El eco pintado. Cuadros dentro de cuadros, espejos y reflejos en el arte
Óscar Martínez

Una obra de arte suele esconder mucho más de lo que aparenta a simple vista. Las grandes obras que han perdurado en el tiempo cuentan con una historia secular, o milenaria, porque transmiten un mensaje que trasciende la mera proyección de lo que representan. Las Meninas de Velázquez no solo es un retrato de la familia real, Los fusilamientos del tres de mayo de Goya no solo recogen un episodio más de la Guerra de Independencia o Las señoritas de Avignon de Picasso no solo retratan a cinco prostitutas. Por encima de la belleza que ha sabido transmitir su autor o de su virtuosismo a la hora de reflejar la realidad (o su idea de realidad), esos cuadros y todos aquellos que se puedan catalogar como obras maestras van más allá y rompen con los cánones de la época. Cada uno de ellos oculta un significado profundo que requiere del espectador concentración y reflexión. En realidad, son un manifiesto sobre cómo los límites de lo posible pueden superarse una y otra vez.

Los artistas dialogan con el público a través de sus obras. Aunque algunos defiendan que tan solo trabajan para sí mismos, lo cierto es que el arte tiene vocación pública y no se entiende sin su exhibición. La música, los libros, los cuadros… languidecen si no hay nadie que la oiga, los lea o los observe. De ahí que la conversación entre autor y espectador esté marcada tanto por lo que quiera expresar el primero, como por lo que interprete el segundo.

Conscientes de este intercambio, muchos artistas han escondido dobles significados, sobreentendidos o acertijos en sus obras. Con el tiempo, estos “mensajes” probablemente pasen desapercibidos para el nuevo público que no comparte la mentalidad, ni las costumbres, ni la percepción del mundo del autor y de sus contemporáneos. Obras que hoy nos parecen inexplicables tenían en su momento un significado evidente para el que las contemplaba.

En el siglo XXI contamos con medios casi ilimitados para disfrutar del arte. Ya sea de forma presencial o a través de la red, podemos acceder a casi cualquier obra. Los museos, sobre todo los de arte contemporáneo, explican a los visitantes qué tienen ante sí, en vez de dejar que sean estos quienes lo descubran o lo interpreten como quieran. Paradójicamente, esta cercanía nos impide en ocasiones detenernos y analizar con calma lo que se nos presenta, con el resultado de que pasamos por alto infinidad de detalles relevantes. Por este motivo, resulta tan interesante la obra de Óscar Martínez El eco pintado. Cuadros dentro de cuadros, espejos y reflejos en el arte*, pues nos permite acercarnos al mundo de la pintura de una forma diferente y original, poniendo el foco en elementos que en apariencia son secundarios y han pasado desapercibidos, pero que tienen una trascendencia mayor de la que podría parecernos.

Así explica el autor el propósito de su libro: “En los cuadros que protagonizan las próximas páginas la pintura reflexiona sobre sí misma, se piensa y se analiza, medita acerca de sus posibilidades y explora sus límites. Al incluir otras imágenes dentro de sus obras, los artistas que las crearon decidieron poner el foco en asuntos de enorme calado para el arte pictórico. ¿Qué relación hay entre el mundo exterior y su representación? ¿Dónde está la frontera entre las imágenes y los objetos que les sirven como modelos? ¿Puede el arte sustituir a la realidad o será siempre un sucedáneo? ¿Qué es, en última instancia, una pintura? Lo cierto es que, por lo general, cuando se introducen imágenes dentro de los cuadros, estas se colocan en un segundo plano: bien en el fondo de las estancias representadas, en los márgenes de las composiciones e incluso a veces semiocultas”.

