Es bastante probable que, aún hoy, cualquier reseña de un libro que aborde la biografía de Francisco Franco suscite un agrio debate. Por desgracia, en España la historia se utiliza como instrumento ideológico y no siempre se logra separar la mera investigación académica de los intereses partidistas. Determinados historiadores se prestan voluntariamente a este juego y no dudan en trasladar a sus escritos enfoques que superan el simple conocimiento histórico. Quizás sea exagerado hablar de facciones enfrentadas, pero unos y otros buscan ensalzar a los que comparten sus posiciones y descalificar a quienes se alejan de ellas. Se crea, así, un clima opuesto a la sana investigación, dificultando cualquier publicación que busque profundizar en un período esencial en la historia reciente de nuestro país. Paradójicamente, a medida que pasa el tiempo, no ganamos perspectiva, como si nos atrincherásemos en debates espurios que no conducen a nada.
La pervivencia de Franco en el debate político actual es una anomalía. Hace cuarenta años que murió y la Transición borró los rastros del régimen franquista, por mucho que algunos se nieguen a aceptarlo y se enquisten en proclamas huecas. Traerlo a colación suele tener como objetivo ganar réditos electorales y enfrentar (léase descalificar) a los adversarios políticos. Se puede adornar con frases grandilocuentes, pero esta es la realidad. A estas alturas del siglo XXI, quienes deberían hablar del franquismo son los historiadores, a quienes les toca estudiar el régimen que condicionó la vida del país durante casi medio siglo. Ha pasado el tiempo suficiente para que las investigaciones tengan el rigor necesario, pues contamos con las fuentes indispensables para conocer los entresijos de la dictadura franquista. Por supuesto, el debate historiográfico será tanto más bienvenido cuanto que se ciña a los cánones académicos, no a otros. Los hechos son interpretables, pero han de juzgarse con un criterio estricto y objetivo.
Entre los historiadores que buscan ofrecer una visión ajustada y seria sobre este período se halla Enrique Moradiellos. Autor de la Historia mínima de la Guerra Civil (galardonada con el Premio Nacional de Historia 2017 y que también reseñamos aquí), sus análisis, con los que se podrá estar más o menos de acuerdo, se sustentan en un sincero interés por hacer historia. Prueba de este buen hacer es su reciente obra Franco. Anatomía de un dictador*. El libro, pensado para su publicación en el extranjero, construye un relato riguroso y completo sobre un tema sumamente controvertido. Nadie podrá acusar a su autor de partidismo político y, aunque subyacen sus valoraciones personales, el tono neutro que impera en todo el texto es digno de elogio.
Así lo explica el propio autor: “A este conocimiento emancipador del personaje de Franco y del régimen franquista quiere contribuir esta obra con toda su modestia y sus reconocidos límites de extensión e intención. Sencillamente porque comprender al primero requiere también conocer al segundo por razones bien expuestas por Ian Kershaw en su magistral biografía de un contemporáneo admirado del caudillo: ‘Es necesario examinar la dictadura además de al dictador”. Y por ese motivo, para conocer a Franco, su tiempo y su dictadura, la obra se estructura en tres partes complementarias que estudian consecutivamente tres facetas diversas de un mismo fenómeno histórico: el perfil humano y la trayectoria vital de Franco como persona en el capítulo inicial titulado ‘El hombre: una biografía básica’; las bases socio-políticas y jurídicas de su extraordinario poder como dictador absoluto en el siguiente capítulo titulado ‘El caudillo: un dictador carismático’; y los caracteres y naturaleza de su dictadura de poder personal en el último capítulo titulado ‘El régimen: una dictadura compleja’”.
Moradiellos nos brinda un relato muy sólido de Franco y de su régimen. Sin aspavientos ni afirmaciones exageradas, poco a poco y apoyado en la obra de otros reconocidos especialistas, elabora una síntesis ajustada del franquismo y de sus implicaciones en la historia contemporánea española. Quienes busquen una crítica enfervorecida del “caudillo” o una loa a su gobierno, quedarán decepcionados: la fría razón del historiador se impone en unas páginas en las que predomina el análisis histórico (se pierde vehemencia y sonoridad, para dar cabida a la reflexión). Si el lector se halla algo desconcertado entre la ingente cantidad de estudios y monografías publicadas sobre este período, aquí tiene una buena oportunidad, como punto de partida, para adentrarse en las entrañas del siglo XX español.
