TUSQUETS - VALLE INCLAN - ALBERCA

La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán
Manuel Alberca

Como tantas veces se ha dicho Valle-Inclán ha sido, junto a Quevedo, el escritor español que ha atraído a sus contemporáneos tanto o más por su singular figura que por su obra, con lo que esto tendrá de rémora para aquella”. Tras leer la excelente biografía del profesor Manuel Alberca sobre el escritor gallego, La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán*, no cabe sino considerar acertadísima la cita transcrita. Figura enigmática, controvertida, pasional, polémica, magnética, cautivadora, extraordinaria… no hay adjetivos suficientes para describir la compleja y poliédrica personalidad de Don Ramón del Valle-Inclán. Sus propios amigos, entre los que se encuentran las grandes personalidades de la cultura española del primer tercio del siglo XX, nunca fueron capaces de comprenderle ni tan siquiera de conocerle realmente. Sus extrañas afinidades políticas (gran parte de su vida se declaró carlista), su carácter irascible e independiente y su peculiar forma de expresarse polarizaron el mundo del arte entre aquellos que le admiraban “incondicionalmente” y quienes le tenían una manifiesta aversión (la eterna disputa en torno a su acceso a la Real Academia de la Lengua da buena prueba de ello).

La leyenda sobre su figura se debe, en gran medida, a que desconocemos, más allá del personaje público, cómo era en realidad Valle-Inclán. Parte de este desconocimiento lo hemos de achacar al propio escritor pues tuvo bien avivar, siempre que pudo, su mito a través de exageraciones, artificios y embustes. Manuel Alberca lucha -es una constante en su obra- por apartar las añagazas y acercarse a la realidad. Como el propio autor explica, “con su predisposición a utilizar distintas máscaras y a fabular y exagerar su propia vida, no era consciente de que abría la puerta a una cadena de versiones más o menos chistosas o falsas sobre su vida y persona […]. Porque, al fin y al cabo, la cuestión que subyacía siempre a su proverbial vis teatral y a su legendaria personalidad, afectaba a su verdadera identidad humana y calidad literaria: ¿cómo era el verdadero Valle-Inclán? ¿Dónde acaba el personaje y comenzaba la persona? Al intensificar y diluir las fronteras introducía también una duda de rango artístico, pues volcaba la atención hacia la leyenda del creador más que hacia su creación”.

El trabajo que lleva a cabo el profesor Alberca es de proporciones ciclópeas. A lo largo de 650 páginas (sin contar notas y bibliografía) dibuja con brocha fina la vida de Valle-Inclán. Desde que el escritor gallego cumple treinta y pocos años –hay muy poca información sobre su infancia y juventud–, cada capítulo condensa aproximadamente uno o dos años de la vida del autor de la serie de Sonatas: Memorias del Marqués de Bradomín, Luces de Bohemia, Tirano Banderas o El ruedo ibérico. Poco se escapa a la concienzuda mirada de Manuel Alberca, quien pone toda su atención en el biografiado por encima de su obra literaria o de las profundas transformaciones políticas que se estaban produciendo en España durante aquellos años. ¿Qué significa esto? Pues que quienes busquen un trabajo sobre la literatura de Valle-Inclán o sobre la España del primer tercio de la centuria anterior se habrán equivocado de obra (obviamente ambas tienen su presencia, pero muy secundaria). El protagonista absoluto es la vida, ya sea en su esfera pública o privada, del escritor.

VALLE INCLAN PASEO RECOLETOSValle-Inclán emerge como un hombre único, incatalogable e indomable. Rasgos extrapolables a su obra, de difícil adscripción a cualquiera de las corrientes literarias de la época. El reconocimiento por su trabajo le llegó en vida y nadie dudó de sus extraordinarias facultades como escritor (más complicado fue adherirse a su personalidad). Su relación con el público en general fue, sin embargo, esquiva, especialmente en el teatro donde, a pesar de las buenas críticas que cosechaba, no lograba éxitos comerciales. Tan sólo en los últimos años de su vida la difusión de sus libros franqueó los corrillos especializados para llegar a un público más amplio. Al margen de sus escritos, fue una figura respetada en los círculos y en las tertulias literarias, en las que solía tener la voz cantante, además de contar con una pléyade de amigos muy reputados. Por la biografía de Manuel Alberca desfilan nombres de primer nivel como Ricardo Baroja, Miguel de Unamuno, Manuel Azaña, Azorín, Rubén Darío, Juan Belmonte, Pérez de Ayala, Luis Araquistaín y Ortega y Gasset, entre otros muchos.

