Nada hay más enriquecedor que viajar. Esta frase, que bien podría ser el eslogan de una agencia de turismo, encierra una de las claves para entender el desarrollo de la cultura y de las artes en la historia de la humanidad. Muy pocos artistas han sido capaces de realizar grandes obras aislados del mundo y sin aprender o verse influenciados por otros creadores. La esencia de la cultura se halla en el intercambio de ideas: así es como surge la civilización.
Un hombre aislado, encerrado en su particular castillo, poco podrá lograr. Retamos a cualquier lector a citar tres grandes figuras cuyos trabajos sean completamente originales, es decir, que carezcan de cualquier influencia de otras obras o no se hayan inspirado en las creaciones de artistas precedentes. Sería algo excepcional, sobre todo porque el ser humano requiere un período de aprendizaje para asimilar cualquier técnica: adquirir esta de forma autodidacta es enormemente difícil.
Viajar es, además de un gran placer, una actividad esencial para el desarrollo intelectual, individual y colectivo. Por cierto, viajar no es lo mismo que hacer turismo. El turismo es un fenómeno relativamente reciente y muy alejado de la mentalidad de las sociedades medieval o moderna. Lo importante, muchas veces, no es el motivo, sino el viaje en sí. Descubrir una realidad diferente a la que estamos acostumbrado y entrar en contacto con culturas distintas a la nuestra permite ampliar nuestros horizontes. Las misiones diplomáticas, las grandes expediciones hacia tierras desconocidas, el Grand Tour inglés, los peregrinajes religiosos, las estancias de aprendizaje en Italia o los desplazamientos de los artistas ambulantes son ejemplos de cómo, a lo largo de la historia, el hombre ha entrado en contacto bien con sus vecinos o bien con pueblos distantes, con los que ha podido intercambiar conocimientos y enriquecer su cultura.
La obra de Orlando Figes Los europeos (cuya reseña puedes leer aquí) hacía un somero repaso a la cultura del siglo XIX, resaltando cómo se había ido conformado un sentir común entre las élites de la sociedad europea, gracias a los vínculos artísticos establecidos en aquella centuria. Mauricio Wiesenthal profundiza en esta premisa, pero desde un enfoque distinto. Su libro Orient-Express. El tren de Europa* ahonda en la idea de una Europa entrelazada, tomando como motivo (y a la vez, rindiendo homenaje) al que quizás sea uno de los trenes más famosos de la historia: el Orient-Express. El suyo es un trabajo que aúna los recuerdos personales, el ensayo y la historia, de una forma emotiva y con un punto de nostalgia.
Sirva este fragmento para que el lector intuya lo que va a encontrar en sus páginas: “La literatura del tren tiene que ser, por fuerza, impresionista y confusa. Se funden los recuerdos en nuestra vida, igual que se suceden las estaciones, más allá de cualquier argumento. Todo se vuelve pequeño cuando nos ponemos en viaje. El tren nos da un destino, una distancia, un más allá sin trascendencia ni juicio final. Y eso hace más bellas y voluptuosas las historias que, como las noches del tren o las aventuras de amor, no tienen principio ni fin. Los viejos trenes de lujo, aquellos hoteles rodantes en los que vivimos nuestros primeros desvelos de aventura, han ido desapareciendo de Europa. Se fueron, se van, se irán las vías muertas, arrastrados por las guerras y las prisas, por las burocracias y por la irremisible decadencia de los ideales que constituían la base de nuestra cultura europea”.
La historia del Orient Express es el reflejo de la Europa de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. Inaugurado en 1883, hacía el trayecto de París a Estambul atravesando siete países (lo que hoy son Francia, Alemania, Austria, Hungría, Rumanía, Bulgaria y Turquía). También se podía partir de Londres, con trasbordo en París. Su impulsor fue Georges Nagelmackers, creador de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, que había introducido en Europa los coches cama y los vagones restaurante en los trenes.
El Orient Express sufrió los avatares de la situación política del continente, con interrupciones del servicio durante las dos Guerras Mundiales, siempre sujeta a los vaivenes de los países que atravesaba. También fueron frecuentes los cambios de trayectos y la apertura del túnel de Simplon, entre Italia y Francia, permitió establecer una nueva ruta que cruzaba los Balcanes. La aparición del avión y los trenes de alta velocidad, así como la Guerra Fría, provocaron su obsolescencia a partir de los años sesenta. Hasta su abandono definitivo, se convirtió más en una atracción turística que en un medio efectivo de transporte.
