ATICO DE LOS LIBROS - EL MAR SIN FIN

El mar sin fin. Portugal y la forja del primer imperio global (1483-1515)
Roger Crowley

A finales del siglo XV y principios del XVI el mundo se hizo más grande. En un reducido espacio de tiempo, españoles y portugueses llevaron a cabo una de las mayores gestas de la historia de la humanidad: con unos pocos barcos y lanzándose a lo desconocido, algunos intrépidos aventureros descubrieron nuevas tierras y continentes. Europa, encerrada en si misma, se dio cuenta de que el planeta (además de ser esférico) estaba habitado por civilizaciones muy distintas de la suya. Lo que hasta entonces eran leyendas y cuentos exóticos se tornó en una realidad palpable. De este modo, a medida que los europeos consolidaban sus posesiones en África, en Asia y en el Nuevo Mundo, se fue creando una red global que unía casi todos los rincones del planeta. El comercio y la religión fueron los principales impulsores de esta nueva realidad que, poco a poco, concibió un orden internacional en el que los europeos terminaron por imponerse.

El hallazgo de América ha eclipsado, al menos para el gran público español, otras expediciones que tuvieron lugar en aquellos años. Algunas, si bien no alcanzaron la repercusión que logró la de Cristóbal Colón, fueron hitos en la era de los descubrimientos. La mayoría de estas últimas estuvieron protagonizadas por los portugueses, pioneros en arribar a territorios inexplorados y adentrarse sin miedo en el imponente océano atlántico. Cercados por Castilla, con la que batallan recurrentemente, volvieron los ojos al mar. Primero se aproximaron a la costa noroccidental del continente africano y progresivamente fueron descendiendo hasta lograr, en una de las grandes hazañas marítimas, doblar el cabo de Buena Esperanza. Ante ellos se abría el océano Índico y un sinfín de posibilidades. Los monarcas lusos no desaprovecharon la oportunidad para extender sus posesiones e incrementar sus riquezas, financiando grandes travesías con el objetivo de abrir nuevos mercados y, de paso, combatir al infiel musulmán.

Roger Crowley estudia este proceso de expansión, que tuvo lugar al inicio del Renacimiento, en su fascinante obra El mar sin fin. Portugal y la forja del primer imperio global (1483-1515).* Como el propio autor destaca, “en el núcleo de esta narración, encontramos un extraordinario período de treinta años que constituye el objeto de este libro, durante el cual unos cuantos portugueses, liderados por un puñado de extraordinarios forjadores de imperios, intentaron por sí solos destruir el islam y controlar el océano Índico en su totalidad y el comercio mundial. Entretanto, fundaron un imperio marítimo con un alcance planetario e inauguraron la gran era de los descubrimientos europeos. La época de Vasco de Gama fue el pistoletazo de salida de quinientos años de expansión de Occidente y desató las fuerzas de la globalización que hoy dominan el mundo”.

Con un marcado carácter divulgativo, pero sin perder las formas de buen historiador, Crowley nos relata las peripecias de los exploradores lusos en su afán por hacerse con el control del comercio asiático y africano. Una historia de tesón, penurias, traiciones, envidias, valentía y proezas, que se asemeja en gran medida a la de los españoles en el Nuevo Mundo. No obstante, Goa, Ormuz, Calcuta o Malaca, por citar algunos de los enclaves que protagonizan esta obra, eran grandes centros mercantiles en los que convivían musulmanes, hindúes y algún que otro judío, sin comparación con los imperios azteca o inca a los que se enfrentaron los conquistadores castellanos. Aquellas ciudades estaban mucho más avanzadas política, social y militarmente que las civilizaciones americanas, de modo que los portugueses hubieron de aplicar todo su ingenio y su destreza para sojuzgarlas. Nunca lograron (tampoco era ese su objetivo) instalarse tierra adentro, pues les bastaba su poderosa flota para controlar algunos puertos estratégicos y dominar toda la región. Como más tarde harían los ingleses y los holandeses.

El libro, que se lee como si de una novela se tratase, engloba apenas treinta años de exploraciones. No necesitaron más tiempo los portugueses para revolucionar el mundo. Una diminuta nación logró, en apenas tres décadas, romper el monopolio musulmán del comercio de las especias (evitando las peligrosas y largas caravanas que recorrían el desierto arábigo); hacer girar la política europea del Mediterráneo al Atlántico; abrir nuevas rutas mercantiles en tierras lejanas y exóticas (el consumo de especias se duplicó en España); facilitar el desarrollo sin parangón de la disciplina náutica; azuzar a sus vecinos para que se embarcasen en aventuras tan descabelladas como las suyas y sentar las bases de un nuevo orden mundial. Por no hablar de los miles de kilómetros que sus marineros descubrieron.

