El Club de los desayunos filosóficos
Laura J. Snyder

Entre las décadas de 1820 y 1870, cuatro hombres (William Whewell, Charles Babbage, John Herschel y Richard Jones) “todos ellos lúcidos, fascinantes y eminentes, poseídos por el optimismo de la época” protagonizaron en Inglaterra avances en el conocimiento que bien pueden calificarse de una auténtica revolución científica.

Laura J. Snyder narra en El Club de los desayunos filosóficos. Cuatro notables amigos que transformaron la ciencia y cambiaron el mundo * la historia de esos cuatro científicos, destacando que este término (scientist) fue, en su momento un neologismo introducido en el idioma inglés por ellos, “en analogía al de artista”. Whewell, en particular, luchó por renovar la terminología científica, empleando nuevas palabras para designar los descubrimientos que se estaban produciendo (sugirió a los geólogos los nombres de Eoceno, Mioceno y Pleistoceno, y a los físicos de la electricidad los de ión, cátodo y ánodo).

Como afirma la autora del libro, la historia que se relata en él “es al mismo tiempo una crónica de la época en la que vivieron y a la que ayudaron a dar forma. Y qué época aquella. En ningún período anterior de cincuenta años se había conseguido tanto, como reconoció Disraeli al final de él”.

Esos cuatro personajes, que coincidieron durante sus estudios en Cambridge y nunca dejaron de relacionarse entre sí, compartían su pasión por el progreso científico. En su etapa universitaria se reunían los domingos por la mañana para comentar, mientras desayunaban, el estado de la ciencia. Lo hacían con vistas a mejorar lo que consideraban una situación degradada de la ciencia en Gran Bretaña (por relación sobre todo a Francia, país con el que las relaciones no eran precisamente amigables, tras las guerras napoleónicas). Tomaron como inspirador a otra gloria de Cambridge, el filósofo Francis Bacon (1561-1626), cuyos escritos admiraban y del que adoptaron el método inductivo, en vez del deductivo por entonces vigente.

De Bacon -en especial, de su obra Instauratio Magna– aprendieron que la revolución del pensamiento y del conocimiento debería traducirse en frutos tangibles: la ciencia habría de transformar, mejorándola, la vida de los hombres. Herschell y Whewell subrayaban en sus escritos que el proceso científico es inevitablemente un proceso social. Lo es en cuanto el progreso de las ciencias solo resulta posible mediante la interacción de quienes a ellas se dedican, que no trabajan aislados; y lo es también en cuanto que sus repercusiones, inmediatas o mediatas, transforman la vida de los hombres y la configuración de la sociedad.

Francis Bacon había concebido un nuevo método o forma de pensar, una nueva “lógica que lo abrace todo”: el razonamiento deductivo imperante desde Aristóteles debía ser complementado con los razonamientos inductivos, que utilizan los casos individuales para extraer una conclusión general.

Las consecuencias de adoptar este método en el mundo científico, tal como hicieron William Whewell, Charles Babbage, John Herschel y Richard Jones, no han cesado de continuar hasta hoy. Los cuatro “pertenecían a una casta extraña: la de los últimos filósofos naturales, que engendraron, como si lo hiciesen con su último aliento, una nueva especie: el científico”. En el Club de los desayunos filosóficos desarrollaron una versión actualizada de aquel método, que difundieron en libros, artículos y conferencias. A la vez, pusieron de manifiesto que los descubrimientos científicos podían utilizarse para beneficiar a la sociedad. Como Babbage le dijo a Herschel, “harían todo lo posible por dejar el mundo más sabio de lo que lo encontraron”.

De esas cuatro figuras, la de William Whewell quizás sea la más deslumbrante. De hecho, su estatua se erige al lado de las de Newton y Bacon en la antecapilla del Trinity College, en Cambridge, que venera así a esos tres gigantes salidos de sus aulas. Puede calificarse de un filósofo natural completo, que tanto podía poner en marcha la primera investigación verdaderamente internacional para dibujar un mapa global de las mareas en gran parte de los mares del mundo (lo que podría calificarse como el nacimiento de la cooperación internacional en la gran ciencia), cuanto traducir los diálogos de Platón del original griego al inglés.

