La batalla de Trafalgar, a pesar de su trágico desenlace, se halla entre las grandes gestas de la historia de la Armada española. A veces, las derrotas devienen más legendarias que las victorias y así ha sucedido en este caso. La destrucción de la flota combinada hispano-francesa en la costa gaditana, a manos de los ingleses capitaneados por Horacio Nelson, se convirtió en un mito del que se destacaban el arrojo y la valentía demostrada por los españoles. España, que había sido arrastrada a la guerra y utilizada como peón por el emperador galo, vio cómo su Armada quedaba reducida a astillas. Ahora bien, los propios ingleses así lo reconocieron, el pabellón español se defendió con honor por marinos de la talla de Alcalá Galiano, Cosme Churruca o Federico Gravina, entre otros. Muchos de ellos perecieron en el combate o a consecuencia de las heridas recibidas, no sin antes haber plantado cara a la primera potencia marítima del mundo.
La batalla, acaecida el 21 de octubre de 1805, fue uno de los enfrentamientos más importantes de la historia naval de la Edad moderna. Baste recordar las fuerzas en liza (en torno a los 40.000 hombres y setenta navíos), las consecuencias que tuvo en el tablero de ajedrez europeo y el efecto psicológico (adverso o favorable) que ejerció en las potencias enfrentadas. La superioridad británica y la torpeza de Villeneuve truncaron el sueño de Napoleón de invadir Inglaterra y otorgaron el control del mar a la Royal Navy, que lo retendría hasta bien entrada la centuria siguiente. España, por su parte, perdió casi toda su flota, lo que dificultaba aún más las ya de por sí maltrechas comunicaciones con sus posesiones de Ultramar. Las repercusiones políticas, diplomáticas y militares de la derrota franco-española se dejaron sentir hondamente en los años ulteriores.
Trafalgar se inserta en un conflicto mayor del que son protagonistas tres actores principales: una Francia revolucionaria, que acabará desembocando, de la mano de Napoleón, en un Imperio; una Inglaterra que, tras perder las colonias americanas, empieza a extender sus tentáculos por todo el mundo; y una España renqueante que busca encontrar su nueva posición internacional. El combate, que tuvo lugar cerca de la playa de los Caños de Meca, es un episodio del enfrentamiento de esas tres potencias a escala mundial. Tener en cuenta el contexto en el que se produjo es tan relevante como conocer el desarrollo de la propia batalla. Este fue el propósito del historiador y académico Hugo O’Donnell cuando publicó, en 2005, La campaña de Trafalgar. Tres naciones en pugna por el dominio del mar* que ahora recupera la editorial Esfera de los Libros. Un trabajo monumental, probablemente el mejor referente que hay sobre la batalla y todo cuanto aconteció en torno a ella.
O’Donnell toma como punto de partida el antagonismo hispano-inglés a principios del siglo XVIII para trazar, desde ahí, un relato que concluye en 1805. La batalla de Trafalgar se erige en punto clave de la compleja relación entre las dos grandes potencias navales del momento, una en auge, la otra en declive. En los dos primeros bloques de la obra se van desbrozando las alianzas diplomáticas y militares (con sus correspondientes traiciones e intrigas) que trenzaron Francia, Inglaterra y España durante aquel período. El autor narra los hechos con rigor y claridad, sintetizando los planteamientos estratégicos de unos y otros en un contexto internacional a la vez convulso y sumamente volátil. Sirva como ejemplo esta reflexión: “Para el Directorio francés, del que ya formaba parte Napoleón, la impensada alianza con España, potencia naval de primer orden, venía a equilibrar la desfavorable balanza que en este aspecto y respecto a la inglesa mantenía la flota franco-holandesa”. O esta otra: “El poder naval español que, junto con el francés, se enfrentaba al de la Gran Bretaña y que había conseguido expulsar a los ingleses del Mediterráneo sin mostrar más que su superioridad, era un gigante con pies de barro”.
Una vez contextualizados los antecedentes históricos, Hugo O’Donnell dedica los siguientes bloques de su trabajo a diseccionar a los contendientes. El conocimiento del autor sobre el mundo naval de la época es apabullante. Pasa revista al estado de las defensas españolas, a las condiciones de vida en los barcos, a los órganos de decisión y mando de las tres Armadas, incluida la composición de la oficialidad y de la marinería, y a las tácticas empleadas. Para cualquier amante de la historia naval estas páginas son un pequeño tesoro. A quien no sea tan aficionado le servirán para ilustrar cómo estaba organizado uno de los pilares sobre los que se sustentaba el poder a principios del siglo XIX.
Los últimos capítulos del libro se centran en los sucesos previos a la batalla, es decir, en los preparativos de las flotas española y francesa, en la campaña de diversión que llevaron a cabo en el Caribe, en la batalla de Finisterre (julio de 1805) y en la llegada de ambas a Cádiz. Ese preludio estuvo seguido del enfrentamiento naval el 21 de octubre, al que se habían opuesto la mayoría de los oficiales españoles. El autor describe con precisión los detalles de la lucha encarnizada que se desató aquella jornada y subraya la habilidad táctica de Nelson, que logró desarbolar a la formación hispano-gala. Tras la batalla y la desbandada de los barcos supervivientes, una tormenta dio la estocada final.
Así lo describe Hugo O’Donnell: “Con toda la línea aliada navegando hacia el norte y con la mar picada, el ataque británico se produjo aprovechando el escaso viento del oeste y, tras un amago de alcanzar la vanguardia, desde el centro hacia el sur. A la columna de Nelson se le había asignado delimitar por el norte la parte de escuadra enemiga objetivo de la totalidad de la inglesa, y a Collingwood envolver la retaguardia. El resultado sería una serie de combates parciales muy reñidos con el centro y la retaguardia de la formación franco-española, sin que su vanguardia reaccionase hasta que la lucha estuvo prácticamente decidida. Es decir, se siguieron las líneas marcadas por Nelson, actuando los comandantes, sin embargo, con mucha libertad de criterio, al amparo de su superioridad local y su conocida preeminencia maniobrera y artillera, que permitieron ir batiendo uno a uno a los enemigos que, pese a todas las circunstancias adversas, opusieron una dura resistencia, en varios casos heroica”.
Para nuestro autor, Trafalgar no supuso el punto de inflexión que comúnmente se le atribuye. Le otorga, no obstante, una gran importancia psicológica, mayor incluso que la militar. Las últimas páginas de la obra están destinadas a estudiar la trascendencia y el recuerdo que se tiene la batalla. En Francia pasó algo desapercibida, pero tanto en España como en Inglaterra su impacto se dejó sentir. Los británicos respiraron aliviados y los españoles constataron con decepción cómo se diluía su aspiración de conservar el estatus de gran potencia marítima. Un desastre sin paliativos cuyos efectos se vieron agravados tras la Guerra de Independencia. España perdía, después de tres siglos, el control sobre los océanos.
Hugo O’Donnell (1948), conde de Lucena, abogado y marino de guerra, es académico de número de la Real Academia de la Historia y correspondiente de las de México, Argentina, Perú, El Salvador, Ecuador, Panamá, Colombia, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Puerto Rico, Guatemala, República Dominicana, Venezuela y Brasil. Autor de innumerables artículos sobre historia naval y general, así como de numerosos libros, recibió el Premio Nacional de Historia en el año 2000 y fue distinguido en 2005 con el Premio Marqués de Santa Cruz de Marcenado a la mejor trayectoria como historiador en el ámbito de las Fuerzas Armadas españolas. Puedes leer la entrevista que le hicimos en Metahistoria aquí)
*Publicado por Esfera de los Libros, marzo 2019.