La Constitución de Cádiz es uno de los hitos decisivos de la historia contemporánea española, a pesar del corto tiempo en el que estuvo vigente. Aprobada en marzo de 1812, fue derogada dos años más tarde, tras la vuelta de Fernando VII, y sus autores perseguidos, encarcelados o exiliados. Sin embargo, al igual que sucedió con la Revolución Francesa, los principios y valores que la habían inspirado no se podían borrar y su recuerdo siguió presente en la sociedad hispana. El incipiente liberalismo que defendía el texto de Cádiz fue el punto de partida de un cambio de paradigma en el país y marcó el inicio del progresivo abandono del Antiguo Régimen. Ni siquiera Fernando VII, un convencido absolutista, pudo erradicar todos los postulados que los diputados gaditanos habían asumido. Sobre la Constitución de 1812 se levantó la España que hoy conocemos.
La proclamación de la Constitución de 1812, en plena Guerra de la Independencia, es un suceso bien conocido por el gran público. Lo que ha pasado desapercibido es, por contraste. la segunda vez en la que el texto constitucional tuvo vigencia, es decir, el denominado Trienio Liberal, que comprende los turbulentos años de 1820 a 1823. Tras el levantamiento del comandante Rafael de Riego en Cabezas de San Juan, el 1 de enero de 1820, y su inesperado triunfo, la Carta Magna gaditana volvió a regir la política española. Aunque en ese momento el país no se hallaba sumido en una cruenta guerra, fueron años complicados e inestables. La situación política era muy volátil y las intrigas y los levantamientos se sucedían constantemente. Muchos de quienes habían participado en las Cortes de Cádiz ocuparon cargos de gobierno en esta etapa e intentaron poner en práctica lo que no habían podido lograr seis años atrás. La presencia de los denominados Cien Mil Hijos de San Luis puso fin a este noble empeño.
La literatura no académica dedicada a este periodo es escasa: habitualmente aparece como un epígrafe dentro de un libro más amplio. Los profesores Manuel Chust y Pedro Rújula buscan llenar ese vacío con su obra El Trienio Liberal. Revolución e independencia (1820-1823).* El suyo es un trabajo completo y ameno que nos acerca, en apenas doscientas páginas, a unos años tan fascinantes como olvidados. Prueba de ese abandono es la ausencia de conmemoraciones relevantes con motivo de su segundo centenario.
Con estas palabras expresan los autores el objetivo de su obra: “El presente libro se propone una síntesis interpretativa del Trienio Liberal tratando de manera conjunta la historia de los territorios de la monarquía hispánica, algo que no se había realizado hasta la fecha. Partimos de la idea de que la península y los territorios de ultramar formaban parte de una misma entidad política que respondía a los designios de la corona y que, por lo tanto, los acontecimientos vividos durante esos años obedecen a una misma matriz histórica. Un buen ejemplo de ello es que el triunfo de la revolución en la España peninsular tuviera su reflejo en forma de juramento de Constitución de 1812 en casi todo el territorio americano que permanecía vinculado políticamente a España”.
A diferencia de lo que suele ser frecuente, los autores, como recoge la cita transcrita, no olvidan al continente americano. Este es uno de los puntos más interesantes del libro, pues la mayoría de los estudios sobre este período se centran exclusivamente o bien en los acontecimientos peninsulares o bien en los de Ultramar, pero raro es encontrar textos que los relacionen. Los profesores Chust y Rújula dedican varios capítulos a describir cómo se vivió el Trienio Liberal en los territorios americanos y las consecuencias que tuvo. Aquellos años presenciaban el momento álgido de los procesos independentistas y las provincias de Ultramar recibieron la noticia de la nueva vigencia de la Constitución de 1812 mientras combatían a los rebeldes. Si la situación era de por sí complicada, el nuevo escenario acentuaba la complejidad del tablero de ajedrez americano.
Volviendo a la Península, el relato de los acontecimientos que desembocaron en la invasión francesa es apasionante. El rey, centro de todas las intrigas y principal conspirador contra el régimen, jugó un papel decisivo, mientras los liberales, tradicionalmente divididos en moderados y exaltados, tuvieron que hacer frente a un sinfín de problemas. El gobierno, formado mayoritariamente por gente capaz y moderada que buscaba asentar el régimen, hubo de lidiar con ataques que le venían de la izquierda y de la derecha (aunque estos calificativos no sean demasiado válidos para aquellos años), del interior y del exterior, del ejército y de los sectores absolutistas. No hubo sesión del Parlamento que no terminase con tensión y no hubo año en el que no se sucediesen los alzamientos y las conspiraciones. La más grave, la protagonizada en 1822 por la Guardia Real, provocó la llegada al poder de los exaltados y el principio del fin del Trienio.
Concluimos con esta cita de los autores: “En la política del Trienio nadie es lo que parecía, ni lo moderados eran tan moderados ni los exaltados tan exaltados; ni el rey fue tan torpe como se pretende ni la religión tan espiritual como proclamaban sus ministros; ni los insurgentes tan revolucionarios ni siquiera los realistas trasatlánticos tan serviles como se había pretendido. Por eso hay que revisar lo que se escribió, tanto sobre los sujetos como sobre los objetivos. Hay que volver —o ir— a las fuentes primarias críticamente, como es el caso de este libro. Y de paso, rescatarlo de la injusta encrucijada que durante décadas lo encasilló en la Historia de España entre la interpretación conservadora de un denostado fracaso y el idealismo melancólico y pesimista de una revolución traicionada e inconclusa del progresismo”.
Manuel Chust, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Jaume I de Castellón, es autor de numerosos estudios sobre la independencia americana, el liberalismo gaditano y su impacto en América (nosotros hemos reseñado su obra: La Tribuna revolucionaria. La Constitución de 1812 en ambos hemisferios, que podéis leer aquí). Pedro Rújula, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y especialista en política y violencia en la época contemporánea, es autor de Contrarrevolución (1820-1840) (1998) y Constitución o muerte (1820-1823) (2000); ha coordinado, entre otros libros, Guerra de ideas (2012) (con J. Canal), Los Sitios en la Guerra de la Independencia: la lucha en las ciudades (2013) (con G. Butrón) o El desafío de la revolución (2017) (con J. Ramón). Dirige la editorial Prensas de la Universidad de Zaragoza.
*Publicado por la editorial Libros de la Catarata, marzo 2020.