DESPERTA FERRO - GUERRA QUIMICA

Fuego griego, flechas envenenadas y escorpiones. La guerra química y biológica en la Antigüedad
Adrienne Mayor

Aunque en estas cosas nunca se tiene una certeza absoluta, quizás la guerra, junto con la religión, sea una de las primeras actividades no naturales —entiéndase, no imprescindibles para su supervivencia— que el hombre realizó. El ser humano lleva enfrentándose a sus semejantes prácticamente desde su aparición, de modo que afirmar que la actividad bélica es consustancial a él puede ser arriesgado, pero probablemente no equivocado. Todas las sociedades, sea cual sea la época que elijamos, han sufrido encuentros violentos con bandas, tribus, reinos o imperios vecinos. Muchos cadáveres de nuestros antepasados prehistóricos muestran ya signos de violencia y una gran proporción de ellos murieron a consecuencia de la agresión de otro ser humano. La imagen del “buen salvaje”, que nos transmitió Rousseau, queda desvirtuada si nos atenemos a los hallazgos arqueológicos.

La guerra, en definitiva, nos ha acompañado a lo largo de la historia. Y lo que es más sorprendente, las estrategias y las tácticas bélicas apenas han variado con el paso de los siglos. De ahí que el general Patton estudiara con detenimiento la Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides, antes de iniciar la invasión de Sicilia en la Segunda Guerra Mundial, o que en las academias militares se analicen las grandes batallas de otras épocas, para extraer ideas aplicables a las actuales. Obviamente, la capacidad destructiva ha aumentado exponencialmente, pues hoy somos capaces de aniquilar a cientos de miles de personas a miles de kilómetros de distancia, con solo apretar un botón y contamos con unos medios de destrucción pavorosos. Sin embargo, una máxima militar que tiene pocos visos de cambiar en un futuro cercano es que sin la infantería es imposible conquistar o asegurar un territorio. Por muy eficaces que sean la artillería o la aviación, un campo de batalla no será definitivamente tomado si no interviene el hombre: así sucedió en Vietnam o sucede en Afganistán, donde una superpotencia mundial con recursos económicos extraordinarios poco puede hacer contra unos pocos combatientes escondidos en las montañas.

Entre las características de la guerra moderna que parecen exclusivas de nuestro tiempo, se halla el empleo de armas químicas y biológica. No obstante, ni siquiera esta faceta bélica es novedosa. Así lo trata de explicar la historiadora estadounidense Adrienne Mayor en Fuego griego, flechas envenenadas y escorpiones. La guerra química y biológica en la Antigüedad*, exponiendo cómo el uso de este tipo de armas es tan antiguo como la misma guerra, pues la destrucción del enemigo no solo se ha buscado en el campo de batalla. La autora se adentra, con una prosa sencilla y un marcado carácter divulgativo, en los usos militares que se hacía en la Antigüedad de estos terribles instrumentos, haciendo alusiones y comparaciones al presente, en el que las armas químicas han jugado un papel decisivo.

Así explica Mayor su interés por el tema: “¿Por qué el mundo antiguo ha sido hasta ahora un territorio inexplorado para la historia de la guerra química y biológica? En primer lugar, muchos historiadores, así como el público en general, han asumido que el armamento bioquímico requiere de un conocimiento científico que todavía no se había desarrollado en la Antigüedad. Además, se cree que, incluso si las culturas del pasado sabían cómo combatir con toxinas y sustancias combustibles, en general se abstuvieron de hacerlo por respeto a las reglas tradicionales de la guerra. La tercera razón deriva, probablemente, de la dificultad de sistematizar toda una pléyade de datos poco conocidos y enormemente dispersos sobre las armas bioquímicas y sus prototipos en el mundo antiguo. Todas estas evidencias se han reunido y analizado por vez primera en el presente libro y exceden lo que a priori podríamos haber esperado de las sociedades precientíficas. Los datos revelan que, a pesar de que la literatura antigua expresa una enraizada aversión al empleo del veneno como herramienta bélica, las armas tóxicas formaron parte del arsenal de muchos de los pueblos de la Antigüedad. El enorme número de narraciones legendarias y de acontecimientos históricamente verificables en los que intervienen estas debe llevarnos a revisar nuestras viejas asunciones acerca del origen de la guerra biológica y química y de sus restricciones morales y tecnológicas

