En el prefacio del libro Por el ojo de una aguja*, cuyo título los editores españoles han completado, a modo de aclaración, con el de La riqueza, la caída de Roma y la construcción del cristianismo en Occidente (350-550 d.C.), Peter Brown deja caer, varias veces, el adjetivo fascinante. El ascenso del cristianismo en Occidente durante el período tardorromano es, afirma, una “historia fascinante”, tanto como la investigación de ese período “inconcebiblemente lejano”.
La historiografía de aquel período está basada en textos patrísticos o jurídicos, prospecciones arqueológicas, obras y crónicas más o menos históricas, restos epigráficos y otro tipo de fuentes. Cada una de ellas constituye, para Brown, “[…] a su particular manera, un frágil puente con el pasado”, pero todas en su conjunto le permiten dibujar un cuadro del que no se sabe qué alabar más, si su innegable erudición o su maestría en el relato. Como suele suceder con los grandes historiadores anglosajones (Brown es irlandés de origen), la lectura de sus obras da una falsa apariencia de facilidad: en realidad, son el fruto de un ingente trabajo de investigación.
Peter Brown pretende “transmitir a los lectores de este libro un poco de esta fascinación”. Lo consigue, sin duda, y uno llega al final de la obra (en varias jornadas, pues son 1223 sus páginas) admirando tanto los conocimientos del autor como la originalidad de su enfoque cuando aborda la historia de esa época. En el período estudiado, la Respublica romana asistía, simultáneamente, a la eclosión pública del cristianismo, tras Constantino, y al despliegue de las mal llamadas invasiones bárbaras que, a la postre, acabarían con ella, tras un período que describe gráficamente el lamento de Salviano de Marsella: “los romanos fueron en otro tiempo los más fuertes; ahora son impotentes […] Los pueblos bárbaros solían pagarles tributo. Ahora somos tributarios de los bárbaros. Nos cobran hasta la luz del sol. Toda nuestra seguridad está en venta”.
El hilo conductor del trabajo de Brown es, ciertamente, el binomio riqueza/cristianismo tardorromano, partiendo de la frase evangélica sobre las dificultades de los ricos para alcanzar el reino de los cielos (“más fácil es que un camello entre por el ojo de una aguja”). Pero la densidad de la obra es tal que ese tema, sin duda clave en su desarrollo, permite al autor ofrecernos un panorama mucho más amplio del Occidente romano durante esos dos siglos. Vemos desgranarse la vida en las diversas regiones que lo componían (además de Italia, África del norte, Hispania y la Galia, en particular), conformando un mosaico con cientos de teselas que comprenden el análisis de las villae en los diferentes territorios, el estudio de las poblaciones rurales o de las oligarquías urbanas, a la par que pasa revista al sistema tributario omnipresente, a las bases culturales de las herejías más extendidas o a la aparición de los primeros fenómenos monacales, por no hablar sino de algunas de las cuestiones tratadas. Sobrevolándolas, figura la transmisión de la riqueza a las iglesias cristianas (por donación intervivos o, muy frecuentemente, a través de legados) para constituir lo que se llamaría, siglos después, el patrimonio de Pedro o patrimonio de los pobres.
En los capítulos iniciales Brown “presenta el escenario”: describe la sociedad romana del siglo IV d.C., estudia la posición de las iglesias cristianas desde la conversión de Constantino (312), así como el acceso de los romanos ricos a aquellas, a lo largo de la década del 370. La donación a las iglesias, que desencadenará un proceso de confirmación material y expansión de estas, se superpone al ideal republicano de la donación a la ciudad, si bien caracterizada por lo que será decisivo: el ánimo de acumular tesoros en el cielo y de conseguir, con las limosas a los pobres, la salvación eterna.
En los capítulos siguientes, el autor construye su relato haciéndolo girar sobre algunas figuras preeminentes del momento, paganas o cristianas: Símaco, Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona, Ausonio de Aquitania, Paulino de Nola o Jerónimo son otros tantos personajes cuyas acciones o enseñanzas modelan sus respectivos períodos. Brown pasa revista a los enfoques, en ocasiones muy dispares, de unos y otros sobre la legitimación y el uso de las riquezas, lo que le da pie a exponer las complejidades de las estructuras sociales y económicas que se van sucediendo. Retorna, una y otra vez, a los textos de aquellos autores para facilitarnos la comprensión de los fenómenos, a medida que estos se producen. Sin las concepciones maniqueas o las tesis de Pelagio, tan duramente combatidas por Agustín de Hipona, o sin la aportación de Jerónimo, difícilmente podrían contextualizarse actitudes como la renuncia a las riquezas por parte de algunos nobles romanos (Paulino de Nola).
