César contra Catón. La rivalidad que destruyó la República romana
Josiah Osgood

La Roma del último siglo antes de Cristo vivió varios de los momentos más fascinantes de nuestra historia. En apenas una centuria surgieron figuras que han trascendido a su época y se han convertido en verdaderas leyendas. Pompeyo, Sila, Mario, Cicerón, César, Augusto… el listado puede continuar con varios nombres más, la mayoría reconocibles por el gran público. Rara vez encontramos un elenco de personajes tan extraordinarios en tan corto espacio de tiempo. Ellos fueron los protagonistas de los cambios que se estaban produciendo en la república romana y que terminarían por desembocar en la creación del Imperio. Decimos que son protagonistas, entre otros motivos, porque con sus acciones expandieron las fronteras de Roma por todo el Mediterráneo y por los continentes (África, Asia) colindantes, a la vez que convulsionaron su estructura política, lo que a la postre supuso la crisis y definitiva quiebra del orden “constitucional” de la República.

En ese período, Roma había dejado ya de ser un pequeño Estado para convertirse en la principal potencia de la región. Sus legiones controlaban grandes extensiones de terreno y el Senado, eje sobre el que giraba la política romana y donde se hallaba el verdadero poder de la república, empezaba a temer por el ascenso de aquellos generales que volvían victoriosos de sus expediciones. Además, las principales familias observaban con recelo y animadversión el ascenso de nuevos perfiles sociales (homines novi) que, sin tener la raigambre histórica de aquellas, se hacían con las principales magistraturas de la ciudad. En este tenso escenario, las intrigas, las guerras civiles, las conspiraciones y el asesinato se convirtieron en sucesos cotidianos con los que había que convivir. Los más sagaces y hábiles podían prosperar, mientras que los más torpes terminaban engullidos por la ambición de los primeros.

Una figura destaca por encima de todas: Julio César. A estas alturas, es difícil encontrar a una persona que no sepa quién fue César. Aunque su interés por la historia sea nulo, habrá escuchado referencias a él en todos los ámbitos de la cultura. Ensayos, novelas, cine, televisión, comics… han hecho de nuestro protagonista un icono reconocible en todo el mundo. En el campo historiográfico, las obras dedicadas a él se cuentan por centenares o millares. Nosotros hemos reseñado ésta, ésta y ésta, pero en las estanterías de cualquier librería se pueden encontrar más biografías. No ha tenido el mismo predicamento historiográfico su compatriota Marco Porcio Catón (también conocido como Catón el Joven), enemigo jurado de César y uno de los grandes defensores de la República frente a las pretensiones de su adversario. Con un carácter peculiar, pero con unas ideas férreas y conservadoras, fue uno de los grandes protagonistas de los estertores de la República y su último valedor.

El historiador estadounidense Josiah Osgood explora la rivalidad entre estos dos titanes en su obra César contra Catón. La rivalidad que destruyó la República romana*. Un trabajo que adopta, en cierto modo, la estructura que ya planteó Plutarco en sus Vidas paralelas y, por tanto, nos muestra el ascenso, el enfrentamiento y la caída de estos dos actores, esenciales para conocer y comprender lo acaecido en los últimos años de la República.

Como explica el autor, “El combustible que inflamó aquel duelo político hasta convertirlo en una guerra civil se hallaba en la incompatibilidad de sus designios para la República y en los seguidores a los que atraían. Los dos fomentaron un clima de confrontación que se tradujo en una política fuertemente partidista. La necesidad de atar en corto al contrario se convirtió en una prioridad: si se permite que César siga su guerra en la Galia, será el fin de la República; si Catón desbarata la legislación propuesta, ídem de ídem. Por temor a posibles amenazas o por el deseo de vencer a la oposición en un momento dado, los partidarios de ambos bandos rompieron las reglas habituales de la política, lo que hizo que las descalificaciones se volvieran más escandalosas, las preocupaciones más febriles y el partidismo aún más encarnizado”.

Como hemos apuntado, sobre Julio César se ha escrito hasta la saciedad y la obra que ahora reseñamos no aporta ningún elemento novedoso a las tesis que la historiografía ha mantenido sobre él. Lo original del planteamiento del profesor Osgood reside en la aproximación a la figura de César, por contraposición a la de Catón. Ambos son claras antítesis: César es disoluto, ambicioso (ansia el poder por encima de todo), “progresista” (si empleásemos un término actual) y flexible moralmente. Catón, por su parte, es conservador, austero, poco dado a los excesos, estoico y recto. Uno y otro fueron brillantes políticos y oradores, además de fieles defensores del ideal romano, aunque, obviamente, divergían en qué era lo más conveniente para la República. Contaban con sus propios partidarios que poco a poco se fueron convirtiendo en facciones antagónicas, hasta arrastrar a Roma a una guerra civil que se venía fraguando tiempo atrás.

Resulta también interesante el enfoque que el profesor Osgood emplea para estudiar la caída de la República. Normalmente se suele poner el foco en el deterioro de las instituciones y en el enrarecimiento de la política, como causas de la llegada del Imperio. Serían, pues, causas estructurales (objetivas) las que harían inevitable el cambio de régimen. Sin embargo, en esta obra se da preeminencia al aspecto humano e individual. Son los distintos personajes quienes, a través de sus acciones, conducen al colapso republicano. Dos de ellos, César y Catón, elevaron su enemistad y oposición hasta provocar un enfrentamiento abierto en el seno de la República. Su animadversión llegó al punto de acabar con ésta, después de que los idus de marzo vieran cómo César era asesinado a las puertas del Senado.

Concluimos con esta reflexión del autor: “César y Catón imaginaban para Roma unos futuros que no podían coexistir: un imperio que ejercía su poder para el pueblo frente a un Senado que protegía al pueblo de los todopoderosos constructores de imperios. Su querella ilustra el choque entre dos maneras de ver el mundo y, como resultado, deja al descubierto los desafíos a los que se enfrentaba la República. Ambos bandos identificaron problemas reales. Por muy lejanos que nos parezcan los romanos y sus togas, sus preguntas siguen teniendo vigencia para las democracias actuales: ¿cómo promueven la prosperidad los Estados democráticos? ¿Cómo celebran elecciones justas y libres? ¿Cómo se enfrentan al auge de la demagogia?”.

Josiah Osgood es licenciado y doctor por la Universidad de Yale. Actualmente es profesor y director del departamento de Clásicas en la Universidad de Georgetown (Washington DC). Sus áreas de especialización son la Historia Romana y la Literatura Latina, con especial énfasis en la caída de la República romana. Ha publicado numerosos libros y artículos, incluyendo El legado de César (2020), Claudius Caesar: image and Power in the Early Roman Empire (2010), A Suetonius Reader: Selections from the Lives of the Caesars and the Life of Horace (2011), Turia: a Roman Woman’s Civil War (2014) y Roma. La creación del Estado mundo (2019) (cuya reseña puedes leer aquí).

*Publicado por la editorial Crítica, enero 2024. Traducción de David Paradela López.