Tiempo y poder. Visiones de la historia, desde la guerra de los Treinta Años hasta el Tercer Reich
Christopher Clark

La relación entre la historia y la política ha sido y es considerablemente más estrecha de lo que en un principio pudiera parecer. El pasado se emplea, una y otra vez, como instrumento recurrente para legitimar el presente, hasta el punto de que raro es encontrar a un soberano (ya sea despótico o democrático) que no acuda a él para asentar su poder. Todavía hoy se utiliza la historia como instrumento propagandístico y se manipula burdamente, para adecuarla a los intereses partidistas. El nacionalismo, por ejemplo, construye sus mensajes en torno a un tiempo pretérito idealizado, que siempre fue mejor y que se busca recuperar: traza, con ese fin, una línea temporal que une ese espejismo glorioso con el presente. La veracidad de los episodios utilizados es secundaria, pues el objetivo es despertar los sentimientos, configurar un imaginario popular que sirva de vehículo cohesionador y cree la anhelada unidad nacional.

¿Por qué es tan relevante la historia en la construcción de los Estados y de las naciones? Sin duda, por sus connotaciones políticas, sociales e incluso religiosas, que van mucho más allá del mero interés académico y del aséptico relato objetivo de los acontecimientos. La concepción que los griegos, los francos o los incas tenían del pasado y del tiempo difiere de la nuestra, pero sus mentalidades, también radicalmente distintas, incluían constantes alusiones a las tradiciones, los antepasados y las costumbres ancestrales. La referencia al pasado era, para ellos, una práctica tan asentada como relevante en la construcción social de sus comunidades. Aun entendiendo la historia de forma distinta (también el presente y el futuro lo concebían a través de unos principios propios), la enmarcaban en una cosmovisión que articulaba la esencia misma de sus civilizaciones.

Comprender esta concepción del tiempo y de la historia es uno de los grandes retos de cualquier historiador y una difícil tarea para quien se atreva a afrontarla. El académico británico Christopher Clark acepta el desafío y en su obra Tiempo y poder. Visiones de la historia, desde la guerra de los Treinta Años hasta el Tercer Reich* ahonda en las relaciones entre la noción del tiempo y el ejercicio del poder en cuatro momentos decisivos de la historia de Alemania.

Como el propio autor indica, “el objetivo de este libro es invertir el proyecto planteado en el libro Régimes d’historicité de François Hartog, y explorar en cambio la historicidad de una reducida selección de regímenes. Esa tarea puede llevarse a cabo por el procedimiento de examinar el modo en que las estructuras oficiales del Estado –los ministerios, los mandos militares, las cortes electorales y reales y las burocracias– gestionaban el tiempo, se posicionaban en la historia, e imaginaban el futuro, aunque ello suscitaría preguntas sobre si es posible asumir que el término «Estado» denota algo que estuvo presente de forma continua en el mismo sentido a lo largo del periodo que abarca este libro. Yo he elegido un enfoque distinto. Me interesa la forma en que quienes ejercían el poder justificaban su comportamiento con argumentos y conductas que tuvieran un cuño temporal específico. La forma en que aquellos que configuraban el poder se relacionaban con las estructuras formales del gobierno variaba de un caso a otro. El Gran Elector ostentaba el poder desde el seno de una estructura ejecutiva que él mismo fue reuniendo a su alrededor, poco a poco y de una forma bastante improvisada, durante su largo gobierno. El reinado de Federico II se caracterizó por una drástica personalización del poder y por un cierto distanciamiento entre el monarca y muchas de las estructuras donde residía formalmente la autoridad del Estado. Bismarck se situó en el turbulento espacio que existía entre el ejecutivo de la monarquía prusiano-alemana y las imprevisibles fuerzas que operaban en una esfera pública posrevolucionaria. Y la cohorte de dirigentes nacionalsocialistas fue la némesis de la estructura del Estado burocrático: en el núcleo de la historicidad nazi había un vehemente desmentido del Estado como vehículo y meta de los denuedos de la historia”.

Como habrá podido constatar el lector, no estamos ante un libro divulgativo al uso. El historiador inglés lleva a cabo una profunda reflexión sobre una materia compleja. Sin llegar a ser un libro académico destinado a un reducido círculo de especialistas, obliga a quien se sumerja en sus doscientas páginas a estar concentrado y prestar atención a cada detalle. No se trata, por tanto, de una obra en la que se enumeren hechos o se analicen sucesos concretos: Clark intenta ir un poco más allá y desentrañar la visión sobre el tiempo y la historia que tuvieron cuatro personajes clave de la historia alemana. ¿Por qué alemana y no mundial? Sencillamente, porque ampliar el campo de estudio implicaría una investigación inabarcable para un solo hombre y en una sola obra. Además, los cuatro ejemplos seleccionados abarcan sendas concepciones que fácilmente pueden extrapolarse a otros tiempos y a otras naciones. El resultado es un texto sumamente interesante que ahonda en las grandes preguntas de la historiografía.