Del elenco de peculiaridades y extravagancias que conforman la personalidad de Valle-Inclán llama poderosamente la atención su afinidad con el partido carlista y con los valores que representaba. Sus amigos (la gran mayoría próximos a tendencias más progresistas) acabaron desconcertados y les costó, si alguna vez lo hicieron, asimilarlo. No comprendían cómo alguien de su inteligencia y carácter podía defender principios tan reaccionarios. No obstante, parece que, más allá de un simple atributo estético o propagandístico, el escritor gallego fue un acérrimo defensor del tradicionalismo sobre el que se asentaba el carlismo (algunas de sus obras son buen ejemplo de ello).

Tan sólo con la llegada de la República amortiguó Don Ramón sus inclinaciones, aunque más por razones oportunistas –buscaba, como así sucedió, obtener un cargo en la Administración– que por convicción. De hecho las declaraciones que realizó tras su breve y controvertida estancia en Roma alabando el régimen de Mussolini le causaron más de un problema. Ahora bien, cuando se habla del pensamiento político de Valle-Inclán hemos de reproducir la advertencia que Manuel Alberca realiza en su biografía: “Para entender correctamente, y en toda su complejidad, el posicionamiento político de nuestro hombre, hay que considerar que cualquier traje político, incluso el carlista, se le adapta con dificultades, si no se tiene en cuenta que su idiosincrasia política se superpone a un sustrato profundo de arraigadas creencias cristianas”.

La vida del escritor gallego, a diferencia de su personalidad, no fue nada excepcional si la comparamos con la de otros literatos. No hay episodios heroicos o aventuras dignas de encomio: tan solo su primera estancia en México, su presencia (como “turista”) en las trincheras francesas durante la Primera Guerra Mundial y algún duelo o enfrentamiento por su carácter enojadizo –en uno de estos embates perdió su brazo a consecuencia de un bastonazo– se escapan de la rutinaria existencia que Valle-Inclán disfrutó. No se confunda el lector, rutinaria no es sinónimo de aburrida, pues nada hay de aburrido en la vida de este hombre. Tampoco fue un escritor pobre, por mucho que fuesen frecuentes sus quejas y lamentos por la falta de fondos, ni tuvo que subsistir de mala manera entre pisos ruinosos y en condiciones miserables; siempre contó, ya sea por su familia o por sus escritos, con ingresos más o menos decentes y solo durante pequeños baches atravesó algún apuro.

MANUEL AZAÑA Y RAMON VALLE INCLANSu infancia transcurrió apaciblemente en su Galicia natal. Hasta su llegada a Madrid, cumplida holgadamente la veintena, la información de que disponemos sobre Valle-Inclán es muy difusa y el propio escrito nunca se molestó en esclarecerla. Como señala Manuel Alberca, “conocemos muy poco de su infancia, y algunos de los hechos que se le atribuyen, al presentarse aislados y descontextualizados, hay que considerarlos con cuidado para no sobrevalorarlos o tergiversarlos”. De lo poco que sabemos parece que su paso por el colegio fue anodino (no destacó por sus calificaciones), sus estudios de Derecho en Santiago de Compostela superfluos (no llegó a terminar la carrera) y tímidamente empezó a interesarse por la literatura y a participar en la vida cultural gallega.

La muerte de su padre, su primera estancia en Madrid y su viaje a México con 26 años marcaron el punto de partida de su vida “independiente”. Será entonces cuando publique su primera obra Femeninas (1894) que le servirá como carta de presentación al trasladarse, ya de forma definitiva, a Madrid un año más tarde. Una vez en la capital comenzó a frecuentar las tertulias (una constante en su vida que sólo abandonará por viajes o por enfermedad), a colaborar con diversas revistas, a realizar algunas traducciones y a participar en distintos certámenes literarios. Sus excentricidades y su prosa llamaron pronto la atención y entabló relación con lo más granado de la cultura madrileña. Distanciándose de la práctica habitual de otros novelistas, nunca escribió crónicas, ni artículos periodísticos, sino que se mantuvo fiel a la literatura.