El Franco que dibuja el historiador ovetense no es un demonio ni un salvador. Es, ante todo, un militar con fuertes convicciones religiosas cuyo prestigio, alcanzado en Marruecos, y habilidad (en el campo de batalla y en la arena política) le permitió hacerse con las riendas del golpe de Estado y posteriormente de España. En el capítulo dedicado a su figura, se exponen tanto su ideario personal como los hitos más destacados de su biografía y de la propia dictadura (estos últimos de forma sumaria). Al mismo tiempo que resalta sus aciertos y sus fracasos, sin ocultar nada, el autor intenta encontrar al hombre que se esconde tras el mito, es decir, comprender la personalidad de un gobernante sobreexpuesto a la opinión pública, pero al que se conoce más bien poco.
El autor aborda también la construcción del andamiaje ideológico que envolvió a Franco. La elevación de un joven general a “Caudillo” es sumamente interesante y en ella se esconden las claves para comprender la longevidad del régimen franquista. En un contexto histórico complejo y de gran volatilidad, con amenazas internas y externas, se le presentó como un líder carismático que, apoyado por Dios, había salido victorioso ante el peligro rojo. Al servicio de esta imagen se utilizaron todas las herramientas posibles: un ordenamiento “jurídico-constitucional” adaptado a su medida; un control férreo de los medios de comunicación y una cultura política destinada a ensalzar sus gestas. Moradiellos también dedica algunas páginas a explicar el origen y la utilización del término “caudillo”.
Por último, se analizan en el libro las características singulares del régimen franquista. Quizás este sea uno de los apartados más controvertidos, pues las disputas entre historiadores suelen sobrepasar las fronteras académicas. Recuérdese la polémica ocasionada por la publicación del Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, cuya primera edición no definía al franquismo como una dictadura totalitaria. No comparte Moradiellos esta tesis, decantándose por la de una dictadura militar autoritaria, en vez de catalogarla como totalitaria.
El autor se cuida, eso sí, de presentar las tesis que han sostenido las diferentes corrientes historiográficas, para ofrecernos su propia opinión, más bien velada, con cautela y llena de reservas. Sirva como ejemplo este párrafo: “En virtud de las consideraciones aquí expuestas, cabe decir que en la actualidad es cada vez menos frecuente definir al franquismo como un verdadero régimen franquista y totalitario, predominando mucho más la consideración de que fue una dictadura militar y caudillista primero fascistizada y luego transformada en un régimen básicamente autoritario, pese a los resabios fascistizantes que mantuvo hasta el final”.
Concluimos con esta reflexión de Borja de Riquer, con la que Moradiellos concluye su trabajo: “Franco fue un personaje camaleónico que, sin renunciar nunca a su feroz autoritarismo, supo ejercer de forma sucesiva de caudillo fascista, de devoto nacional-católico y de moderno tecnócrata. Pero lo permanente y lo decisivo era que, sobre todas las cosas, Franco actuó siempre como un militar. Su principal baza política consistió en mantener al ejército unido, disciplinado y fiel a su persona. Aunque su régimen no fue estrictamente una dictadura militar, las fuerzas armadas ejercieron siempre de elemento decisivo: ellas habían ganado la guerra, encumbrado a Franco hasta la jefatura del estado y aceptado su dictadura a la vez que se habían erigido en el principal garante de su poder ilimitado y vitalicio. Los componentes fascistas y nacional-católico, que estuvieron siempre presentes en el régimen, no dejaron de tener un protagonismo relativamente temporal. Franco, de hecho, acabó moldeando el régimen a su imagen y conveniencia”.
Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura. Como escritor y colaborador de prensa se ha especializado en el estudio del siglo XX español y de las relaciones hispano-británicas durante este periodo. Ha sido también investigador en la Universidad de Londres y profesor en la Universidad Complutense de Madrid.
*Publicado por la editorial Turner, octubre 2018.