada quien recibió el Premio. S.M. el rey Juan Carlos presidió el acto de entrega en mayo de 2019.
El Premio de Historia Órdenes Españolas está gestionado por la Fundación Lux Hispaniarum y cuenta con el apoyo de la Fundación Ramón Areces, la Fundación Talgo, Grupo Siro, Valmenta e Ibervalles.
Para más información: www.premioordenesespañolas.es
MH. No estamos ante la primera, ni probablemente la última de las pandemias que las naciones europeas han sufrido a lo largo de la historia. Las pestes, las calamidades y las enfermedades de todo tipo han sido recurrentes. ¿Qué podemos aprender de los comentarios y de las reacciones de las sociedades que entonces las padecieron?
AAE. A mi modo de ver, lo que se puede aprender de aquellas epidemias es, en sentido positivo, más bien poco: no entendían qué pasaba, e interpretaban a su manera lo que pasaba (como un castigo divino). Los remedios que tenían eran inútiles y la mejor trilogía que tenían para defenderse ante una epidemia, era “huir pronto y lejos; volver tarde” eso sí, procurando siempre “tener el alma a bien con Dios”.
Por el contrario, en sentido negativo sí que se pueden extraer muchas enseñanzas. Por un lado, que los cordones sanitarios no servían para nada, porque se montaban tarde y se levantaban pronto. Se montaban tarde porque cerrar una ciudad, o una comarca era un baldón cualitativo, una mácula sobre la salubridad de ese territorio que era difícil de levantar en muchos años. Era mejor que se aislaran los otros (¡pobres diablos, contaminados!) a aislarme uno mismo. Por otro lado, en cuanto había rumores de que se iba a cerrar una ciudad, o en cuanto se cerraba, se clausuraban los intercambios comerciales. Ni que decir tiene que la parálisis que ello provocaba en los particulares y en las arcas municipales, era tan grave que, naturalmente, en cuanto se podía, se levantaban las restricciones porque la economía y la recaudación se desplomaban. El “en cuanto se podía” quiere decir que en cuanto había síntomas de mejora. Teniendo en cuenta que los bacilos son estacionales, siempre y cíclicamente había “síntomas de mejora”. Se abría el cordón sanitario, se reanudaban los intercambios y, incomprensiblemente volvía a haber un rebrote de la epidemia en la primavera siguiente.
Por otro lado, al correr rumores de cierre de un territorio, los que vivían en el interior salían inmediatamente y despavoridos, hacia cualquier lugar, hacia sus “villas”, a zonas aireadas, a áreas salubres. Por eso anunciar que iba a haber un cierre era un absurdo si lo que se quería era controlar una pandemia: al contrario, con la fuga de esos pobladores la expansión era rapidísima y catastrófica… y, ¡ay de los pobres que se quedaban dentro de la ciudad!
Hasta que no se creyó, en la investigación médica, no empezó a haber remedios contra las pestes: por ello resultan tan detestables quienes se niegan a vacunar a sus hijos, o a ellos mismos; tanto por ellos, cuanto porque son bombas biológicas que nos ponen en peligro a todos los demás.
MH. ¿Cómo afrontaron las sociedades de siglos pasados los retos que les presentaba una epidemia de esta magnitud, teniendo en cuenta que sus medios eran mucho más limitados que los que hoy están a nuestro alcance?
AAE. Rezando. Muriéndose. Con resignación. Si había suerte… Como medidas profilácticas, aún en siglo XVI y en el XVII seguían escribiéndose recetas de mezclas de frutos secos con ruda verde, sal, miel y azúcar; también protegerse con piedra bezoar; tomar las “píldoras del moro Razés”; y todo ello siempre acompañado de algún buen vino blanco..
MH. Los períodos posteriores a las pandemias se suelen caracterizar por cambios y transformaciones sociales. ¿Qué nos dice la historia sobre la evolución de las sociedades que atravesaron una epidemia de esta magnitud?
