La caída de la República, en cuanto forma política de Roma, es uno de los fenómenos que más interés ha despertado (y no solo entre los especialistas), como evidencian los miles de trabajos que abordan aquellos turbulentos años. Incluso la industria del entretenimiento. (películas, videojuegos y series de televisión) ha dedicado su atención a narrar, de forma más o menos veraz, los sucesos previos a la aparición del Principado y el propio ocaso del sistema republicano. No es de extrañar, porque la última centuria de la República estuvo plagada de intrigas, traiciones, guerras, golpes de Estado, pasión y sangre, mucha sangre. Los cambios que sufrió Roma se produjeron a un ritmo vertiginoso, impulsados por hombres que han pasado a la posteridad. Tiberio Graco, Mario, Sila, Pompeyo, Julio César, Cicerón… personificaron y canalizaron las transformaciones que se estaban produciendo en la gran urbe del Lacio.
No se atiene a la realidad la imagen de una Roma que, en un parpadeo, habría pasado de ser una pequeña ciudad-estado a un inmenso Imperio. Cien años antes del asesinato de Julio César, la República ya era la potencia dominadora del Mediterráneo. Sus legiones habían derrotado a la poderosa Cartago y sometido a Grecia y a Hispania (si bien es cierto que no las habían sojuzgado completamente y continuaban las insurrecciones en ambos territorios). El Senado controlaba con mano de hierro los asuntos de Estado y las potencias vecinas temían su poder. El sistema político, muy evolucionado, había sobrevivido a situaciones críticas, entre ellas algunas invasiones, que casi condujeron a la destrucción de la ciudad. La Roma del siglo II a.C. era ya un poderoso Estado. Ahora bien, ¿hasta qué punto las instituciones y el pueblo romano estaban preparados para convertirse en uno de los imperios más grandes de todos los tiempos?
El historiador Josiah Osgood trata de comprender en Roma. La creación del Estado mundo* los sucesos y las transformaciones acaecidas en los estertores de la República, que dieron paso al Imperio. Lo hace a través de un estudio que, a diferencia de lo que suele ser habitual, no se centra únicamente en la actividad política de la propia ciudad de Roma, pues adopta un enfoque más amplio, hasta abarcar todo el Mediterráneo. Además, une el análisis de los acontecimientos políticos con el crecimiento del imperio ultramarino, ya en ciernes, y con el espectacular desarrollo económico y cultural de la Ciudad Eterna. El propósito de Osgood es, por tanto, desterrar las concepciones tradicionales sobre la caída de la República y resaltar la capacidad del pueblo romano para afrontar la nueva realidad, aunque esto abocara a su transformación y al nacimiento del primer Estado-mundo.
Así lo explica el autor: “Centrarse de un modo obsesivo en la «caída de la República romana» no solo minimiza todos estos logros políticos y las innovaciones en el campo de la literatura, el comercio y la religión que acompañaron a aquellos; soslaya el hecho de que muchas de las transformaciones que convirtieron a Roma en un Estado mundo tuvieron lugar en el siglo que antecedió a la archiconocida fecha de los idus de marzo de 44 a. C. Debemos admitir que fue durante la larga «caída de la República romana» cuando se desarrolló una administración provincial más ambiciosa, la cual llegó acompañada de una visión más coherente del Imperio que prometía una paz duradera a cambio de la lealtad a Roma y la satisfacción de los impuestos. Fue a lo largo de esta «caída de la República romana», además, cuando la propia ciudad de Roma se convirtió en el núcleo cultural e intelectual que eclipsó a las otras ciudades mediterráneas y proclamó, así, de manera incuestionable, el poderío romano. Este libro arranca en 150 a. C. y se extiende hasta el año 20 d. C., poco después de que Augusto fuera sucedido de forma pacífica por Tiberio. Y desgrana unos éxitos que han sido obviados por Salustio y muchos de los historiadores que le siguieron, concentrados como estaban en relatar la caída de la República”.
Con una prosa ágil y dinámica y una gran capacidad divulgativa, Osgood recorre en algo más de trescientas páginas los casi doscientos años más importantes de la Historia de la Roma. Su propósito es ofrecernos una visión panorámica, sin pararse en cuestiones baladíes, y lo más sintética posible, para destacar los cambios que se produjeron en aquel período. Nos hallamos, de este modo, no ante una historia de la Roma republicana, sino ante una historia de las transformaciones que acontecieron en la República y en el mundo mediterráneo (para el autor son difícilmente separables). Toda la narración converge en este punto: los datos que se ofrecen, los sucesos que se analizan y las descripciones que se esbozan están orientados a mostrar una imagen del pueblo romano en constante tensión, que había de aprender a adaptarse a un nuevo marco político. La aparición del Imperio y su supervivencia durante más de tres siglos fueron la consecuencia directa de este proceso.
La instauración del Imperio no supuso, en realidad, una mejora o un empeoramiento respecto al sistema político anterior. La historia no juzga (o no debería juzgar) en términos de buenos o malos y se limita a constatar y a interpretar los hechos. El relato de Josiah Osgood se ajusta a ese patrón. A medida que avanzan los capítulos, el autor va desgranando los factores del cambio: la aparición de grandes personalidades que se saltan las reglas políticas; el uso de la plebe como herramienta política (y violenta); la extensión del poder romano por nuevos territorios, con el consecuente incremento de la influencia del ejército en los asuntos de Estado; la riqueza económica de la urbe y el florecimiento del comercio mediterráneo; la proliferación de espectáculos de todo tipo para atraer a las masas o las continuas guerras civiles. Todas esas causas, entre otras que también se recogen en la obra, condicionaron el destino de Roma, de modo que el hundimiento de la República no impidió que la virtus romana prevaleciera y la Urbs se convirtiera en un impresionante Imperio.
Concluimos con estas palabras del autor: “El lector habrá comprendido ya las ventajas de concebir el periodo entre los años 150 a. C. y 20 d. C. como una única fase en vez de aceptar la partición tradicional entre «los últimos compases de la República romana» y «el Imperio augusteo». Ponderar los éxitos gubernamentales de los emperadores puede revelar las debilidades del SPQR, así como su incapacidad para lidiar con los veteranos de las legiones o sus problemas para poner coto al uso descontrolado de la fuerza armada. Pero también podemos percibir con más claridad cómo los últimos líderes republicanos, por mucho que contrariaran a sus contemporáneos, fueron grandes innovadores de gran trascendencia histórica”.
Josiah Osgood, doctor por la Universidad de Yale, es profesor y director del departamento de Clásicas en la Universidad de Georgetown (Washington DC). Sus áreas de especialización son la historia de Roma y la literatura latina, con especial atención a la caída de la República. Entre sus obras figuran Claudius Caesar: image and Power in the Early Roman Empire (2010), A Suetonius Reader: Selections from the Lives of the Caesars and the Life of Horace (2011), Turia: a Roman Woman’s Civil War (2014) o Cassius Dio and the Late Roman Republic (2019).
*Publicado por Desperta Ferro, marzo 2019. Traducción de Jorge García Cardiel.