ESFERA DE LOS LIBROS - VERDUN

Verdún. 1916. Crónica de la batalla más célebre de la Primera Guerra Mundial
Paul Jankowski

Hay batallas cuya memoria sigue vigente, aunque las guerras en que se desarrollaron pasaron al olvido hace tiempo. Cannas, Lepanto, Rocroi, Trafalgar, Waterloo, Stalingrado… se han convertido en hitos de nuestra historia, reconocidos por casi todos. Muchas veces la leyenda supera a la realidad y las dotamos de una trascendencia que no se ajusta a la que tuvieron en su momento. En España contamos con algunos ejemplos: la batalla de Covadonga, símbolo del inicio de la Reconquista, fue, en realidad, una escaramuza sin mayores consecuencias para la dominación musulmana. Lepanto, más allá de las repercusiones propagandísticas que tuvo en el mundo cristiano, no aniquiló el poderío naval otomano, que se recuperó a los pocos años y continuó atosigando al comercio mediterráneo. La tradición militar gusta de este tipo de ensalzamientos míticos, pero la realidad ni es tan brillante ni tan gloriosa, sino más bien sucia, miserable y llena de dolor y sufrimiento.

La Primera Guerra Mundial marcó un punto de inflexión en la historia bélica. Por primera vez, las grandes batallas a campo abierto o los asedios prolongados a fortalezas cuasi inexpugnables, que habían sido la práctica habitual durante siglos, dieron paso a una guerra de posiciones cuyo único objetivo era arrancar algunos kilómetros de terreno al enemigo. Las trincheras son el vivo retrato de una contienda atroz, que revolucionó para siempre el arte de la guerra. La Gran Guerra fue también el primer conflicto en el que los medios materiales tuvieron mayor impacto que los humanos. Aunque las guerras no se ganan sin la infantería, ni tan siquiera hoy, la fuerza de destrucción del armamento moderno reducía casi a la insignificancia el valor humano. La artillería condicionó el devenir de la Primera Guerra Mundial y obligó a los Estados Mayores de cada contendiente a idear nuevas estrategias. En este escenario de sangre, fuego y barro, también hay espacio para los mitos y quién puede negar a la batalla de Verdún un lugar destacado en el panteón de las hazañas bélicas.

Cien años hace que el ejército alemán ordenó el inicio de una gran ofensiva contra una fortaleza centenaria de los Vosgos franceses. En Verdún se acordó, allá por el año 843, el desmembramiento del Imperio carolingio y, siglos más tarde, un 21 de febrero de 1916, esta misma localidad se convertía, sin que aún sepamos muy bien por qué, en el teatro de uno de los enfrentamientos más encarnizados de la Primera Guerra Mundial. El historiador Paul Jankowski lo analiza en profundidad en su obra Verdún. 1916. Crónica de la batalla más célebre de la Primera Guerra Mundial*. Desde la introducción de la obra, el autor deja claro su cometido: “La ambición de este libro es contar la historia de Verdún combinando la antigua historia con la nueva, el frío cálculo del terreno ganado y los proyectiles disparados y las vidas perdidas con las profundidades de la experiencia humana vivida en ambos bandos. Su ambición es transmitir la historia total de la batalla”.

TRINCHERA DE VERDUNUna de las afirmaciones más sorprendentes que vierte Jankowski en su trabajo es la inutilidad estratégica de Verdún. A pesar de las innumerables muertes y del extraordinario despliegue material de franceses y alemanes, nadie sabe exactamente el motivo que llevó al Estado Mayor germano a emplear tal cantidad de recursos en una ofensiva que poco podía aportarle. Lo mismo puede decirse de los franceses, cuyo denodado esfuerzo por preservar una plaza sin ningún valor militar no atiende a explicaciones lógicas. Así lo expresa el autor: “¿Por qué atacar un lugar de incierta importancia estratégica e imaginaria importancia simbólica y atacarlo tan ferozmente? Durante muchos años, después de la guerra, el debate acerca de cuáles fueron los motivos de Falkenhayn enfrentaría a sus defensores contra sus detractores y dividiría a los más imparciales entre los historiadores. Pero las razones francesas para defender Verdún, para comprometer todo un ejército —el Segundo Ejército, bajo el mando de Philippe Pétain— resultan casi tan desconcertantes como los motivos alemanes para atacarlo”.

En un primer momento, los periódicos dieron poca importancia a la ofensiva: había otros frentes más delicados y de mayor relevancia. A medida que la batalla se fue enquistando, comenzó a construirse su leyenda y Verdún se convirtió en una especie de agujero negro para los dos ejércitos: todo lo atraía y nada dejaba escapar ¿Qué les empujaba a sostener un enfrentamiento costosísimo en vidas, pero sin apenas beneficios militares? Esta pregunta sobrevuela toda la obra de Jankowski. El prestigio, el orgullo, el miedo al fracaso, el temor a una desmoralización general o la simple ineptitud (“Los cementerios están llenos de generales que persistieron por razones personales —vanidad, ambición, política— mucho más tiempo del que debieran haber insistido […]”) son algunas de las respuestas que ofrece el historiador a lo largo de su trabajo, en desacuerdo con las tesis que defienden la importancia estratégica de Verdún.

