El 28 de junio de 1914 Europa recibía con cierta indiferencia el asesinato del heredero al trono del Imperio Austrohúngaro, Francisco Fernando, y su mujer a manos de nacionalistas serbiobosnios en Sarajevo. La mayoría de los dirigentes políticos y militares comenzaban sus vacaciones de verano y no dieron mucha importancia a la noticia. Cosas peores habían azotado al continente en los últimos años para que la muerte de una persona trastocase el delicado equilibrio que regía las relaciones internacionales. Nadie imaginó que este suceso generaría una cascada de acontecimientos hasta culminar en la invasión austrohúngara de Serbia y, una semana más tarde, en el inicio de la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra. En ella se implicarían todas las potencias y su suerte cambiaría para siempre el destino del mundo tal como hasta entonces era conocido.
No son pocos los historiadores que han hecho coincidir el inicio de la Edad Contemporánea con el comienzo de la guerra en 1914, no con la Revolución Francesa. Los cambios que este conflicto provocó no son menores que los introducidos en 1789 y sus consecuencias transformaron de igual modo la política, la cultura y la sociedad. Entre los numerosos interrogantes que plantea la Gran Guerra hay dos particularmente complejos que los estudiosos llevan décadas tratando de dilucidar: ¿qué pudo ocurrir para que los hechos se precipitasen de tal forma que el mundo se viese abocado a los horrores de una guerra mundial? y ¿cuáles fueron las causas que motivaron el conflicto? A estas dos preguntas trata de dar respuesta Margaret MacMillan en su monumental obra 1914. De la paz a la guerra*.
En 1900 se celebró en París una Exposición Universal, que es el punto de partida de la obra de la profesora de Oxford. Más allá de los intentos de las distintas naciones por reivindicar sus logros y vender sus virtudes, el elemento transversal que recorrió toda la exposición fue la idea de progreso. Los avances técnicos y científicos habían alcanzado cotas inimaginables décadas atrás, la electricidad pasó a dominar las calles y la vida cotidiana y la ciencia iba desentrañando los misterios de la naturaleza. Si a estos avances añadimos el apogeo del imperialismo, el resultado fue una sociedad muy optimista y confiada en sus posibilidades. El mundo se hacía más grande pero a la vez se acortaban las distancias entre naciones. Como resume Margaret MacMillan al hablar de estos años, el sentimiento imperante era que «Europa era demasiado interdependiente, sus economías estaban demasiado entrelazadas, como para romperse en una guerra. Eso no sería racional, cualidad muy admirada por entonces» (¿No les suenan extrañamente cercanas estas palabras?).
Los siguientes años demostrarán al mundo cómo esta apariencia de paz, progreso y estabilidad era sólo una ilusión. La ambición del hombre y de los pueblos, los sistemas de alianzas, los rencores del pasado o simplemente la inutilidad humana ocasionaron una serie de crisis que inexorablemente (¿?) condujeron a Europa al abismo de la guerra. En la narración de estos sucesos previos al inicio de las hostilidades se demuestra el conocimiento y la capacidad de análisis de Margaret MacMillan. Resulta imposible determinar cuáles fueron las causas precisas que provocaron la guerra, tal era la complejidad de la sociedad europea de aquella época. Jamás se sabrá con certeza qué pudo suceder o dejar de suceder, hasta el punto de que la mayoría de las obras que han abordado la cuestión están plagadas de «y si…» o alternativas que hoy tiene poco sentido analizar. El gran logro de la autora de 1914 es haber sintetizado el
espíritu de esos años y habernos mostrado las circunstancias e inquietudes que rodearon a las decisiones tomadas por los hombres más influyentes.
Dentro de los numerosos factores examinados por Margaret MacMillan hay tres que destacan por encima del resto: el carácter inestable del káiser Guillermo II (unido a la política naval alemana), el abandono del aislamiento diplomático británico y las decisiones de los dirigentes políticos de las diversas potencias europeas. Poner énfasis en ellos no implica que, para la autora, la Gran Guerra estuviera motivada exclusivamente por estos tres factores, pero es cierto que les da un tratamiento preferente sobre otros.
