Quizás sea ahora el momento, una vez que la euforia por el centenario de la Primera Guerra Mundial ha dado paso a un cierto olvido e indiferencia, de ocuparnos con calma —y sin la coerción de la inmediatez— de alguna de las obras publicadas el año pasado sobre este trascendental acontecimiento. Resulta sorprendente cómo, a pesar de la infinidad de páginas dedicadas a estudiar los orígenes de la Gran Guerra, ninguna de ellas ha conseguido desentrañar realmente los motivos que llevaron a una Europa próspera y civilizada a un estado de aniquilación (tanto físico como espiritual) determinante de la pérdida de su hegemonía mundial y al colapso de imperios centenarios. Cada autor (y son muchos) ofrece una versión más o menos plausible de las causas y del modo en que se produjo este hundimiento, pero ninguno es capaz —los más honestos lo admiten abiertamente en sus trabajos— de dar una respuesta completa y certera. Probablemente jamás sabremos las causas que se esconden detrás del conflicto más importante del siglo XX.
Entre las numerosas obras editadas con ocasión del centenario, una de las que más repercusión tuvo (así lo atestiguan las listas que todos los medios publicaron) fue el libro del historiador inglés Christopher Clark Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914*. El enfoque de Clark es sencillo dentro de la complejidad que supone sumergirse en la política europea de principios de siglo; su objetivo, como él mismo expresa en la introducción de su obra, es contar “la historia de cómo llegó la guerra a la Europa continental. Examina las sendas que llevaron a la guerra en una narración a múltiples niveles que abarca los centros de decisiones fundamentales en Viena, Berlín, San Petersburgo, París, Londres y Belgrado, con breves incursiones en Roma, Constantinopla y Sofía”. Ochocientas páginas dedica el historiador inglés a comprender el laberinto diplomático que regía la Europea de los Imperios. Cabe preguntarse si todas sus salidas conducían a la guerra o si hubiese sido posible revertir un proceso al que muchos calificaron de “inevitable”.
Advertimos al lector que en la obra no encontrará afirmaciones categóricas ni hipótesis muy elaboradas sobre las causas de la Gran Guerra. Christopher Clark es muy tajante al respecto; ya en la introducción del libro afirma que “se ocupa menos del por qué ocurrió la guerra que del cómo sucedió”. Considera que la cuestión del cómo permite examinar las secuencias de interacciones que produjeron determinados resultados, mientras que la cuestión del por qué se presta a la búsqueda de causas remotas y terminantes (imperialismo, nacionalismo, militarismo), que si bien aportan una cierta claridad analítica, también generan un efecto distorsionador en cuanto crean la ilusión de que la tensión causal va en constante aumento. Para el historiador inglés “el estallido de la guerra fue la culminación de una cadena de decisiones tomadas por actores políticos con objetivos deliberados, que eran capaces de una cierta autorreflexión, reconocían una serie de opciones y se formaban los mejores juicios que podían en base a la mejor información que tenían a mano”.
Henry Kissinger afirmaba en el prólogo de sus Memorias que “una de las paradojas de la era de los memorándums y de las máquinas Xerox [aún no existían los ordenadores], de la proliferación de las burocracias y la compulsión por registrarlo todo, es que escribir la historia se haya convertido tal vez en una tarea casi imposible”. A la misma conclusión habrán debido llegar los historiadores que se han atrevido a estudiar la Primera Guerra Mundial. El volumen de documentos que se generaron durante los días y meses previos al inicio de la contienda es colosal. Por suerte, tras finalizar la guerra, varios gobiernos recopilaron toda esta información (principalmente para culpar al vecino y excluir su propia responsabilidad en el inicio del conflicto) y llevaron a cabo un ciclópeo trabajo de archivo colectivo. A lo que hemos de añadir las memorias y correspondencia de los personajes implicados y un sinfín de otras fuentes. El resultado es un océano de documentación en la que resulta fácil perderse. Christopher Clark logra, y este es uno de los grandes méritos del historiador inglés, sobreponerse a la abrumadora tarea de sintetizar toda esa información y construye un relato denso pero coherente y muy bien estructurado que refleja el caos de la política europea antes de la Gran Guerra.
El guion seguido por el historiador inglés es original y se aparta del resto de sus homólogos. La primera parte está dedicada por entero a analizar las relaciones entre Austria y Serbia antes del estallido de la guerra (lo que parecía un mero conflicto local desembocó en una lucha global). La segunda parte abandona el relato lineal y cronológico al uso y busca dar respuesta a cuatro preguntas: “¿Cómo ocurrió la polarización de Europa en bloques opuestos? ¿Cómo generaban los gobiernos de los estados europeos la política exterior? ¿Cómo llegan los Balcanes […] al escenario de una crisis de semejante magnitud? ¿Cómo es que un sistema internacional que parecía estar entrando en una época de distensión produjo una gran guerra?”. La última parte retoma el hilo de los hechos y narra cómo se produjo la crisis de julio de 1914 y el inicio de la contienda.