¿Quién ganó la batalla de Verdún? Según la lógica demencial que imperó durante la Gran Guerra —si no pierdes, es que vas ganando— la victoria se habría decantado del lado galo. La ofensiva alemana tan solo tuvo éxito los primeros días, para posteriormente estancarse. Los franceses lograron frustrar el avance germano, pero el número de bajas fue parejo y las diferentes contraofensivas que lanzaron acababan, casi siempre, en desastre. Se llegó a un punto muerto que se prolongará durante meses, convirtiendo la batalla de Verdún en la más larga de la Gran Guerra. Como explica Paul Jankowski, “En 1916 ni los alemanes, ni los franceses lograron en ningún momento un avance, una maniobra de envolvimiento o un ataque de flanco que puedan considerarse decisivos. Las operaciones ofensivas locales en ocasiones tuvieron éxito e hicieron retroceder al enemigo y las fanfarrias resonaron en París o en Berlín como si se celebrara una hazaña bélica histórica, pero ninguna maniobra ni sorpresa ni asalto frontal resolvieron nunca la contienda. Verdún se asemeja a un reductio ad absurdum de la guerra en el oeste, lo que revela claramente los síntomas del síndrome que hizo que se prolongara tanto tiempo: la tentación y la naturaleza traicionera de la ofensiva”.

BATALLA DE VERDUN - TRINCHERASEn la batalla de Verdún murieron aproximadamente 375.000 hombres por cada bando. A pesar de lo abultado de la cifra, lo cierto es que los ejércitos franceses y alemanes perdieron hombres a un ritmo más lento que en otros momentos o frentes de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la posteridad confundió la imaginación subjetiva con la realidad objetiva de la guerra y confirió a la batalla una etiqueta de singularidad en el sufrimiento que otros escenarios bélicos podrían impugnar justificadamente. Jankowski también pone de relieve cómo, por primera vez en la contienda, el índice de bajas galas y germanas se aproximó. Hasta ese momento los alemanes habían sido más eficientes (mataban y herían a más soldados de los que perdían), pero en Verdún la tendencia se equilibró. A veces olvidamos que la Gran Guerra no la ganaron los estadounidenses, sino que fueron los ingleses y franceses quienes derrotaron a las fuerzas del káiser. En Verdún, además, sólo combatió el ejército galo, de ahí el aura de leyenda que rodea todo lo relacionado con esta batalla en el país vecino.

Tras analizar los pormenores de la batalla y contextualizarla en el marco de las operaciones de la Primera Guerra Mundial, Paul Jankowski se adentra en el lado más humano de la contienda. Estudia los sentimientos que imperaron en las trincheras; la actitud de los soldados cuando se veían sometidos a la lluvia indiscriminada de los proyectiles; el día a día de la batalla; los motines, deserciones o insubordinaciones que se producían (increíblemente bajas, a pesar de las condiciones infrahumanas soportadas por ambos ejércitos) o la relación entre adversarios, entre otros muchos factores. Sirva esta cita para ilustrar cómo vivieron algunos la batalla de Verdún: “Y el sentimiento de participar pasivamente en un violento juego de azar, una lotería en la que se había introducido el nombre de todos, sumió a algunos de ellos en un estupor intelectual que mantenía a raya sus más oscuros pensamientos: ‘Vacío de cualquier pensamiento, el hombre permanece sin horror en estos desfiladeros del infierno. ¿Cómo puede pensar en la muerte, cuando no puede pensar en nada?’. El miedo, la angustia y el horror seguían penetrando tales defensas. Ningún letargo mental podía sofocar temores tan cáusticos como los mismos nuevos instrumentos de muerte”.

La obra de Paul Jankowski es un trabajo impecable y sugestivo que nos conduce a las entrañas de las trincheras y a la esencia de una batalla convertida en mito. Es la historia de una cruenta trituradora de vidas, con la que unos y otros se empeñaron en conservar o ganar una porción de terruño de escaso valor militar, pero de enorme trasfondo simbólico. Junto con el frío análisis del investigador, Jankowski también nos muestra qué había detrás de las cifras y mapas que sientan las bases de la historia bélica, porque no olvidemos que quienes luchan y mueren en las guerras son hombres, cuyas vidas quedan marcadas para siempre por lo que ven y sienten en ellas. A veces es necesario, para no caer en los mismos errores, apartar la leyenda y conocer la dolorosa realidad.

Paul Jankowski es profesor en la Universidad de Brandeis, Estados Unidos, y especialista en historia de Francia, sobre la que ha escrito diversos libros, entre los que destacan Communism and Collaboration: Simon Sabiani and Politics in Marseille y Stavisky: A Confidence Man in the Republic of Virtue.

*Publicado por Esfera de los Libros, enero 2016.