Si tuviésemos que escoger al personaje principal de 1914 sería sin duda el káiser alemán Guillermo II. Es imposible comprender lo sucedido a principios del siglo XX sin estudiar antes su figura. La descripción que de él hace Margaret MacMillan refleja la complejidad del espíritu alemán de la época: bravucón, conservador, culto, ambicioso, un tanto infantil y arrogante. Al asumir el poder prescindirá de «validos» como Bismarck y se involucrará en la toma de decisiones importantes, algo que –
El racionalismo imperante durante gran parte del siglo XIX dio paso a corrientes filosóficas opuestas y a un ferviente nacionalismo. Alemania, aunque también otras potencias, vio aparecer dentro de sus fronteras un militarismo social exacerbado e impulsado por la opinión pública, cada vez más importante ante el aumento del sufragio. Los militares, imbuidos de este espíritu, ensalzaron el honor de la patria y las virtudes de la guerra y presionaron para incrementar las partidas presupuestarias destinadas a las fuerzas armadas. Alemania, tras vencer a Francia en 1871, vio la oportunidad de hacerse con un imperio colonial y bajo la influencia del káiser y del almirante Alfred von Tirpitz empezó a construir una Armada que rivalizase con la británica
El aumento de los contingentes navales de la marina alemana es, para Margaret MacMillan, una de las claves para comprender el origen de la Primera Guerra Mundial. Gran Bretaña era la potencia indiscutible en aquellos años, posición que había logrado alcanzar gracias a su Armada, su capacidad industrial y mercantil y a una hábil diplomacia que le permitía manejar los hilos sin comprometerse con nadie. Las aspiraciones alemanas, sin embargo, trastocaron el orden establecido y obligaron a Londres a tomar partido por uno de los contendientes, vistos los peligros que para sus intereses suponía la amenaza naval germana. A lo largo de la obra vemos cómo los diplomáticos ingleses trataron hasta el último momento de encauzar las relaciones internacionales para preservar la paz y no tener que intervenir en un conflicto que sólo les reportaría penalidades.
La obra 1914 es, por encima de todo, un libro de personajes. Margaret MacMillan otorga una importancia decisiva a las acciones que emprendieron unos pocos hombres, cuyas conductas tuvieron implicaciones trascendentales en el devenir de los hechos. A lo largo de las más de setecientas páginas que componen la obra conocemos (y casi comprendemos) a personalidades como Nicolas II, Poincaré, Grey, Lloyd George, Tirpitz, Moltke, Cambon, Sazónov o Búlow, por citar sólo algunos. Todos ellos, y unos pocos más, tomaron las decisiones que llevaron al mundo a la guerra, pero ¿fueron realmente los responsable de ella? Es difícil determinarlo. La autora tampoco da una respuesta clara a esta pregunta. Es evidente que jugaron un papel decisivo, pues ellos decidían la política a seguir, pero resulta curioso apreciar cómo cada vez que oían los tambores de guerra todos (sin excepción) reculaban y buscaban alternativas. Así sucedió en las dos crisis de Marruecos y en las dos guerras de los Balcanes en los años previos a la guerra (todas descritas magistralmente en la obra). Culpar exclusivamente a estos hombres del inicio del conflicto en el verano de 1914 es arriesgado. Las naciones europeas parece que ansiaban la guerra, la opinión pública dirigida por los medios de comunicación la reclamaba y fue tal el éxito de la movilización de los ejércitos, una vez comenzada la contienda, que neutralizó el pacifismo defendido por la Segunda Internacional.
Dentro de la abundante producción literaria en torno a la Primera Guerra Mundial y, en concreto, de la que estudia sus causas, la obra de Margaret MacMillan destaca por su interesante aproximación. No importan tanto los hechos como la «psicología» subyacente en los actores que toman las decisiones y el elan de los distintos pueblos europeos. 1914 es un estudio de caracteres individuales y colectivos que trata de desenmarañar las causas que llevaron a Europa a la guerra. A diferencia de otros conflictos, en éste los intereses económicos no tuvieron gran importancia y fueron más bien cuestiones sentimentales y el orgullo nacional los motivos que empujaron con más ahínco a sus protagonistas. De ahí la relevancia de comprender las mentalidad y las impresiones de éstos.
En las últimas páginas del libro hay un párrafo que resume perfectamente la idea que recorre toda la obra de Margaret MacMillan, que trascribimos por su claridad: «En las cinco semanas siguientes, Europa pasó de la paz a una guerra a gran escala, que implicó a todas las grandes potencias excepto, al principio, Italia y el imperio otomano. El público, que había jugado su papel a lo largo de la década empujando a sus líderes hacía la guerra o la paz, ahora aguardaba pasivamente, mientras un puñado de hombres en cada una de las principales capitales de Europa se disponía a tomar las decisiones fatales. Formados por su circunstancia social y por su época, con convicciones muy arraigadas sobre el prestigio y el honor (esos términos serían empleados con frecuencia en aquellos días frenéticos), estos hombres basaban sus decisiones en axiomas no siempre articulados, ni siquiera para ellos mismos. Además se hallaban a merced de su propia memoria de los triunfos y derrotas del pasado, así como de sus esperanzas y temores con respecto al futuro«.
Margaret MacMillan es la rectora del St. Antony’s College de Oxford y catedrática de Historia Internacional en la misma institución, tras haber dirigido el Trinity College en la Universidad de Toronto. En el año 2002 ganó el premio Samuel Johnson por su libro París 1919: seis meses que cambiaron el mundo, y es también la autora de Juegos peligrosos. Usos y abusos de la Historia (2010). Es miembro de la Real Sociedad de Literatura y Senior Fellow del Massey College de la Universidad de Toronto, miembro honorario del St Hilda de la universidad de Oxford, y de los consejos de administración del Mosaic Institut y del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, así como de los consejos de redacción de Historia Internacional y Primeros estudios sobre la guerra mundial. En 2006 fue investida como Oficial de la Orden de Canadá.
*Publicado por la Editorial Turner, noviembre 2013.