El Imperio romano mantuvo un poder hegemónico en el Mediterráneo desde el año 27 a.C, cuando el Senado otorgó a Augusto el título de Imperator Caesar Augustus, hasta la mitad del siglo III, momento en el que las estructuras estatales se desmoronaron y Roma no pudo frenar las acometidas bárbaras que acabarían por hundir el Imperio. Durante estos tres siglos su influencia y poder se extendió por toda Europa, el norte de África y Oriente Próximo. Para controlar tan extensos territorios desarrolló un sistema administrativo muy sofisticado y jerarquizado, que se asienta –
Hoy el público percibe todo lo relacionado con las legiones romanas con un aura de leyenda y heroísmo. Series televisivas, películas, libros e incluso videojuegos ensalzan las victorias (y también algunos sonados fracasos) del Imperio, al que dotan de un cierto misticismo. Si profundizamos algo más, descubriremos la importancia que las huestes militares tuvieron en la elección de los emperadores, hasta el punto de que los pretorianos, a principios del siglo II, subastaron la púrpura imperial al mejor postor. Pero más allá de estos conocimientos superficiales, se sabe poco (y normalmente mal) del funcionamiento interno del ejército romano. La obra de Le Bohec viene a suplir esta carencia gracias a un estudio riguroso y científico de la composición, organización, historia y función del ejército imperial en los tres primeros siglos de nuestra era.
La impresión inicial que transmite el libro del historiador francés es la enorme complejidad del estamento militar romano, integrado principalmente por las legiones de soldados profesionales que se desplegaban a lo largo de las fronteras del Imperio. Para articular un sistema defensivo (como parece haber sido el principal cometido del ejército romano) que abarcase una extensión tan amplia de terreno era necesaria una estructura administrativa muy bien organizada y jerarquizada, además de contar con oficiales preparados y una rigurosa disciplina. Yann Le Bohec considera que la apuesta por la calidad de los soldados, por encima de la cantidad, y su duro (y continuo) proceso de instrucción fueron las claves del dominio militar romano. En el momento en que se abandonaron en estos principios comenzó la decadencia.
Otro rasgo que Le Bohec destaca es la procedencia de los soldados, para desmentir que el ejército romano reflejara la composición social del Imperio. El énfasis puesto en la calidad obligaba a seleccionar sólo a los más aptos. Entre los oficiales (cualquier persona situada por encima del centurión) encontraremos, por norma general, a miembros de la nobleza procedentes del Lacio o de la Italia central. A medida que descendemos en el escalafón la procedencia se diversifica y se alistan soldados de las distintas provincias del Imperio, ciudadanos romanos en su mayoría. Los contingentes locales no romanos, aunque también se incorporan a la filas del ejército, cumplen una misión auxiliar y secundaria. El prestigio e importancia atribuidos a las legiones queda reflejado en un cuerpo militar clasista, en el que el origen social es determinante, aunque en ningún momento se descuida la calidad y su formación.
Tras analizar el componente «humano» del ejército romano en los tres primeros capítulos de su obra («Los cuerpos de tropa. La apuesta por la diversidad«, «Los hombres. La apuesta por la preparación» y «El reclutamiento. La apuesta por la calidad«) Le Bohec se centra, a continuación, en las acciones propias de un ejército (instrucción, ataque y defensa). Avisamos al lector que aquí no encontrará relatos de grandes batallas o la explicación de las tácticas militares seguidas por los distintos generales romanos. Fiel a su objetivo de explicar el funcionamiento interno del ejército desde una perspectiva «científica», el historiador francés estudia cómo se llevaba a cabo la instrucción militar de las legiones romanas (a la que otorga una importancia capital) y en el apartado destinado a la táctica hace un análisis sobre las armas que portan los soldados, sobre cómo actuaba el ejército en marcha y su disposición en el combate.
Uno de los capítulos más interesantes del libro es el titulado «Estrategia: el campamento permanente. Desalentar la agresión«. En él Le Bohec examina el entramado defensivo que hubo de implantar el Imperio para hacer frente a sus múltiples enemigos. El norte de Europa y Oriente fueron, sin duda, los focos de conflicto más importantes y a los que tuvo que destinar un mayor número de efectivos. Los campamentos fueron la herramienta principal a la que se recurrió para poder organizar la defensa de sus fronteras, aunque la estrategia a seguir evolucionó en función de las alianzas y la aparición de nuevos enemigos e incluso del carácter del emperador (razón que explica la aparición de defensas lineales, entre ellas el famoso muro de Adriano entre Escocia e Inglaterra). El capítulo termina con un repaso de las distintas estrategias adoptadas en las regiones fronterizas que constituían el Imperio.
El ejército romano, al igual que la sociedad, cambia y se adapta a las circunstancias, de modo que a lo largo de los tres siglos que abarca la obra de Le Bohec se producen numerosas transformaciones y reformas en su seno. Destacan, por encima del resto, tres momentos concretos: el primero, como no podía ser de otro modo, coincide con el reinado de Augusto. El emperador, que partió de los avances del ejército republicano y de las reformas planteadas por César, fue el primero en dotar al ejército de la organización que se mantendrá durante todo el Alto Imperio y también fue pionero en preocuparse por las fronteras del norte, donde llevó a cabo una política ofensiva (aunque el desastre de Varus frenó el ímpetu expansionista). El segundo comienza con el reinado de Septimio Severo, quien mejoró las condiciones de vida e incrementó los salarios de los soldados, confirió más poder al ejército, creó los colegios militares y reformó su organización. El tercero se sitúa a mitad del siglo III bajo el reinado de Galieno, emperador que instauró una nueva guardia de corps, modificó el mando de las legiones (quitando el poder a los senadores), primó el papel de la caballería y concedió más ventajas a los soldados. Aunque Le Bohec incide más en estos tres momentos, también analiza las modificaciones y los conflictos que sucedieron durante el reinado del resto de emperadores.
La última parte del libro está dedicada a estudiar la incidencia del ejército romano en la sociedad de su época. Aunque es muy difícil determinar el número exacto de efectivos que lo componían, debía contar con, al menos, varias decenas de miles de soldados. Los campamentos que albergaban a las legiones se convertían en verdaderos núcleos urbanos de una intensa actividad económica, cultural y religiosa. Situados, como estaban en los confines del Imperio también llevaban a cabo una labor de romanización de estas regiones, paralela a la que se producía en su interior (pues sólo estaba permitido hablar en latín, a pesar de los distintos pueblos que conformaban las legiones). Le Bohec examina las peculiaridades jurídicas aplicadas a los militares, sus formas de vidas, sus rutinas y hasta su forma de entender la religión y la muerte.
La obra de Yann Le Bohec es uno de los estudios más completos que se han hecho sobre el ejército romano. Lejos de la visión épica que muchos otros han querido transmitir sobre las legiones imperiales, el historiador francés basa su aportación en las fuentes arqueológicas y literarias para dotarla del imprescindible rigor científico que requieren los grandes trabajos históricos. Detallista y precisa, El ejército romano es una obra esencial para todos aquellos que quieran conocer (de verdad) uno de los pilares del Imperio romano.
Yann Le Bohec (Cartago, Túnez, 1946) es profesor de Historia Antigua en la Universidad de La Sorbona y anteriormente impartió clases en las universidades de Paris X-
*Publicado por la Editorial Ariel, octubre 2013.