ANAGRAMA - LA FLECHA SIN BLANCO DE LA HISTORIA

La flecha (sin blanco) de la historia
Manuel Cruz

Encuadrar el pasado en nuestro presente es una tarea a la vez ardua y compleja. Expresiones tales como “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con una misma piedra” o “quien no conoce su historia, está condenado a repetirla”, revelan la importancia que tiene la experiencia pasada en las decisiones que se han de tomar. En los agitados tiempos que vivimos, el recurso a la historia se ha convertido en una práctica habitual. No hay artículo, columna o editorial que, día tras día, no incluya alguna referencia a un momento del pasado, ya sea como advertencia o como ejemplo de los sucesos del presente ¿Deberíamos tornar los ojos atrás para resolver nuestros problemas? La respuesta es, a nuestro juicio, ambivalente. Si algo nos ha demostrado la historia, es que somos bastante previsibles y ante situaciones similares respondemos de manera parecida. Pero también es cierto que fiar todo al pasado puede cegarnos, pues no siempre son extrapolables los hechos del ayer a los del hoy.

El filósofo Manuel Cruz reflexiona en La flecha (sin blanco) de la historia* (galardonada con el XVIII Premio de Ensayo Miguel de Unamuno) sobre la poliédrica relación entre pasado, presente y futuro. Así la explica el propio autor: “El libro que el lector tiene en sus manos está aparentemente planteado desde el principio hacia el final, de atrás hacia delante o, por decirlo de una vez, del pasado hacia el futuro. Sin embargo, aunque en la preocupación por el futuro es donde se desemboca, a donde se quiere ir a parar finalmente (como queda anunciado en el título de la tercera parte), en un cierto sentido significa el punto de partida. No creo que haya en esto último la menor contradicción: desde siempre supimos que el destilado de conocimiento que aportaba la experiencia de los hombres pasados —eso que nos empeñamos en denominar historia— se encontraba conectado, de manera íntima, con nuestra capacidad de formularle a lo ocurrido y, sobre todo, a lo vivido por ellos las preguntas pertinentes. Que lo eran precisamente porque constituían las preguntas en las que nos iba la vida, esto es, aquellas en cuya respuesta se jugaba la posibilidad de adentrarnos en el futuro en condiciones, albergando la esperanza de que nuestras aspiraciones y proyectos largamente aplazados encontraran por fin en esa etapa la ocasión para ser materializados”.

La obra de Manuel Cruz, más densa y más intensa que los trabajos que solemos reseñar, indaga sobre cuestiones propiamente históricas, pero también sobre la actual situación política española, a la vez que sobre la sociedad contemporánea, sus problemas y el futuro que nos espera. Su lectura requiere sosiego y concentración, pues el autor se sumerge en las cuestiones que trata, a la vez profundas e interesantes, respaldado por un notable bagaje intelectual. Se podrá estar de acuerdo o no con sus conclusiones (ahí entran las convicciones de cada uno), pero son innegables su capacidad analítica, la certera interpretación de nuestros problemas como comunidad y lo sugestivo de las conclusiones que alcanza. Es, en suma, un libro que merece la pena leer con detenimiento y que puede orientarnos en el agitado mar que nos ha tocado vivir.

Manuel Cruz comienza el primer capítulo analizando la recuperación y la reivindicación de la memoria, no sólo como instrumento histórico, sino también político, extensamente utilizado por los actores públicos. Entre sus diversas “tipologías” destaca la memoria que enseña (quienes defienden esta posición la consideran un fin valioso en sí mismo); la memoria que legítima (localiza en el pasado la legitimidad del presente); la memoria que repara (vinculada con la justicia); la memoria que cura (asimilada a la experiencia del duelo) y la memoria que libera. El autor desarrolla los principios de esas categorías y añade un comentario crítico, exponiendo las deficiencias de cada aproximación.

Tras cuestionar el uso que se está dando a la memoria, Manuel Cruz ofrece una visión alternativa: “No se trata —valga la simplificación— de recordar más, sino de vivir mejor. Es a este horizonte al que debería apuntar toda forma de memoria. Es más: acaso la más eficaz ayuda que pueda prestarnos hoy el discurso histórico sea precisamente la de echarnos una mano en la tarea de reabrir y tornar de nuevo útil la idea de futuro. Contribuyendo a rehabilitarla teóricamente y coadyuvando a dotar de renovados contenidos. Esto no equivale a convertir el pasado en mero apéndice o instrumento al servicio del futuro. O al menos, no necesariamente. A lo que equivale es a conectar ambas dimensiones desde el convencimiento de su recíproca necesidad”. Es decir, frente a la imagen “melancólica” que transmiten del pasado las anteriores tipologías de la memoria, el filósofo reivindica un uso más constructivo, que sirva para elaborar un proyecto de futuro más sólido.

En las páginas ulteriores, Manuel Cruz se adentra en los recovecos del pasado, en particular, los ligados al duelo y al trauma. Recupera las implicaciones que estos dos conceptos han tenido en el discurso histórico y cómo han modelado la forma de narrarlo, generando incluso una especie de autocensura entre los especialistas. El Holocausto ocupa, por razones obvias, muchos de los párrafos de estos capítulos. La aproximación que a él hace resulta especialmente interesante, pues se compara su repercusión con la de otros sucesos trágicos, objeto de tratamientos diferentes.

A partir de estos capítulos, el “componente histórico” va perdiendo protagonismo para dar entrada al presente y al futuro. Las páginas que siguen abordan, entre otras cuestiones, las vertiginosas transformaciones de nuestra sociedad en los últimos años, la creciente predominancia de la tecnología sobre el resto de los aspectos de la vida, el triunfo del individualismo, las nuevas categorías que han dejado obsoletas las tradicionales concepciones filosóficas, la pérdida de un proyecto común de la humanidad, la reducción del hombre a la dimensión económica, la (desacertada) rehabilitación de las utopías a cargo de los nuevos populismos y los peligros a los que nos arrastra un capitalismo descontrolado. No se anda Manuel Cruz por las ramas y entra de lleno en la raíz de los problemas de nuestra sociedad.

El último capítulo se ocupa de la política, de la espectacularización y la emotivización de la vida pública y de los medios de comunicación. El análisis es demoledor y preocupante (aunque, por desgracia, no es motivo de sorpresa). Sirva como ejemplo esta reflexión: “Porque las sociedades europeas del siglo XXI han de afrontar conflictos derivados de una gran diversidad —social, cultural, étnica, religiosa…—, siendo la tarea de la democracia intentar resolverlos de forma civilizada. Pero si un mundo tan extremadamente complejo ha de quedar encerrado, por decirlo de manera gráfica, en ciento cuarenta caracteres, el empobrecimiento que se tendrá de llevar a cabo sobre el mensaje habrá de ser casi brutal y la descripción resultante —la que quepa en tan diminuto nicho— dejará la creciente, casi inabarcable, complejidad del mundo por describir, como aquel que dice, en nada”.

Manuel Cruz (Barcelona, 1951) es catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona. Ha sido profesor visitante en diferentes universidades europeas y americanas, así como investigador en el Instituto de Filosofía del CSIC. Autor de cerca de treinta títulos y compilador de casi una quincena de volúmenes colectivos, ha ganado los premios Anagrama de Ensayo 2005, Espasa de Ensayo 2010, Jovellanos de Ensayo 2012 y Miguel de Unamuno 2016. Es portavoz del PSOE en la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados. Colabora en El País y El Confidencial.

*Publicado por la editorial Anagrama, septiembre 2017.