AAE. En realidad esta pandemia actual, en algunos aspectos, no tiene mucho que ver con una peste del siglo XIV o de los siglos posteriores. Ahora se tiene esperanza de encontrar algún remedio universal en unos pocos meses y las tasas de mortalidad aun con ser sobrecogedoras, no son comparables a aquellas de los siglos pasados. Por otro lado, los mecanismos de defensa actuales son más amplios y eficaces, etc.
En el pasado hubo alteraciones socioeconómicas con las petes de 1348. ¡Cómo no, si hubo zonas en las que se perdió el 50% de la población de media, y en toda Europa acaso por encima del 35%! En una economía agraria como aquella, naturalmente se tuvieron que reequilibrar los brazos que trabajaban en el campo, con los derechos o las presiones señoriales y feudales. La falta de mano de obra por todas partes, animó a que, si pudieron hacerlo, campesinos sometidos a regímenes feudales, o lograran que se aflojara la presión sobre ellos, o lograron mudarse hacia territorios de realengo, más laxos. No obstante, muchos campos se abandonaron y esos espacios los ocuparon ganados mayores y menores. La explotación de las cabezas de ganado, sirvió para aumentar la producción, mercado compra y venta de lanas, por ejemplo, así como para alimentar mejor a los “supervivientes” por cuanto había carne bastante. A la altura de 1453 o 1492 (por poner dos fechas caprichosas de referencia) se había logrado alcanzar el tope de población de mediados del XIV: no es de extrañar que en la Cristiandad empezara a haber considerables movimientos de población hacia otras tierras, por muy lejanas que fueran.
Al acabarse el número de muertos (por la generosidad de los bacilos) se daban gracias a Dios.
He leído (y aun oído) que con la Peste del XIV se acabó el feudalismo (¡!). Este no es el lugar, ni hay sitio para explicar y corregir tan singular aserto.
Los cambios fueron enormes de las relaciones de producción y de la oferta y la demanda, pero no se cambiaron radicalmente las estructuras sociales, aunque sí se vieron parcialmente afectadas (que no alteradas, ni aun atropelladas).
Por nuestra parte, de lo que no cabe duda es de que con tan solo esta pandemia, con tan solo unos meses de acción, los cambios operados son incuestionables: las “nuevas tecnologías” aplicadas a todo ya están consolidadas. ¿Cuántos niños de cinco años se han acostumbrado al uso no lúdico de los ordenadores en unas semanas de educación digital?; el experimento del “teletrabajo” masivo ha funcionado correctamente; las inversiones en el “Internet de las cosas” han aumentado exponencialmente y lo mismo en tecnologías de la salud o de la automatización de nuestra vida personal y cotidiana; sin hablar de la inteligencia artificial que está a punto de dar el salto a lo ordinario. Las aplicaciones del 5G son insospechables a día de hoy para la mayor parte, pero no para los que están en ello, y así sucesivamente. Desvincularse de la digitalización es quedarse irremisiblemente atrás y lejos.
Sin embargo, aun convencido de todo ello, me mantendré disfrutando con mis excentricidades: seguiré leyendo libros de viejo en papel…, aunque también me pregunto: ¿para qué tanto personal en archivos y bibliotecas, para qué tanto gasto en mantenimiento de edificios y demás, si todo se puede solucionar digitalizando cuanto se pueda? ¡Tampoco son necesarios ni los colegios, ni las universidades! De aquel “todo está en los libros”, o “los libros os harán libres”, hemos pasado a “todo está en Internet”. Sobre lo de la libertad y la dignidad, ni se piensa, que es muy cansino.
MH. Aunque todavía es pronto para hacer una valoración, ¿cómo cree que abordarán los historiadores de las próximas generaciones los sucesos que hoy estamos viviendo?
AAE. Al igual que lo hacemos nosotros con nuestra sociedad y con las sociedades que nos precedieron. Gozarán de la ventaja de tener la respuesta del rompecabezas. Eso es lo que ha de hacer el historiador: explicar los fenómenos del pasado para usarlos como posible explicación de lo presente, pero de ninguna manera caer en el estrepitoso error de predecir lo que va a venir, no sea que nos pase lo que a Byung-Chul Han que en La sociedad del cansancio (2017 en español), que es un ensayo muy importante y sugerente, empieza diciendo que: “A pesar del manifiesto miedo a la pandemia gripal, actualmente no vivimos en la época viral”.
