Cuando se habla de la Primera Guerra Mundial, las imágenes que se nos vienen a la cabeza son las infinitas trincheras en la frontera francoalemana. La percepción común es que fue una contienda de posiciones en tierra de nadie, organizada en torno a una serie de asaltos y contraataques en los que no estaba del todo claro quién avanzaba y quién retrocedía. Pues bien, aunque esa percepción no es del todo errónea, resulta algo limitada. Entre 1914 y 1918, se combatió en todo el planeta, con tácticas diferentes según el territorio y el lugar donde tuviese lugar el enfrentamiento. No es caprichoso que su nombre fuera Guerra Mundial, porque involucró a las principales potencias del globo. Francia, Inglaterra, Alemania… utilizaron sus colonias como fuente de recursos humanos y materiales y como campo de batalla. Fue la última guerra en la que participaron grandes imperios.
Entre esos imperios se hallaba el Otomano (curiosamente, el más antiguo de ellos). Su papel en la contienda ha quedado algo desdibujado y el lector occidental probablemente desconozca, salvo algún episodio destacado, su relevancia en el conflicto. Es cierto que, al inicio del siglo XX, la Sublime Puerta era un espejismo de su antiguo esplendor. Su poder había ido menguando desde el siglo XVII, hasta convertirse en un Estado esclerotizado y en decadencia, derrotado en todos los conflictos militares en los que había participado desde aquella centuria. La autoridad del sultán flaqueaba y nuevas corrientes políticas nacionalistas (los Jóvenes Turcos) estaban al acecho para dar el golpe de gracia. La Primera Guerra Mundial, a la que entró dubitativamente y casi forzada, fue esa oportunidad. Una vez finalizada, el Imperio Otomano se desintegró, igual que le sucedió al Austrohúngaro.
Aún poco conocida, la participación turca en la Gran Guerra es sumamente interesante y presenta unas ramificaciones que todavía hoy se dejan sentir. La máxima “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” provocó una serie de alianzas que terminarían por condicionar la organización política del Oriente Medio. El profesor Eugene Rogan analiza minuciosamente en La caída de los otomanos. La Gran Guerra en el Oriente Próximo* el desarrollo de la contienda en aquella región. El suyo es un análisis exhaustivo que estudia tanto las operaciones bélicas como los aspectos políticos y diplomáticos de la contienda.
En palabras del autor, “Ha llegado el momento de volver a colocar al frente otomano en el lugar que le corresponde por derecho tanto en la historia de la Primera Guerra Mundial como en la crónica del moderno Oriente Próximo. Y es que fue justamente la entrada de los otomanos en la guerra, más que ningún otro acontecimiento, lo que transformó el conflicto europeo en una guerra mundial. A diferencia de las escaramuzas que se libraron en Extremo Oriente y África Oriental —de carácter secundario—, las batallas que hubieron de dirimirse en el Oriente Próximo a lo largo de los cuatro años de contienda fueron las más decisivas. Además, los campos de batalla de esta última región fueron con gran frecuencia los más internacionales de la guerra […]. El frente otomano fue una verdadera torre de Babel, un choque sin precedentes entre ejércitos internacionales”.
La Primera Guerra Mundial comenzó sin que sus contendientes apenas se diesen cuenta (aquí y aquí, podéis leer las reseñas de dos libros que abordan las causas del conflicto). Las grandes potencias europeas llevaban años preparándose para la guerra, que surgió de la forma más insospechada. Poco a poco, una serie de decisiones condujeron a una espiral bélica que arrastró y engulló al resto del mundo. Algo similar sucedió al Imperio Otomano que, si al inicio intentó mantenerse al margen, finalmente hubo de tomar partido. El casus belli muestra lo extraño de la situación: se permitió la entrada en Constantinopla de dos navíos alemanes, lo que supuso la ruptura del acuerdo alcanzado en 1841 que declaraba la neutralidad de los estrechos del Mar Negro. Obviamente, esta decisión no fue casual, sino premeditada. Eugene Rogan explica las negociaciones con Alemania y las dudas turcas por embarcarse en un conflicto cuyo resultado era incierto.
La entrada de los otomanos en el conflicto supuso un triunfo diplomático y un alivio para Alemania, pues obligaba a Francia e Inglaterra a detraer recursos de Europa y abría un nuevo frente en la retaguardia de las potencias de la Entente. Lo que no está del todo claro eran las ventajas que podía deparar a la Sublime Puerta. Los beneficios territoriales de una victoria eran sustanciosos, pero igual de notables eran los riesgos que implicaba la contienda. La maquinaria militar turca era bastante precaria, aunque tenía a su favor la cercanía del terreno y un elemento aglutinador frente a los europeos: la religión. Una de las primeras medidas que adoptó el sultán fue proclamar la guerra santa para movilizar a los musulmanes bajo dominio ruso, inglés o francés. De ahí que entre sus objetivos se hallase Egipto, aunque la campaña concluyó en derrota.
La guerra se extendió por todas las fronteras del Imperio Otomano, aunque con suerte dispar. Los avances militares fueron limitados y tampoco se lograron éxitos reseñables. La escasez de recursos y la mala comunicación entre los Imperios centrales dificultó el desarrollo de las operaciones. Rogan analiza los distintos frentes y se detiene para explicar las implicaciones geoestratégicas de cada territorio. Dedica especial atención a la invasión aliada de los Dardanelos y a la batalla de Gallipoli, uno de los grandes fracasos del ejército británico en la guerra. Se estima que en ella murieron más de doscientos mil soldados y no se consiguieron los objetivos marcados (Winston Churchill fue uno de los promotores y el resultado condicionó su carrera política en los años siguientes). A los pormenores de ese episodio se dedica un capítulo, al que sigue el consagrado a examinar otra derrota inglesa: el sitio de Kut (Iraq). Algo más de diez mil soldados se rindieron a los otomanos.
A pesar de los reveses sufridos por sus rivales, los otomanos acabaron perdiendo la guerra. La revuelta árabe, el avance aliado en Mesopotamia y Palestina y la solicitud del armisticio búlgaro forzaron a los turcos a rendirse. El corazón del Imperio se mantuvo libre de enemigos y no sufrió el azote de la guerra, pero era cuestión de tiempo que los aliados llegasen a Constantinopla. Además, las tensiones políticas internas tampoco auguraban nada bueno al sultán. La derrota provocó un terremoto en la región y cambió el equilibro de poderes que durante siglos había permanecido más o menos inalterable. Ingleses y franceses no dudaron en ampliar sus posesiones, a la vez que se exacerbaba el sentimiento nacional de algunos pueblos árabes. En los años siguientes, la situación en Oriente Medio se mantuvo con un equilibrio precario, que estallaría tras la Segunda Guerra Mundial. Los conflictos regionales y los odios fronterizos que hoy convulsionan el mundo tuvieron su origen en la desaparición del Imperio otomano tras la Gran Guerra. Por este motivo, la obra de Eugene Rogan es tan interesante.
Eugene Rogan es profesor de historia moderna de Oriente Medio en la Universidad de Oxford y fellow del St. Anthony’s College. Su anterior libro, Frontiers of the State in the Late Ottoman Empire, mereció el Albert Hourani Prize.
*Publicado por la editorial Crítica, marzo 2022. Traducción de Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar.