PASADO PRESENTE - WATERLOO ULTIMA BATALLA DEL EMPERADOR

Waterloo. La última batalla de Napoleón
Alessandro Barbero

Si echamos la vista atrás y recorremos la historia a vuelapluma, tan solo descuellan algunos hechos muy significativos. Para apreciar los detalles, entender el contexto de esos sucesos o descubrir otros nuevos, debemos ralentizar el paso y observar con más calma. No cabe duda de que la batalla de Waterloo es uno de los pocos acontecimientos que tienen identidad propia y destacan por encima del resto. Aquel 18 de junio de 1815, a pocos kilómetros de Bruselas, el destino de Europa y del mundo estuvo en manos de unos pocos hombres que se batieron hasta la extenuación. Durante el transcurso del día, la victoria se presentó esquiva para unos y para otros; tan sólo al final, cuando el anochecer se aproximaba, la balanza de la Providencia se decantó a favor de las fuerzas aliadas y la moral del ejército galo se derrumbó, condenando para siempre las aspiraciones del general más grande que haya capitaneado a las huestes francesas. Napoleón veía, una vez más, cómo su Imperio se hacía añicos y sus valerosos soldados eran derrotados.

Estudiar una batalla doscientos años después de que ocurriese es un proceso complejo y no exento de trampas y complicaciones. Hoy, desde la comodidad de nuestros sillones, podemos leer y criticar la actuación de un general, desesperarnos por la inutilidad o los errores de un reputado estratega y repasar, sin pestañear, la lista de bajas que sufrieron los contendientes de una encarnizada batalla. A pesar de la perspectiva que dan el tiempo y la visión de conjunto, las conclusiones de los investigadores no son axiomáticas e incluso, a veces, llegan a ser contradictorias. Si dos centurias después, con todo lo escrito sobre Waterloo, no logramos tener una imagen clara de lo que sucedió en el campo de batalla belga, imagínense cómo tuvo que ser para aquellos doscientos mil hombres que, en un espacio reducidísimo y tras pasar una noche de perros, se enfrentaron en medio de una nube de polvo, humo y sangre. Lo mismo puede decirse de sus generales: Napoleón, Wellington o Blücher dispusieron sus hombres del mejor modo que pudieron pero, una vez puesta en marcha la maquinaria bélica, poco podían alterar y su visión de conjunto quedaba seriamente reducida.

WATERLOO - ATAQUE CABALLERIA FRANCESAEl historiador italiano Alessandro Barbero analiza en su obra Waterloo. La última batalla de Napoleón* aquel fatídico 18 de junio. Estamos ante un excelente trabajo de historia militar. A través de infinitos testimonios personales, recogidos en memorias o en correspondencia, así como de la abundante bibliografía existente, Barbero reconstruye los vericuetos de una de las batallas más relevantes de nuestro pasado reciente. Como explica el autor en el prefacio, “Tenía razón el duque de Wellington: si se interrogara a todos los participantes, en teoría sería posible conocer todos ‘los pequeños eventos cuyo gran resultado es la batalla ganada o perdida’, pero tal acumulación de detalles no sería un fin en sí, sino un medio. Mejor dicho: es un fin en la medida en que hoy cada libro de historia militar se propone narrar qué era una batalla y hacer revivir las sensaciones de un ser humano que estuvo allí presente. Pero también, un libro sobre Waterloo tiene que intentar descubrir qué les sucedió en aquellas largas horas no tanto a los individuos como a esos organismos complejos y frágiles a los que pertenecían: los ejércitos; y además tiene que intentar entender por qué la batalla se perdió cuando en realidad pudo ganarse”.

Probablemente, hoy dispongamos de mucha más información de la que contaron Napoleón o Wellington antes de que se desatasen las hostilidades. De ahí que podamos observar cuáles fueron los errores cometidos por unos y otros y qué sucesos alteraron el curso de la batalla. Ahora bien, sería injusto y desproporcionado valorar a los contendientes con los datos que ahora tenemos. Del relato de Alessandro Barbero se desprende que no hubo dislates o pifias determinantes del sino del combate en la toma de decisiones de ninguno de los contrincantes. Napoleón, por tanto, no perdió la batalla por una catastrófica decisión; es más, el historiador italiano afirma que estuvo cerca de hacerse con el triunfo, pero la llegada del ejército prusiano de Blücher acabó con cualquier atisbo de esperanza para el Emperador.