MH. Al hablar de epidemias en la Historia, a la mayoría nos viene a la cabeza el terrible brote de peste que asoló el continente europeo en el siglo XIV. Es cierto, sin embargo, que también se produjeron otros episodios de especial virulencia en los siglos XVI y XVII. ¿Qué puede contarnos de ellos? ¿qué incidencia tuvieron en aquella sociedad?
AAE. En 1803 hubo un primer intento por sistematizar la historia de las epidemias en España. El esfuerzo, meritorio, también con ciertas confusiones, se debió a un médico Villalba y su Epidemiología española.
Entre 1475 y 1515 se detectan 35 años con peste en distintos puntos de España. En Salamanca, en concreto, hay documentados accesos de peste en 1479, 1480, 1488, 1492, 1493, 1504, 1505, 1506 y 1507, 1508…
De esas fechas, sin duda la de 1507 se lleva la palma. Isabel la Católica había muerto en 1504 –tal vez de un cáncer- y Felipe el Hermoso en 1506. No se sabe de qué, se dice que envenenado, pero en mi opinión, teniendo en cuenta que Castilla está siendo asolada desde años atrás por peste, no es de extrañar que muriera infectado. El caso es que en 1507 se llega al punto culminante de esta epidemia, que fue brutal. Se sabe que entre 1505 y 1506 los inviernos habían sido extremadamente secos y se sospechaba que las aguas del Tormes, escasas, bajaban contaminadas. A lo largo de 1506, se detecta peste desde Barcelona a Tenerife. El año de 1507 fue “el año de la peste” y como a tal se le recordó durante todo el siglo XVI. Como aún no había registros parroquiales, no podemos saber con exactitud cuántas muertes hubo, aunque la vida se convirtió en esos meses, en un ejercicio pavoroso de supervivencia.
En 1508 todo se coronó con una hambruna tan general y durísima que se tomaron medidas para paliarla: entre otras, que desde entonces y hasta 1765 se impuso “tasa” al precio de los cereales y del pan con la intención de que, en casos de necesidad no se dispararan. La medida, favorecedora de los consumidores, fue calamitosa para los campesinos, porque si en épocas de escasez no se disparaban los precios y en los de abundancia se hundían, su posición siempre iba ser incómoda. Por eso, el liberalismo ilustrado optó, al fin, por la abolición de la tasa y el libre mercado.
En 1580 unos campesinos de un pueblo de Madrid, recordaban así los estragos de esa peste de 1507. La lectura “suave” del texto no tiene desperdicio [Alcorcón]: “Habrá ochenta años pocos más o menos que hubo gran mortandad en el dicho lugar a manera de pestilencia. No han podido averiguar qué manera de enfermedad era la que andaba en el dicho pueblo, más de empezando a dar la dicha enfermedad a una persona de una casa, la comunicaba con todos los demás, de que venían a morir todos los de la casa, y les fue forzado ausentarse muchos vecinos del dicho lugar fuera del pueblo, y un poco apartado hacían cabañas donde habitar hasta que pasó la furia de la dicha enfermedad. Quedó el lugar muy despoblado […] El hambre que hubo fue antes de la enfermedad […] Comían pan de grama, poniéndola a secar en hornos, y secada, la picaban menudo, y la llevaban a moler y de la harina que hacían sacaban pan y comían, y otros pan de habas, y otros de garbanzos, cada uno de lo que tenía y por esta hambre sobrevino la dicha enfermedad, por andar tan maltratadas las gentes y sin sustentamiento. Esto es lo que se ha podido averiguar de oídas de otros viejos”.
No hay apenas año en todo el siglo del Renacimiento en que no haya una “picadura” de peste, bien en el Levante, bien en la cornisa cantábrica, bien en el interior. Sin embargo, solían ser contagios restringidos, aislados a excepción de alguna “internacionalización” como un brote más amplio de 1560, otro calamitoso de 1580, el muy grave de 1596 en adelante y otros luctuosos azotes en el siglo XVII (las grandes pestes mediterráneas en Levante y Andalucía)..
