Asiria. La prehistoria del imperialismo
Mario Liverani

Al hablar de “Imperio” en el Mundo Antiguo, la primera imagen que nos suele venir a la cabeza es la del Imperio romano. Principal protagonista de la historia europea en aquella época, Roma dirigió con mano de hierro, durante más de cuatrocientos años, el continente y su influencia se extendió a África y Asia, condicionando el destino del hombre. Dos mil años después aún sentimos su legado y sigue estando presente en la mayoría de las actividades que acometemos, aunque no seamos conscientes de ello. El lector también puede pensar en el Imperio macedonio, cuya extensión nada tuvo que envidiar a la del romano, aunque no sucede lo mismo con el marco temporal, mucho más limitado. Puede evocar también el Imperio egipcio, el más longevo de todos, aunque muy acotado a un territorio concreto. Todos ellos dejaron su impronta en nuestro pasado y continúan siendo recordados.

Los tres imperios citados no son los únicos que surgieron en la Edad Antigua. Sin duda hubo otros, pero el problema para calificarlos de tales consiste en precisar qué es propiamente un imperio, qué rasgos han de darse para que un reino o un Estado suba un escalón y alcance el rango de “imperio. La historiografía es poco propensa a las definiciones unánimes, entre otras razones porque alcanzar un consenso, más o menos amplio, en torno a un concepto tan difuso y de difícil comparación no es tarea sencilla. No son equiparables, al menos en un primer vistazo, los imperios azteca, mongol, inglés y chino. Si el lector busca por Internet, o en algún libro de texto, encontrará listados de imperios propuestos por algún especialista, o por un aficionado a estudiarlos, que, sin embargo, difícilmente serán aceptados por la mayoría de los historiadores.

Una noción distinta, aunque relacionada con los imperios, es la de imperialismo. Los dos términos pueden parecer sinónimos, pero representan realidades diferentes. El imperio, con las salvedades antes mencionadas, hace referencia a un sujeto concreto de la historia, mientras que el imperialismo puede considerarse como un elemento teórico y de carácter ideológico o político. Al abordar su estudio hay que tener presente esta dicotomía. Hay imperios que no han desarrollado una política imperialista y hay quienes, con ínfulas imperialistas, nunca han logrado conformar uno.

En este contexto, resulta muy interesante la obra del historiador italiano Mario Liverani, Asiria. La prehistoria del imperialismo*. Un trabajo fundamental para conocer las raíces del imperialismo y su relación con el presente, así como para analizar la estructura política de uno de los protagonistas más fascinantes y enigmáticos de la Edad Antigua: los asirios.

Como el propio autor señala, “los objetivos, por tanto, de este trabajo son dos. El más obvio es el de ofrecer mi visión de la ideología imperialista asiria. El otro, en cambio, es de carácter comparativo y, por su parte, pretende dos cosas: la primera consiste en deducir de la comparación una gama más completa de ideas y problemáticas, de parecidos y divergencias, que ayuden a aclarar y a articular mejor el caso asirio; la segunda es la de mostrar cómo el caso asirio puede contribuir a una mejor comprensión del fenómeno histórico general —con la particularidad, no despreciable, de que este caso antecede diacrónicamente a otros muchos imperios sucesivos—. No nos mueve ningún deseo de establecer ingenuos «primados»; a lo sumo, el de investigar la «formas simples» del imperialismo, formas que Asiria presenta de modo mucho más directo y explícito que las complejas y sofisticadas ideologías sucesivas”.

Al igual que otros pueblos de la Antigüedad, los asirios tiene unos orígenes y una evolución no del todo claros: aparecen y desaparecen sin dejar un rastro al que aferrarnos. Poco sabemos  de sus primeros pasos. Situados en la Alta Mesopotamia, fueron creciendo poco a poco hasta convertirse, primero en un importante enclave comercial, después en un sólido reino, para concluir en un vasto imperio que llegó a conquistar Egipto y la costa oriental del Mediterráneo. Su caída está envuelta en el mismo misterio que su origen y hay distintas teorías, pero pocas certezas. El profesor Liverani no lleva a cabo un recorrido cronológico por la historia asiria, sino que se ocupa únicamente del “período imperial”. Su propósito es indagar en sus características y comprender las pautas que siguió su política expansiva y administrativa, a la vez que diseccionar su organización social, económica e institucional.

A lo largo de treinta capítulos de extensión breve (apenas superan las diez páginas cada uno) y elaborados de forma accesible y divulgativa, el autor analiza los rasgos más destacados del Imperio Asirio. Pasa revista a sus creencias religiosas, sus ímpetus expansionistas, su forma de combatir, las redes de comunicación que creó, la economía imperial, la división social, su organización territorial, sus mecanismos de justicia, la visión que otros tenían de ellos. Al mismo tiempo, compara estos factores con los de otros imperios, tanto de su época como posteriores. El propósito es construir una imagen global que ayude a descifrar las claves del imperialismo. Como se desprende del libro, el asirio se puede considerar un imperio prototípico: de ahí que sus acciones sean, en cierto modo, atemporales, sobre todo si observamos que muchas de ellas se reproducen en casos posteriores.

Concluimos con esta reflexión del autor: “En este ensayo pretendo, por lo tanto, delinear los principios ideales del imperialismo asirio, añadiendo algunos detalles comparativos, pero sin pretender realizar un estudio que ponga al mismo nivel todos los imperios, desde el asirio a la actual hegemonía norteamericana o al califato contemporáneo, objetivo que exigiría más espacio que el de una simple monografía y que, de todos modos, supera mi capacidad y, quizás, no únicamente la mía. Una especie de «revalorización» del papel de Asiria es necesaria, pues su importancia, como la de otros imperios orientales prerromanos, ha sido a menudo minusvalorada o ignorada”.

Mario Liverani (1939) es profesor emérito de Historia del Próximo Oriente antiguo en la Universidad de Roma «La Sapienza». Antiguo director del Centro per le Antichità e la Storia dell’Arte del Vicino Oriente y del Istituto di Studi del Vicino Oriente, así como de las revistas Oriens Antiquus y Vicino Oriente, es miembro de la American Oriental Society y doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid. A su clásico Antico Oriente. Storia, società, economia (1988) se suman, entre otros muchos libros, L’origine delle città (1986), Uruk la prima città (1998), y, más recientemente, Oltre la Bibbia. Storia antica di Israele (2003) o Imagina Babel (2013) (cuya reseña puedes leer aquí).

*Publicado por la editorial Trotta, mayo 2022. Traducción de José María Ábrego de Lacy.