ESFERA DE LOS LIBROS - PAX ROMANA

Pax Romana. Guerra, paz y conquista en el mundo romano
Adrian Goldsworthy

El Imperio romano fue la construcción política más importante de la Antigüedad. No solo por su extensión (territorialmente llegó a ser uno de los más grandes de la historia), sino por el ascendente que tuvo tanto en los pueblos de su época como en los siglos posteriores. La presencia romana fue un elemento de homogeneización de las tierras que iban desde las costas portuguesas del Atlántico hasta los márgenes del río Éufrates y desde los límites del desierto del Sahara hasta las Islas Británicas. Influyó asimismo en todos sus vecinos, con quienes mantenía un fluido contacto, a veces pacífico, a veces violento. Aunque la expansión militar se llevó a cabo durante siglos, las fronteras romanas quedaron más o menos fijadas bajo el mandato de Augusto. A lo largo de varias centurias, los territorios anexionados se convirtieron en pacíficas provincias, cuyos comportamientos se asemejaban a los de la ciudad del Tíber.

La formación de tan vasto imperio se logró principalmente por la fuerza. Pocas provincias se incorporaron a Roma sin haber sido previamente sojuzgadas por las armas. Para la sociedad romana, la guerra se convirtió en un fin en sí mismo, al que acudía como mecanismo de defensa y como herramienta con la que conseguir sus propios intereses. Si el proceso de consolidación fue arduo y lento, con numerosos reveses y sobresaltos prolongados durante cientos de años hasta adquirir el contorno definitivo que hoy todos conocemos, se debió en gran parte a las legiones. Su importancia, como no podía ser de otro modo en este contexto tan bélico, fue creciendo hasta que llegaron a convertirse en las regidoras de la vida política. A partir del famoso año 69 d.C., ningún emperador podía aspirar a su cargo si no contaba con el beneplácito del estamento militar. A falta de mecanismos de sucesión efectivos, la muerte de cualquiera de los emperadores generaba una gran inestabilidad y, en no pocas ocasiones, concluía en guerras civiles.

El historiador Adrian Goldsworthy explora en su obra Pax Romana. Guerra, paz y conquista en el mundo romano* uno de los grandes mitos de la historia de Roma: la conformación de un Imperio en cuyo interior predominaba la armonía y la tranquilidad y en la que se había erradicado la guerra, reducida únicamente a las fronteras. Así lo explica el autor: “Los romanos tuvieron más éxito que sus rivales y crearon un vasto imperio que se mantuvo en pie por un tiempo muy prolongado. Su impacto se dejó sentir en las provincias y también mucho más allá de sus fronteras. La cuestión de hasta qué punto el Imperio disfrutó de un estado de paz interna siempre debe sopesarse en comparación con el coste de dicha paz, y merece la pena tener en cuenta de manera más general el sencillo hecho de cómo cambió la vida de conquistadores y conquistados a causa del Imperio. Por tanto, cualquier debate sobre la paz romana —significara lo que significara realmente ese término— debe abrirse dentro del contexto de la realidad de las conquistas romanas y del conocimiento sobre el funcionamiento del Imperio. La maquinaria administrativa y militar del Estado romano limitaba lo que se podía lograr, fueran cuales fueran las aspiraciones de sus líderes. Este es un libro sobre la paz y, a veces, sobre la defensa, pero también debe ser un libro sobre la conquista, la agresión, la guerra, la violencia y la explotación, por lo cual es pertinente comenzar hablando sobre los romanos como conquistadores y no como los gobernantes de un imperio”.

El trabajo de Goldsworthy analiza el Imperio romano desde distintos ángulos y enfoques. La Pax Romana le sirve como pretexto para conocer cómo funcionaba un gigante multicultural y complejo, en el que las relaciones de la capital con los diversos territorios no siempre fueron sencillas. El eje narrativo del libro es la guerra en sus distintas formas, que no se reducían a simples enfrentamientos abiertos en el campo de batalla. El autor explora todas sus variantes, desde las grandes campañas hasta la represión de las pequeñas rebeliones y subraya que había muchas formas de imponer la autoridad sobre un pueblo recién conquistado: Roma supo ser flexible y adaptar sus estrategias en función de las circunstancias y de las peculiaridades de sus adversarios. En último término, sabía que siempre podía contar con la fuerza bruta de sus legiones.