La crisis del Imperio de Occidente, a comienzos del siglo V d.C., con las conmociones que supuso, da paso, en los capítulos finales, a un panorama en que las diversas regiones de aquel se aíslan y la iglesia de Roma va adquiriendo un papel predominante. Simultáneamente, las iglesias cristianas de cada región (que, para Brown, eran, “como cualquier otro rasgo del mundo romano, el producto de condiciones locales”) presentan sus propios caracteres particulares. El libro intenta, por ello, transmitirnos “la diversidad de las iglesias cristianas del Occidente tardorromano y la imprevista naturaleza de su ascenso en la sociedad romana”.
Son particularmente sugerentes las observaciones de Brown sobre el asentamiento de los grupos bárbaros en las regiones del Imperio, singularmente en la Galia, Hispania y África. Algunos de aquellos grupos eran, en efecto, paganos no conversos (hunos, sajones, alamanes, por ejemplo) pero otros (los godos y los vándalos eran arrianos) estaban ya cristianizados cuando se impusieron en sus respectivos territorios, a veces con el beneplácito de segmentos de la población que veían en ellos la liberación del yugo tributario que el Imperio les imponía. Este último, que en realidad no se había abierto a los valores de la Iglesia que afirmaba patrocinar, vio cómo su unidad se quebraba y solo se mantenía la sensación de supervivencia del antiguo régimen en Roma y en la Italia central y meridional.
¿Por qué centrar la investigación en la riqueza? El autor lo explica en estos términos: “La cuestión de la riqueza en general atañía a todos los aspectos de la vida del Imperio romano y de las sociedades que le sucedieron. Por esa razón, puede emplearse como una herramienta de diagnóstico. El hecho de considerar la riqueza de este modo nos permite adentrarnos en el corazón mismo de la sociedad romana […] No implica simplemente escribir otra historia social y económica del Bajo Imperio, sino también valerse del tema de la riqueza como un médico usa un estetoscopio […] Al prestar atención al asunto de la riqueza, podemos escuchar al Imperio romano de Occidente en sus últimas centurias y a la Europa occidental en su conjunto, en su primer siglo sin imperio. Eso es como alcanzar a oír el crujido de un gran barco atrapado en una tormenta en altamar”.
Brown se aleja de los caminos historiográficos trillados y no duda en desmontar prejuicios, o meras apreciaciones, hasta hoy vigentes, que a su juicio no resisten un análisis crítico o que, simplemente, han sido superadas por las investigaciones más recientes. Discrepa de los “estereotipos históricos profundamente arraigados [que] nos estorban”: así por ejemplo, rechaza que se pueda hablar de una “riqueza de la Iglesia con i mayúsucula” (pues estaba muy distribuida entre las iglesias locales, de modo sumamente dispar); o que el fenómeno de su acumulación fuera prácticamente inevitable tras la conversión de Constantino (quien, en realidad, “no hizo mucho por situar a los líderes de las iglesias cristianas en lo alto de la sociedad romana”); o, en fin, que el aumento del patrimonio en manos de las iglesias se hiciera porque heredaban las fortunas de la aristocracia secular.
En medio de un impresionante renacer de los estudios dedicados a la antigüedad tardorromana (las referencias bibliográficas son constantes en el libro, cuyo autor dialoga con sus pares en la multitud de notas a pie de página), la aportación de Brown bien puede calificarse de insuperable. Para muchos lectores (los que no se desanimen ante la magnitud de la empresa), el libro de Brown será un verdadero descubrimiento que les permitirá atisbar la realidad de unos siglos decisivos en los que el ocaso de Roma fue parejo a la consolidación de las iglesias cristianas en el occidente europeo (también en el oriente, pero ese no es el tema del libro).
Peter Brown es profesor emérito de la Universidad de Princeton. Estudioso reconocido de la antigüedad tardía (250-800 d.C), se graduó en historia por la Universidad de Oxford (1956). Enseñó en esa universidad, así como en las de Londres y Berkeley. Ha sido galardonado con el Premio de la Fundación Mellon (2001) y el Premio Kluge de la Biblioteca del Congreso (2008). Entre sus publicaciones destacan Agustín de Hipona (1967, 2000), El mundo de la antigüedad tardía (1971), El culto de los santos (1982), El cuerpo y la sociedad (1988), Poder y persuasión Antigüedad: Hacia un Imperio Cristiano (1992), Autoridad y lo Sagrado: Aspectos de la Cristianización del Mundo Romano (1995), La Ascensión de la Cristiandad Occidental (1996, 2003) y Pobreza y Liderazgo en el Bajo Imperio Romano (2002).
*Editado por Acantilado (noviembre de 2016). Traducción del inglés a cargo de Agustina Luengo.