MH. Ha estudiado la evolución de la población de Madrid a lo largo del siglo XVI. ¿Qué efecto tuvieron las epidemias en su desarrollo? ¿Qué medidas adoptaron las instituciones municipales para hacerles frente y evitar los contagios en masa?
AAE. Desatada la peste de finales del siglo XVI, el Consejo Real de Castilla ordenó a sus corregidores que remitieran informes semanales de los pacientes que entraban en los hospitales. En Sevilla, informó el corregidor, entre el 13 de junio al 4 de julio de 1599, se enterró a 804 personas, sin contar los muertos en el Hospital de la Sangre, porque no le habían mandado datos, pero pensaba que “morirían más de cuarenta personas y de allá arriba”, y sin contar los muertos del Hospital de Triana, que “murieron en este tiempo, 4.531”. En el de la Sangre, en la primera semana de agosto de 1599 entraron a 67 apestados y murieron 54…, y así sucesivamente.
Mientras, en la Corte, un médico, Antonio Pérez en su Breve tratado de peste dejó por escrito que aunque esas enfermedades que estaban viendo “no sean pestilentes, son empero malignas y perniciosas y traen apariencia de peste, excepto que no son tan malignas, ni matan tanto como vemos, y obedecen a los remedios que conforme a razón se hacen”. ¿Dónde he oído esto? Curiosamente el médico-autor no pudo terminar la obra, porque como explicó el coautor, “está con calentura en la cama y no se sabe lo que Dios hará de su vida”.
La esperanza de algunos de aquellos médicos era que lq gente debiera “andar limpio, mudar camisa y ropa limpia a menudo”, que en plazas y glorietas de las ciudades se quemaran arbustos y hierbas bienolientes, o que “se les muden a los hospitalizados las camisas y sábanas, siquiera cada ocho días y esta ropa se lave cada día con lejía y jabón en agua corriente, fuera de donde se lava la del lugar”, o que en los hospitales, en cada cama “no haya más de un enfermo y que no beban todos en un cántaro o jarro”.
No pensemos que no se reflexionaba sobre las epidemias. Investigaciones modernas han demostrado cómo editorialmente era un buen negocio publicar en tiempos de peste. Se escribía y se debatía. Tanto que Luis de Mercado, Protomédico de Felipe III aspiraba a que se hiciera un manual común contra la peste, “para que en todas partes se entienda y sepa con certidumbre qué enfermedad es y con qué remedios se curarán los que ya estuviesen heridos”.
En fin, aunque los datos fueron estremecedores y dan para mucho más, en Alcobendas en 1597 murió aproximadamente el 14% de su población; el 20% de los muertos en la Villa de Madrid entre 1598 y 1600 eran “criaturas” y un 14% pobres declarados. Entre septiembre y julio de 1598 a 1599 el 52% de los muertos, fueron niños.
Durante la peste de finales del siglo XVI, en Madrid, narra un cronista de la época, “fueron ahorcados dos o tres sepultureros porque hurtaban la ropa apestada. Que se mandaba quemar” y la vendían en Alcalá, originándose por ello la peste en la ciudad universitaria.
En ese mismo año el Corregidor de Madrid informaba al rey de que estaba poniendo todo su empeño en aislar Madrid y que no se permitía entrar a quienes no fueran vecinos de la ciudad, “se han azotado hoy dos por esto”, por saltarse el confinamiento.
¡Eso sí que eran peste y epidemias!
En plena pandemia de COVID19, National Geographic ha lanzado un monográfico con esta apreciación: ““En la actualidad la peste sigue extendiéndose a través de las pulgas de roedores. Esta enfermedad afecta a casi 3.000 personas en todo el mundo, siendo más común en Estados Unidos, Madagascar, China, India y América del Sur. Con el tratamiento adecuado, sin embargo, el 85 por ciento de las víctimas actuales sobreviven a la enfermedad”.
Ojalá pronto oigamos palabras tan esperanzadoras como las del cronista Cabrera de Córdoba que refiriéndose a septiembre de 1599 escribió: “el mal va en declinación”, claro que no sabía que el bacilo se “reactivaba” estacionalmente y pronto habría que volver a empezar… hasta 1603.