Filipo y Alejandro. Reyes y conquistadores
Adrian Goldsworthy

Alejandro Magno es, sin duda, una de las grandes figuras de la historia. Pocos hombres han despertado tanta pasión e interés como el joven emperador macedonio. Su fulgurante éxito y su temprana muerte lo convirtieron en una leyenda, en uno de esos personajes que marcan el curso de la humanidad y devienen casi inmortales. El número de biografías, artículos, monografías y ensayos que se publican (al año y en distintos idiomas) sobre él refleja la fascinación que aún despierta en todo el mundo. Hablamos de un monarca que vivió hace más de dos mil años y, a pesar de esa enorme distancia temporal, sigue “estando de actualidad” como constante referencia en los libros de historia, y no solo en los de texto. Se sitúa a la misma altura que otros personajes tan conocidos como Julio César o Napoleón, aunque su legado quizás sea incluso mayor.

La gesta que llevó a cabo Alejandro Magno es colosal. A partir de un pequeño reino en el norte de Grecia y en apenas quince años, logró ampliar sus dominios por casi todo el mundo conocido, arrasó imperios centenarios y derrotó a las principales potencias de la época. Pocas veces la historia había asistido a una proeza similar, cuya expresión gráfica en un mapa revela la extraordinaria extensión de su poder. Pero no solo se impuso por las armas, también logró expandir la cultura y la filosofía helena (su preceptor había sido Aristóteles) por todo Oriente Medio y Asia, fundó ciudades y consolidó su poder en los territorios que conquistaba. Su repentina muerte frustró, en parte, su objetivo de asentar el imperio macedonio. Sus sucesores, la mayoría generales de su ejército, tuvieron más o menos suerte a la hora de perpetuarse en el poder.

La trayectoria de Alejandro Magno ha sido profusamente estudiada y el gran público conoce, al menos a grandes rasgos, sus principales hitos. Sin embargo, el monarca macedonio no creó ex nihilo su imperio. La base de sus logros ha de buscarse en las acciones acometidas por su padre Filipo, quien fue el verdadero artífice de la “revolución” conseguida en el pequeño reino balcánico que permitiría la increíble expansión posterior. La biografía de Filipo, a diferencia de la de su hijo, es menos conocida y en ella se suelen destacar rasgos que, por contraste, sirven para ensalzar las virtudes de Alejandro. Sin embargo, si se quiere comprender el éxito del hijo es indispensable abordar los logros del padre. La temible fuerza militar que representaba el ejército macedonio fue construida por Filipo, cuyas capacidades militares y diplomáticas no iban a la zaga de las de su famoso hijo.

El historiador británico Adrian Goldsworthy ha reunido en un solo trabajo las biografías de padre e hijo. Su Filipo y Alejandro. Reyes y conquistadores* es una de las obras divulgativas más interesantes recientemente editadas sobre las dos grandes figuras del Imperio macedonio. Pensado para el gran público y escrito de forma amena y sencilla, el libro relata pormenorizadamente las trayectorias de los dos protagonistas, desde su nacimiento hasta su muerte. Sin dejarse arrastrar por sensacionalismos y ateniéndose a las fuentes de las que disponemos, Goldsworthy construye un relato detallado y completo de las asombrosas peripecias vitales de ambos personajes.

Así explica el autor el propósito de su trabajo “Este libro es sobre Filipo y Alejandro, y pretende contar la historia de cada uno de ellos con tanta profundidad y detalle como sea posible, porque hasta ahora ningún libro lo había hecho para el público en general. Abundan los libros sobre Alejandro, porque todos los años se publica al menos una nueva biografía o un estudio de algún aspecto de sus campañas. Algunos son muy buenos y no tengo intención de añadir otro al montón, pero, en contraste, Filipo es ignorado y rara vez se escribe sobre él y habitualmente es como prólogo para su hijo. Esto no solo es injusto dada la importancia de Filipo, sino que también debilita nuestra comprensión del comportamiento de Alejandro, porque las similitudes en el modo en que padre e hijo libraban sus guerras y utilizaban la política son muy reveladoras. Contemplar a ambos hombres nos ofrece un modo mejor de ponerlos en contexto, y de hecho hace que sus logros sean más notables”.

