La historia del arte nos ofrece una de las formas más interesantes de adentrarnos en nuestro pasado. Observar las manifestaciones artísticas para descubrir qué pensaba el hombre hace cientos de años tiene, además, un encanto superior al análisis de tediosos textos legales o de archivos interminables. Las obras de arte condensan el espíritu de la sociedad que las ve nacer y son la expresión más viva del sentir de cada época. Las pinturas de Altamira, la geometría de los templos griegos, la luz de las iglesias góticas, las alegorías de los cuadros barrocos o la ruptura de la perspectiva que lleva a cabo el cubismo, por ejemplo, tienen connotaciones que trascienden los límites artísticos de la obra y reflejan el mundo de las ideas y el orden político y social en el que se incardinan. Estudiar estas manifestaciones culturales es tan relevante como investigar sobre decisiones gubernamentales o sobre enfrentamientos bélicos.
Hasta hace relativamente poco, la actividad artística solía estar supeditada a otros intereses ajenos: pocos creadores podían ganarse la vida dibujando, escribiendo o diseñando por gusto. La práctica general durante centurias era el trabajo por encargo de un mecenas o de una institución, religiosa o civil, cuyos titulares eran conscientes de la influencia de las obras de arte como instrumentos de legitimación, de ostentación o de educación. Casi todos los emperadores, aristócratas o eclesiásticos de un cierto rango se servían de la cultura para canalizar su mensaje al resto de la sociedad. Los palacios, las catedrales o los edificios públicos se concibieron pensando tanto en la función que iban a desempeñar, como en la imagen que iban a proyectar.
Entre los elementos más característicos de cualquier construcción arquitectónica sobresalen sus puertas. A veces no somos conscientes de su importancia en el conjunto de la obra, ni suelen ser lo primero en lo que nos fijamos al contemplar un edificio (aunque no faltan polémicas al respecto, como sucede en estos días con las puertas de la catedral de Burgos). Sin embargo, su funcionalidad las convierte en un factor destacado en la organización de cualquier edificio. A través de ellas accedemos a su interior, lo que puede parecer una perogrullada, pero tiene un componente simbólico y psicológico más relevante de lo que pensamos. Sirven, por tanto, de tránsito entre el mundo exterior y los secretos y la intimidad del interior.
Oscar Martínez ha querido indagar en estos elementos arquitectónicos en su interesantísimo trabajo Umbrales. Un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas*. Así explica su propósito: “Umbrales es un libro sobre puertas, sobre qué hace especiales a estos elementos arquitectónicos y sobre cómo el ser humano ha llenado de simbolismos y mensajes las entradas de sus edificios y construcciones. A su vez, no es un texto únicamente sobre arquitectura. Intenta ser también una suerte de libro de viajes que descubra puertas que quizá no se conozcan y abra ojos y oídos a nuevas historias sobre umbrales ya conocidos”.
Como explica el autor, su trabajo combina el análisis arquitectónico y artístico de una serie de puertas relativamente conocidas con la contextualización histórica de su edificación y con el relato en primera persona, ya que introduce sus experiencias personales al visitar los umbrales que examina. De este modo, en capítulos breves y dinámicos, resalta las peculiaridades y la originalidad de veintidós puertas o entradas. Es consciente de que, al igual que toda lista, la que nos brinda revela la subjetividad de su selección, pero no le preocupa. No trata de elegir los veintidós mejores umbrales o los más importantes o los más originales. Su objetivo es otro. Las puertas escogidas le sirven como pretexto para proponer “no solo un acercamiento a la obra arquitectónica, sino también una invitación a explorar cuestiones que, en principio, poco parecen tener que ver con la protagonista de cada epígrafe”. Este enfoque le permite acercarse a su simbología, su historia o su relación con la mitología.
El libro se divide en tres grandes bloques. El primero, bajo el título “Umbrales sagrados”, engloba distintas entradas a lugares con una fuerte connotación religiosa (templos, iglesias), reflejo de las culturas arquitectónicas de la civilización occidental a lo largo de su historia. En este apartado podemos hallar, entre otros monumentos, el dolmen de Menga en Antequera, la abadía de Sainte-Foy en Conques (Francia), el pórtico del Panteón de Adriano en Roma, la Basílica de San Marcos en Venecia o el templo funerario de Ramsés III en Medinet Habu (Egipto). Sus páginas nos dan acceso a elementos arquitectónicos que han estado presentes durante cientos de años, cuyo significado se mantiene casi inalterable en todo ese período. Óscar Martínez intenta desentrañar los significados que esconden estas entradas, a la vez que analiza su encaje en el conjunto de la obra.
El segundo bloque (“Accesos a lo privado”) se centra en umbrales de edificios construidos con una finalidad más “personal” que colectiva. A diferencia de los anteriores, que servían de tránsito, pero no de obstáculo entre el exterior y el interior, sus puertas se erigen para preservar la intimidad y evitar el acceso indiscriminado a la residencia. Entre los ejemplos seleccionados se encuentran la joyería Fouquet en París, la fachada del Palacio de Comares en la Alhambra (Granada), la del Castel del Monte en Apulia (Italia), el portal de Serranos en Valencia o la reja de la finca Güell en Barcelona.
El tercer bloque (“Entradas a otros mundos”) es, sin duda, el más heterogéneo, pues abarca algunos umbrales que no corresponden propiamente a entradas de ningún edificio. Los ejemplos elegidos mezclan las puertas de construcciones (el complejo funerario del faraón Djoser en Saqqara, la villa Barbaro en Maser, el edificio de la Bauhaus en Dessau o la Quinta da Regaleira en Sintra) con otros elementos que no conducen a ningún espacio interior: el Arco de Tito en Roma, el Parco dei Mostri en Bomarzo o la perspectiva del Palacio Spada, también en Roma. En todos esos casos, los umbrales tienen, conscientemente, un simbolismo autónomo, buscado y querido por sus autores, en el que se fusionan el arte y la arquitectura.
Concluimos con esta reflexión del autor: “Toda puerta marca un tránsito. El umbral enmarcado por las jambas y los dinteles o por los arcos de la entrada es un espacio híbrido, un momento entre dos realidades, la frontera entre dos mundos y dos estados. Las puertas no son solo elementos arquitectónicos que nos permiten trasladarnos entre espacios interiores, o desde el exterior al interior de un edificio, y viceversa, sino que también poseen un potente significado simbólico. Como lugares de paso, están relacionadas con conceptos tan importantes como los de cambio y evolución, y ello hace que los simbolismos que poseen sean también de gran trascendencia y universalidad. Las puertas pueden ser consideradas, por tanto, como el vínculo entre el sueño y la vigilia o entre la luz y las tinieblas, pero también como el paso desde la ignorancia a la sabiduría y, sobre todo, de la vida a la muerte”.
Óscar Martínez, doctor en Bellas Artes y licenciado en Historia del Arte, es profesor de historia del arte, arquitectura, fotografía y diseño en la Escuela de Arte de Albacete. Tras una etapa como pintor, dibujante y grabador, con obras presentadas en diversas exposiciones individuales y colectivas, tanto en España como en el extranjero, en los últimos años desarrolla sus inquietudes artísticas desde un punto de vista literario.
*Publicado por la editorial Siruela, abril 2021.