El planteamiento que nos propone Óscar Martínez, pensado para un público no académico, es sumamente atractivo. Nos ayuda a ver obras conocidas (y otras menos reputadas) desde una óptica distinta a la que estamos acostumbrados. Su forma de presentar los temas también es original, pues mezcla sus experiencias personales con reflexiones generales, introduciendo fragmentos ajenos al arte pero relacionados con la obra analizada y curiosidades tanto del artista como del cuadro tratado. Esta heterogeneidad de enfoques hace más ligera la lectura y permite captar la atención de quien se adentra en sus páginas sin estar habituado a lidiar con la historia del arte. El libro se compone de epígrafes breves y dinámicos, centrados en los juegos de ilusionista que muchos pintores emplearon en sus representaciones y que Óscar Martínez asocia a cuestiones de actualidad política, social y cultural.

La estructura de la obra se construye en torno a cuatro grandes bloques, En el primero, que analiza las estampas, carteles, mapas o fotografías que los artistas incluyeron en sus trabajos, encontramos obras de Picasso, Van Gogh o Vermeer y reflexiones diversas sobre cuestiones tan heterogéneas como Dragon Ball y la influencia japonesa en Occidente, la recuperación de obras robadas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial o la historia del papel.

El segundo bloque temático pasa a ocuparse de los tejidos y los textiles, aunque el autor advierte: “debo confesar que este cajón de sastre, nunca mejor dicho, me ha permitido incluir obras de difícil categorización”. El Greco, Zurbarán o Velázquez aparecen en sus apartados a la vez que reflexiones sobre el significado de las banderas o la fugacidad de la vida.

El tercer bloque, uno de los más curiosos, aborda la presencia de cuadros dentro de otros cuadros, que configuran una metapintura con infinidad de aristas y posibilidades. Las creaciones de Gauguin, Roy Lichtenstein o Sofonisba Anguissola copan estas páginas, en las que también se aborda la importancia de la mujer en el arte, el Grand Tour o el neogoticismo.

El último bloque es no menos llamativo y explora el uso que los artistas dieron a los espejos en sus composiciones. Helena de Egipto, Magritte o Manet utilizaron este recurso para ahondar en los límites de la realidad y de lo conocido, así como herramienta para jugar con nuestros sentidos.

Concluimos con esta reflexión del autor: “Para un amante de la pintura hay un tipo especial de imágenes que suponen un verdadero festín óptico, una fiesta de la mirada, una celebración visual. Son como cajas llenas de sorpresas o joyeros repletos de alhajas, a la espera de que nuestra mirada actúe como una llave que saque a la luz sus tesoros. Cada obra de arte, en este caso cada cuadro, es también una invitación a adentrarnos en una nueva realidad, a la vez que un pasaporte hacia el prodigio. Cada pintura, por modesta que sea, es una puerta entreabierta por la que descubrir una nueva manera de ver el mundo, sus miserias y sus maravillas. Ya dijo Oscar Wilde que «el verdadero misterio está en lo visible, no en lo invisible», por lo que esas pinturas, objetos visibles donde los haya, son al mismo tiempo contenedores de secretos y cofres llenos de enigmas. Si bien los cuadros pueden ser ventanas metafóricas, como ya se estableció en el Renacimiento italiano, en ocasiones muy especiales contienen y reproducen otras imágenes. Es entonces cuando se convierten también en espejos simbólicos, pues no solo nos ofrecen una visión de lo que nos envuelve, sino, al mismo tiempo, un reflejo del propio arte y de otros conceptos de extraordinario interés”.

Óscar Martínez es doctor en Bellas Artes por la Politécnica de Valencia y licenciado en Historia del Arte por la Universidad de la misma ciudad. Desde hace más de diez años es profesor de historia del arte, arquitectura, fotografía y diseño en la Escuela de Arte de Albacete. Tras una etapa dedicada a la creación plástica como pintor, dibujante y grabador, que se plasmó en diversas exposiciones individuales y colectivas, tanto en España como en el extranjero, en los últimos años desarrolla sus inquietudes artísticas desde un punto de vista literario. Hemos reseñado su anterior obra Umbrales. Un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas (que puedes leer aquí).

Publicado por Siruela, abril 2023.