Sin embargo, la historia del Orient Express excede la propia historia de un mero medio de transporte. Considerado como uno de los medios más lujosos para viajar, por sus vagones pasaron, entre otros muchos significados personajes, reyes, famosas cantantes, diplomáticos franceses, empresarios rusos, nobles rumanos o pensadores austríacos. Ese trasfondo, en el que lo novelesco y la realidad se mezclan, es el que recupera Mauricio Wiesenthal en su obra. Nos hallamos ante una apasionada defensa de la cultura europea y de los ideales comunes a todo el continente. Al igual que sucede con el Danubio, el Orient Express es un ejemplo de cómo la civilización europea ha transcendido las fronteras y ha logrado alcanzar los puntos más remotos.
Para construir el relato, el autor se apoya en sus recuerdos. Viajero asiduo del Orient Express, en los distintos capítulos combina las referencias y las reflexiones personales con anécdotas y curiosidades. El esquema del texto resulta deslavazado, a veces incluso algo caótico, por voluntad expresa del autor. Sin ejes cronológicos o espaciales, Mauricio Wiesenthal opta por saltar de un recuerdo a otro y concatenar sucesos que no siempre guardan entre sí una relación coherente. Este es uno de los grandes aciertos de la obra, pues permite al lector evocar esa nostalgia por los largos viajes que permitían disfrutar del paso del tiempo. El atractivo restante lo añade la propia historia del tren, en cuyos vagones han ocurrido asesinatos o aventuras amorosas, se han rodado películas o se han llevado a cabo actos de espionaje. Seguramente el lector actual asociará este libro a la novela de Agatha Christie (quien, por supuesto, se halla entre los insignes pasajeros del tren).
El ocaso del Orient Express ¿es, en cierto modo, el ocaso de la cultura europea? A pasos apresurados, lo que ante nos unía ahora genera disensiones y enfrentamientos. En vez de estrechar los vínculos con nuestros vecinos, nos encerramos en nuestras fronteras. El gozo de disfrutar viajando ha sido sustituido por la toma al vuelo de fotografías, con el único fin de enseñarlas más tarde en las redes sociales. Mauricio Wiesenthal, consciente de esta decadencia, ha escrito una obra llena de añoranza y de recuerdos personales que ilustra magistralmente lo que un día fuimos.
Concluimos con este alegato en favor de todo lo extraordinario que hay en Europa: “Ser europeo es vivir en un continente pequeño, conservando durante siglos memorias sagradas que el corazón confunde con sencillos recuerdos, descifrando manuscritos borrosos y libros herméticos, buscando consuelo a las noches del alma entre velas e iconos, coleccionando frivolidades queridas (bagatelas, a veces) y preciosos detalles. ¿Quién puede decir que no hay espíritu en el gotear de una fuente, en el tacto de una seda, en la transparencia de una vidriera, en el compás de un péndulo o en el vuelo de una paloma? Y eso modela nuestro carácter, diferencia nuestras lenguas —cada una de ellas colmada de palabras maravillosas para nombrar los pensamientos de la cultura y los sentimientos de la civilización—, y nos distingue justamente de los continentes grandes que vivían dispersos, antes de que se inventara el avión. Europa tiene la dimensión justa para los peregrinos, ya que puede recorrerse en tren, en coche o, aún mejor, a pie. Por eso también nos hemos enfrentado más veces entre nosotros mismos, porque tenemos nuestras diferencias inquietantemente cercanas”.
Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943), además de escritor, ha sido profesor de Historia de la Cultura y conferenciante invitado en varias universidades. Entre sus obras destacan los ensayos La belle époque del Orient Express (1979) e Imagen de España (1984) y la novela El testamento de Nobel (1985). Su pensamiento y su estilo literario son herederos del gran legado cultural europeo, tradición en la que se inscribe su «Trilogía europea» (Libro de Réquiems, 2004; El esnobismo de las golondrinas, 2007; y Luz de vísperas, 2008). También es autor de Siguiendo mi camino (2013), Rainer Maria Rilke (2015) y La hispanibundia (2018).
*Publicado por la editorial Acantilado, junio 2020.