El historiador británico trata de matizar la visión idealizada que tenemos del Imperio romano para mostrarnos una realidad con claroscuros, en la que conviven aciertos sociales con actuaciones inhumanas, dentro de un contexto histórico que poco tiene que ver con el nuestro. Sirva como ejemplo esta reflexión: “Roma era uno entre los muchos Estados y reinos agresivos e imperialistas de su época y su singularidad no tenía que ver con que fuera especialmente belicoso sino con el éxito tan grande que llegó a alcanzar. Buena parte de su éxito se basaba en su capacidad para absorber a otros pueblos y en vincularlos de manera permanente a la República como aliados leales, si bien claramente subordinados”. Y unos capítulos más adelante sostiene: “Roma se lucró abiertamente y sin reparos de su Imperio y, aunque a los romanos también les gustaba hablar de las ventajas que conllevaba su dominación para los conquistados, nunca pretendieron que su motivo principal para crear el Imperio hubiera sido el deseo de poner orden en un mundo caótico”.

PAX ROMANA - EJERCITO ROMANO

Pero la guerra no lo era todo. Como bien saben los ejércitos estadounidenses, tener una superioridad militar aplastante no siempre es sinónimo de victoria. Derrotar a una fuerza inferior en un combate no conlleva automáticamente alcanzar el control sobre el terreno. Si hay una población decidida a oponerse al ocupante, acabar con ella requiere mucha más habilidad que el mero recurso a la fuerza. A Roma le sucedió lo mismo. Ningún ejército (ni tan siquiera el parto) podía igualar su poder y destreza y, sin embargo, sus sucesivos triunfos no le dispensaron de acudir a otros medios con los que apaciguar y dominar los territorios que se anexionaba. Goldsworthy analiza estos instrumentos y muchos de los capítulos de su obra están dedicados a explicar cómo se gestionaban las nuevas provincias, cómo se recuperaba el orden interno o cómo era la vida bajo la tutela romana.

La presencia del ejército romano en la obra es, por supuesto, constante. Ocupan numerosas páginas tanto sus métodos de guerra (aunque no se trata de un trabajo de historia militar) como su despliegue a lo largo del Imperio. Las legiones eran la punta de lanza de la expansión y durante casi toda la República fueron la columna vertebral de la sociedad, de modo que para cualquier ciudadano romano servir en el ejército era un honor y un privilegio, al menos durante los primeros siglos. Con la llegada del Imperio, a medida que la guerra se profesionalizaba y los años de servicio se prolongaban, ser legionario pasó a ser un oficio más entre tantos otros. Además, ser un cives romanus dejó de ser una condición para servir, por lo que cualquier hombre del Imperio podía escalar en la jerarquía militar, como así sucedió.

Concluimos con esta reflexión del historiador británico, que sintetiza el designio de su estudio: “Soy historiador, y este libro es un intento de entender un aspecto del pasado en sus propios términos. No pretende servir como justificación o condena de los romanos o de ningún otro imperio, sino para explicar lo que sucedió y por qué. Tampoco tengo la intención de realizar una comparación detallada entre los romanos y otras potencias imperiales, y menos aún de extraer conclusiones aplicables al día de hoy. Hay otras personas mucho más cualificadas para hablar de esos temas (así como también un montón de gente poco versada en historia o en la actualidad que sin duda hará afirmaciones sensacionalistas sobre lo que la experiencia romana demuestra o no demuestra). Podemos aprender de la historia, pero conviene prestar mucha atención para comprender un periodo antes de sacar conclusiones. Ese es el objetivo de este libro”.

Adrian Goldsworthy, doctor en Historia, estudió en el St. John’s College de Oxford y ha impartido clases en varias universidades. Entre sus libros, traducidos a más de una docena de idiomas, destacan César, La caída del Imperio romano, Antonio y Cleopatra, Augusto (cuya reseña puedes leer aquí) y la novela histórica Soldados de honor. Dedicado exclusivamente a la escritura, en la actualidad colabora en documentales televisivos sobre temas romanos.

*Publicado por Esfera de los Libros, marzo de 2017. Traducción de Teresa Martín Lorenzo.