Sus primeros éxitos vinieron de la mano de las cuatro Sonatas: Memorias del Marqués de Bradomín publicadas entre 1902 y 1905. En esos años comenzó su turbulenta relación con el mundo del teatro. Su carácter perfeccionista y exigente, sus formas y su personalidad generaron confrontaciones con casi todas las compañías con las que trabajó a lo largo de su vida. Además, sus obras sólo fueron bien acogidas por un sector culto y entendido e ignoradas por el gran público, lo que frustraba aún más al escritor gallego quien solía responsabilizar de sus fracasos a los actores y empresarios. Con estas palabras lo expresa Manuel Alberca: “A pesar de cualquier apariencia Valle-Inclán era un hombre chapado a la antigua, puntilloso en la observación de las reglas y preceptos sociales, entre los que incluía la idea de que al artista, y él se consideraba como tal, en la medida en que encarnaba la esencia de la raza, se le debía respeto y honor”.

Entre bambalinas conoció a la mujer de su vida, la actriz Josefina Blanco Tejerina, con quien contrajo matrimonio en 1907 y de la que se divorció años después tras un desagradable proceso judicial. En la biografía de Manuel Alberca sorprenden las escasas referencias a otras mujeres. Sin contar a familiares (madre, hermanas o hijas), en el libro únicamente reciben algún tratamiento más extenso la propia Josefina –a la que conoció cuando ya había cumplido treinta años–, Luisa Díaz Sáenz Valiente (una aristócrata argentina) y Teresa Wilms Montt (una de las pocas mujeres que asistía a las tertulias). Desconocemos si los exiguos testimonios que hay al respecto se deben al desinterés del profesor Alberca por profundizar en la vida sentimental del escritor gallego o porque realmente Valle-Inclán tuvo poco trato con el sexo femenino.

VALLE INCLAN RECOSTADOLos últimos años de su vida, ya consolidado como uno de los grandes escritores de su generación, coinciden con la dictadura de Primo de Rivera y con la proclamación de la Segunda República. A pesar de la edad y de los achaques por su enfermedad de vejiga, se involucró en la política con una intensidad inusitada hasta entonces. Sus ideas y su rechazo a guardar las formas (hoy diríamos que no era “políticamente correcto”) le reportaron, sin embargo, más problemas que beneficios. Las salidas de tono y su incapacidad para someterse a las directrices de un partido le impidieron alcanzar algún escaño en el Parlamento. No obstante, gracias a sus contactos y amigos logró dos cargos en la Administración, director del Museo de Aranjuez y director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma, además de ser elegido presidente del Ateneo de Madrid. Desgraciadamente, era mejor escritor que político y las tres experiencias acabaron en sonadas espantadas. Murió poco tiempo después, el 5 de enero de 1936, a la edad de 70 años.

Hoy el nombre de Valle-Inclán todavía es conocido, incluso por las nuevas generaciones, aunque por desgracia cada vez va siéndolo menos y sus libros rara vez se leen, salvo por mandato docente. La extraordinaria obra de Manuel Alberca es un denodado esfuerzo por separar la persona de la leyenda, por recuperar la figura de un genio que ya en su época era considerado un personaje estrafalario pero brillante. Su vida, como hemos visto, fue intensa y activa y participó en los ambientes culturales más distinguidos del momento, flanqueado por las plumas más ilustres de la literatura española. A pesar de su soberbia obra literaria su personalidad eclipsó todo cuando le rodeaba. Qué mejor forma de concluir esta reseña que trascribiendo el conocido soneto a él dedicado por Rubén Darío:

Este gran don Ramón de las barbas de chivo,

cuya sonrisa es la flor de su figura,

parece un viejo dios, altanero y esquivo,

que se animase en la frialdad de su escultura.

El cobre de sus ojos por instantes fulgura

y da una llama roja tras un ramo de olivo.

Tengo la sensación de que siento y que vivo

a su lado una vida más intensa y más dura.

Este gran don Ramón del Valle-Inclán me inquieta,

y a través del zodíaco de mis versos actuales

se me esfuma en radiosas visiones de poeta,

o se me rompe en un fracaso de cristales.

Yo le he visto arrancarse del pecho la saeta

que se lanzan los siete pecados capitales

Manuel Alberca (Arenales, 1951) es doctor en filología hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de literatura española en la Universidad de Málaga. Ha sido profesor invitado en diversas universidades europeas y es miembro de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona. Entre sus trabajos sobre la literatura autobiográfica destacan los títulos La escritura invisible y El pacto ambiguo.

*Publicado por Tusquets Editores, abril 2015.