En guerra con el pasado
Paolo Mieli

En los tiempos que corren, la verdad empieza a ser un bien escaso y difícil de hallar. La tergiversación o la burda mentira campan a sus anchas y estamos dispuestos a aceptar falsedades (en muchos casos obvias) siempre que se ajusten a nuestros intereses o sirvan como argumentos para sostener nuestras posiciones. Políticos, periodistas, publicistas y otros personajes con cierta proyección social saben que, por muy descabellada que sea cualquier afirmación, tendrá su aceptación si se proclama en ciertos medios. Las redes sociales, a través de Internet, se han convertido en un inmenso campo de batalla entre múltiples ideas o puntos de vista, y con frecuencia quienes las alimentan, más que aspirar a un cierto consenso, tratan de imponer sus tesis al adversario. La verdad, de este modo, suele quedar relegada a un segundo plano.

Podría parecer que este fenómeno se circunscribe únicamente al mundo digital, pero lo cierto es que se ha extendido (y gangrenado) a todos los sectores de la sociedad. La historiografía, que se percibía como una disciplina gris y anodina, practicada por ratones de biblioteca, también empieza a sucumbir a él. El uso de nuestro pasado se extiende, en ciertos círculos, más allá del mero conocimiento altruista para emplearlo indiscriminadamente como arma. El recurso a la historia puede ser muy útil tanto para atacar como para legitimar ciertas posiciones. Justificar el presente aludiendo al pasado es una práctica tan antigua como el hombre, que en los últimos años se ha generalizado. Por desgracia, una parte de los historiadores, en vez de combatirla, se han apropiado de ella, proporcionando más argumentos a quienes solo ven la Historia como un medio para justificar sus propios intereses.

Como dijimos en la reseña del libro del profesor Manuel Cruz, La flecha (sin blanco) de la historia (la podéis leer aquí), no hay artículo, columna o editorial que, día tras día, no incluya alguna referencia a un momento del pasado, ya sea como advertencia o como ejemplo. ¿Deberíamos volver la mirada atrás para resolver nuestros problemas? Si algo nos ha demostrado la historia, es que somos bastante previsibles y que, ante situaciones similares, respondemos de manera parecida. Pero también es cierto que fiar todo al pasado puede engañarnos, pues no siempre son extrapolables los hechos del ayer a los del hoy.

El periodista italiano Paolo Mieli aborda esta disyuntiva en su interesantísima obra En guerra con el pasado. Crónicas sobre la falsificación de la Historia*. Su excepcional trabajo lucha contra el uso interesado del pasado (ahora y siempre) y busca concienciar al lector de los riesgos de esta perniciosa corriente. Para el autor, “declarar la guerra al pasado es algo muy habitual y, sin embargo, es la guerra más estúpida que hay. Es una forma de beligerancia no declarada, cuyo propósito es fragmentar la historia, simplificarla, desmontar su complejidad con el fin de adaptar los acontecimientos de épocas remotas a las categorías y necesidades del presente. Se trata de una operación concebida para otorgar fuerza y dignidad y abonar el terreno a las luchas del mundo actual. Una operación destinada a provocar daños incalculables, que, en primer lugar, desarma a las generaciones que deberían estar preparadas para enfrentarse a las guerras, lamentablemente no metafóricas, de hoy o de mañana”.

La obra de Mieli se compone de una serie de retazos de distinta índole, cuyo elemento aglutinador es el sempiterno conflicto entre lo pretérito y lo presente, entre la verdad y lo impostado, entre la manipulación y el rigor. Son pequeñas crónicas (ninguna sobrepasa la decena de páginas) que versan sobre sucesos de la historia sujetos a esas turbulencias. Con fina ironía y agudo ingenio, el periodista italiano transita por diferentes momentos del pasado que han sufrido el intento de ser sometidos a los intereses del presente. Esas crónicas, que apenas guardan relación entre sí y presentan temáticas y personajes muy heterogéneos, se traducen en otras tantas llamadas de atención sobre los riesgos que implican las “falsificaciones de la memoria”.

