No hace mucho reseñábamos en esta página una obra sobre los hoplitas (Hombres de bronce. Hoplitas en la antigua Grecia, puedes leerla aquí) subrayando la importancia que tuvieron en el discurrir de la historia de la Grecia antigua. Roma, heredera de tantas cosas de la Hélade, adoptó, sin embargo, su propia formación militar. Acosada por pueblos hostiles, la pequeña ciudad fundada por Rómulo y Remo sobrevivió a incontables peligros gracias a su pericia bélica, a la destreza de sus soldados y a la (casi eterna) buena fortuna. Con el tiempo, su poder se fue extendiendo por la península italiana, por el Mediterráneo y por todo el continente europeo y el Próximo Oriente. Las legiones fueron la punta de lanza del expansionismo romano. Aunque hay mucha literatura sobre el ejército romano (hemos reseñado El ejército romano de Yann Le Bohec y Equipamiento militar romano de M.C. Bishop y J. C. N. Coulston, que puedes leer aquí y aquí), mucho menos se ha escrito de uno de sus cuerpos de élite, la guardia pretoriana.
Todo monarca, emperador o caudillo que se preciara había de disponer de una guardia cercana y de confianza, que le protegiera de las amenazas externas. Esta era (y es, en el tercer caso) la función de los jenízaros otomanos, de los mamelucos al servicio de los califas abásidas o de la guardia suiza del Vaticano, por citar algunos ejemplos. Normalmente eran fuerzas extranjeras, esclavos o contingentes de territorios conquistados, que velaban por la salvaguarda del soberano. En no pocas ocasiones, su papel iba más allá de la simple protección. De hecho, participaron decisivamente en la sucesión de acontecimientos: los mamelucos llegaron a formar su propio imperio y, en Roma, los pretorianos se hicieron con tal poder que podían incluso subastar el Imperio, atribuyéndoselo al mejor postor. Era, en efecto, frecuente su intervención en el nombramiento o en la deposición (violenta, por lo general) del emperador de turno.
El historiador británico Guy de la Bédoyère estudia en La guardia pretoriana. Auge y caída de la escolta imperial de Roma* la historia de esta unidad de élite. No trata tanto de examinar su funcionamiento interno y su organización, a las que también se refiere con detalle, sino de explorar el papel de los pretorianos en el devenir de la historia de la Roma antigua. Dejemos que sea el propio autor quien lo explique: “El presente libro no se centra en los detalles de la armadura y el resto del equipo empleado por los pretorianos, asunto que ya abordan de manera excelente Rankov (1994) y Cowan (2014). Se trata, más bien, de una historia de la guardia pretoriana desde sus comienzos hasta su disolución definitiva. Las páginas que siguen están dedicadas a dicho cuerpo y su función, su formación, su estructura, las condiciones en que operaba, su misión, su mando y sus experiencias en el contexto narrativo de la historia imperial romana. Los testimonios son complejos y fragmentarios, porque la guardia pretoriana tiene una presencia errática en las fuentes antiguas. Es mucho lo que se desconoce aún y, casi con certeza, lo que nunca va a llegar a conocerse”.
La guardia pretoriana nace durante las guerras civiles de Roma, tras la muerte de César. Octaviano (el futuro Augusto) creó el germen de lo que, con los años, se convertiría en uno de los pilares del Imperio. Citando nuevamente al historiador británico: “Fue la idea de un grupo de hombres destinados a proteger a su general en un contexto militar lo que convertiría Octaviano (ya como Augusto) en una institución permanente integrada en un ejército romano más abarcador (que también adquirió continuidad durante su gobierno). El cuerpo fue también la parte del ejército que disfrutaría de una posición especial por hallarse más cerca de él en su condición de emperador. Al quedar acuartelada de forma constante en Roma a partir del reinado de Tiberio, la guardia pretoriana se convirtió en la encarnación más visible del poder del emperador y de los cambios experimentados por el gobierno desde tiempos de la república. Apenas cabe, pues, sorprenderse de la concepción aplastantemente popular del imperio romano como una sociedad militarizada en extremo. La ubicuidad de las fuerzas armadas romanas y el predominio del que gozan en las fuentes documentales también han reforzado esta idea”.
La historia que nos traslada Guy de la Bédoyère es apasionante. Tiene todos los ingredientes de un buen thriller político. Intriga, traición, excesos, muerte, drama… los pasillos del poder en Roma estaban rodeados de confabulaciones y los pretorianos, dada su cercanía al emperador y su disposición militar, se convirtieron en el centro de todas las conspiraciones. Poco se podía lograr sin su beneplácito. De ahí que el Prefecto del Pretorio fuese una de las figuras claves del engranaje de la Administración, hasta el punto de que más de uno tuvo aspiraciones imperiales. Es cierto que el apoyo de la guardia pretoriana no siempre era suficiente, pues normalmente se requería que varias legiones se adhiriesen al candidato con pretensiones de hacerse con el poder; pero en una vez en Roma, el dominio de este selecto cuerpo era absoluto.
El trabajo de Guy de la Bédoyère mantiene un orden cronológico, a través del que percibimos cómo evolucionan la organización y el funcionamiento de la guardia pretoriana, desde su origen hasta su declinar en el siglo III d.C.. Si bien el punto de partida se sitúa en el principado de Augusto, la decisión de Tiberio de alojar a los pretorianos a las afueras de Roma les dio alas para convertirlos en una fuerza temible. A lo largo de las siguientes tres centurias, los pretorianos asesinaron -directa o indirectamente- a varios emperadores, pusieron precio a la púrpura imperial, combatieron en el campo de batalla contra los pueblos germanos y no dejaron de conspirar. El recurso habitual al que acudían emperadores y senadores para obtener su favor fue el dinero: más de una vez, el incumplimiento de las promesas de otorgarles emolumentos llevó a quien las hizo a una muerte rápida.
Concluimos con esta reflexión del historiador británico: “La guardia pretoriana, estuviera ya en su cuartel, ya entregada a una de sus numerosas funciones prácticas o en campaña con el emperador, desempeñaba un papel fundamental para el ejercicio y la conservación del poder imperial. El reto al que se enfrentaba cualquier emperador era el de mantener a raya a la guardia y sus prefectos. Tal como ha señalado Gibbon, alcanzar este objetivo también era difícil en extremo. El imperio romano ha tenido siempre mucho que enseñarnos sobre las consecuencias y los peligros del poder absoluto en un estado en el que podían depender tantas cosas de las capacidades y circunstancias de una sola persona. La guardia pretoriana representa uno de los elementos de más peso de la historia de los emperadores romanos, y tengo la esperanza de que el presente libro logre, en cierta medida, dar cuenta de su evolución”.
Guy de la Bédoyère es autor de una amplia colección de libros sobre historia de Roma y arqueología. Ha sido colaborador habitual en la serie sobre arqueología Time Team del Canal 4 británico. Es miembro de la Sociedad de Anticuarios de Londres.
*Publicado por Pasado&Presente, noviembre 2017. Traducción de David León Gómez.