Uno de los libros de Whewell (Astronomy and General Physics, Considered with Reference to Natural Theology) trataba de demostrar “cómo cada progreso de nuestro conocimiento del universo armoniza con la creencia en un Dios más sabio y bueno” (su lectura de la teoría de Darwin sentó las bases de las ideas actuales para conciliar el darwinismo y la fe religiosa). Su Philosophy of the Inductive Sciences, aparecida en 1837 en tres volúmenes de 1600 páginas, fue la primera obra global sobre ese tema.

Charles Babbage es considerado el creador de la primera computadora, aunque no pudo terminar ni su máquina analítica ni su máquina diferencial para realizar operaciones aritméticas complejas, cuya continuación natural serían las calculadoras y, más tarde, los ordenadores del siglo XX. Como sus compañeros, el suyo era un afán que iba más allá de un ámbito especializado, para abarcar la ciencia en su conjunto: así lo revelan sus Reflections on the Decline of Science in England, que causó no poca polémica.

Richard Jones trató de utilizar el método inductivo en la por entonces naciente economía política, dirigiendo sus esfuerzos a mejorar la condición de los miembros más pobres de la nación. Lo hizo en su Essay on the Distribution of Whealth and on the Sources of Taxation, con planteamientos que divergían de los de David Ricardo. Jones trataba de desmentir las sombrías predicciones de este último y de Malthus sobre el futuro. Participó en los primeros debates sobre economía política, en especial en relación con las Leyes de Pobres de la Inglaterra victoriana y con la supresión de los diezmos, vigentes desde la Edad Media.

John Herschel, hijo del astrónomo alemán William Herschel, “llegó a eclipsar a su padre como el astrónomo más famoso de la época, siendo además uno de los inventores de la fotografía y un consumado matemático, químico y botánico”. Su Preliminary Discourse on the Study of Natural History obtuvo un gran éxito, hasta el punto de que, como diría ulteriormente un historiador de la ciencia, “después de la publicación del Discurso, ser un hombre de ciencia en Inglaterra significó parecerse todo lo posible a Herschell”.

En los trece capítulos del libro, que no siguen un orden cronológico, se entremezclan las biografías de los cuatro científicos con sus campos de investigación, sus aficiones y sus intervenciones públicas en la vida social de la era victoriana. Por ellos desfilan un sinfín de autores, más o menos contemporáneos, que llevaron a cabo importantes descubrimientos en distintos ámbitos y con los que los cuatro protagonistas de la obra tuvieron relación, directa o indirecta: Charles Darwin, David Ricardo, Gottfried Wilhelm Leibnitz, John Stuart Mill, Adam Smith, entre otros muchos.

El libro aborda, en breves pinceladas o de manera más extensa, facetas heterogéneas del siglo XIX inglés, relacionadas con las vidas de los cuatros personajes. La actividad académica en Cambridge; las instituciones científicas de la época, a las que pertenecieron y trataron de modernizar (la Royal Society de Londres y la nueva British Association for the Advancement of Science, que ellos impulsaron); el nacimiento de la fotografía y los estudios sobre la luz; el descubrimiento de Urano; la cartografía estelar del hemisferio Sur, que llevó a cabo Herschel; los viajes en busca de los polos magnéticos de la Tierra; la Gran Exposición consagrada a la “industria de todas las Naciones”, que inauguró el príncipe Alberto en 1851… son otros tantos reflejos de una época de una enorme vitalidad científica que Laura J. Snyder narra con un estilo a la vez de fácil lectura y rigor histórico.

Concluimos con estas palabras del epílogo del libro: “los miembros del Club de los desayunos filosóficos habían visto fructificar al final de sus vidas los proyectos de sus tiempos de estudiantes. Habían conseguido -incluso en mayor grado que sus sueños más optimistas- encauzar a la ciencia en una trayectoria completamente distinta. Y habían ayudado a dar forma, al hacerlo, al mundo moderno, en el que la ciencia desempeña un papel protagonista”.

Laura J. Snyder (Nueva York, 1964), historiadora y profesora de St. John’s University en Nueva York, escribe habitualmente sobre ciencia y filosofía en The Wall Street Journal. Ha publicado Reforming Philosophy: A Victorian Debate on Science and Society (2006) y El ojo del observador. Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la mirada (2016), (cuya reseña puedes encontrar aquí).

*Publicado por Editorial Acantilado, mayo 2021. Traducción de José Manuel Álvarez-Flórez.