En 1941, el mundo contemplaba atónito el poderío militar alemán. Polonia, Holanda y Noruega habían sucumbido sin apenas resistencia al empuje de la Wehrmacht. La gran sorpresa todavía estaba por llegar, con la invasión de Francia. En apenas tres semanas, el ejército germano aniquiló al galo y casi hizo lo mismo con la Fuerza Expedicionaria Británica. Si dos décadas atrás, en la Gran Guerra, los aliados habían sido capaces de frenar las embestidas alemanas y derrotarlos, en esta ocasión no lograron repetir tal gesta y fueron barridos del campo de batalla, debido en gran medida a su incapacidad para adaptarse a las nuevas tácticas bélicas: la movilidad se había impuesto a la guerra de trincheras. Tras apenas dos años de lucha, la superioridad alemana en el continente europeo era indiscutible. Las únicas potencias que podían hacer frente en aquel momento a Hitler eran una aislada Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética, y solo la primera se había alzado en armas contra el nacismo. Algo que cambiaría en los próximos años, inclinando la balanza a favor de los aliados.
Hablar de hipotéticos (contrafactuals) siempre es resbaladizo, sobre todo en la disciplina histórica. Nunca sabremos qué hubiese pasado si Hitler no hubiera decidido atacar a la URSS, si Churchill no se hubiese hecho con las riendas del poder en Londres o si la Luftwaffe hubiese logrado vencer en la Batalla de Inglaterra. Lo que resulta indudable es la ventajosa posición de Alemania en 1941. Casi todos sus enemigos se hallaban sometidos y su fuerza militar había demostrado su valía. Pero… a pesar de la ventaja inicial, la guerra no había terminado y, aunque sólida, la posición alemana presentaba ciertas flaquezas, como la ausencia de materias primas, la población limitada y los recursos escasos. La celebrada eficiencia del ejército alemán tenia, por lo demás, mucho de mito: pronto se demostró que las debilidades de la Wehrmacht eran más agudas de lo que se creía.
El historiador británico James Holland aborda, en el segundo volumen de su trilogía sobre la contienda, la etapa de la Segunda Guerra Mundial que se abrió con la Operación Barbarroja, el ataque de Pearl Harbour y la lucha en el norte de África. Su nuevo trabajo El contraataque aliado. La Segunda Guerra Mundial en Occidente, 1941-1943* continua la labor iniciada con El auge de Alemania (cuya reseña se puede leer aquí) y se centra en la reacción aliada que, poco a poco y no sin errores y complicaciones, fue recuperando el terreno perdido a la Alemania nazi.
Como señala el autor, “este segundo libro cubre los cruciales años intermedios de la guerra en Occidente y, como el primero, es una historia narrativa, contada de forma vívida y lo más objetivamente posible. No es un relato completo, sin embargo, y me he centrado deliberadamente en los principales protagonistas […]. Sin embargo, no hay espacio suficiente para cubrir los países de Europa del Este, ni para dar la atención detallada que merece al conflicto en el frente oriental. Esta es la guerra que se libró en Occidente. Recorren la narración las historias individuales de algunos de cuantos vivieron y murieron durante estos años tumultuosos, muchos de cuyos relatos continúan donde se dejaron en el primer libro de esta trilogía. He tratado de dar voz a gente muy diversa […]. Estos constituyen una diminuta sección transversal de un conflicto que afectó a las vidas de todos los hombres, mujeres y niños de todas las naciones combatientes, pero espero que sean representativos, en líneas generales, de los millones y millones de personas involucradas”.
Holland persevera en la línea que ya mantuvo en el primer tomo: a través de una ágil y viva combinación entre el fidedigno relato de los acontecimientos bélicos y la intercalación de historias singulares de protagonistas anónimos o conocidos, intenta desmontar los mitos que rodean a este período de la II Guerra Mundial y contarnos cómo se desarrolló realmente. Muchas de las imágenes que han calado en el colectivo popular sobre esos años y sobre las operaciones que se llevaron a cabo son, a su juicio, infundadas. Entre ellas se cuentan la eficiencia militar alemana, la falta de previsión de los ingleses ante la guerra o la astucia del general Montgomery en las arenas norteafricanas. La realidad fue bastante más compleja y ambos bandos tuvieron aciertos y errores. La “osadía” del autor le lleva sostener que la clave del triunfo aliado no estuvo en Rusia y en la suicida Operación Barbarroja, como se suele creer, sino en el Atlántico, donde las fuerzas navales aliadas derrotaron a los imponentes U-Boote. En esa misma línea, propugna que el norte de África no fue, ni mucho menos, un teatro de operaciones secundario.
El control de los mares (especialmente el Atlántico, pero también el Mediterráeno) se convierte, pues, en uno de los ejes centrales del libro; relegado tradicionalmente a una posición tangencial, Holland reivindica aquí su importancia capital. La batalla por el control del Atlántico, explica, fue un desesperado intento alemán de cortar las vías de suministro británicas. Su fracaso empezó a inclinar definitivamente la balanza a favor de los aliados. Algo similar ocurre con el frente en el Norte de África, soslayado por muchos especialistas, que tuvo una gran relevancia en el desenlace de la guerra, y no solo desde el punto de vista estratégico, ya que implicó ejércitos (y pérdidas) de una escala enorme en un contexto de escasez de efectivos y recursos.
El libro se estructura en cuatro grandes bloques (“Estados Unidos entra en guerra”, “Influencias orientales”, “El contraataque aliado” y “Aplastando a las manadas de lobos”) ordenados cronológicamente, pero con continuos saltos espaciales. Los escenarios en los que se detiene el colosal trabajo de Holland van desde la cruenta campaña de Rusia al inicio de los bombardeos aliados de ciudades alemanas, pasando por las operaciones en el norte de África, la guerra en el aire y la crucial batalla submarina por el control del Atlántico. En cada uno de estos escenarios se destaca la creciente falta de víveres, combustibles y hombres que sufría el régimen nazi y cómo la sucesión de reveses de la Wehrmacht fue pavimentando el camino hacia la derrota final de Alemania.
Como apunta el historiador británico, toda guerra se libra a tres niveles: el estratégico (las grandes líneas maestras diseñadas por los líderes nacionales y sus comandantes), el táctico (el combate sobre el terreno) y el operacional (los medios y la logística necesarios para llevar la estrategia y la táctica a buen puerto). La exagerada percepción del poderío alemán en el primer tramo de la Segunda Guerra Mundial se debe al hecho de que casi todos los relatos se han centrado en los dos primeros niveles, sostiene Holland. Al estudiar detenidamente el plano operacional, como hace el autor en su trabajo, se observa que los logros de Alemania no fueron tan extraordinarios como parece y que el país no estaba preparado para librar (y ganar) una guerra de larga duración. Este enfoque, al que acompaña un pormenorizado análisis de los extraordinarios avances científicos y técnicos habidos durante la contienda, nos permite entender esta guerra con una visión distinta a la que estábamos acostumbrados.
James Holland es historiador, escritor y miembro de la Royal Historical Society. Autor de numerosos libros especializados en la Segunda Guerra Mundial, ha creado, dirigido y presentado programas y series de divulgación histórica para la BBC, Channel 4, National Geographic, History y Discovery. También es cofundador del Chalke Valley History Festival y de WarGen.org, una página web de recursos sobre la Segunda Guerra Mundial.
*Publicado por Ático de los Libros, abril 2019. Traducción de Joan Eloi Roca.