Barbero acude al boxeo para explicar los motivos de la derrota gala: “El púgil francés empezó el combate sin tomárselo en serio, porque era el más fuerte y lo sabía; su contrincante esquivó inesperadamente algunos golpes de KO y consiguió asestar algún puñetazo contundente, aunque se estaba cansando y a la larga se hubiera derrumbado si no hubiera subido al ring el tercer púgil, el prusiano. Este también era débil en comparación con el francés, pero empezó a desgastar al adversario golpeándole en los flancos y lo obligó a que usara la derecha para defenderse. El francés siguió atacando a su primer rival usando solo la zurda, y lo hizo con tanta efectividad que el púgil inglés, ya aturdido por los golpes, perdió las ganas de contratacar y se limitó a enrocarse en defensa mientras el púgil prusiano se dejaba masacrar en el asalto. Sin embargo, aunque el francés era el más fuerte, a la larga no podía aguantar solo contra dos, y al final tuvo que tirar la toalla y perdió por KO técnico”.

La batalla de Waterloo está repleta de esas endemoniadas preguntas que tanto mal hacen al historiador y cuyas respuestas, hipotéticas siempre, rara vez conducen a algo. Son las preguntas “¿Y si…?” ¿Y si las fuerzas de mariscal Grouchy hubiesen podido contener a los prusianos? ¿Y si no hubiese llovido la noche anterior a la batalla y la artillería francesa hubiese podido desplegarse mejor? ¿Y si las fuerzas francesas hubiesen conseguido tomar Hougoumont? ¿Y si Napoleón hubiese utilizado antes la infantería de reserva de la Guardia frente a las maltrechas tropas inglesas? Podríamos añadir otras muchas preguntas, que incontables historiadores han vertido cada vez que se estudia la contienda. Por suerte, en el trabajo de Alessandro Barbero estos interrogantes no abundan. El historiador italiano prefiere relatar objetivamente cómo se desarrollaron los acontecimientos y solo en contadas ocasiones incide en los derroteros que hubiese seguido la batalla si la decisión hubiese sido otra.

BATALLA DE WATERLOO -IMPRESIONISTALa batalla de Waterloo demostró, una vez más, que la guerra, al final, es una cuestión de moral y que, en igualdad de condiciones (y a veces en desigualdad), el espíritu y el ánimo de los soldados son determinantes para el resultado de la contienda. Sólo la disciplina, el entrenamiento y el valor del ejército inglés permitió sostener las continuas embestidas de la caballería gala mientras eran barridos por la artillería francesa. Su pundonor permitió contrarrestar el empuje de la Guardia Imperial y hacerla retroceder por primera vez en su historia. Por su parte, los hombres de Napoleón también lucharon con honor pero, tras acabar exhaustos por alcanzar la colina donde se hallaban los ingleses, la llegada de los prusianos terminó por hundirles psicológicamente. Sorprende ver lo rápido que se derrumbó el frente francés. Después de una jornada en la que la victoria había estado próxima, el desgaste físico y mental provocó el desmoronamiento generalizado en muy poco tiempo y condujo a una derrota sin paliativos.

No nos detendremos en los pormenores de la batalla. Dejamos que el lector, de la mano de Alessandro Barbero, descubra cuáles fueron las estrategias seguidas por Napoleón, Wellington y Blücher y cuáles los hitos más importantes de la contienda, o las impresiones personales de muchos de los participantes. El historiador italiano también explica la composición de los ejércitos en liza —llama la atención la heterogeneidad de las tropas aliadas frente al bloque compacto francés— y las horas previas al combate. Su obra, como la mayoría de los trabajos que estudian batallas concretas, requiere cierta abstracción del lector, pues en un combate de esta envergadura las escaramuzas se multiplican a lo largo del frente y un relato lineal es imposible. Barbero, sin embargo, logra sobreponerse a esta dificultad y su narración es coherente y nada confusa.

El Imperio de los Cien Días terminó abruptamente y con él, las esperanzas de Napoleón. Pocas veces en la historia una batalla fue tan determinante. Entre la ingente bibliografía sobre Waterloo, el trabajo de Barbero sobresale por su claridad, concisión y brillantez narrativa. Una vez pasado el revuelo de su segundo centenario, podemos disfrutar de un libro que nos adentra en un momento clave de nuestra historia. Concluye resumiendo que “desde que los hombres de Blücher aparecieron en el campo de batalla, la suerte de la pelea estaba echada, pero no había sido así hasta un momento antes. En Waterloo Napoleón podría haber ganado, y quizás sea por eso lo que nunca se dejarán de escribir libros sobre aquella jornada”.

Alessandro Barbero es profesor de Historia Medieval en la Universidad del Piamonte oriental. Ha publicado numerosos libros de historia medieval y moderna. Entre sus obras destacan: Carlomagno (2004), El día de los bárbaros: la batalla de Adrianópolis (2007) y Lepanto: La batalla de los tres imperios (2011).

*Publicado por la editorial Pasado&Presente, julio 2015.