De los cuatro “momentos” que escoge Christopher Clark, el primero comienza con la lucha entre Federico Guillermo de Brandemburgo-Prusia (1620-1688), también conocido como el Gran Elector, y sus Estados provinciales, tras el final de la guerra de los Treinta Años. En este capítulo se analiza cómo los protagonistas de la disputa utilizaban la historia para sostener sus pretensiones y cómo el Gran Elector concebía el “presente como un inestable umbral entre un pasado catastrófico y un futuro incierto, donde una de las principales preocupaciones del soberano era liberar al Estado de los enredos de la tradición para poder elegir libremente entre distintos futuros posibles”. Federico Guillermo se apoyaba, pues, en el futuro y se alejaba del pasado.

El segundo bloque corresponde a otro monarca prusiano, Federico II, nieto del Gran Elector y uno de los pocos reyes que escribió una historia de sus propios territorios. La visión que Federico plasma en sus escritos se alejaba de la de su antepasado y reivindicaba “una situación de inmutabilidad que asumía una temporalidad neoclásica, un estado invariable, donde predominaban los motivos de la intemporalidad y de la repetición cíclica, y donde el Estado ya no era un motor del cambio histórico, sino un hecho históricamente inespecífico y una necesidad lógica”. Es decir, el monarca defendía una simbiosis pacífica y armoniosa entre el presente y el pasado.

El capítulo tercero se centra en el gran canciller germano Otto von Bismarck y en su concepción de la historicidad. Afirma Clark que, para Bismarck, “el estadista era el responsable de tomar decisiones, arrastrado hacia adelante por el torrente de la historia, y cuya tarea consistía en gestionar la interacción entre las fuerzas desencadenadas por las revoluciones de 1848, al tiempo que defendía y protegía las estructuras y las prerrogativas privilegiadas del Estado monárquico, sin las que la historia amenazaba con degenerar en simple tumulto”. La convulsa segunda mitad del siglo XIX obligó a pensadores y a políticos a lidiar con grandes cambios que afectaban a unas estructuras institucionales inmóviles y ancladas en una visión del Estado permanente. El derrumbe del sistema que creó Bismarck tras la Gran Guerra provocó una crisis de la conciencia histórica, dado que destruyó una modalidad de poder estatal, hasta entonces entendido como punto focal y garante del pensamiento y de la conciencia históricos.

De este derrumbe emerge el cuarto momento, protagonizado por el régimen nacionalsocialista. Los nazis, señala el autor, emplearon una visión totalizadora de la historia en la que el presente, el pasado y un futuro remoto se unían para conformar una identidad racional que iba más allá de la historia.

¿Qué hay detrás de este estudio? El intento de desentrañar los principales interrogantes que siempre se han planteado los grandes historiadores y que Clark apunta en la introducción de su libro: “Si la historicidad tiene sus raíces en un conjunto de presupuestos sobre las relaciones entre el pasado, el presente y el futuro, la temporalidad plasma algo menos reflexionado y más inmediato: la sensación del movimiento del tiempo. ¿El futuro avanza hacia el presente o se aleja de él? ¿El pasado amenaza con invadir el presente, o se repliega hacia los límites de la conciencia? ¿Cómo es de adaptable el marco temporal para la acción política, y qué relación existe entre el flujo imaginado del tiempo y la propensión de los responsables de tomar decisiones a percibirlo como fragmentado en «momentos»? ¿El presente se experimenta como movimiento o como estasis? ¿Qué es permanente y qué no en el fuero interno de quienes ostentan el poder?”.

Christopher Clark, catedrático de Historia en la Universidad de Cambridge, es autor, entre otras obras, de Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914 (Galaxia Gutenberg, 2014), cuya reseña puedes leer aquí; de Kaiser Wilhelm II: A Life in Power (2000) y de El reino de hierro. Auge y caída de Prusia, 1600-1947 (2006), cuya reseña también puedes leer aquí.

*Publicado por Galaxia Gutenberg, octubre 2019. Traducción de Alejandro Pradera.