Los casi treinta epígrafes que constituyen el libro se organizan en cuatro grandes bloques. En el primero (“En guerra con la historia que nos han transmitido”) se abordan episodios tan dispares como la Revolución francesa y la relación entre filósofos y revolucionarios, las conexiones entre la mafia y el Estado en la Italia decimonónica o las teorías de la conspiración. Mieli intenta resaltar en esos capítulos las diferencias entre lo realmente acaecido y cómo nos lo han contado.

El segundo bloque (“En guerra contra las religiones armadas”) explora el papel de la religión en determinados momentos de la historia, ya sea en la Palestina romana de principios del primer milenio; en los siglos III y IV d.C.; en el apogeo de la disputa entre cristianos y otomanos o incluso en los estertores de la Rusia zarista, cuando Rasputín ejercía una influencia notable en la familia real.

En el tercer bloque (“En guerra con los mitos de la guerra”), el historiador italiano cuestiona las “leyendas” surgidas en torno a acontecimientos militares. La conquista musulmana de Otranto, la relación entre las casas reales antes de la Primera Guerra Mundial o el intento de Hitler de derrotar a los ejércitos aliados en una desesperada contraofensiva en las Ardenas son otras tantas cuestiones que en él se abordan. Por último, el cuarto bloque (“En guerra con los grandes de la historia”) repasa el papel jugado por algunas destacadas figuras, como Isócrates, Cicerón, Andrea Doria, Mazarino, Lincoln o Bismarck, entre otros.

Como podrá comprobar el lector, la temática de los capítulos es muy variada, pero, bajo esa aparente dispersión, subyace la misma idea, esto es, que la historia no debe convertirse en un medio al servicio de un interés concreto. El pasado ha de ser estudiado con rigor y frialdad, sin dejarlo al albur de las pasiones del momento. Ni tiempos pretéritos fueron mejores, ni fueron peores: cada uno cuenta con sus propias peculiaridades y circunstancias. Ajustarlas a los intereses del presente solo conduce a la manipulación y a la elaboración de un relato parcial y equivocado sobre nosotros mismos.

Concluimos con estas reflexiones de Paolo Mieli en la introducción de su obra: “La pregunta es: ¿por qué nos enfrentamos al pasado? Principalmente porque tememos que nos depare sorpresas. […] El hecho de considerar el pasado como algo ya establecido, aunque solo sea a grandes rasgos, es una distorsión historiográfica que genera controversias […]. Si nos queremos reconciliar con el pasado, tenemos que estar dispuestos a revisar cosas importantes, incluidos fragmentos de memoria colectiva con los que nos identificamos. […] Pero no es suficiente. Para hacer las paces con la historia, tenemos que estar dispuestos a revisitar, en positivo o en negativo, a los grandes personajes del pasado, que pueden, mejor dicho, que deben ser objeto de una revisión continua. […] Para reconciliarnos con el pasado es importante admitir que lo que consideramos la ‘parte buena’ de nuestros antepasados también cometió actos reprobables. […] En definitiva, hacer las paces con el pasado nos lleva a reconocer los errores de todas las partes y, sobre todo, a no buscar en la historia antecedentes de las perspectivas del tiempo presente”.

Paolo Mieli (Milán, 1949) es uno de los periodistas más respetados de Italia y de los ensayistas historiográficos más incisivos de la actualidad. Colaborador habitual de la RAI, que presidió en 2003, ha dirigido los periódicos Corriere della Sera y La Stampa, así como la editorial, RCS Libri. Entre sus libros destacan Le Storie, la Storia (1999), Storia e politica. Risorgimento, Fascismo e Comunismo (2001), La goccia cinese. Diario di un anno tra storia e presente (2002), I conti con la Storia. Per capire il nostro tempo (2013) o L’arma della memoria. Contro la reinvenzione del passato (2015).

*Publicado por RBA Libros, febrero 2019. Traducción de Helena Aguilà Ruzola y Guillermo García Crespo.