Goldsworthy es consciente de que la información sobre Alejandro Magno es mayor y está más trabajada, por lo que se centra en destacar la figura de Filipo. El historiador británico trata de alejarse de la habitual visión estereotipada del monarca macedonio (véase, por ejemplo, la imagen de Filipo en la película Alexander, de Oliver Stone) y elabora un retrato más fidedigno. Analiza con detalle sus actuaciones y destaca su habilidad diplomática. Las numerosas victorias de Filipo en el campo de batalla, logradas en gran parte por la restructuración militar que llevó a cabo, no fueron suficientes para consolidar el poder de su reino, por lo que hubo de actuar hábilmente para hacer frente a los numerosos enemigos que acechaban sus fronteras. Gracias a esta combinación de fuerza e inteligencia logró convertir a Macedonia en el principal actor de la región y someter a las tradicionales potencias helenas, como Esparta o Tebas.

Filipo fue asesinado y le sucedió Alejandro. El episodio es analizado con detalle y se exponen las distintas teorías sobre su motivación, para dar paso a uno de los capítulos más brillantes de la historia. Como apunta Goldsworthy, “[…] el reinado de Filipo fue mucho más grande de lo que ahora podemos reconstruir, pero de lo que no podemos dudar es de que, sin Filipo, la historia de Alejandro hubiese sido muy diferente”. Alejandro heredó una maquinaria bélica perfectamente engrasada y su mérito fue conducir a esta terrible fuerza a cotas nunca vistas. Su juventud, osadía e inteligencia le convirtieron en uno de los grandes conquistadores de la Historia. El historiador británico relata con todo detalle los pormenores de este ascenso a la gloria. A lo largo de trece años el monarca macedonio se dedicó casi en exclusiva a ampliar sus dominios y a batallar contra todo aquel que osaba frenar su empuje. Casi siempre salió victorioso y tan solo el agotamiento de su ejército frenó su ambición.

En los capítulos del libro dedicados tanto a Filipo como a Alejandro predominan la historia política y militar. Frente a las nuevas tendencias, en las que la historia social, cultural y económica se refuerza, Goldsworthy apuesta por un enfoque más tradicional y un trabajo eminentemente divulgativo. Como ambos monarcas, sobre todo Alejandro, afianzaron su poder en el campo de batalla, es inevitable que la descripción de los combates y de los movimientos estratégicos predomine en la obra. No obstante, también se analizan otros elementos de las personalidades de los dos biografiados y se expone el contexto histórico en el que se movieron, las civilizaciones a las que hicieron frente o el impacto cultural que causaron en los territorios que iban conquistando.

La narración se apoya, como ya hemos subrayado, en las fuentes disponibles, abundantes en el caso de Alejandro y exiguas en el de Filipo, aunque no nos ha llegado ninguna contemporánea a los hechos. Goldsworthy, a diferencia de otros historiadores, no tiene inconveniente en afirmar que hay sucesos de los que no sabemos nada o son meras conjeturas. No rellena los huecos con cábalas o presunciones: su esfuerzo se destina a contar lo que se sabe sobre los dos protagonistas y a construir un relato lo más verosímil posible sobre una de las grandes epopeyas de la historia.

Concluimos con esta reflexión del historiador británico: “La grandeza de lo que lograron Filipo y Alejandro es asombrosa. No pretendo decir que eso fuera bueno para el mundo en general, o que sus motivos fuesen ni remotamente altruistas. El trabajo de un historiador consiste en descubrir y entender el pasado, y eso no es fácil, especialmente cuando nos las vemos con el Mundo Antiguo. Este libro no busca juzgar a Filipo y Alejandro o a sus contemporáneos en términos morales, sino establecer lo que ocurrió, cómo ocurrió, y, cuando ha sido posible, por qué ocurrió. Además de contarle al lector lo que se sabe sobre esta era, es igualmente importante no saberlo, y dejar claro que las conjeturas y suposiciones son eso y no hechos. Alejandro ha aparecido con muchos epítetos a lo largo del tiempo, desde santo a monstruo, desde genio militar a matón eficiente, y recientemente incluso como icono gay o bisexual. Aquellos que miran al pasado para justificar sus puntos de vista sobre el presente verán pronto lo que desean ver, pero no hacen buena Historia, porque no nos acercan a comprender lo que ocurrió en realidad ni el mundo de aquellos seres humanos”.

Adrian Goldsworthy es doctor en Historia, tras graduarse en el St John’s College de Oxford, y ha impartido clases en varias universidades. Autor de libros de reconocido éxito, traducidos a más de una docena de idiomas, entre ellos destacan César. La biografía definitiva, La caída del Imperio romano, Antonio y Cleopatra, Augusto (cuya reseña puedes leer aquí), Pax Romana (cuya reseña puedes leer aquí) y la novela histórica Soldados de honor.

*Publicado por Esfera de los Libros, noviembre 2021. Traducción de Gonzalo Quesada.