GALAXIA GUTENBERG - LOS VENCIDOS

Los vencidos. Por qué la Primera Guerra Mundial no concluyó del todo (1917-1923)
Robert Gerwarth

La Primera Guerra Mundial concluyó, oficialmente, en el frente occidental el 11 de noviembre de 1918, cuando una delegación alemana, encabezada por Matthias Erzberger, firmó el armisticio en el vagón de un tren en el bosque de Compiègne (al norte de Francia). Atrás quedaban cuatro años de incontables muertes y destrucción, en los que el mundo cambió ya para siempre. La paz no significó, sin embargo, el fin de los problemas para las naciones contendientes. La posguerra trajo consigo odio, miedo, rechazo y más muertes, pues los cimientos del anterior orden mundial habían desaparecido para dar paso a una nueva realidad política, construida sobre la sangre y fuego de las trincheras. A diferencia de otros enfrentamientos de la Edad Moderna, cuyo resultado solía ser incierto, en este caso, si hubo claros vencedores y vencidos. Se impuso a estos últimos una paz muy gravosa y vengativa, que condicionaría la política europea de las dos próximas décadas.

El fin de las hostilidades no implicó, en efecto, el fin de la violencia. En ciertas regiones, incluso la acentuó. Si toda guerra sacude la estructura de una nación (levas, carestía, incremento del gasto, racionamiento, destrucción física…), dadas las dimensiones nunca vistas de la Primera Guerra Mundial, es normal que sus consecuencias sobre la sociedad europea fueran demoledoras. Tres imperios centenarios sucumbieron y se descompusieron en apenas unos años, dando lugar a nuevos Estados poco definidos e inconexos, que no dudaron en acudir a las armas para enfrentarse a sus vecinos. El triunfo de la Revolución rusa introdujo, además, un factor desestabilizador adicional en un ya de por sí convulso escenario. Las reivindicaciones políticas de socialistas y comunistas crearon en algunos países situaciones de verdadera anarquía social, que inevitablemente desembocaron en la violencia.

Este es el contexto en que se incardina la excepcional obra del catedrático de Historia Moderna Robert Gerwarth, Los vencidos. Por qué la Primera Guerra Mundial no concluyó del todo (1917-1923)*. Para su autor, “a diferencia de la tesis de la «brutalización» de Mosse, genérica pero engañosa, este libro plantea numerosos argumentos diferentes acerca de la transición de Europa de la guerra a la paz. Plantea que, para poder comprender las violentas trayectorias que siguió Europa —incluidas Rusia y las antiguas posesiones del Imperio otomano en Oriente Próximo— a lo largo del siglo xx, debemos tener en cuenta no tanto las experiencias de la guerra entre 1914 y 1917 sino la forma en que terminó la guerra para los estados vencidos en la Gran Guerra: en la derrota, en el derrumbe de los imperios y en las turbulencias revolucionarias”.

A diferencia de la mayoría de los libros publicados en España sobre la posguerra, el de Gerwarth no se centra en los países vencedores ni exclusivamente en Alemania. Su principal interés radica en el estudio de los derrotados, es decir, de aquellos países (normalmente del este de Europa) que tuvieron que lidiar con las consecuencias de la victoria aliada. Bulgaria, Polonia, Rumania, Turquía o las naciones que surgieron de la desaparición del Imperio austrohúngaro (sin olvidar, por supuesto, a Italia, Rusia, Austria y Alemania) ocupan un lugar destacado en el trabajo del historiador irlandés, muy superior a lo que el lector español está acostumbrado. Uno de los grandes atractivos de la obra es su visión de conjunto de la Europa de posguerra, en la que, a pesar del armisticio, se desataron numerosos conflictos entre pequeños y mediados Estados, continuando la espiral de terror iniciada en 1914.

Los tres males que azotaron Europa a partir de 1917 fueron para Gerwarth: (i) el estallido de conflictos entre los ejércitos nacionales, regulares o en vías de formación (como la guerra polaco-soviética, el conflicto greco-turco, o la invasión de Hungría por Rumanía), librados con el armamento sobrante de la Gran Guerra, que “se produjeron principalmente en las zonas geográficas donde la desintegración de los imperios austrohúngaro, ruso, alemán y otomano creó las condiciones para la aparición de nuevos estados nacionales, a menudo nerviosamente agresivos, que pretendían consolidar o expandir por la fuerza su territorio”; (ii) la proliferación de enfrentamientos civiles, como los de Rusia (quizás el más característico del período, por su envergadura y su relevancia) y de Finlandia, pero también los de Hungría, Irlanda y partes de Alemania; y (iii) las revoluciones nacionales y sociales (muy ligadas al punto anterior), que socavaron el contrato social previo y condujeron a nuevos sistemas políticos de tintes totalitarios (“La existencia simultánea, y a menudo superpuesta, de esas dos corrientes revolucionarias fue una de las peculiaridades de los años 1917 a 1923”).

Gerwarth disiente de la tesis de la “brutalización” desarrollada por George Moses en el libro Soldados caídos (puedes leer nuestra reseña aquí), para quien la experiencia en las trincheras de la Gran Guerra generó un endurecimiento de la sociedad, al establecer unos nuevos e inusitados niveles de lo que se consideraba una violencia aceptable, allanando el camino a los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Para nuestro autor, esta aproximación es inexacta y considera que “Aunque parece obvio que es imposible explicar la violencia de la posguerra sin hacer referencia a la Gran Guerra, podría resultar más apropiado contemplar ese conflicto como el factor que involuntariamente posibilitó las revoluciones sociales o nacionales que iban a configurar la agenda política, social y cultural de Europa durante las décadas siguientes”.

La obra sigue un orden cronológico, pero no espacial. Gerwarth va dando saltos de una nación a otra, relatándonos los principales sucesos que en ellas se produjeron y su relación con el resto de acontecimientos del continente. Poco a poco empiezan a aparecer las pautas que marcarán el comportamiento de las sociedades europeas en los sucesivos años: el antisemitismo (que nace en la Revolución Rusa de la mano del ejército blanco); la evolución de las ideologías totalitarias (el comunismo en Rusia y el fascismo en Italia y Alemania); la consolidación del nacionalismo; la retórica violenta y la demonización del adversario; la militarización de las fuerzas del orden o la pérdida de legitimación de las instituciones, por citar solo algunos fenómenos.

Pocos trabajos han sabido condensar tanta información (la bibliografía ocupa más de cien páginas) con un análisis tan certero y cabal sobre los años inmediatamente posteriores a la Gran Guerra. Concluimos con esta reflexión del historiador irlandés: “Fue en ese periodo cuando un conflicto especialmente sangriento, pero en última instancia convencional, entre estados —la Primera Guerra Mundial— dio paso a una serie de conflictos interrelacionados cuya lógica y cometido resultaban mucho más peligrosos. A diferencia de la Primera Guerra Mundial, que se libró con el propósito de obligar al enemigo a aceptar determinadas condiciones de paz (por duras que fueran), la violencia posterior a 1917-1918 fue infinitamente más incontrolable. Se trataba de conflictos existenciales que se libraban para aniquilar al enemigo, ya fuera étnico o de clase —una lógica genocida que posteriormente acabaría prevaleciendo en gran parte de Europa entre 1939 y 1945”.

Robert Gerwarth es catedrático de Historia Moderna en el University College de Dublín, y director de su Centro de Estudios sobre la Guerra. Es autor de The Bismarck Myth y de una biografía de Reinhard Heydrich. Estudió y dio clases en Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Francia.

*Publicado por la editorial Galaxia Gutenberg, abril 2017.