El mundo de la Antigüedad tardía
Peter Brown

Cuando hablamos de la antigua Roma, inmediatamente nos viene a la cabeza la imagen de la ciudad de César, de Augusto, de Cicerón…, es decir, la Roma de los inicios del Principado y del Imperio. En esos momentos, el recuerdo de la República estaba aún fresco y el Senado seguía siendo una institución respetada y poderosa. A partir del siglo II d.C., la percepción que el gran público tiene de la Ciudad Eterna cambia y empieza a desvirtuarse. Los choques con los pueblos germanos y las guerras civiles habrían, ya por entonces, desfigurado el antiguo esplendor romano.

Esta imagen, que tanto se ha generalizado, no se ajusta del todo a la realidad. Parte de una premisa que se ha ido perpetuando con el tiempo, sin advertir que el Imperio alcanzó su máxima extensión bajo la dinastía Antonina, a lo largo del siglo II d.C., y que en las centurias siguientes el arte y la cultura romana continuaron su extraordinario desarrollo.

La caída de Roma marca, por convención, el fin de la Edad Antigua, del mismo modo que la toma de Constantinopla, un milenio más tarde, supone el fin de la Edad Media. Ambos sucesos muestran la relevancia del Imperio Romano en nuestra historia. Sin embargo, no todo se circunscribía a lo que acaecía en la ciudad del Tíber o en el estrecho del Bósforo. Otros grandes imperios emergen en aquella época y sus logros (o fracasos) también condicionaron el discurrir de nuestro pasado. Unos y otros tuvieron que aceptar la primera enseñanza de la historia: nada es inmutable o eterno. Hasta el más poderoso de los reinos acaba sucumbiendo al inexorable paso del tiempo. Roma, quizás el imperio más sólido que ha existido, no fue una excepción a esa tozuda realidad. Su decadencia sigue siendo un misterio: sabemos cómo se produjo, pero no acertamos a identificar con precisión sus casusas, que despiertan un vivo debate desde hace siglos.

El declive romano se suele identificar con la Antigüedad tardía, esto es, con los últimos coletazos del mundo clásico. Nos hallamos, por tanto, en el periodo que comprende entre los años 200 y el 700 d.C. Es una época fascinante y muy convulsa, en la que asistimos a una transformación radical del mundo conocido. Esos quinientos años son testigos de una reorganización política asombrosa, en la que Roma abandona su papel hegemónico y aparecen nuevos centros de poder. Al mismo tiempo, se consolidan las dos principales religiones monoteístas (el cristianismo y el islamismo), cuyas enseñanzas condicionarán los próximos mil quinientos años.

Todos estos sucesos y fenómenos se analizan en la pionera obra del profesor Peter Brown, El mundo de la Antigüedad tardía. De Marco Aurelio a Mahoma*. Dejemos que sea el propio autor quien exponga el propósito de su trabajo: “Este libro es el estudio de un cambio social y cultural. Abrigo la esperanza de que cuando el lector lo concluya posea algunas ideas de cómo, e incluso por qué, el mundo de la Antigüedad tardía (aproximadamente entre el 200 y el 700 d.C.) llegó a ser tan diferente del «clásico», y, cómo, a su vez, los rapidísimos cambios de este periodo decidieron la diversa evolución de Europa, occidental y oriental, y de Oriente Próximo”. Y añade: “Al dirigir nuestra mirada al mundo de la Antigüedad tardía, nos sentimos aprisionados entre la triste contemplación de vetustas ruinas y la calurosa aclamación de un nuevo nacimiento. Pero lo que nos falta a menudo es percibir cómo era la vida en aquella realidad. Al igual que muchos de quienes experimentaron esos cambios, nos iremos enterando de ellos, y nos haremos extremadamente conservadores o histéricamente radicales”.

