Las flotas de Indias. La revolución que cambió el mundo
Enrique Martínez Ruiz

En el siglo XV, los españoles y los portugueses comienzan la exploración del océano Atlántico. Nuestros vecinos lusos tomaron la delantera y circunnavegaron el continente africano hasta llegar a la India. Su hazaña rompió los esquemas mercantiles vigentes en el mundo durante centurias y abrió nuevas rutas y posibilidades a los comerciantes, quienes ya no dependerían de las inestables caravanas del desierto arábigo ni de imprevisibles intermediarios. Si lo conseguido por Vasco de Gama fue una gran gesta, el descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón cambió el mundo, en un sentido propiamente global. No solo redimensionó el planeta, sino que abrió un sinfín de oportunidades y modificó el sistema político mundial. La rápida conquista del Nuevo Mundo, el hallazgo del estrecho de Magallanes y el Tornaviaje fueron otros tantos hitos que marcaron la Edad Moderna y alteraron de manera definitiva el devenir de la historia.

Cuando se habla de la conquista de América se suele incidir en la actuación de los conquistadores españoles y en cómo sojuzgaron imperios centenarios. Una vez consolidada la presencia española en el Nuevo Mundo, el interés pasa a centrarse en el trato a los indígenas o en los ataques de los piratas. Se obvian así una infinidad de aspectos que, por no ser tan atractivos o no despertar emociones, apenas reciben atención, pese a que su importancia no es menor. A veces olvidamos que España logró sostener un imperio de miles de kilómetros cuadrados durante varios siglos, con unos medios rudimentarios y con unas fuerzas menguantes que debían defender enormes extensiones de terreno contra un sinfín de enemigos ávidos de hacerse con sus riquezas. La verdadera proeza acometida por la Monarquía Hispánica no fue descubrir el Nuevo Mundo, sino consolidar durante un considerable lapso de tiempo los territorios conquistados, sin apenas menoscabar su autoridad.

En una época en la que no existía la comunicación instantánea, ni internet, ni medios de transporte a propulsión y en la que las condiciones de salud e higiene eran precarias, el Imperio español logró articular un sistema para unir los distintos territorios de la Corona, a veces distantes unos de otros por miles de kilómetros. El instrumento que empleó fue una red de convoyes periódicos que permitían el tránsito de mercancías y personas de un lado a otro del Pacífico y del Atlántico. El profesor Enrique Martínez Ruiz analiza de forma magistral este sistema en Las flotas de Indias. La revolución que cambió el mundo*. Un libro pionero que aborda con rigor y amenidad los cimientos navales del poderío español en los siglos XVI y XVII.

Así explica el autor la importancia de las flotas de indias: “La verdad es que no se ha reparado como se debiera en lo que supone la pervivencia más que bicentenaria de las flotas, pues no hay parangón posible con otras realidades contemporáneas. En cierto modo, la Carrera y las Flotas de Indias quedaron siempre en un segundo plano, al dar mayor relevancia y dedicarse atención preferente a la dinámica política y económica de la Monarquía Hispánica, destacando la imposibilidad de resistir la acción conjunta de Inglaterra, Holanda y Francia, lo que llevó a hablar de decadencia española, en el siglo XVII preferentemente, una expresión que hoy se matiza o se sustituye por la de declive hispánico, pero hay que forzar mucho los argumentos para hablar de decadencia o declive cuando, por ejemplo, México y Lima eran dos de las ciudades más ricas y populosas del globo y cuando el Imperio español se mantuvo con escasas pérdidas territoriales hasta las primeras décadas del siglo XIX. Mantenerlo exigió muchas cosas: barcos, ejércitos, fortificaciones, estructuras administrativas, culturales, religiosas, económicas…, y dinero, mucho dinero”.

La primera impresión que causa la lectura del libro del profesor Martínez Ruiz es la titánica labor efectuada por la Monarquía Hispánica para mantener el control efectivo del Nuevo Mundo. La conquista de los imperios azteca e inca parece cosa de niños comparada con el ingente trabajo necesario para sostener durante centurias el imperio. La Corona hubo de crear de la nada instituciones, organismos y cargos que diesen continuidad a un descubrimiento sin parangón en la historia y lo hizo en apenas unas décadas. El minucioso trabajo del catedrático de Historia Moderna se adentra en las tripas de este coloso y describe con todo detalle el funcionamiento de sus mecanismos. A pesar de las críticas que se han vertido sobre la capacidad española para dominar el Imperio, lo cierto es que los resultados fueron extraordinarios y durante dos siglos le permitieron conservar intacto su poderío.

Enrique Martínez Ruiz analiza el complejo engranaje administrativo y burocrático imprescindible para instaurar un sistema de flotas periódicas que recorrían dos veces al año el océano Atlántico. Los problemas logísticos, militares, laborales y humanos eran considerables y afrontarlos implicó crear instituciones pioneras, como la Casa de Contratación, el Consejo Real y Supremo de Indias o distintos consulados. Incluso se llegó a fundar una Universidad de Mareantes que formase a los futuros marineros. La Corona fue muy celosa de su poder y quiso retener la mayoría de las competencias en el tráfico con el Nuevo Mundo: de ahí que el número de funcionarios y personas delegadas fuera considerable. Sevilla, epicentro del tráfico con las Indias, vio crecer su población y riqueza de forma exponencial en muy pocos años.

La obra también analiza los tipos de navíos que componían las flotas, el origen y la jerarquía de su tripulación, las duras condiciones de vida durante las travesías, los avances técnicos y cartográficos o el sistema de abastecimiento, entre otras cuestiones. Salvadas las distancias, los barcos de aquella época se pueden equiparar, en cuanto a desarrollo tecnológico, a las actuales naves espaciales: de ahí que la Corona dedicase tantos recursos a su construcción y su mantenimiento.

El profesor Martínez Ruiz nos explica, en los diversos capítulos que componen el libro, en qué consistían las flotas de Indias, cómo se articulaban, cuáles eran los puertos implicados o los itinerarios que seguían e incluso los riesgos que corrían (tanto humanos como climatológicos). Sin olvidar un elemento clave: el comercio. El afán por controlar las riquezas del Nuevo Mundo llevó a la Corona a asumir el monopolio del tráfico marítimo y la gestión de las mercancías que arribaban a la Península y al continente americano. Obviamente, las corruptelas y el contrabando estaban generalizados, pero, a pesar de todo, la Monarquía Hispánica consiguió construir una red que funcionaba con bastante eficiencia (para los estándares de la época) y que permaneció inalterable hasta que el monarca Carlos III “liberalizó” el mercado e implantó el libre comercio.

Enrique Martínez Ruiz es catedrático de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid. Autor de más de trescientas publicaciones especializadas, que le sitúan como uno de los máximos expertos en Historia Militar y en la Historia de las Instituciones, entre sus libros destacan Los soldados del rey. Los ejércitos de la Monarquía Hispánica. 1480-1700 (2008), El Ejército del Rey. Los soldados españoles de la Ilustración (2018), el monumental Desvelando horizontes. La circunnavegación de Magallanes y Elcano (2016-2020) o Felipe II. Hombre, rey mito (2020) (cuya reseña puedes leer aquí). Su actividad académica e investigadora se ha visto reconocida con la concesión del Premio Nacional de Historia de España (1982 y 2009) y del Premio de Ensayo y Humanidades Ortega y Gasset Villa de Madrid (2009).

*Publicado por la Esfera de los Libros, enero 2022.