Obviamente, la armas químicas y biológicas que se utilizaban en la Antigüedad eran mucho más rudimentarias que las actuales, pero no por ello menos efectivas. Los patógenos y el veneno actúan hoy como hace dos mil años. Ahora solo se ha perfeccionado su fabricación. La historiadora estadounidense parte de los relatos mitológicos (el más conocido, el enfrentamiento entre Hércules y la hidra) para mostrarnos, a través de numerosos ejemplos, las técnicas utilizadas por el mundo clásico en este campo: proyectiles venenosos, envenenamiento de los suministros de agua y comida, patógenos, estupefacientes e hipnóticos adoptados como armas, el aprovechamiento de animales venenosos o el recurso a productos químicos incendiarios. Las continuas alusiones que en la obra de Mayor se hacen a las fuentes antiguas revelan una presencia generalizada de estas “tácticas” en el panorama militar de la época, mucho más destacada de lo que podríamos imaginar, con un fin claro: “militarizar la naturaleza”.

La obra de Mayor no se circunscribe a un período o territorio concretos. De hecho, abarca casi tres milenios, desde los registros próximo-orientales datados en 1770 a. C. y los mitos griegos narrados por Homero alrededor del 750 a. C. hasta la caída del Imperio romano. Aunque las fuentes principales sean, en su mayoría, griegas y romanas, también se recogen testimonios de otras no occidentales, chinas e indias, en cuyos tratados militares y médicos los venenos y las sustancias inflamables tienen un notable protagonismo. Su uso era tan aceptado que las emplearon personajes como Aníbal, Julio César o Alejandro Magno. Al igual que sucede hoy, la mortandad que conllevaban estas armas provocó que en no pocas ocasiones se intentase limitarlas y que, en sociedades en las que el honor ocupaba un lugar tan relevante, fuesen mal vistas. Pero su efectividad se imponía a la razón y se siguieron usando indiscriminadamente.

La historiadora americana, cuyo trabajo mira al pasado remoto sin desconocer el presente, nos ilustra, pues, sobre cómo nuestros antepasados también recurrieron a prácticas menos “nobles” para sojuzgar a sus adversarios, dada la alta e indiscriminada mortalidad que provocan. Precisamente su efectividad era un aliciente para utilizarlas. A la vez, nos invita a reflexionar sobre el uso de armas tan mortíferas no solo en el campo de batalla sino contra civiles indefensos.

Así concluye el libro: “Los datos aportados por la historia y el mito, sin embargo, socavan la idea de que hubiera alguna vez un tiempo en el que la guerra biológica y química resultaba inconcebible. Pero también evidencian que las dudas sobre semejantes armas se despertaron desde el momento mismo en el que al primer arquero se le ocurrió untar con veneno las puntas de sus flechas. Y eso, desde mi punto de vista, es un motivo para la esperanza. Ahondar en la larga historia de la ingenuidad de la raza humana en lo que respecta a la naturaleza de sus armas es una empresa fascinante, aunque también aleccionadora. Una vez liberado el genio que aguardaba dentro de la lámpara maravillosa, los horrores de las tecnologías bélicas biológicas y químicas quedan desatados en el mundo. Pero, como sucede con la historia de la caja de Pandora, integrada en los antiguos mitos griegos, podemos atisbar también un solitario rayo de esperanza; un rayo que anticipa los esfuerzos modernos que, en la actualidad, pugnan por restringir las oscuras ciencias de la guerra”.

Adrienne Mayor es investigadora en estudios clásicos e historia, en la Universidad de Stanford. Especializada en historia antigua y en el conocimiento de la naturaleza contenido en los mitos precientíficos y en las tradiciones orales, ha publicado, entre otros libros, Amazonas, guerreras del mundo antiguo y Mitrídates, el Grande. Colabora en numerosas revistas académicas y de divulgación, como Journal of American Folklore, Archaeology, Natural History, MHQ: The Quarterly Journal of Military History y Foreign Affairs, y en la web de historia de la ciencia Wonders and Marvels.

*Publicado por Desperta Ferro, octubre 2018. Traducción de Jorge García Cardiel.