La relevancia de las expediciones lusas se ha minusvalorado, pero la realidad es que estos pioneros tuvieron tanta importancia en el desarrollo del continente europeo como los pintores italianos renacentistas, los conquistadores españoles o los científicos holandeses. Como apunta el propio Crowley, “aunque su supremacía duró poco más de un siglo, la gesta de Portugal iba a crear el prototipo de una nueva y flexible forma de imperio basada en el poder marítimo móvil, y a establecer el paradigma de la expansión europea. Fue Portugal quien abrió el camino que luego seguirían los holandeses y los ingleses. Al hacerlo, los portugueses pusieron en marcha infinitas interacciones globales, tanto benignas como perjudiciales. Llevaron las armas de fuego y el pan a Japón y los astrolabios y las judías verdes a China; esclavos africanos a las Américas; té a Inglaterra; pimienta al Nuevo Mundo; seda china y medicinas indias a toda Europa, y un elefante al papa. Por primera vez, pueblos que estaban en las antípodas unos de otros pudieron contemplarse, y ser objeto de descripción y asombro”.

Esta gesta no hubiese podido acometerse sin la participación, activa y entusiasta, de la Corona. Los monarcas Enrique el Navegante, Juan II o Manuel II el Afortunado impulsaron y financiaron las expediciones, imbuidos por una fe en los beneficios que obtendrían y en la labor confesional que estaban realizando. Los reyes lusos tuvieron la suerte de contar con grandes marinos como Bartolomé Díaz (el primer explorador europeo en doblar el cabo de Buena Esperanza), Vasco de Gama (descubridor de la ruta marítima a la India en 1498), Pedro Álvares Cabral (descubridor de Brasil), Francisco de Almeida (primer virrey de la India) o Alfonso de Albuquerque (segundo virrey y artífice de la consolidación portuguesa en Asia, a quien Crowley dedica elogiosas palabras). A ellos se unían miles de hombres cuyos nombres jamás serán conocidos, pero sin los cuales Portugal no hubiese logrado conformar su imperio marítimo. La obra recoge las penalidades que afrontaron (sed, hambre, enfermedades) y las aventuras que vivieron al adentrarse en territorios completamente desconocidos para ellos.

El choque cultural entre occidentales y asiáticos fue total y pasó del recelo inicial a la hostilidad. Unos y otros buscaban cosas distintas y la lucha fue inevitable. Los portugueses contaban con una poderosa armada y una técnica militar más depurada, mientras que los pueblos orientales tenían la superioridad numérica y la ventaja de conocer el terreno. La balanza solía inclinarse a favor de los lusos, pero no siempre sucedía así. El historiador británico relata con pericia estas escaramuzas y consigue cautivar al lector, que no puede dejar de interesarse por la suerte de los portugueses. Obviamente, las atrocidades y los excesos también forman parte del libro, que no esconde los abusos cometidos.

Concluimos con esta reflexión de Crowley: “Con De Almeida y De Albuquerque, Manuel había tenido la suerte de tener a dos comandantes incorruptibles y leales; este último, además, fue un conquistador visionario y un forjador de imperios que se cuenta entre los más grandes de la historia del mundo. A pesar de no disponer nunca de más de unos pocos miles de hombres y unos barcos comidos por los gusanos, supo improvisar nuevos recursos para conseguir hacer realidad sus espectaculares ambiciones. De Albuquerque le regaló a Manuel un imperio en el océano Índico, sostenido por una red de bases fortificadas. En el ínterin, los portugueses asombraron al mundo. Nadie en Europa habría predicho que este pequeño país en los márgenes del continente daría un salto prodigioso hacia Oriente, uniría los dos hemisferios y forjaría el primer imperio global del mundo”.

Roger Crowley (1951) pasó parte de su infancia en Malta y ha vivido en Grecia y en Estambul. Hijo de un oficial de la marina británica, el joven Roger le acompañó en muchos de sus destinos. Estudió en la universidad de Cambridge. Su obra Imperios del mar fue, para el Sunday Times, el Libro de historia del año 2009 y apareció en las listas de los más vendidos del The New York Times. Es autor también de Constantinopla 1453. El último gran asedio y Venecia. Ciudad de fortuna. Auge y caída del imperio naval veneciano (cuyas reseñas puedes leer aquí y aquí).

*Publicado por Ático de los Libros, septiembre 2018. Traducción de Joan Eloi Roca.