Para Clark la palabra que mejor define los años previos a la guerra es sin duda su complejidad. El entramado político, diplomático y económico que se había venido tejiendo desde finales del siglo XIX era inescrutable, incluso para quienes habían participado en su montaje. Las ramificaciones de cada pequeño conflicto podían adquirir proporciones gigantescas (prueba de ello es que el asesinato del archiduque Fernando pasó casi desapercibido a gran parte de la opinión pública europea pero terminó siendo detonante de la guerra). Por muy grandes estadistas que fueran los ministros, militares y jefes de Estado de las potencias europeas de aquel momento, era imposible que tuviesen la capacidad para comprender las consecuencias o las implicaciones últimas de cada suceso. Desbordados por fuerzas que no podían controlar, hicieron lo que pudieron a la vista de los medios y de la información con que contaron.
Clark condensa perfectamente la situación con estas palabras: “Las intervenciones caóticas de los monarcas, la ambigüedad de las relaciones entre civiles y militares, la confrontación entre políticos clave en unos sistemas caracterizados por unos bajos niveles de solidaridad en los ministerios o en el gabinete, agravados por la agitación de una prensa crítica en un marco de crisis intermitente y mayor tensión sobre los problemas de seguridad, hicieron de este un período de incertidumbre sin precedentes en las relaciones internacionales. Los vaivenes de las políticas y la diversidad de las señales a que dieron lugar hicieron que no solo los historiadores, sino los hombres de estado de los últimos años de la preguerra, tuvieran dificultades para interpretar el entorno internacional”.
Uno de los “mitos” que ha cuajado sobre las causas de la Primera Guerra Mundial es que los líderes europeos querían ir a la guerra. La obra de Christopher Clark cuestiona esta premisa. Para el historiador inglés, hasta el último momento hubo intentos por rebajar la escalada militar, las ordenes de movilización y guerra se dieron con gran pesar e incluso los más belicosos, como el káiser Guillermo, mostraron sus reticencias y miedos ¿Podía una voluntad decidida haber evitado la contienda? Esta es una de las preguntas que todo historiador (serio) ha formulado en los trabajos dedicados a la Gran Guerra y para la que no existe respuesta convincente. El papel jugado por los responsables de los gobiernos europeos fue, sin duda, determinante (sirvan como ejemplo las numerosas crisis que provocaron las salidas de tono del káiser alemán) y, además, en sociedades poco democráticas las decisiones se toman por unas pocas personas. Atribuir a estos personajes en exclusiva la responsabilidad entera de la guerra parece, sin embargo, excesivo.
Otro de los ejes que articulan el trabajo de la obra de Clark es el estudio del sistema de alianzas que imperaba en la Europa de preguerra y en especial la conformación de dos bloques antagónicos (“la polarización del sistema geopolítico europeo era una condición previa fundamental para la guerra que estalló en 1914”). Gran parte del libro está dedicado a explicar cómo se crearon ambos bloques. Proceso que no fue ni inmediato ni estable hasta que estalló la guerra. Los cambios de posición, las medias verdades, las cláusulas secretas de los tratados, los intereses ocultos… fueron una constante en la diplomacia europea, pues nadie quería comprometerse firmemente con nadie y todos buscaban obtener los mayores réditos para sus intereses. El miedo y rencor francés a Alemania, la indefinición inglesa, la soberbia alemana, la decadencia turca, el mosaico identitario austriaco o el castillo de naipes del poderío ruso son algunos de los rasgos de este período que Christopher Clark ilustra en su trabajo.
Por desgracia es imposible detenernos en cada una de las cuestiones que aborda Christopher Clark en su obra. Invitamos al lector a que, si todavía no se ha empapado de la literatura de la Primera Guerra Mundial, aproveche este libro para acercarse a los años previos al inicio de la contienda y ver cómo se desarrollaba la política europea de aquel momento. A lo mejor descubre que no era tan distinta de la que hoy predomina a nivel mundial y extrae conclusiones que bien podrían aplicarse a nuestros días. Para los lectores que ya han tenido la oportunidad de ojear otros trabajos sobre la Gran Guerra, la obra del historiador inglés aporta una visión original y novedosa que bien merece una relectura, más ahora que hemos dejado atrás el furor del centenario.
Concluimos con la transcripción de una interesante reflexión que realiza el historiador inglés en el libro y que encierra la esencia misma de su trabajo. Clark muestra de nuevo su preocupación por el excesivo ímpetu de algunos historiadores que intentan desentrañar los motivos de la Gran Guerra en detrimento de la comprensión de cómo se produjo: “La búsqueda de las causas de la guerra, que durante casi un siglo han dominado la literatura sobre este conflicto, reafirma esa tendencia: se rebuscan todo tipo de causas a lo largo y ancho de las décadas previas a la guerra en Europa y se apilan como pesas en la balanza hasta que esta se inclina desde la probabilidad hasta la inevitabilidad. La contingencia, la decisión y la acción quedan excluidas del campo de visión. En parte se trata de un problema de perspectiva. Cuando miramos atrás desde nuestro alejado punto de vista de principios del siglo XXI y contemplamos los vaivenes de las relaciones internacionales europeas antes de 1914, no podemos evitar verlas a través de la lente de lo que ocurrió a continuación. […] Por muy importante que sea comprender que esta guerra podría muy bien no haber ocurrido, y por qué, ese punto de vista debe equilibrarse con una apreciación de cómo y por qué sucedió en realidad”.
Christopher Clark es catedrático de Historia Moderna europea y Fellow del St. Catharine’s College de la Universidad de Cambridge. Es autor, entre otros libros, de Iron Kingdom: The Rise and Downfall of Prussia, 1600-1947.
*Publicado por la editorial Galaxia Gutenberg, 2014.