El mal o El drama de la libertad
Rüdiger Safranski

Allí donde hay bien, hay mal. Allí donde hay luz, hay oscuridad. La maldad ha acompañado al ser humano a lo largo de su historia, de la que es consustancial. De hecho, nuestro pasado se ha construido más sobre la sangre, la destrucción, la guerra y la muerte que sobre la bondad, las buenas intenciones o la misericordia. No hallaremos un episodio relevante en los libros de historia que no esté aderezado por momentos terribles. Por supuesto, tampoco existen los absolutos. Ni ha existido el hombre perfecto lleno de virtudes, ni ha pisado la tierra la genuina y plena personificación del mal (más allá de lo que pueda representarse a través de la literatura o de las artes), aunque sí algunas de sus aproximaciones. Lo que predominan son los grises, que todo lo monopolizan, De ahí que sea conveniente una cierta cautela antes de emitir juicios de opinión taxativos sobre fenómenos que no siempre nos han llegado sin tergiversar.

El atractivo que ejerce el mal es incuestionable. Las artes han tratado de representarlo de una forma o de otra: en el Jardín de las Delicias de El Bosco, el infierno (hogar y refugio de todo tipo de maldades) es dibujado de un modo entre grotesco y terrorífico. De manera similar, pintores como Jan van Eyck, Rubens o Goya han intentado trasladar a sus lienzos un concepto de difícil representación. Entre los más recientes, en el mundo del cine, Kubrick (La naranja mecánica), los hermanos Cohen (No es país para viejos) o Coppola (Apocalypse Now) nos han ofrecido igualmente ejemplos magníficos de sus manifestaciones. Ahora bien, todas esas expresiones del mal buscan dar forma a una idea abstracta y compleja que plantea numerosos interrogantes. El primero de ellos, el más controvertido, atañe a su esencia: ¿qué es el mal? A partir de ahí podremos preguntarnos por su origen, sus características o su importancia.

El filósofo alemán Rüdiger Safranski busca desentrañar este enigma en El mal o El drama de la libertad*. Lo primero que hemos de advertir al lector en que no tiene en sus manos una obra de historia. Es, más bien, un ensayo filosófico que se encuadra dentro de la historia de la filosofía. Aunque en los últimos años se han “historiografiado” cuestiones de lo más heterogéneo (nosotros hemos reseñado las siguientes: Historia del silencio, Las especias. Historia de una tentación o Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente), este trabajo no entra dentro de esta categoría. Safranski examina las reflexiones que grandes filósofos han hecho sobre el mal y cómo han explicado su presencia en nuestra sociedad. No se presenta, pues, como un libro sencillo, antes al contrario, requiere concentración y voluntad. El esfuerzo intelectual que conlleva su lectura queda ampliamente recompensado, tal es la erudición del autor y su capacidad para cautivarnos. Pocos libros reúnen el interés y la profundidad de este trabajo.

En palabras del autor, “el mal no es ningún concepto; es más bien un nombre para lo amenazador, algo que sale al paso de la conciencia libre y que ella puede realizar. Le sale al paso en la naturaleza, allí donde esta se cierra a la exigencia de sentido, en el caos, en la contingencia, en la entropía, en el devorar y ser devorado, en el vacío exterior, en el espacio cósmico, al igual que en la propia mismidad, en el agujero negro de la existencia. Y la conciencia puede elegir la crueldad, la destrucción por mor de ella misma. Los fundamentos para ello son el abismo que se abre en el hombre”. Y añade: “El presente libro desbroza un camino a través de la maleza de las experiencias en torno al mal y de la reflexión sobre este. El mal no se halla entre los temas a los que podamos enfrentarnos con una tesis, o con una solución del problema. En los caminos necesariamente enredados pueden abrirse perspectivas en algún que otro lugar, perspectivas que dirigen la mirada hacia horizontes más lejanos”.

No debemos dejarnos engañar por el título del libro. Que no espere el lector un viaje por los vericuetos de la maldad humana o por los horrores que el hombre es capaz de cometer. Lo cierto es que el mal, en cuanto algo real y tangible, no ocupa un lugar protagonista en los distintos capítulos del texto. Para Safranski, como se infiere de la cita antes transcrita, el mal no es sino un resultado de la libertad humana. De ahí que sea a esta última a la que el filósofo alemán dirige su atención, convirtiéndola en la actriz principal de su trabajo. Los rasgos y los límites de la libertad marcan las pautas que determinan el “alcance” de la maldad y, lo más importante, la definen. De este modo, a medida que avanzamos en la lectura, descubrimos las distintas interpretaciones que los grandes filósofos han realizado sobre la libertad y sus implicaciones en el devenir del hombre y de la sociedad.

El punto de partida de la obra se sitúa en el mundo clásico y en el cristianismo primitivo, con San Agustín a la cabeza. Su exposición avanza hasta llegar al presente siguiendo un orden cronológico, aunque las digresiones son frecuentes. Los capítulos suelen centrarse en un pensador, de modo que por sus páginas transitan ilustres personajes como Sócrates, Schelling, Schopenhauer, Hobbes, Kant, Rousseau, Nietzsche o Voltaire, por citar los más conocidos. Safranski no solo analiza las reflexiones filosóficas de estos pensadores, sino que también se adentra en el mundo de la literatura, de la mano de Flaubert, Tolstói, Kafka, el marqués de Sade, Goethe o Joseph Conrad. Todos ellos también abordaron en sus obras los problemas de la libertad y de sus consecuencias.

Por cierto, uno de los últimos capítulos está dedicado a Hitler, quizás la mayor personificación del mal para el imaginario popular contemporáneo. Safranski lo considera la culminación de una sociedad y una cultura que venía tiempo gestándose desde tiempo atrás. Estas palabras sobre el dictador alemán, de las que se puede entresacar una de las grandes conclusiones que sostiene el autor del libro, sirven para resumir su tesis: “Hitler es la última desinhibición de la modernidad. Sabemos desde entonces en qué medida la realidad humana carece de suelo firme, que en ella sólo hay obligaciones si se les otorga validez, que las promesas sólo adquieren vida bajo el supuesto de que sean respetadas; que solamente podemos prometernos algo de la propia vida si recibimos la asistencia de otros. Y desde entonces se puede barruntar también qué significa propiamente la “muerte de Dios”. Cuando uno está abandonado por todos los espíritus propicios y ha perdido las buenas razones, tiene que producirlas por sí mismo. Cuando se deja de creer en Dios, no queda más remedio que creer en los hombres. Y entonces quizá se haga el sorprendente descubrimiento de que era más fácil creer en el hombre cuando se hacía el rodeo a través de Dios”.

Rüdiger Safranski nació en 1945 en Rottweil (Alemania) y estudió filología, filosofía, historia e historia del arte. Ha llegado a ser uno de los biógrafos europeos más brillantes de los últimos años, gracias a sus magistrales obras sobre Heidegger, Nietzsche, Schopenhauer, Schiller y Goethe. También es autor de Romanticismo, una obra fundamental para entender este movimiento artístico, literario y filosófico, así como de ensayos dedicados a la globalización, la verdad, el mal o el tiempo.

*Publicado por Tusquets Editores, febrero 2020. Traducción de Raúl Gabás.