La obra de Brown es un compendio de erudición y de capacidad divulgativa. No obstante abordar temas difíciles, el historiador irlandés sabe describirlos con sencillez e incluso hacerlos atractivos para un lector profano. La narración refleja la tensión y los cambios que se estaban produciendo en aquel momento, a la vez que muestra la complejidad de un mundo mucho más interconectado de lo que pensamos. Aunque los medios de transporte y de comunicación eran, obviamente, mucho más limitados que los de hoy, hombres, ideas y mercancías se desplazaban miles de kilómetros, de una punta a otra del territorio conocido. Lo que sucedía en Britania podía tener ramificaciones en los bosques de Germania o en las orillas del Éufrates. El trabajo de Peter Brown dibuja con brillantez esa sociedad en transformación y los sucesos que la configuraron.

El autor se centra en el estudio de la cultura y de la religión, sin prestar la misma atención al análisis de hechos concretos, ni al relato ordenado de los acontecimientos. Que el lector no espere una presentación cronológica de emperadores, batallas o incursiones bárbaras. Para Brown, lo realmente interesante es desvelar cómo cambió la mentalidad y la espiritualidad de la época y cómo, paso a paso, la concepción de la sociedad clásica y su organización política fueron evolucionando hasta prácticamente romper con el mundo anterior. Esa transformación lenta, pero sostenida, tuvo consecuencias reales en el funcionamiento del Imperio romano y posiblemente fuera una de las causas de su hundimiento. La obra no trata de explicar de forma categórica los motivos de la decadencia de Roma, pero ofrece indicios para entenderla.

En este contexto, la religión se convierte, según Peter Brown, en un elemento capital para entender la Antigüedad tardía. El cristianismo, que logró imponerse y llegar a ser la religión oficial del Imperio tras un largo y sacrificado camino, supuso un terremoto en la centenaria estructura social romana. Un capítulo de los cinco que componen la obra está dedicado a desentrañar las consecuencias que tuvo la extensión del credo cristiano en Roma, su convivencia con otras creencias y cómo logro sobrevivir al derrumbamiento del Imperio.

Aunque la historiografía occidental, en relación con este período, se suele referir constantemente a Roma o a Bizancio, la obra de Peter Brown no se centra exclusivamente en ambos espacios. Otros Imperios y pueblos también se abordan y analizan. De hecho, el último bloque del libro se ocupa de la aparición del islam y de su expansión por Oriente Medio y por el norte de África. El impacto de esta nueva religión fue terrible para la supervivencia del mundo antiguo. Como explica el autor, “el mundo musulmán dio la espalda a sus pobres vecinos cristianos de allende el mar. El hombre cultivado tomaba su lenguaje del desierto, y el estilo de su cultura procedía de Mesopotamia oriental”. De esta forma, la ruptura entre Oriente y Occidente se hizo definitiva y puso término a un fructífero intercambio cultural que había durado siglos.

Es habitual fijar fechas concretas para señalar las rupturas decisivas en el curso de la historia. Esa práctica facilita el estudio y nos ayuda a situar mejor los cambios que se producen. Ahora bien, no deberíamos confundir este recurso -más bien didáctico o divulgativo- con la realidad. Cuando las huestes de Alarico saquean Roma en el año 410, no fueron protagonistas de un hecho aislado y extraordinario; su comportamiento se enmarca en un proceso histórico más largo y complejo. Es, justamente, ese proceso el que quiere mostrarnos Peter Brown en su encomiable trabajo. Los cambios paulatinos en el devenir de las civilizaciones suelen ser, casi siempre, imperceptibles para quienes los viven, pero con perspectiva pueden ayudarnos a comprender sus causas y su evolución. Así sucedió con la Antigüedad tardía.

Peter Brown (Dublín, 1935) es historiador y profesor emérito de la Universidad de Princeton. Especializado en el estudio de la cultura religiosa de la Antigüedad tardía y la relación entre la religión y la sociedad, ha publicado, entre otros, la biografía Agustín de Hipona (1967) y los ensayos El primer milenio de la cristiandad occidental (1971) y Por el ojo de una aguja. La riqueza, la caída de Roma y la construcción del cristianismo en Occidente (350-550 d.C.) (2019) (cuya reseña puedes leer aquí).

*Publicado por la editorial Taurus, enero 2021. Traducción de Juan Antonio Piñero.